Por consiguiente, había sido Garrod el que envió el mensaje anónimo a Ackroyd y a los reporteros de las columnas de chismes en la prensa nacional. Bien, después de todo, siempre había sido el sospechoso predilecto de Dalgliesh en lo referente a ese particular delito. Como si oyera sus pensamientos, Gilmartin dijo:
– Dudo que logres probar que él envió ese mensaje a la prensa. Lo hacen con mucha astucia. Un miembro del grupo visita una de esas tiendas en las que venden máquinas de escribir nuevas y de segunda mano, y donde dejan a los clientes probar las máquinas. Ya conoces estos lugares, con sus hileras de máquinas de escribir, sujetas a las mesas, para que los clientes tecleen en ellas. La probabilidad de que un cliente en potencia sea reconocido después es casi nula. Nosotros no podemos mantener una vigilancia perpetua sobre todos los miembros de la célula. No justifican unos esfuerzos tan intensos y, por otra parte, no estoy seguro de qué artículo o subartículo de la ley criminal puedan estar infringiendo. La información que utilizan es exacta. Si no lo es, no les sirve para nada. A propósito, ¿cómo te enteraste de lo de Travers?
– A través de la mujer en cuya casa vivía antes de trasladarse ella a su propio apartamento. Las mujeres sienten un profundo desprecio por las sociedades secretas masculinas y tienen un extraño sentido que les permite ver a través de ellas.
Gilmartin repuso:
– Todo sexo es una sociedad secreta. Queríamos que la Travers viviera sola. Debimos insistir en ello. Sin embargo, me sorprende que hablase.
– No lo hizo. Su casera no creyó que fuese una actriz sin trabajo que, a pesar de ello, pudiera permitirse comprar un piso. Pero fueron vuestros hombres, al aparecer allí para registrar su habitación, los que confirmaron sus sospechas. A propósito, ¿cuál era vuestro interés real por Garrod, aparte de añadir unos cuantos nombres más a vuestras listas de activistas?
Gilmartin frunció los labios.
– Podía haber alguna conexión con el IRA.
– ¿Y la había?
Por unos momentos, Dalgliesh pensó que iba a negarse a contestar. Después, Gilmartin miró a Duxbury y dijo:
– De momento, no hemos podido descubrirlas. ¿Crees que Garrod es tu hombre?
– Podría serlo.
– Pues bien, buena caza.
De pronto se mostró inquieto, como si ni supiera poner fin a la entrevista. Finalmente, dijo:
– Ha sido útil hablar contigo, Adam. Hemos tomado nota de los puntos que has presentado. Y tú cuidarás del procedimiento, ¿verdad que sí? El IR49. Es un pequeño y modesto formulario, pero tiene su utilidad.
Mientras el ascensor le conducía a su planta, le pareció a Dalgliesh como si hubiera estado encerrado con la Sección Especial durante días, en vez de apenas una hora. Se sentía contaminado por una especie de desesperación enfermiza. Sabía que no tardaría mucho en desprenderse de sus síntomas, pues siempre lo conseguía, pero la infección permanecería en su torrente sanguíneo, como parte de aquella enfermedad del espíritu que él empezaba a pensar que había de aprender a soportar.
Sin embargo, la entrevista, pese a haber resultado humillante en parte, había servido para sus fines, eliminando toda una maraña de materias extrañas en el camino principal de su investigación. Conocía ahora la identidad y el motivo del autor del anónimo. Sabía lo que Diana Travers había estado haciendo en Campden Hill Square, quien la había metido allí y por qué, después de ahogarse, su habitación había sido registrada. Habían muerto dos mujeres jóvenes, una por su propia mano y la otra a causa de un accidente. No había misterio sobre el porqué y el cómo habían muerto, y muy poco ahora acerca de cómo habían vivido. ¿Por qué, pues, seguía obstinadamente convencido de que esas dos muertas no sólo estaban vinculadas al misterio del asesinato de Paul Berowne, sino que formaban una parte esencial del mismo?
II
Cuando regresó de aquel mundo secreto y pomposo situado en las plantas octava y novena, Dalgliesh observó que en su pasillo reinaba un silencio poco usual. Asomó la cabeza en la oficina de su secretaria, pero la máquina de escribir de Susie estaba enfundada, su mesa estaba despejada, y entonces recordó que aquella mañana ella tenía hora con el dentista. Kate había de encontrase con Carole Washburn en Holland Park. Arrastrado por su malhumor, apenas había pensado en las posibilidades de este encuentro. Sabía también que Massingham estaba visitando el refugio de vagabundos en Cosway Street, para hablar con su encargado sobre Harry Mack, antes de ir a interrogar a dos de las chicas que habían estado en la barcaza del Támesis el día en que Diana Travers se ahogó. Según sus declaraciones en el juicio, ninguna de ellas había visto a la joven zambullirse en el agua. Ellas y los demás componentes del grupo la habían dejado con Dominic Swayne en la orilla, cuando botaron la batea, y no habían visto ni oído nada de ella hasta aquel terrible momento en que el palo de la barcaza chocó con su cuerpo, Las dos habían admitido en el juicio que en aquel momento estaban medio bebidas. Dalgliesh dudaba que pudieran decir ahora algo más útil que en el caso de haber conservado la sobriedad, pero, si algo podían decir, Massingham era el más indicado para sabérselo extraer. Pero Massingham había dejado un mensaje. Cuando entró en su despacho, Dalgliesh vio una hoja de papel blanco clavada en su secante con el cortapapeles de Massingham, una daga larga y muy puntiaguda que él aseguraba haber ganado en una feria cuando era un niño. Aquel gesto dramático y las breves líneas de letras y cifras escritas en negro por una mano enérgica, lo decían todo. El laboratorio forense había mandado por teléfono el resultado de los análisis de sangre. Sin desclavar la daga, Dalgliesh observó el papel en silencio, examinando la prueba vital para su teoría de que Berowne había sido asesinado.
Berowne
Rh+
ABO A
Mack
+
A
Manchas en la alfombra y en el forro de la chaqueta
+
A
AK 2-1 (7,6%)
(enzimas)
PGM 1+ (40%)
(enzimas)
Hoja de la navaja:
1 (92,3%)
2 + 1 – (4,8%)
2-1
1+
AK 2-1
PGM 2 +,1-, 1+
Sabía que el sistema PGM era muy fiable. No había sido necesario establecer una reacción de control con la alfombra sucia. Sin embargo, el laboratorio debía de haber trabajado durante el fin de semana, a pesar de estar todos ellos tan ocupados y del hecho de que, de momento, no había ningún sospechoso bajo custodia, por todo lo cual se sintió agradecido. Había sangre de dos tipos diferentes en la navaja, pero esto apenas resultaba sorprendente y el análisis había sido una mera formalidad. Pero lo más importante era que la mancha en la alfombra, debajo de la chaqueta de Harry, no era de la sangre de éste. Dalgliesh tenía otra entrevista para aquella misma tarde y que prometía, aunque de una manera diferente, resultar tan irritante como la sesión con Gilmartin. Era muy útil que esa prueba científica tan importante hubiera llegado a tiempo.
III
Holland Park estaba a pocos minutos a pie desde Charles Shannon House. Kate se había despertado poco después de las seis y a las siete ya había desayunado y se impacientaba esperando el momento de salir. Después de recorrer de un lado a otro un apartamento ya inmaculado, tratando de encontrar tareas con las que ocupar el tiempo, llenó una bolsa de papel de migas para los pájaros, se la metió en el bolsillo de la chaqueta y salió con tres cuartos de hora de anticipación, diciéndose a sí misma que resultaría menos exasperante pasear por el parque que quedarse en casa preguntándose si Carole Washburn aparecería en realidad, o tal vez se estaba arrepintiendo ya de su promesa. Dalgliesh había aceptado que se respetara el acuerdo con la joven y Kate se encontraría con Carole Washburn a solas. Él no le había dado ninguna instrucción ni ofrecido ningún consejo. Otros altos jefes habrían sentido la tentación de recordarle la importancia de aquel encuentro, pero ésta no era su manera de actuar. Ella le respetaba por ello, pero no dejaba de incrementar su carga de responsabilidad. Todo podría depender tal vez de como llevase la entrevista.