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Cerrado «… por vacaciones del espíritu», su despacho de detective privado situado en las Ramblas, una de las pocas calles de Barcelona respetadas por la piqueta olímpica, pero ocupada por las cámaras de televisión de todo el mundo embriagadas por los efluvios de aceites fritos de quinta generación y forasteros de la propia ciudad, de otras ciudades, pulmones intrusos en el oxígeno podrido de las ingles de Barcelona. Su mundo se estaba llenando de otros, en el peor sentido de la palabra, como paso previo a dejar de ser su mundo. Quiso cortar todo vínculo con la otredad, para empezar con los otros más próximos y así envió a su ayudante Biscuter a una sorprendente ampliación de estudios, sorprendente la ampliación, porque ni siquiera había constancia de estudios que ampliar, mediante el viaje concertado más barato que encontró en la agencia de viajes más insegura de sí misma de Barcelona. Un antiguo sueño de Biscuter consistía en trasladarse a París a realizar cursillos especializados sobre cocina, sobremanera atractivo el referente a sopas y potajes, platos hondos en suma, sobre los que Carvalho últimamente teorizaba, agraviado por las amenazas de la edad tardía.

– Cuando no me queden dientes, Biscuter, y al precio que se han puesto los dentistas, lo más sensato será volver al origen de la alimentación del primate, expulsado del paraíso del bosque y obligado a dejar de ser depredador, vagar por la sabana, almacenar bestias y vegetales, hacerse agricultor, ganadero, artesano y con ayuda del fuego aprender a cocinar.

Con un cierto cinismo, Carvalho subrayaba la teoría con la práctica y mientras así disertaba, construía la hoguera de su chimenea con la inestimable ayuda de Cocinar hizo al hombre de don Faustino Cordón, eminente biólogo materialista dialéctico y entusiasta soldado republicano cofundador del V Regimiento.

– Más allá del asado, fruto de la cocina de la casualidad, nacido sin duda en un momento de tembleque manual que dio con el solomillo de diplodocus en las brasas de un fuego de campamento prehistórico, el primer verdadero plato, el primer acto fundacional de la cocina como cultura del enmascaramiento del asesinato de la otredad para comérsela, fue lo que los franceses llaman le pot-au-feu, que en francés suena a tesis doctoral, como todo, pero que no es otra cosa que el cocido y por extensión el potaje. En el agua se cuece todo y en el agua quedan sus mejores sustancias y para tomar ese elixir nutritivo no hacen falta dientes. En París te enseñarán la alquimia de las mejores sopas y los mejores potajes.

– ¿También podré ir a ver la Tour Eiffel?

– Entra en el precio.

– ¿Y el Folies-Bergére?

– Toma veinte mil pesetas y vete a ver tetas, Biscuter, tan perfectas que son irreales.

– A mí no me gustan las tetas irreales, jefe.

– Es que tienes buen gusto y no te gustan las tetas perfectas. Play Boy ha hecho una faena a las mujeres perfectas. Nadie cree en ellas. Parecen cuerpos de desplegable hectacrome.

Motivado por tan variados objetivos, partió Biscuter hacia París en un autocar de plástico transparente donde le proyectarían hasta la somnolencia Españolas en París, película philosophique sobre el destino de la mano de obra barata española y femenina en el París situado entre dos revueltas inútiles, la de mayo de 1968 y la próxima. Liberado de responsabilidades personales, Carvalho se dispuso a superar la prueba de su intolerancia olímpica en la más drástica de las soledades. Sus dos vicios principales, cocinar y quemar libros, le proporcionarían contacto con la materialidad, le ayudarían a transformar el mundo y en diecisiete días de encierro podía permitirse el placer de quemar libros sustanciales; para empezar el volumen de Que sais-je? sobre el olimpismo.

Aunque su decisión fue estrictamente privada, y escaso de familia y allegados nadie podía conocer la peripecia antiolímpica del detective Carvalho, el protagonista de aquel acto esencial de rebeldía y desprecio se sentía tan insuperable como fatalmente autosatisfecho. Tiempos de narcisismo. ¿Qué mayor placer que ser el único gozador de su negación de los Juegos Olímpicos de Barcelona? Si quería razonar su rechazo de las convocatorias olímpicas, podía recurrir a la argumentación de que son juergas extradeportivas que se resuelven en excelentes negocios urbanísticos y mediáticos. O la estupidez congénita de los Juegos que descansaba en la no menos congénita estupidez e ignorancia de la realidad de su fundador, el barón de Coubertin, capaz de sostener que el deporte supera las desigualdades sociales y sólo permite las desigualdades derivadas del mayor y mejor esfuerzo deportivo: «La posición social, el nombre o el patrimonio heredado de sus padres no revisten ninguna importancia en este propósito.» Pero le parecía excesivo malgastar argumentación para un rechazo visceral. De Antonio Machado había heredado el odio por la gimnasia y de una profunda genealogía de perdedores, el rigor de no exhibir el exhibicionismo. Malos tiempos para ese rigor en una España que presumía de Juegos Olímpicos y Exposición Internacional de Sevilla como dramatizaciones privilegiadas de su modernidad. Si bien a nadie metían en un frenopático por estar contra los Juegos Olímpicos no era por tolerancia, sino por exhibición de la tolerancia. Estaba rodeado de exhibicionistas.

Se imaginaba el ademán borbónico y preocupado de su majestad el rey Juan Carlos preguntándole a la reina:

– Sofía, ¿has visto a Carvalho?

La perplejidad de la reina no la distraía del repaso del guión que se había escrito para cumplir suficientemente su cometido. También el rey, desde la gran profesionalidad que le caracterizaba, repasaba los atributos de realeza y los decálogos de conducta de un rey posmoderno que él mismo iba redactando en lo que podría ser un curso intensivo de Formación Profesional Permanente para Reyes y Príncipes en activo. Si bien en el pasado había contado con asesorías éticas y políticas de transición, entre las que destacan las cartas que le dirigiera don Emilio Romero, en el presente ya todo lo confiaba a la experiencia, aunque hubiera deseado que alguien le escribiera una Ética para reyes, a ser posible personalizada, y, un desiderátum, que se la escribiera el mejor sastre de éticas del país, don Fernando Savater.

– Es que me corta mucho, majestad, hacerle una ética a un rey.

– Pero hombre, Savater… ¿no se la haría usted a un jockey del Gran Derby o a un fisioterapeuta? Un rey es un profesional más.

Perpleja la reina ante la evidencia de que Carvalho no había estado presente en los Juegos, casi no pudo salir de la perplejidad, porque se la corrigió y aumentó el comentario de Fidel Castro:

– ¿Dónde se habrá metido el pendejo ese?

Y Bush, absolutamente desconcertado:

– ¿El asesino de Kennedy reside en España y no va a los Juegos Olímpicos?

Aunque Bush no acudiría a las Olimpiadas, obligado como estaba a declararle la guerra a alguien para poder superar la caída en picado de su audiencia electoral. Samaranch, el presidente del COI (Comité Olímpico Internacional), ése sí que estaba indignado: