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Sven-Erik interrumpió sus cavilaciones al cruzarse con un conductor que entrenaba a su perro sujetando la correa a través de la ventanilla y haciéndole correr junto al coche. Pudo ver que se trataba de un cruce de perro jämthund. El animal galopaba con la lengua colgando.

– Jodido maltratador de animales -murmuró mirando por el retrovisor.

Probablemente era un cazador de alces que quería poner en forma al perro para la temporada. Por un momento pensó en volver atrás para tener una charla con el dueño. Los tipos así no deberían poder tener animales. Seguro que el resto del año lo tenía encerrado en una jaula.

Pero no dio la vuelta. Acababa de hablar con un hombre que había incumplido la orden de alejamiento de su ex esposa y además se negaba a presentarse a declarar aunque había sido citado para ello.

«Todo el día de bronca -pensó Sven-Erik-. Desde que me levanto por la mañana hasta que me meto en la cama. ¿Dónde hay que poner el límite? Un buen día estás disfrutando de tu día libre y te pones a gritarle a la gente que tira el papel del helado al suelo.»

Pero la evocación del perro galopando e imaginarlo con las almohadillas de las patas hechas jirones le estuvo carcomiendo todo el camino hasta la ciudad.

Veinticinco minutos más tarde Sven-Erik Stålnacke entraba en el despacho del fiscal jefe Alf Björnfot. El fiscal, de sesenta años, estaba sentado en el borde de su escritorio con una criatura entre los brazos. El niño estiraba felizmente el cordoncillo de la lámpara fluorescente que asomaba por encima de la mesa.

– ¡Mira! -exclamó el fiscal cuando Sven-Erik entró por la puerta-. Aquí viene el tío Sven-Erik. Éste es Gustav, el chaval de Anna-Maria.

Esto último se lo dijo a Sven-Erik entornando sus ojos de miope. Gustav le había cogido las gafas y las usaba para golpear el cordón de la lámpara, que se balanceaba en todas direcciones.

En ese mismo instante entró la inspectora jefa Anna-Maria Mella. Saludó a Sven-Erik con un levantamiento de cejas y una fugaz media sonrisa en su cara de caballo. Como si se hubieran visto en la reunión habitual de la mañana, aunque en realidad hacía varios meses que no hablaban.

A Sven-Erik le sorprendió lo pequeña que la veía. Ya le había pasado antes, en otras ocasiones que habían estado separados un tiempo, como después de las vacaciones, por ejemplo. En su cabeza siempre se la imaginaba mucho más grande. Se le notaba que había estado de baja. Tenía un moreno de esos que no se pierden hasta bien entrado el oscuro invierno. Ya no se le veían las pecas porque el resto de la cara había tomado el mismo color. Su gran coleta estaba casi blanca, y en el nacimiento del pelo tenía marcas de haberse rascado varias picaduras de mosquito, pequeños puntitos marrones de sangre seca.

Tomaron asiento. El fiscal jefe detrás de su sobrecargado escritorio y Anna-Maria y Sven-Erik uno al lado del otro en el sofá de las visitas. El fiscal se expresó en pocas palabras. El caso del asesinato, de Mildred Nilsson se había estancado. Durante el verano había ocupado casi todos los recursos que tenía la policía, pero ahora ya no se le podía dar la misma prioridad.

– No hay vuelta de hoja -le dijo a modo de disculpa a Sven-Erik, que miraba insistentemente por la ventana-. No podemos seguir dedicando tantos medios a este caso a costa de suspender las investigaciones de otros asuntos. Al final se nos echará encima el Defensor del Pueblo.

Hizo una breve pausa y observó a Gustav, que se dedicaba a vaciar el contenido de la papelera y a repartir el tesoro por el suelo. Una caja vacía de porciones de tabaco picado, una piel de plátano, otra caja vacía de pastillas refrescantes Läkerol Special y algunas bolas de papel. Cuando la papelera se quedó vacía Gustav se quitó los zapatos y los metió dentro. El fiscal sonrió y continuó hablando.

Había convencido a Anna-Maria para que trabajara a media jornada hasta que empezara con la jornada completa después de Navidad. La idea era que Sven-Erik continuara como jefe de grupo y que Anna-Maria se dedicara al asesinato hasta entonces.

Se subió las gafas hasta el nacimiento del tabique nasal y recorrió la mesa con la mirada. Al final encontró el archivo de Mildred Nilsson y se lo pasó a Anna-Maria y a Sven-Erik.

Anna-Maria hojeó el contenido de la carpeta mientras Sven-Erik leía por encima de su hombro. Le invadió una pesadez interior, como si una gran tristeza lo llenara a medida que pasaban las páginas.

El fiscal le pidió que hiciera un resumen de la investigación.

Sven-Erik tiró de su espeso bigote durante unos segundos de concentración y luego explicó sin mayores digresiones que a la pastora Mildred Nilsson le habían quitado la vida la noche del 21 de junio. Había oficiado una misa nocturna en la iglesia de Jukkasjärvi que terminó a las doce menos cuarto y a la que asistieron once personas. Seis de ellas eran turistas que se alojaban en el hotel rural y la policía los había sacado de la cama a las cuatro de la mañana para interrogarlos. Las demás eran de Magdalena, el grupo de mujeres de la pastora.

– ¿El grupo de mujeres? -preguntó Anna-Maria apartando los ojos de la carpeta.

– Sí, tenía un grupo de bibliología compuesto únicamente de mujeres. Se hacían llamar grupo Magdalena. Una asociación de esas que se están poniendo de moda. Solían reunirse en la iglesia en la que Mildred Nilsson oficiaba la misa. Ha suscitado discordias en algunos sectores. Tanto sus detractores como ellas mismas lo dicen así.

Anna-Maria asintió con la cabeza y volvió a clavar la mirada en el expediente. Los ojos se le entornaron al llegar al informe de la autopsia y al dictamen de Pohjanen, el médico jefe.

– Quedó bien destrozada -dijo-. «Hundimiento craneal… fractura craneal múltiple… contusiones cerebrales bajo las zonas del cráneo afectadas… hemorragia entre las meninges…»

Se percató de las muecas de desagrado e incomodidad tanto en el fiscal como en Sven-Erik y siguió hojeando el texto en silencio.

Es decir, violencia grave poco convencional. La mayoría de las heridas medían unos tres centímetros de largo con tejido conjuntivo en los bordes. El tejido estaba destrozado. Pero había una herida más grande: «Marca alargada y morada con hinchazón en la sien izquierda… a tres centímetros por debajo y dos por delante del conducto auditivo se observa el límite posterior de la herida estampada…»

¿Herida estampada? ¿Qué comentaba el médico forense al respecto? Pasó algunas páginas.

«… la herida estampada y la herida alargada lateral de la sien izquierda inducen a pensar en un arma con forma similar a la de una palanqueta.»

Sven-Erik continuó con su explicación:

– Después de la misa, la pastora se cambió de ropa en la sacristía, cerró la iglesia con llave y bajó caminando hasta el embarcadero que hay junto al museo local, donde tenía amarrada su barca. Allí fue donde la atacaron. El asesino cargó con la pastora de vuelta a la iglesia. Abrió el portón y la subió al coro, le ató una cadena al cuello, sujetó el otro extremo en el órgano y la colgó del coro.

No mucho más tarde la descubrió una de las conserjes. Le habían entrado ganas de bajar al pueblo en bicicleta para coger flores para la iglesia.

Anna-Maria miró un momento a su hijo. Había descubierto la caja de papeles para triturar. Estaba rompiendo una hoja tras otra. Una felicidad inconcebible.

Anna-Maria aceleró la lectura. Numerosas fracturas en la mandíbula superior y el pómulo. Una pupila más dilatada que la otra. La izquierda, seis milímetros; la derecha, cuatro milímetros. La causa era la hinchazón cerebral. «El labio superior, muy hinchado. La parte derecha, de color azul morado; la incisión muestra una hemorragia de sangre oscura…» ¡Santo cielo! Pérdida de los incisivos superiores. «Abundante sangre y coágulos en la cavidad bucal. En la boca hay dos calcetines presionados contra la garganta.»