– ¿Qué decir a todo esto? -respondió Kizu-. Ahora no puedo contestarte sobre la marcha. Diciendo lo que voy a decir parecerá que estoy tomando distancia respecto al tema, pero en realidad me atrevería a manifestar que lo que me ha llevado a encontrarme con esas dos personas es mi deseo de no perder tu compañía; es más, y por serte franco: ha sido como una intriga que he urdido para acortar en lo posible el tiempo que debo pasar separado de ti. Si embargo, ellos no me parecen ser de ese tipo de personas que me permitirían llevar adelante una relación así. Pero estoy tratando de encontrar una respuesta a tu pregunta sobre ellos, y en particular sobre Patrón. Al día siguiente de haber tenido esta conversación con Ikúo, Kizu se dirigió a la oficina -era la primera vez que iba sin ser llamado por Patrón-, claramente impulsado por sus propias palabras de la víspera. Tampoco esta vez hizo el trayecto en el microbús con Ikúo al volante, ya que éste había salido por la mañana temprano para el trabajo; en tanto que el mismo Kizu tenía que dedicar la mañana y parte de la tarde al trabajo pre-visto para el día en su dedicación a la pintura. Por eso hizo el viaje en su propio coche.
Cuando Kizu llegó a la oficina, ya había pasado la hora de cenar. Dejó el coche aparcado entre unos árboles, en una depresión de terreno que había junto al portón de entrada. La puerta del edificio estaba abierta, y alguien desde dentro le estaba mirando. Kizu avanzó por el jardín, pasó por la puerta abierta para venir a descubrir que quien estaba de pie en el vestíbulo era Ogi.
– ¿Esperas a alguna otra persona? -dijo Kizu a modo de saludo.
El joven asintió, mientras le hacía un gesto para que bajara la voz, aunque tampoco Kizu le había hablado a gritos.
Luego Ogi pasó a informarle, asimismo con voz atenuada, de lo siguiente:
– Ikúo ha ido con Bailarina en busca del médico.
Con estas palabras por toda explicación, el joven pasó junto a Kizu para ir a cerrar la puerta, lo que hizo sin ruido alguno. Durante su larga estancia en América, Kizu se había acostumbrado a no prestar atención al ruido de las puertas al abrirse y cerrarse; pero en ese momento advirtió que Ogi ponía sumo cuidado en impedir que se diera un portazo.
Guiador había acudido de su anexo al edificio de la oficina, y precisamente se encontraba en la zona del salón destinada al despacho. Vestía un cárdigan de calidad, con el cuello algo gastado, sobre su camisa. Sentado en el sofá hacia el extremo que daba al jardín, parecía sumido en sus reflexiones. Ogi volvió a su mesa de trabajo, donde se puso a atender los e-mails. Kizu por su parte se sentó en una prolongación en ángulo recto del sofá donde estaba sentado Guiador. Éste le dirigió un saludo tímido, como si Kizu estuviera en esa habitación por derecho propio, mientras él mismo -Guiador- se encontrase allí como de prestado. Advirtiendo el desconocimiento de Kizu, volvió a éste su cabeza, cubierta con una caperuza cual si fuera un ave de presa.
– Patrón está entrando en un estado anímico especial. No es uno de esos grandes trances que él ha tenido, pero sí algo muy próximo. En otras circunstancias ya pasadas habríamos considerado esto como un mero estadio preliminar al trance. Tal vez sea un presagio de que va a volver a entrar en un gran trance después de diez años. Le ha empezado esta mañana temprano, de modo que ya lleva así unas cuantas horas. Ante esta situación tan lanzando un profundo suspiro, y pasó a darle una explicación a Kizu, en voz baja pero clara.
– En cierta ocasión -le dijo-, un médico especialista analizó el estado de Patrón antes y después de un trance, usando un instrumental adecuado de medición. Esto ocurrió hace doce o trece años, en tiempos de un resurgimiento de la iglesia, y dicho plan fue propuesto por una cadena popular de televisión. Resultó que las ondas cerebrales y el electrocardiograma de Patrón reflejaban toda la calma sostenible para el caso, en tanto que su respiración y su pulso eran tan atenuados que podrían decirse mortecinos. El especialista manifestó que si alguien se encontraba en esos niveles tan bajos no era de esperar que siguiera vivo; y si seguía viviendo, se podía calificar de caso especial.
– ¿Y qué pasaba cuando él estaba en pleno trance? -inquirió Kizu.
– Entonces era imposible aplicarle el equipo de medición -explicó Guiador-. Después de un gran trance él queda terriblemente exhausto por todo lo que ha pasado; no sólo físicamente -por esas sacudidas del cuerpo que obviamente se pueden sentir-, sino también por su repercusión en el nivel anímico, esa violenta agitación de su espíritu. Cuando Patrón regresa de ese estado, se pone a hablar como un poseso, diciendo cosas sumamente enrevesadas. Cuenta que ante sí tiene algo como una estructura reticular en relieve, una pantalla de monitor que muestra signos luminosos en continuo cambio, y así transmite la información que recibe.
"Por expresarlo con nuestro lenguaje cotidiano, diríamos que Patrón se ve confrontado a algo que despide velados destellos blanquecinos. En realidad, cuando tenemos delante a Patrón, reaccionando él corporalmente a cada punto de información que le llega, su actitud nunca es reposada, estática, sino de continuo movimiento y agitación. Incluso el hecho de estar viéndolo resulta insoportable. Luego, al tratar yo de ayudarle traduciendo todo eso a nuestras palabras corrientes, he comprobado la cantidad y calidad de información que él ha captado sensiblemente en pleno trance. Esto ocurre en sus grandes trances, y entonces no puedo menos de conmoverme pensando en esas extrañísimas facultades suyas, insertas en su naturaleza como un destino innato.
"Otra cosa que he pensado, aunque esto quizá suene a exageración, es que Patrón puede otear con libertad todo el panorama de la historia humana, y asimismo es capaz de experimentar cada detalle de la misma. Todo esto se refleja corporalmente en él. Ío que él descubre viendo la historia de la humanidad, incluso su futuro/nos lo refiere; y, encontrándonos en el
"ahora", su visión alcanza de ahí al fin de los tiempos, para venir a contarnos luego cuanto ha visto.
– Y eso que "despide velados destellos", según usted ha dicho, ¿qué tipo de sensación es?
– Siendo yo la persona que ha venido escuchando todos los relatos de Patrón inmediatamente después de volver él de un trance, creo que me corresponde a mí el trabajo que viene luego, de transmitir todo eso mediante palabras -así decía Guiador, escuchando hasta ese momento su propia voz interior; pero, enderezando la cabeza, pasó a prestar oído a los ruidos originados en el mundo exterior.
También Kizu pudo oír indicios de que, en la calzada que discurría más allá del jardín, aparcaba un coche, y acto seguido unas personas entraban sigilosamente en el edificio.
– Ahora Bailarina viene a relevarnos -dijo Guiador-. Hablando de acompañarlo, profesor, a su apartamento, como Ikúo tendrá que volver acá más tarde y podrá también traerme, permítame, por favor, que le acompañe, pues me gustaría seguir conversando con usted.
Dicho esto, Guiador se volvió otra vez hacia aquella "cosa" sentada y con el tronco encorvado en postura tan poco natural. Luego se orientó hacia Kizu. Los ojos del artista, acostumbrados ya a la penumbra, podían hacer una lectura de las variopintas emociones que se le despertaban a Guiador. La mirada de éste, intrépida y penetrante, mostraba a la vez compasión y amor, sin contradicción alguna entre estos sentimientos.
Antes de que Kizu llegara a levantarse, dispuesto a seguir a Guiador, entró en la habitación, acompañado por Bailarina, un doctor bajito, de edad avanzada y piel tostada por el sol, a quien -con una expresión tomada del léxico que Kizu solía usar en su infancia con sus compañeros de juego- podía llamársele "un tanque de bolsillo". Sin responder a los saludos que le dirigían Guiador y Kizu, el médico avanzó resueltamente hacia donde estaba Patrón, y lo miró atentamente.
– Presenta el mismo aspecto que en otras ocasiones -dijo a Bailarina en tono nostálgico-. Si desde el principio hasta ahora no ha cambiado nada, no hay problema alguno. Aunque si entra en uno de sus grandes trances, eso me preocuparía. Por si acaso, voy a quedarme hoy a dormir en su cama. De este modo, si lo tengo en observación, no tendrán ustedes que preocuparse por él.
A Kizu le habían hecho el favor de aparcarle su Ford Mustang en el garaje de la oficina, y ahora volvía a su apartamento en el microbús conducido por Ikúo; en un asiento lateral, separado del suyo por un estrecho pasillo, iba Guiador, a quien dirigió esta pregunta:
– Volviendo al tema de los grandes trances, si Patrón, en sus grandes trances, contempla esa estructura reticular que le muestra toda la historia de la humanidad, en esos velados destellos blanquecinos, por muy grande que ésta sea, allí aparecerán las personas, e incluso los grupos humanos, del tamaño de una célula, ¿no es verdad? O, si no, ¿acaso está hablando en metáforas? ¿O, como si se dijera, que ahí se da un cierto modelo de visión histórica…?
– No se trata de metáforas ni de modelo alguno -respondió Guiador. En ese momento Kizu se quedó sorprendido al oler una vaharada de alcohol. Luego, al preguntarle a Ikúo, éste le aseguró que era un episodio casual, nada frecuente-. Patrón ha podido ver todo lo que realmente existe -continuó Guiador-, por muy pequeño que ello sea. Con los ojos corporales no pueden verse las células; pero ¿acaso hay parámetros físicos para medir la sensibilidad de un ojo visionario? Al parecer, Patrón ve todo el mundo unificado, abarcando desde el principio de los tiempos hasta su final.