– Este estudio de vez en cuando huele como si un soltero de mi edad viviera aquí. Al posar como modelo he enrojecido de vergüenza, pues hace dos o tres días que no me baño en el furo; y a la piscina, como he tenido una tregua de descanso, tampoco voy.
Kizu pudo arreglárselas para no enrojecer de vergüenza; pero, acordándose de que estaba retomando la costumbre de masturbarse después de años de no hacerlo, se sintió confundido. Y en estas circunstancias le dijo a Ikúo, por no callar, algo que no era interpretable como un cumplido:
– Un artista, mientras practica su creación, dicen que se rejuvenece. Ya se ve que es así.
Ese día desde por la mañana se oscureció el cielo, como si el sol hubiera llegado a su ocaso, y soplaba el frío viento del Norte. Kizu seguía por su propia cuenta con la peculiar "higiene terapéutica" para combatir el cáncer que había iniciado desde mediados de julio, o por mejor decir: los baños de sol -la denominación misma, de aire tan anticuado, "higiene terapéutica" le provocaba un sobresalto a Kizu-; pero ese día no había lugar a tales baños. Con la frente apoyada en la frialdad de la puerta de cristal que daba acceso a la tenaza, Kizu miraba al harunire, cuyas frondas sacudía el fuerte viento. Las hojas, en la medida en que podían verse, aparecían secas y sin brillo, y algunas que volvía el viento mostraban su envés blancuzco y aún más seco. Hasta el momento le habían llamado la atención unas pocas hojas amarillentas, pero solía ser porque las ardillas o el viento hubieran roto allí las ramitas, pero ahora se fijó en que había numerosas ramas en en que la mitad de sus hojas se había vuelto de un amarillo limón. Kizu pasó así el tiempo ese día hasta más tarde de las doce, en un estado de ánimo alterado, incapaz de tranquilizarse. Ikúo, que tenía que haber ido durante la mañana, no apareció. El lunes de dos semanas atrás, que ya había sido prefijado para una sesión de pintura, Ikúo llamó por teléfono diciendo que se tomaría ese día de descanso como modelo. El jueves siguiente también faltó, esta vez sin previo aviso. Y la semana anterior también se tomó vacaciones por el mismo procedimiento los dos días convenidos. Por fin, ese día, Kizu llamó por teléfono al club de atletismo. Le respondieron que no había tal cosa como ausencia por enfermedad, ya que en ese mismo momento Ikúo se hallaba actuando como monitor en una clase de nadadores aficionados. Kizu rogó que le comunicaran simplemente que él había llamado. Sería el jueves de esa misma semana, en una mañana clara, cuando Ikúo se le iba a presentar por fin en la puerta.
Pero a todo esto Ikúo no se disculpó especialmente ante Kizu por las pasadas dos semanas y media de ausencia. No parecía deberse eso a una inmadurez derivada de cierto egocentrismo, sino más bien a una actitud consciente por su parte de guardarse dentro lo que debía decir, lo cual preocupaba tanto más a Kizu. Y, por si fuera poco, había una sensación abiertamente extraña en torno al cuerpo desnudo de Ikúo. Con un proceder muy típico de los artistas, Kizu, al mirar a su modelo, lo hacía con una expresión alerta, semejante a la de quien aguza el oído ante un ruido raro; y eso tenían que delatarlo sus ojos. Ikúo, en diametral contraste con la actitud que adoptaba cuando empezó a ir al apartamento, se mostraba ahora con una sensibilidad muy pronta a reaccionar. Con el espeso follaje de la copa del harunire por detrás de su hombro derecho, y posando mientras aguantaba los fuertes rayos del sol -no habituales por cierto tiempo-, Ikúo se masajeaba con la punta de los dedos la escasa carnosidad que circundaba sus músculos abdominales, tensos como una tabla de lavar ropa.
– Durante estas dos semanas -dijo-, algo me he metido, y bien, en entrenamientos, como para matar a un caballo. Porque sólo con hacer de monitor de nadadores aficionados no me mantengo nada en forma. Y me estoy dando cuenta de que las carnes se me van espesando por esta zona, y me temo que la línea ya no sea la misma para usted que la última vez que estuve posando.
– Eso no es mayor problema -respondió Kizu-. Pues ahora estoy dibujando más que nada los salientes de tu espalda. Aunque, por supuesto, tu cuerpo entero se ve en forma, ¿en?
De todas maneras, Ikúo mostraba un aire de preocupación; y con la palma de la mano se puso a frotarse la parte sebosa de su abdomen, estirándola hacia el ombligo. Con ese frotamiento se destacaba de la espesa y oscura pelambre de su ingle el pene, que se notaba blando pero pesado, y se le iba hacia el muslo más próximo a Kizu, que lo estaba mirando actuar de este modo. Al sentir sobre sí los ojos de Kizu, el joven se manoseó los glúteos y trató de escudar sus genitales al amparo de sus gruesos muslos, pero no le salió bien el intento. Entretanto el pene se le curvaba hacia la derecha, a ojos vistas: apuntando al harunire, que estaba tras el cristal, aumentó vivamente de tamaño. Eso para Kizu no era comparable a sus erecciones de ahora; más bien le recordaba las que había tenido de joven, incontrolables y a su propio ritmo.
Ikúo acabó relajando la pose y se tapó el pene con las dos manos; con gesto decidido orientó su cara, enrojecida y seria, hacia Kizu. En ese día se daba por primera vez el caso, desde que tenía a Ikúo ante sí, de que éste lo mirara de frente.
– En realidad, profesor, hay algo que tengo que decirle hoy; y mientras lo pensaba se me ha ido la mente a mis emociones personales, y esto es lo que ha pasado. Perdone mi torpeza. También yo estoy confundido. Incluso me suena raro eso de "emociones personales", pero cuando recuerdo lo amable que ha sido siempre usted conmigo…
"Usted ha querido conversar conmigo de varios temas; y a mí casi me resulta increíble pensar con qué afecto me ha acogido en su casa. La soledad con que he vivido durante años no la he sentido ya estos últimos meses. Si no le diera las gracias sería un completo desagradecido, pero ahora, en realidad, y después de pensarlo mucho, creo que voy a dejar mi trabajo de Tokio.
"Es algo que ya había empezado a pensar cuando nos encontramos en aquella ocasión en la Sala de Secado del club, pues ya llevo trabajando allí dos años enteros. Gracias a eso me ha sido posible conocerlo a usted, profesor, así como conseguir este trabajo de modelo a raíz de ofrecerme a usted para ello, y enriquecerme con su conversación. Es muy de agradecer todo; pero creo que si sigo como monitor de natación, así no voy a ser capaz de enfrentarme con mis problemas personales. Tema éste que está en relación con lo que hemos hablado, de lo que significa la libertad personal…
"Así que mientras reflexionaba sobre todo eso, la semana pasada y la anterior me he dedicado a ponerme en forma, y por el momento, mientras aún me conservo fuerte, he llegado a una conclusión, y es que voy a marcharme. Ayer presenté mi dimisión en el club de atletismo. Según ha establecido el centro, en este caso no me gratifican al irme, pero en fin…
Kizu sintió vivamente en su interior como si un cuerpo extraño estuviese invadiéndole las células que se encontrara en su camino, y fuese creciendo a costa de ellas… como si un sufrimiento extrañamente físico lo sofocase. En tanto que se quedaba confundido sobre qué hacer, trató de autoconvencerse de que "así es como la gente sufre alguna vez el abandono de los demás". Ahora que él había rebasado en su vida la mitad de la cincuentena, éste era un nuevo revés que le reservaba la vida.
– Claro está, desde luego. Tú lo has pensado a tu modo, llegando a tu propia conclusión. También eso define a quien se va haciendo su personalidad concreta. Creo que no conduciría a nada que siguieras toda la vida como monitor de natación. Y vale decir lo mismo, con más razón aún, si se trata de posar como modelo. El irte por fin despegando de eso para marcharte por ahí a algún sitio es muy natural en tu caso. Eso no impide que yo sienta la añoranza de tu partida, digamos; o que me sienta apenado.
Mientras así hablaba, Kizu podía oír con sus propios oídos cómo un apasionado resentimiento por sus errores pasados resonaba al mezclarse con la corriente de su sangre. Ikúo entonces se volvió a él -una fuerte emoción embargándole la mirada- para venir a pedirle algo inesperado, algo que Kizu había pensado y soñado hasta el presente, y que ahora por el mismo desarrollo de los acontecimientos quedaba ya al descubierto; algo tan sorpresivo como desenfadado.
– Profesor, ¿es usted homosexual? A veces me he preguntado si no estaría usted preparando una relación conmigo de ese tipo, y, suponiendo que con esa intención me hubiera tratado tan amablemente, acabaríamos llegando a las manos de mala manera, zurrándole yo bien por mi parte.
Pero ya no tengo esas ideas tan hostiles. Y como hoy es el último día, si quiere hacer algo conmigo en la línea homosexual, no por eso voy a guardarle rencor… esto es lo que he pensado; y aquí tiene mi cuerpo, tal como usted me ve…
Kizu sintió que de súbito lo invadía una conmoción equivalente a la del viejo dicho del país: "un lamento que te destroza las entrañas". Se puso de pie. Ante ese movimiento suya, el joven, que estaba en pie protegiendo sus genitales con ambas manos, se vio aún más movido a la actitud de autodefensa; y esto a su vez hirió a Kizu en su orgullo. Kizu logró lanzar esta voz desde su garganta reseca:
– ¡No hay nada de eso! Ni yo sé nada, ni tengo práctica de amar a los de mi mismo sexo. Sin embargo, y hablando de tu cuerpo, es verdaderamente de una gran belleza, y yo he venido experimentando cierto movimiento de atracción por él. No es que tenga plan alguno en perspectiva, pero aunque sea lastimoso confesarlo, desde el fondo de mí mismo estaba esperando algo. Quizás sea porque estoy en esa época crítica de la vida. Y eso viene a ser todo.