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– Exactamente. Ahora, no me preocupaba que hiciera algo. Yo era muy estricto en aquel punto. No devorar compañeros de clase -Jeremy puso los ojos en blanco-. Otros padres advierten a sus niños que no le hablen a extraños. Yo tenía que advertir al mío que no se los comiera. De todos modos, este profesor dijo que Clay no mostraba interés en juegos de recreo normales, como jugar con juguetes. Juguetes. Sabía que se me olvidaba algo. Clay era el niño más poco infantil que yo había encontrado alguna vez, entonces tendía a olvidar que debería hacer cosas infantiles. Después de la reunión, conduje directamente a la juguetería y compré bolsas de juguetes. Él los ignoró todos… todos excepto un juego de animales plásticos, vacas, caballos, ovejas, ciervos, camellos, etcétera. Los llevaba a su cuarto y permanecía allí durante horas. Me alabé a mí mismo por mi gran perspicacia, suponiendo que le gustaban los animales porque sentía algún parentesco con ellos. Entonces encontré el libro.

Jeremy hizo una pausa.

– ¿Qué libro? -pregunté, porque sabía que era lo que se suponía que debía hacer.

– La Guía de Gibson de Anatomía Animal. Lo había robado de la biblioteca escolar y sobado un montón de páginas. Luego eché una mirada más de cerca a los juguetes plásticos. Estaban todos marcados con X rojas estratégicamente colocadas.

– Identificando los órganos vitales -dije-. Para cazar.

– Exactamente.

– ¿Entonces qué hiciste?

– Le dio una larga conferencia acerca de robar y le hice devolver el libro inmediatamente.

Eché mi cabeza hacia atrás y me reí. Jeremy descansó su mano alrededor de mi cintura, un gesto raro de proximidad de la cual disfruté mientras era posible.

– ¿Qué opinas de una carrera? -preguntó después de un momento-. Podríamos correr para descargar un poco de tensión.

Yo estaba cansada, pero nunca se lo habría dicho. Los Werewolves preferían correr con otros, instinto de manada. Como en tantas otras cosas, Jeremy era diferente. Prefería la soledad cuando Cambiaba. A veces se unía a nosotros en una Manada de caza, pero raramente iba por una carrera con un compañero. Así que, cuando lo ofreció, yo podría haber estado lista para desmayarme de agotamiento y no me habría negado.

Caminamos hacia los bosques, tomando el camino hasta que estuvimos bastante adentro para encontrar lugares para nuestro Cambio. Habíamos avanzado aproximadamente un metro cuando Jeremy se dio vuelta para mirar fijamente por sobre mi hombro.

– ¿Qué? -Pregunté.

– Faros de coche reduciendo la marcha en lo alto de la calle -murmuró.

La calzada se inclinaba abruptamente desde la carretera a la casita de campo, dejando los coches en la cima, de modo que lo podíamos ver era el brillo de las luces con binoculares. Mientras esperábamos, las luces desaparecieron y el estruendo del motor murió. Una puerta de coche se abrió y cerró. Los pasos caminaron por el borde de la colina. Una piedra sonó debajo de un zapato, golpeteando. Una pausa. Alguien escuchando una respuesta al ruido. Entonces el susurro de la hierba larga contra las piernas de alguien. Una luz tenue encima de nosotros, un movimiento sin forma. Entonces se movió hacia sur, con el viento a favor. Intencionadamente. Un árbol crujió a nuestra derecha. Brinqué. Sólo el viento.

Jeremy miraba, escuchaba, olía, sólo el endurecimiento de su quijada traicionaba su tensión. Lo miré, pero él no me miró de vuelta. Mirada demasiado ocupada. Y esperando. El sonido de ramitas quebradas debajo de los pies. Silencio otra vez. Alguien gritó a través del lago. Brinqué otra vez. Entonces, una roca cayó por la ladera a mi derecha. Cuando di vuelta, vislumbré una mancha borrosa de movimiento a mi izquierda. Mala dirección. Mierda. Demasiado tarde. La mancha borrosa estaba sobre mí, golpeando mis piernas. Las manos me agarraron mientras caía, lanzándome de espaldas y fijando mis brazos a mis costados. Golpeé la tierra con mi atacante sobre mí.

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– ¿Me extrañaste? -preguntó Clay, sonriéndome abiertamente.

Me levanté, lanzándolo por sobre mi cabeza, hacia una pila de leña. La madera cayó sobre él, dejándolo sin aliento.

– Creo que no -respiró con dificultad, y, de alguna forma, todavía sonriendo abiertamente.

– ¿Puedo matarlo? -le pregunté a Jeremy-. Por favor.

– Mutila, pero no mates. Todavía podríamos necesitarlo -Jeremy le ofreció a Clay una mano y lo puso de pie con un poco más de fuerza de la necesaria-. Me alegro de ver que recibiste mi mensaje, pero no creí que estarías aquí tan rápido. ¿Tuviste algún problema por tener que alejarte de tu curso?

No, Clay no era un estudiante en la Universidad de Michigan. Era profesor. Bueno, no realmente profesor. Quiero decir, no permanentemente. Era un antropólogo investigador, que de vez en cuando hacía alguna serie de conferencias cortas, no porque le gustara, ya que a Clay no le gustaba hacer nada que implicara contacto con humanos, pero, debido al extraño robo de ideas en el mundo de los académicos, las relaciones interpersonales eran un mal necesario para mantener su red de contactos y, por ende, su carrera. La mayor parte de las personas que habían conocido a Clay, oyendo sus clases, decían algo a así como “Pensaba que se necesitaba un PhD para hacer esto”. Claramente la visión de Clay y un grado de doctorado no iban juntos. Sí, él tenía uno, puedo atestiguarlo, habiendo visto el diploma en el fondo de su cajón de calcetines. Cualquiera que conociera a Clay, sin embargo, podía ser perdonado por el error. Él no hablaba como alguien que tuviera un grado tan avanzado. Y ciertamente no se veía como un PhD. Clay era una esas personas detestables, dotadas tanto con inteligencia al nivel de un genio y por una apariencia magnífica. Ojos azules, rizos rubios oscuros, y un rostro severo sacado directamente de una revista. Combínalo con un cuerpo poderoso y tienes un paquete que no pasa desapercibido en medio de una convención de Chippendales. Él lo odiaba. Clay habría estado feliz de despertarse una mañana y encontrarse transformado en la clase de tipo que llamaba la atención de manera persistente sólo cuando su bragueta estaba abajo. Yo, por otra parte, criatura superficial que soy, no estaría tan contenta.

Clay dijo a Jeremy que su serie de conferencias había sido parte de un curso interino, entonces no había tenido ningún problema en devolvérsela al profesor regular y renegociar su parte para el final de la sesión. Mientras explicaba esto, practiqué mi tercera clase de habilidades matemáticas.

– Dejaste un mensaje a Clay desde mi teléfono celular, y que, supuestamente el recibió en Detroit, ¿verdad? -pregunté.

Jeremy asintió con la cabeza.

– ¿Y cuándo dejaste ese mensaje?

– Antes de cenar. Después de que fueras a sentarte con Cassandra usé el teléfono público en el vestíbulo.

– Uh-huh. Hace aproximadamente cuatro horas, entonces. Así que, asumiendo que Clay tomó la ruta más corta desde Detroit, a través de Ontario, hacia Quebec y luego hacia acá, serían más de seiscientas millas. Un Porsche que viaja a, supongamos, noventa millas por hora, sin paradas o retardos, le tomaría al menos siete horas para hacer el viaje. ¿Alguien ve un problema con estas cuentas?

– Yo no estaba realmente en Detroit cuando Jer llamó -dijo Clay.

– Uh-huh.

– Yo estaba un poco… más cerca.

– ¿Cómo de cerca?

– Ummm, digamos… Vermont.

– ¡Tú, disimulado hijo de puta! ¿Has estado todo el tiempo aquí, verdad? ¿Qué hiciste, seguirnos todo el tiempo?

– Estaba protegiéndote.

Resistí el impulso de plantar con fuerza mi pie en la tierra. No era el modo más maduro de lanzar un argumento, pero a veces la frustración hacía volar la madurez a cualquier parte. Clay me hacía esto. Me conformé con una sacudida de tierra.

– No necesito protección -dije-. ¿En cuántas peleas he estado? Demasiadas para contar, y no me han matado aún, ¿verdad?