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De repente tenía a Måns pegado a la espalda. Luego, a su lado.

– ¿Qué tienes? ¿Ha pasado algo?

Rebecka no aminoró la marcha.

– Me largo. Uno de los chicos de la cocina me ha dicho que puedo coger una barca. Remaré hasta el otro lado.

Måns emitió un sonido de escepticismo.

– ¿Estás mal de la cabeza? No puedes remar en la oscuridad. ¿Cómo seguirás después? Mejor quédate, ¿qué te pasa?

Rebecka se paró justo donde empezaba el embarcadero, dio media vuelta y soltó un gruñido.

– ¿Qué coño crees tú? -le preguntó-. La gente me pregunta qué se siente al matar a una persona. ¿Cómo cojones se supone que lo voy a saber? No me paré a reflexionar para escribir una poesía según mis sensaciones. Yo… ¡Simplemente ocurrió!

– ¿Por qué estás enfadada conmigo? Yo no te lo he preguntado.

Rebecka amansó el tono de voz.

– No, Måns, tú no preguntas nada. De eso no se te puede acusar.

– ¿Qué demonios? -respondió, pero Rebecka ya se había puesto a caminar por el embarcadero.

Måns se apresuró a seguirla. Había tirado el bolso dentro de la barca y estaba desatando el amarre. Måns buscaba algo que decir.

– He hablado con Torsten -soltó-. Me ha dicho que había pensado pedirte que le acompañaras a Kiruna. Pero le he dicho que no te diga nada.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? He pensado que sería lo último que necesitas en este momento.

Rebecka contestó sin mirarlo.

– Quizá debería decidir yo misma lo que necesito y lo que no.

Comenzó a darse cuenta de que la gente más próxima empezaba a dirigir las antenas hacia donde estaban ella y Måns. Hacían ver que estaban ocupados bailando y charlando, pero era innegable que el murmullo había perdido fuerza. Quizá ya tenían tema de conversación para la semana siguiente en el trabajo.

Måns también parecía haberse dado cuenta de que habían bajado la voz.

– Bueno, sólo era por consideración, lo siento mucho.

– Vaya, así que por consideración. ¿Por eso me has hecho estar presente como una idiota en todos los juicios?

– Tampoco te pases -replicó Måns resoplando-. Tú misma dijiste que no te importaba. Me pareció una buena forma de que mantuvieras contacto con el trabajo. ¡Sal de la barca!

– ¡Como si tuviera elección! ¡Eso seguro que lo entiendes si te paras a pensar un minuto!

– Deja eso de los juicios. Sal de la barca y échate a dormir y ya hablaremos mañana cuando estés sobria.

Rebecka dio un paso hacia delante en la barca haciendo que se balanceara. Por un instante Måns creyó que se subiría al embarcadero y le soltaría una bofetada. Eso sí que habría sido bueno.

– ¿Cuando esté sobria? Eres… ¡eres realmente de lo que no hay!

Puso un pie en el embarcadero y empujó para alejarse. Måns se planteó agarrar la barca, pero eso también habría sido todo un numerito: sujetando la proa hasta caerse al agua. Como el señor Melker del cuento, que siempre se bañaba vestido. La barca empezó a alejarse.

– ¡Pues vete a Kiruna! -gritó sin importarle quién estuviera escuchando-. Por mí puedes hacer lo que te dé la santa gana.

La barca desapareció en la oscuridad. Se podían oír los remos traqueteando en los escálamos y el chapoteo de las palas cuando entraban en el agua.

Pero la voz de Rebecka aún estaba cerca y ahora había subido el tono.

– A ver si me dices si hay algo peor que esto.

A Måns aquella voz le resultaba familiar de cuando, en otros tiempos, había jaleo con Madelene. Primero su ira contenida, y él que no tenía la menor idea de dónde la había vuelto a fastidiar otra vez. Luego la bronca, siempre como la tormenta del siglo. Y después la voz de ella, que subía el tono un poco antes de romper en llanto. Entonces era el momento de una posible reconciliación, siempre y cuando estuviera dispuesto a pagar el precio: asumir toda la culpa. Con Madelene contaba con un viejo guión del que echaba mano: él le decía que era un gilipollas y Madelene se acurrucaba entre sus brazos con la cabeza apoyada contra su pecho hipando como una criatura.

Pero con Rebecka… La mente de Måns dio un patoso y embriagado paso dentro de su cabeza en busca de las palabras adecuadas, pero ya era demasiado tarde. Los golpes de remo sonaban cada vez más lejos.

Y un carajo se pondría a gritar que volviera. Ni en sueños.

De pronto Ulla Carle, una de las dos socias mujeres del gabinete, estaba justo a su espalda preguntándole qué había ocurrido.

– Pégame un tiro en la cabeza -dijo Måns y empezó a subir hacia el hotel. Fijó el rumbo hacia la barra exterior, coronada por guirnaldas de colores y linternas venecianas.

MARTES

5 de Septiembre

El inspector de policía Sven-Erik Stålnacke conducía de Fjällnäs a Kiruna. La gravilla repiqueteaba contra los bajos del coche y a su paso iba dejando una gran estela de polvo. A su izquierda, al girar para tomar la carretera de Nikka, se alzaba hasta el cielo la gigante masa de la montaña de Kebnekaise con su color azul helado.

«Es curioso que nunca te canses de verla», pensó.

Aun habiendo pasado los cincuenta seguía fascinándose con los cambios estacionales. El aire frío que cada otoño bajaba de la montaña recorriendo los valles desde los picos más altos. El retorno del sol al final del invierno. Las primeras gotas que caen de los tejados. Y el deshielo. Con los años era como si uno fuera empeorando. Era como si el cuerpo te pidiera una semana de vacaciones simplemente para sentarte a mirar la naturaleza.

«Y lo mismo con mi padre», pensó.

Durante los últimos años de su vida, probablemente los últimos quince, su padre había estado repitiendo siempre la misma tonadilla: «Éste será mi último verano. Este otoño ha sido el último de mi vida.»

Parecía que eso fuera lo que más temía de morir. No poder vivir otra primavera, otro verano luminoso, otro ardiente otoño. Que las estaciones llegaran y acabaran sin él.

Sven-Erik miró el reloj de reojo. La una y media. Faltaba media hora para la reunión con el fiscal, así que le daba tiempo de pasar por el Asador de Annie y comerse una hamburguesa.

Se imaginaba lo que quería el fiscal. Pronto haría tres meses que la pastora Mildred Nilsson había sido asesinada y aún no habían encontrado nada. El fiscal se había cansado. Y ¿quién podía reprobárselo?

Sin darse cuenta aumentó la presión sobre el pedal del acelerador. Tendría que haberle pedido consejo a Anna-Maria, ahora lo veía. Anna-Maria Mella era la jefa de su grupo. Estaba de baja por maternidad y mientras tanto Sven-Erik la sustituía. Lo que pasaba era que no consideraba correcto molestarla mientras estaba de baja. Le resultaba extraño. Cuando trabajaban juntos la sentía siempre muy cerca, pero fuera del trabajo no se le ocurría nada que decir. La echaba de menos, pero aun así sólo había ido a verla una vez, justo cuando el niño acababa de nacer. Ella había pasado por la comisaría a saludarlos en alguna que otra ocasión, pero siempre se le echaba encima el gallinero entero de administrativas cacareando a su alrededor, así que lo mejor era quedarse a un lado. A mediados de enero volvería de manera oficial.

La de puertas a las que habían llamado. Tenía que haber alguien que hubiera visto algo. Pasaron por Jukkasjärvi, donde encontraron a la pastora colgando del órgano del coro, y también por Poikkijärvi, el pueblo en el que vivía. Nada. Habían hecho una segunda ronda. Ni mu.

Resultaba muy extraño. Alguien la había matado a plena luz en la zona del museo local, junto al río. Y a piena luz el asesino había llevado el cuerpo a cuestas hasta la iglesia. Sin duda había sido en plena noche, pero había una claridad como si fuera pleno día.

Habían descubierto que era una pastora controvertida. Cuando Sven-Erik preguntó si tenía algún enemigo, varias de las mujeres activas de la parroquia se ofrecieron a responder: «Elige al hombre que prefieras.» Una mujer de la rectoría que tenía unas líneas muy marcadas a los lados de la boca había dicho casi explícitamente que la culpa la tenía la misma pastora. Ya había salido en los titulares de la prensa local estando viva. Hubo discusiones con el consejo parroquial cuando, en los locales de la parroquia, organizó cursos de defensa personal para mujeres. Bronca con el Ayuntamiento cuando su grupo de bibliología sólo para mujeres, llamado Magdalena, salió a la calle exigiendo que una tercera parte de las horas de las pistas de hielo del municipio quedaran reservadas para hockey femenino y para grupos de patinaje artístico. Y últimamente se había peleado con algunos cazadores y criadores de renos. Fue por la loba que se había instalado en los terrenos propiedad de la parroquia. Mildred Nilsson les había dicho que la parroquia tenía el deber de proteger al animal. En las páginas centrales del diario NSD habían sacado una foto suya y la de uno de sus opositores bajo los títulos de «Amiga de los lobos» y «Enemigo de los lobos».