– Sí, en circunstancias normales. Pero hay en él algunas cosas que no lo son. Nuestros colegas de la Cinco parece que también han estado sometiendo a vigilancia a los Humildes, a causa de posibles actividades revolucionarias, pero ahora hemos sido invitados a compartir el problema sobre todo por lo que respecta al padre Valentine. Hasta este momento la prensa sensacionalista popular ha tenido que limitar sus comentarios al líder de la secta, es decir, a Valentine, pero los Humildes en sí mismos parece que quedan al margen de todo reproche a causa de sus dogmas sobre moralidad, pureza y otros. Valentine disfruta de cierta reputación por ser el responsable de conseguir que un número importante de personas abandonen las drogas, como la heroína y algunos derivados, como el crack. Por los Dupré hemos sabido que sin duda alguna volvió a Emma al buen camino cuando estaba a punto de morir. Así que la prensa sólo puede atacarle en lo que se refiere a las finanzas. ¿Adónde va a parar todo ese dinero? Según un periódico, Valentine posee varios cientos de millones. Y la impresión general es la de que una gran parte de las rentas que obtienen los Humildes pasa a la cuenta personal de Valentine, permitiéndole un estilo de vida extravagante que hasta ahora ha sido cuidadosamente ocultado.
M hizo una señal a Bailey antes de continuar:
– Nuestro amigo de la Sección Especial aquí presente ha venido a verme porque el número del teléfono de usted fue encontrado en el bolso de esa pobre muchacha. También me ha dicho que la hija de Basil Shrivenham está mezclada en todo esto. Mientras esperábamos que usted llegara ha ocurrido algo poco corriente.
– ¿De veras? -preguntó Bond, cuya mente se había agudizado hasta el máximo aun cuando su cuerpo pareciera estar preparándolo para un largo período de inconsciencia.
M continuó hablando durante algún tiempo. Entre el momento de avisar a Bond y la llegada de éste habían ocurrido dos cosas: la primera fue la petición de una entrevista privada por parte de lord Shrivenham.
– Bailey tuvo la amabilidad de retirarse unos momentos. Conozco al viejo Basil desde hace años, pero aun así al pobre le hizo falta un gran acopio de valor para venir aquí y poner su alma al descubierto, por así decirlo.
Según M, lord Shrivenham se hallaba en un estado de terrible abatimiento, luego de saber por conducto de las oficinas Gomme-Keogh lo sucedido a Emma Dupré.
– Entró casi gimoteando -el rostro de granito de pareció suavizarse-. Nunca lo había visto así. Luego todo adquirió un aspecto penoso. El pobre casi nos imploró que le ayudáramos. Volvió a repetir todo lo que ya sabíamos sobre la joven Trilby… Por cierto, un nombre bien tonto. Debió ser idea de Dorothea, o sea, de lady Shrivenham. El viejo Basil se casó con ella sabiendo que era de menor rango que él. En realidad, fue una especie de trato comercial. El padre de su esposa estaba metido en un asunto de medicinas patentadas que se vendían con la marca Porter. Hizo una fortuna con las píldoras Porter; las mejores para ponerse a tono. Al parecer, daban vitalidad y le mantenían a uno en buen estado de ánimo. Cosas de ésas. Un ambiente no muy adecuado para él.
»Basil admite que Trilby pudo apartarse de su condenada adicción, pero ha entregado su herencia y hace más de un mes que no sabe nada de ella. Me preguntó, o mejor dicho, me rogó que utilizara mi influencia en el servicio para hacerla volver a casa. Sugirió incluso que puede estar como secuestrada. Todo muy emocionante, pero debo admitir que me puso nervioso por ser un buen amigo y todo lo demás.
– ¿Le prometió usted algo? -preguntó Bond.
Se produjo una larga pausa antes de que M contestara:
– Nada en particular. Sólo le dije que llevaríamos a cabo algunas investigaciones. Posiblemente de manera extraoficial.
Dirigió a Bond una mirada de soslayo.
– ¿Como cambiar impresiones con nuestros amigos del Cinco? -preguntó Bond.
– No, no eso exactamente -repuso M sin mirar a su agente a los ojos.
– ¿No es una gestión interesante?
– Bueno, lo que pasa es que pense…
– Que es uno de esos casos que dan mala fama al servicio. Una operación de las que años más tarde aparecen en las memorias de algún funcionario retirado que no se siente satisfecho con la pensión que cobra -Bond miró a su jefe con ese aire de inocencia que sólo se puede aprender en la dura escuela de la simulación y del secreto.
– Quizá sí me lo pareció, aunque sólo por un momento. A continuación sucedió la otra cosa.
Apenas se había marchado Shrivenham, David Wolkovsky se había presentado en la recepción. Wolkovsky era el oficial de enlace de la CIA en Grosvenor Square…, es decir, de la embajada norteamericana.
– Demasiado meloso para mi gusto -explicó M mordiendo las palabras como un predador arrancando la carne de la carroña. Bond sabia la existencia de un prolongado antagonismo personal entre M y Wolkovsky.
– ¿Lo recibió usted?
M hizo una señal de asentimiento.
– Sí, en seguida. Me dijo que el asunto estaba clasificado como especial y que tuvo que ser planteado la semana pasada -de pronto el aspecto de M cambió y tanto Bailey como Bond creyeron recibir el impacto de un rayo de luz que pareció partir de su rostro-. Nuestros primos de Grosvenor Square y de Langley, Virginia, están también interesados en el padre Valentine. Tan interesados que han convertido el asunto en una operación anglo-norteamericana de carácter prioritario. EL DGSS comunicó por teléfono poco después de que saliera Wolkovsky -otro rayo de luz. Para M el DGSS significaba el director general del Servicio de Seguridad o, dicho en otras palabras, el director del MI5, o Military Intelligence-. Las fichas llegarán por la mañana, pero básicamente lo que ocurre es que la Oficina de Impuestos de Estados Unidos quiere tener una conversación con Valentine, del que sospecha que es un lobo con piel de cordero -hizo una nueva pausa, esta vez buscando lograr un aspecto especial-. Un lobo 1lamado Vladimir Scorpius. ¿Qué les parece?
Bond se oyó a si mismo aspirando el aire fuertemente aunque sin abrir la boca.
– ¿El famoso Vladimir Scorpius? -preguntó.
– En efecto, Scorpius. El traficante que arma a casi todas las organizaciones terroristas conocidas y a unas cuantas que aún quedan por descubrir.
A Bond le pareció estar viendo el expediente de Scorpius. Era tan grueso como el listín telefónico de Londres, pero aun así todo el mundo sabía que quedaba incompleto.
– Sugiero -continuó M- que usted, 007, se ponga al día con respecto a los datos que tenemos de Scorpius. Esto es lo que estarán haciendo también en Grosvenor Square y en la zona donde se halle la Cinco, sin mencionar la Oficina de Impuestos en Buch House, los subordinados del superintendente jefe y la Oficina de Impuestos de Estados Unidos, que a mi modo de ver posee un poderío insuperable.
Bailey tosió.
– Unas palabras, señor, antes de que quedemos profundamente involucrados en una posible operación contra Scorpius, que ya es conocido en la Sección Especial como traficante internacional de armas, de un carácter casi único por su maldad.
– ¿Ah, sí? -preguntó M ásperamente. Estaba claro que deseaba seguir debatiendo lo que le parecía un contacto de importancia capital.
– Hay otra cosa de la que quería hablar con usted y a ser posible también con lord Shrivenham.
– Adelante.
Bailey metió la mano en su cartera.
– Miss Dupré llevaba encima muy poco dinero y, si es verdad que había entregado todo su capital a la Sociedad de los Humildes, ninguno de nosotros puede comprender por qué llevaba también tarjetas de crédito.
Hizo una pausa con la mano todavía dentro de la cartera.
– Sus padres afirman no haber pagado ni un céntimo a cuenta de dichas tarjetas. Sin embargo las hemos encontrado en su bolso.
Sacó una carterita de piel de la que extrajo una tarjeta American Express Oro, una Visa del Barclays Premier, una Master Charge y una Carte Blanche, que colocó formando una pulcra hilera sobre la mesa frente a M.