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– ¡Hey! -llamó Adam mientras trotaba hacia el Yukon-. ¡Espere!

Una mujer de cuarenta y algo en le asiento del pasajero se dio vuelta y miró a Adam con rostro inexpresivo.

– Estoy pegado detrás de ustedes -dijo él, dirigiéndole una amplia sonrisa-. ¿Podría avanzar un segundo? Saldré de allí y tendrá montones de espacio.

La ventana de pasajeros estaba abajo, pero la mujer no contestó. Miró el asiento del conductor. No intercambiaron palabras. La puerta del conductor se abrió y un hombre con camisa de golf salió. Su esposa hizo lo mismo.

– ¡Hey! -llamó Adam-. ¿Me oyeron? Me han encajonado. Si puede avanzar un poco, estaré fuera de allí en un salto.

El hombre hizo clic en su control remoto. La alarma pió. Su esposa se puso a su lado y se dirigieron hacia el restaurante.

– Asnos -refunfuñó Paige-. Poseen un gasoducto de cincuenta mil dólares y creen poseer toda la maldita carretera.

– Hablaré con ellos -dije-. Tal vez él escuchará a una mujer.

– No lo hagas -Ella agarró mi brazo-. Alcanzaremos a los demás y volveremos por el Jeep más tarde.

– Sólo voy a hablar con ellos.

Ella echó un vistazo a Adam, que miraba a la pareja-.No es por ti que estoy preocupada.

El hombre se giró ahora, sus labios curvándose cuando le lanzó un insulto Adam.

– ¿Qué ha dicho? -gritó Adam.

– Oh, mierda -murmuró Paige.

El hombre volvió la espalda a Adam.

– ¿Qué ha dicho? -gritó Adam.

Mientras Adam gritaba al hombre, tomé la decisión, en una fracción de segundo, de interferir. Tratábamos de mantener un bajo perfil y no podíamos permitirnos llamar la atención con una reyerta que podría implicar a la policía. Adam debería haber sabido esto, pero supongo que incluso los hombres jóvenes más tranquilos pueden estar sujetos a oleadas de testosterona.

Cuando di vuelta para ir tras Adam, Paige agarró mi brazo.

– Espera -dijo-. No hagas…

Me la quité de encima y comencé a correr, no haciendo caso de sus gritos de advertencia y de sus pasos siguiéndome. Cuando me acerqué a Adam, olí fuego. No de humo de cigarro o un tizón o azufre, sino el olor subyacente al fuego mismo. No haciendo caso de ello, agarré la muñeca de Adam y lo hice girar.

– Olvídalo -dije cuando él se giró-. Jeremy puede llevarnos…

Adam me afrontó ahora, y supe de donde venía el olor a fuego. Sus ojos brillaban carmesíes. El blanco era un rojo luminiscente, centelleando con una rabia sin fin.

– Aleja tus manos de mí -retumbó él.

No había rastro de la voz de Adam en las palabras, ningún signo de él en su cara. El calor emanaba de su cuerpo en oleadas. Era como estar demasiado cerca de una hoguera. El sudor saltó de mis poros. Alejé mi rostro del calor, aún sosteniendo su muñeca. Él me agarró, una mano en cada antebrazo. Algo chisporroteó. Lo oí primero, y tuve un segundo para preguntarme qué era, luego estuve cagada por el dolor que atravesaba mis brazos. Él me soltó y tropecé hacia atrás. Verdugones rojos se elevaron de inmediatamente en mis antebrazos.

Paige me agarró, estabilizándome. La empujé lejos y me volví hacia Adam. Caminaba a zancadas hacia un callejón vacío.

– Él está bien -dijo Paige-. Se pondrá bajo control ahora.

La camioneta Explorer dobló la esquina. Agité mis brazos hacia Jeremy para que se detuviera y abrí la puerta de pasajeros antes de que los de la otra camioneta llegaran. Cuando brinqué dentro, la mirada fija de Jeremy fue a mis brazos quemados y su boca se apretó, pero no dijo nada. Esperó hasta estuve dentro, luego apretó el acelerador.

DISECCIÓN

Mientras Jeremy conducía, le expliqué lo que había pasado. Una vez fuera de la ciudad, Jeremy se detuvo en una gasolinera, aparcó delante de la cabina telefónica, y salió. Unos minutos más tarde volvió y tomó la carretera de regreso.

– ¿Ruth? -pregunté.

– Le dije que no volveríamos a la reunión esta noche. Oyó lo que pasó. Estaba muy compungida. Preguntó si vendríamos si se reunieran otra vez mañana. Le dije que no lo sabía, por lo que ella quiere que la vuelva a llamar esta noche y nos enteremos de lo que ellos decidan.

– ¿Lo harás?

– Probablemente. Mi primera prioridad es proteger a la Manada. Para hacer eso, tendríamos que unirnos a esta gente temporalmente, mientras investigan esta amenaza. Tienen recursos que nosotros no. Durante la cena hablamos de esa proyección astral que realizan los chamanes, y suena como un instrumento inestimable para aprender más acerca de estos hombres que encontraste en Pittsburgh. Aparte de eso, no tengo ninguna intención de quedarme para ayudarles. Nosotros luchamos nuestras propias batallas.

En el silencio que siguió, reflexioné acerca nuestro día, en las cosas aplastantes que habíamos descubierto. Aplastantes para mí, al menos. Jeremy no sólo no parecía desconcertado, sino que tampoco sorprendido por todo esto. Yo podría atribuirlo a su ecuanimidad habitual, pero su respuesta a todo parecía demasiado calmada, incluso para él.

– Tú lo sabías -dije-. Sabías que había otras… cosas ahí afuera. Además de nosotros.

– Había oído rumores. Cuando era un niño. Largas noches, después de una Reunión, de vez en cuando, se hablaba de la posibilidad de que existieran otras criaturas, vampiros, hechiceros, y otros por el estilo. Alguien recordaba a un tío que una vez había conocido a un ser con extraños poderes, esa clase de cosas. Muchos humanos discuten sobre la existencia de aliens y fantasmas. Algunos lo creían. La mayoría no.

– ¿Tú lo hacías?

– Parecía improbable que fuéramos las únicas criaturas legendarias con base real -Condujo en silencio durante un momento, luego continuó-. Una vez, poco antes de su muerte, mi abuelo me dijo que su abuelo decía haberse sentado en un consejo de lo que Ruth llamaría “seres sobrenaturales”. Mi abuelo sospechaba que la historia podría haber sido simplemente la imaginación confusas de un anciano, pero creyó que debía contármelo. Si fuera cierto, si otras criaturas existieran, entonces alguien en la Manada debía ser consciente de la posibilidad.

– ¿No deberían todos los miembros de la Manada haber sido conscientes de la posibilidad? -dije-. Sin ofender, Jer, pero yo realmente habría apreciado una advertencia.

– Para ser sincero, el pensamiento nunca cruzó por mi mente. Nunca traté de descubrir si la historia de mi abuelo era verdadera o no. El punto parecía discutible. No tengo ningún interés en otros seres, y estaremos seguros si ellos se interesan por nosotros. Sí, supongo que alguno de ustedes podría cruzarse con uno de ellos por casualidad, pero, considerando, los pocos de nosotros que existen, y cuán pocos son ellos, las posibilidades de no sólo encontrarlos sino que reconocerlos también parecían infinitesimales. Ciertamente, esto nunca había pasado antes, no en mi vida o la de mi abuelo. Ahora parece que estas brujas han sido conscientes de nosotros durante mucho tiempo. Nunca consideré esa posibilidad.

– ¿Admites que cometiste un error?

Sus labios se movieron nerviosamente al elevarse en una sonrisa desnuda -Admito haber cometido un descuido. Sólo sería un error si hubiera considerado la posibilidad y hubiese decidido ignorarla.

– Pero si werewolves fueron parte realmente de este consejo en algún tiempo, ¿Por qué no está en el Legado? -dije, en relación al libro de la historia de la Manada.

– No lo sé. Si, tal como Ruth dijo, los werewolves se alejaron del consejo, podrían haber decidido borrar esa parte de su historia para el Legado.

– Quizás por una buena razón -dije, rozando las yemas de mis dedos sobre mis brazos quemados.