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– Bien.

Bond ejerció toda su fuerza en dar un empujón a Scorpius, al que arrojó sobre la arena. Trató de incorporarse y de retroceder hacia la entrada del pozo caminando a gatas. Pero Bond disparó frente a él y la bala levanto una nubecilla de polvo.

– ¡Pero…! ¡Pero…! -tartamudeó Scorpius.

– No hay pero que valga -se burló Bond-. La próxima bala le dará en la mano.

– Usted dijo… usted dijo…

– Lo único que he dicho ha sido: «Bien.» Ni una palabra más. ¡Y ahora muévase! ¡Póngase en pie!

Scorpius vaciló quizá más de la cuenta, y la siguiente bala le dio en la mano, tal como Bond había advertido. Miró asombrado sosteniendo su miembro herido laciamente frente a la cara sin poder creer lo que veía.

– ¡Ahora vuélvase y eche a andar!

– ¿Dónde? ¿Cómo? ¡No!

Un nuevo proyectil le dio esta vez en el brazo, magullándoselo al punzar y penetrar la carne.

– ¡Andando, Scorpius! ¡Directo hacia el mar!

– ¡No… no… no!

– ¡Sí! -replicó Bond, tajante y categórico-. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Muévase!

Volvió a disparar, sabiendo que sólo le quedaban un par de proyectiles en la recámara.

El último disparo rozó un pie de Scorpius, que empezó a gritar, mientras Bond apuntaba otra vez con cuidado, al tiempo que le ordenaba:

– ¡Corra! ¡Corra en dirección al mar! ¡Corra lo mismo que corrí yo antes! ¡Y como corrió también Harriett! ¡Deprisa!

Gimoteando de terror, Scorpius se alejó, aunque al llegar a cierta distancia se detuvo y volvió la cabeza. Su mano chorreaba sangre. Parándose otra vez, empezó a gemir como un perro.

Bond disparó una última bala que le pasó junto a la cabeza; al darse cuenta de que no le quedaba la menor esperanza, Vladimir Scorpius se lanzó al pantano.

Pero no había dado más de dos pasos cuando la primera serpiente le mordió. Bond vio cómo el reptil surgía del agua como una flecha y se aferraba a la pierna de Scorpius. Y a aquél le siguió otro, y luego otro.

Hasta Bond llegó el lamento final de Scorpius, un grito chirriante: «¡Noooooooo!» Luego levantó las manos y cayó hacia adelante. Se produjo un repentino y horrible chapoteo alrededor del cuerpo, mientras trece o catorce serpientes de gran tamaño se enroscaban y se retorcían lanzándose contra el hombre que había constituido una amenaza constante y encubierta para tantas personas.

Detrás de Bond la puerta del cuarto se abrió violentamente y Pearlman y Wolkovsky se acercaron dando traspiés.

– ¡James! ¡Caray, muchacho…!

Wolkovsky se aproximó a él y, al hacerlo, dirigió una mirada hacia la masa de reptiles que se contorsionaba en el pantano.

Bond se encogió de hombros.

– No he podido evitarlo. Intenté sólo herirle. Le alcancé en la mano, en un brazo y en un pie, pero no quiso detenerse. Me parece que ya se había hecho a la idea.

Sonrió. Por lo menos Harry quedaba vengada. Luego se volvió hacia los otros dos:

– ¿No creen que es mejor ponerse en marcha? Tenemos todavía mucho que hacer. Mucho que descubrir. Por ejemplo, el fraude de las tarjetas de crédito. Hemos de contactar con Londres para que se hagan cargo de esas bombas humanas, ahora que ya sabemos dónde están y sobre todo averiguar quién diantre actuaba en Londres como secuaz de Scorpius. ¿Era usted, Pearly?

Pero Pearlman negó con la cabeza lentamente.

– No sea tonto. Yo no he sido, jefe. Pero me parece que lo descubriremos antes de que acabe el día. Personalmente creí que ese sinvergüenza se desharía de mí, después de que le traje a usted a este lugar.

– ¿Usted entonces, David? Siempre he sospechado, pero supongo que si ha tomado parte en la invasión final de «Ten Pines»…

Wolkovsky movió la cabeza.

– Puede estar seguro de que no, James. Pero ahora tenemos una tarea más inmediata que hacer -añadió-. Están mandando informes a Londres sobre los Humildes a los que se ha encomendado tareas mortíferas. Pero hay otra cosa. Algo que requiere velocidad y tacto. Venga y véalo usted mismo. Creo que el amigo Scorpius nos ha dejado una herencia mortal. Y el tiempo se acaba.

22. «El último enemigo»

Pasaron con Bond, al interior de la casa, atravesando los diversos pasillos y se detuvieron junto a una puerta abierta que daba a lo que de manera evidente había sido el dormitorio principal de Scorpius y que, según comentó Bond, parecía decorado al estilo «prisionero de Zenda». Rebuscaron por diversos armarios llenos de ropas, muchas de las cuales estaba claro que no habían sido compradas para Scorpius, hasta que finalmente encontraron una camisa, ropa interior, calcetines, corbata y un traje gris de corte clásico que le quedaba bastante bien a Bond. Pearlman regresó a las habitaciones de los huéspedes para recoger los zapatos de piel suave.

Le concedieron tiempo para darse una rápida ducha y cambiarse antes de reanudar su actividad. De vuelta al comedor de Scorpius, de tan sorprendente mal gusto, conectaron teléfonos de campaña similares al C500s utilizado por Bond en el servicio.

Uno de los hombres de Wolkovsky estaba sosteniendo una animada conversación con alguien de Washington, y pudo oír que mencionaba varias veces el nombre del presidente. En el otro aparato, uno de los colegas de Bond hablaba también con rapidez leyendo una larga lista anotada en el libro que antes había visto puesto sobre el mostrador del bar.

Atisbando por encima de su hombro, Bond pudo ver que el agente transmitía sus datos a Londres sin perder la calma, mencionando horarios, objetivos, nombres y, cuando le era posible, las últimas señas de los Humildes involucrados en misiones mortales. Había una lista separada que contenía un centenar de nombres y que estaba encabezada bajo el titulo Avante Carte.

– Tenemos que esperar un poco hasta que Charlie haya terminado de hablar con Washington -le advirtió Wolkovsky.

– ¿Se trata del asunto del Avante Carte? -preguntó Bond-. Por lo que me dijo Scorpius, creo que era algo más que una artimaña con fines monetarios engañosos.

– Afortunadamente, los de la Sección Q ya hablan fijado su atención en ello. -Wolkovsky conocía a la Bella Q desde una perspectiva profesional, y afirmaba que había logrado averiguar los más siniestros secretos relativos a la tarjeta-. Al parecer podían operar con ella en algo mas que en circular dinero por diferentes cuentas. La tarjeta estaba dotada de un micro-chip que le daba acceso al mercado de valores. Habrían podido provocar el pánico en los mercados mundiales. La Avante Carte podía realmente comprar y vender valores. Según se ha averiguado, se trataba de causar una demanda general de libras esterlinas en medio de la campaña electoral. -Al disponer ahora de los nombres y las señas de los propietarios de las tarjetas, la policía pondría todo su esfuerzo en localizar a cuantas de ellas existieran en Inglaterra-. Me parece que lograrán evitar el desastre -afirmó Wolkovsky, encogiéndose de hombros-. Ahora tengo una preocupación más acuciante. Pero hay que esperar hasta que Charlie conozca la reacción de Washington.

Bond hizo una señal de asentimiento y empezó a pasear por el estudio vacío de muebles pero dotado de numerosas estanterías con libros. Pearly le acompañaba.

– ¿Por qué cree usted que Scorpius puso mi vida en peligro ya anteriormente, Pearly? ¿Qué piensa de aquellos coches? ¿Lo de Hereford?

– A mí me parece que fue accidental, jefe. Se mostraron muy listos al mantenerle bajo vigilancia; al asegurarse de que era usted la persona designada para la tarea. No se imaginaron que se descubriría. -Adoptó un aire un poco compungido-. Lo lamento. Debí haber sido más avispado y no dejarme meter en esto. Fue solo por causa de Ruth y no tenía idea… -Parecía no encontrar las palabras adecuadas-, no tenía idea que la cosa iba a terminar así, con la gente saltando por los aires como bombas humanas. ¡Da asco! Ya fue demasiado cuando hace un par de años ese individuo metió a su amiguita en un avión comercial cargada de explosivos hasta las orejas. Pero esa gente se ha dejado engañar hasta el punto de creer que servían a las generaciones futuras inmolándose a si mismos junto con personas inocentes.