– Todavía puedes volverte atrás si lo deseas -le murmuró Bond-. También sería posible salir de aquí haciendo explotar la casa, pero ese sistema es muy peligroso y yo creo sinceramente que el más practicable es el que he elegido. Las serpientes que no mueran quedarán atontadas y podremos atravesar el pantano en cuestión de segundos. No creo que nos acosen. Pero si intentamos abrirnos camino por la casa, los hombres de Scorpius nos abatirán con sus armas. Poseen movilidad Y conocen el interior del edificio mucho mejor que nosotros.
– No te preocupes, James -le aseguró ella, acurrucándose contra su cuerpo-. Iré contigo y no te abandonaré. Pero ahora ámame, querido. Será el mejor reconfortante.
Antes de media noche Bond fue al cuarto de baño y sacó las tres bombas. Las llevaría puestas por orden de uso en la mano izquierda. La Browning iría en su cinto dispuesta para ser transferida cuando llegara el momento al gorro de baño que llevaba atado a la cintura. El cuchillo y otros objetos diversos quedarían distribuidos por los bolsillos.
Se volvió a la cama, pero no pudo dormir ni tampoco Harriett, de modo que hicieron el amor una vez más y luego descansaron uno en brazos de otro hasta que 1legó el momento de prepararse para actuar.
Por causa de los micrófonos habían ideado un procedimiento para vestirse casi en silencio total, y hacia las cuatro y veinticinco estaban los dos junto a la ventana. Bond pasó revista uno por uno todos los movimientos. Fuera se habían apagado los focos. A exactamente las cuatro treinta hizo una señal con la cabeza. Harriett se acercó a él y le dio un último beso y un abrazo. Bond la retuvo durante un segundo y enseguida abrió la puerta vidriera.
En la penumbra, Harriett se agarró a su cinturón. Pero apenas habían dado dos pasos hacia adelante, cuando Bond tropezó de improviso con algo que parecía tan sólido como un muro de ladrillo.
Todo a su alrededor se volvió negro, pero al instante los dos quedaron vivamente iluminados y rodeados de imágenes de ellos mismos.
En una fracción de segundo, en la que había ocurrido todo aquello, Bond comprendió cómo actuaba la trampa. Al mirar desde la ventana no se distinguía nada extraño. Pero una vez en el exterior, se quedaba atrapado en un gran compartimento tan grande como un cuarto de baño, hecho enteramente de cristal y con los bordes curvados. Una vez atrapados en aquella caja, la puerta deslizante se cerraba automáticamente, al tiempo que una potente luz se encendía en la parte superior. Las desconcertantes imágenes reflejadas provenían de que el cristal había sido tratado de tal modo que al encenderse las luces las paredes se convertían en espejos casi perfectos.
¿De modo que era aquello a lo que Scorpius había aludido cuando mencionó haber añadido algunos refinamientos producto de su imaginación?
Harriett se puso a gritar histéricamente, intentando trasponer el muro de cristal.
A nivel del suelo y junto a lo que habían imaginado que era el exterior de las habitaciones se había abierto un largo enrejado. Y de él, impulsados por algún mecanismo secreto, empezaron a surgir enormes escorpiones rampantes, aterrorizados y frenéticos al ser heridos por la cruda luz de los focos.
Surgían a montones, no en decenas, sino en lo que parecía a centenares como una marea continua. Algunos parecían caer también de la parte superior de su prisión de vidrio, mientras otros intentaban trepar por el mismo. Aunque muchos alacranes se mataban entre ellos, la catarata era implacable y Bond se quedó helado de horror, mientras Harriett chillaba y se agarraba a su cuerpo como clavada al suelo, hipnotizada por aquellos horribles insectos. La piel de Bond empezó a contraerse mientras todo cuanto podían registrar sus sentidos se concentraba en aquel vasto ejército que parecía surgir de las entrañas de la tierra y cuyas largas colas curvadas mostraban su aguijón dispuestos al ataque.
Los gritos de Harriett repercutían en el interior de Bond, mezclándose el horror con una sensación de silenciosa angustia. Más por su parte, ningún grito se desplazaría de su cerebro para surgir de sus labios. Eran los alaridos que suenan en las pesadillas, en esos sueños que horripilan la piel, en los horrores y fantasías en los que seres extraños se acercan silenciosos y amenazadores con pasos ahogados, dispuestos a clavaros su veneno en el corazón.
21. Herencia mortal
Bond alargó la mano hacia su Browning al tiempo que gritaba:
– ¡Cúbrete la cara!
Confiaba en que el vidrio no fuera a prueba de balas y apretó el gatillo tres veces: arriba, en medio y abajo. Era preciso actuar sin pensar en nada para salir de aquella caja de cristal, bajo la luz cegadora, rodeados de espejos mientras cientos de escorpiones duplicaban su número y lo triplicaban a cada segundo que iba transcurriendo.
– ¡Vamos! -gritó-. ¡Ten ánimo! ¡Sigue el plan! Cuenta los pasos y adelante.
El cristal se había roto, dejando pasar el aire frío de la madrugada por una abertura que los dos traspusieron. Bond sintió una punzada de color cuando la punta de un cristal roto le rozó el hombro rasgándole la chaqueta y la camisa. Harriett iba a su lado respirando fuertemente, aferrada todavía a su cinturón.
– ¡Adelante!
Empezaron a correr hacia el pantano: dieciocho, diecinueve, veinte pasos. La mano derecha de Bond tomó la primera bomba, levantó el brazo e impulsó el detonador, activando la mecha electrónica y arrojando la bomba frente a él. Dieron otros dos pasos antes de lanzar la segunda bomba, y otros dos al desprenderse de la tercera. Apenas había tocado el suelo cuando la primera, es decir, la más alejada estalló fuertemente, produciendo una nube de fuego.
Las otras dos estallaron casi simultáneamente, al tiempo que los fugitivos apresuraban el paso. Las pequeñas bombas habían sido lanzadas con pericia, practicando un paso a través del pantano. A la débil claridad reinante pudieron ver el espacio que se abría ante ellos por entre los abrasados y humeantes juncos.
– ¡Más deprisa, Harriett! ¡Más deprisa!
Prosiguieron corriendo desesperadamente, chapoteando, hundiéndose y resbalando en el agua pantanosa.
Cuando llegaron a la playa, Bond oyó un grito de Harry y pudo ver como algo se deslizaba con rapidez por entre los juncos a su izquierda.
Empuñó la Browning, que anteriormente se había vuelto a poner en la cintura mientras escapaban de la trampa de los escorpiones, la levantó e hizo dos disparos en dirección al lugar donde se había producido el movimiento.
Harriett volvió a gritar:
– ¡James! ¡0h Dios mío! ¡James!
Notó cómo tiraba de él frenéticamente, pero ya estaban en la playa y no podían detenerse en modo alguno. Se metió la pistola en la bolsa impermeable que le colgaba del cinto como una mochila y tiró de Harriett con ambas manos. Ella continuaba moviendo las piernas, pero cada vez de un modo más lento y pesado.
Estaban ya casi al borde del agua cuando menudos proyectiles empezaron repentinamente a percutir sobre la arena y la espuma que se formaba frente a ellos. Luego, desde lo que parecía una gran distancia por la parte de atrás, les llegó el tableteo sordo de una metralleta que intentaba levantar un cono de fuego a su alrededor; pero se hallaba demasiado lejos para resultar efectiva.
El agua envolvía los tobillos de Bond, quien de pronto se hundió hasta las rodillas en aquel mar agitado. Se lanzo hacia adelante, pero pudo observar que Harriett no le seguía y que era preciso tirar de ella.