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Fui al norte otra vez, arrastrándome sólo unos pies más antes de ver al hombre. Avanzaba a través de agua que le llegaba a la altura del tobillo, dos maldiciones por cada paso que daba. Elevé mis oídos y atrapé el sonido de las patas de la Clay chapoteando por el barro. Cuando estuvo en paralelo a mí, se detuvo, sus ojos azules destellando en la oscuridad. No tuve que comunicarle mi posición. Mi piel pálida brillaba bajo los cielos más oscuros. Girándome hacia el hombre, verifiqué dos veces su posición. Había logrado dar tal vez dos pasos en el intermedio. Añadí aquellos dos pasos suplementarios a mi posición. Entonces me agaché, mis cuartos traseros abajo, la cola al aire, meneándola cuando cambié la posición y probé mis patas traseras. Arriba, abajo, lado, lado, abajo otra vez, tensar, soltar… perfecto. Enfoqué mi concentración a mis patas delanteras, apretando los músculos. Un último chequeo al objetivo. No hubo cambio de posición. Perfecto. Ahora a cazar.

Salté a través del aire. La maleza chisporroteó en el despegue. El hombre lo oyó, se giró y levantó sus manos para rechazarme, no dándose cuenta de que mi trayectoria no me llevaría sino a unos metros de él. Aterricé a su derecha. Dejé caer mi cabeza entre mis hombros y gruñí. Sus ojos destellaron de la sorpresa a la comprensión. Era lo que deseaba, el por qué yo no había dejado a Clay advertirlo. Quería ver su expresión cuando comprendiera exactamente lo que afrontaba, que por una vez no se confundía con un lobo o perro salvaje. Quería ver el entendimiento, el horror, y, finalmente, el pánico que soltaba vejigas. Jadeó durante un largo momento, sus mandíbulas abiertas, ninguna parte de él en movimiento, ni siquiera respiraba. Entonces, el golpe de pánico. Se dio vuelta y casi tropezó con Clay. Chilló entonces, un chillido de terror. Clay echó sus labios hacia atrás, sus colmillos destellando a la luz de la luna. Él gruñó, y el hombre se lanzó hacia el lugar más abierto, el norte, hacia la tierra seca.

Esto no era tanto una persecución en un pantano, era más bien dos luchadores de barro persiguiendo a un tercero, los tres más deslizándose que corriendo. Una vez que alcanzamos la tierra seca, el hombre se lanzó en una precipitada carrera. Fintamos tras él. Era una carrera injusta. Corriendo en plenitud, un lobo es más rápido que la mayoría de los atletas profesionales. Este tipo estaba en excelente forma, pero no era profesional, y tenía la desventaja adicional de estar cerca del agotamiento, lleno pánico, y una pésima visión nocturna. Podríamos haberlo alcanzado con un estallido de velocidad. En vez de eso, redujimos la marcha. Teníamos que darle al tipo una posibilidad, ¿Verdad? Desde luego, la imparcialidad era nuestra única motivación. En serio, no tratábamos de prolongar la persecución.

Trotamos tras él algo más de un kilómetro a campo traviesa. El olor apestoso de su pánico se precipitó hacia nosotros, llenando mi nariz y saturando mi cerebro. La tierra volaba bajo mis pies, mis músculos se contraían y expandían en una síncopa tan absoluta que la sensación era casi tan embriagadora como el olor de su miedo. Sus laboriosos jadeos raspaban como el papel de lija contra el silencio de la noche. Lo bloqueé, escuchando en cambio la respiración estable de Clay jadeando mientras corría a mi lado. Un par de veces Clay se acercó lo suficiente como para rozarse contra mía. La intoxicación de la persecución era completa. Entonces, con un nuevo olor en la brisa, la realidad tomó su lugar. Vapores diesel. Había un camino delante. La alarma se alzó dentro de mí, luego se fue en una ola de sentido común. Eran aproximadamente las 3:00 de la mañana de un lunes en medio del terreno de las casitas de campo. Las posibilidades de toparse con tráfico delante eran nulas. Las posibilidades de encontrarse siquiera con un coche eran casi tan bajas. Todo lo que teníamos que hacer era seguir a este tipo a través del camino y mantenernos tras él.

Aunque todavía podía oler el gasoil, no se entremezclaba con el olor del asfalto. Un camino de tierra. Mejor todavía. Subimos una pequeña colina y vimos el camino delante, una línea vacía de tejido marrón a través de las colinas. El hombre subió la zanja en la cerca del lado. Cuando saltamos del montículo, un destello de luz iluminó el camino durante un segundo, luego desapareció. Hice una pausa. Durante un momento, todo estuvo oscuro. Entonces la luz destelló otra vez. Dos luces redondas en la distancia, parpadeando sobre las colinas. El hombre lo vio también. Encontró un último estallido de la velocidad y corrió hacia el vehículo que venía, agitando los brazos. Clay saltó de detrás de mí. Cuando el coche bajó al último valle, Clay saltó a través del camino, alcanzó al hombre, y lo lanzó volando a la zanja. Una camioneta venía en la última colina, una motonave retumbando detrás. Pasó junto a nosotros y continuó su camino.

Corrí a través del camino. Clay y el hombre estaban en el fondo de la zanja, cayendo juntos, Clay pataleaba, tratando de alcanzar un buen asimiento mientras el hombre se retorcía para escapar. Ambos estaban cubiertos de barro, haciendo el trabajo de Clay mucho más difícil y el del hombre más fácil. El hombre se retorció de lado y alcanzó el final de su pierna con un jadeo. En un destello comprendí lo que él haría después. Grité una advertencia a Clay. La mano del hombre sujetaba algo fuertemente en su puño. Mientras él intentaba alcanzarlo, Clay se lanzó hacia su mano. Un destello de luz. El sonido de un trueno. Una ducha de sangre. La sangre de Clay.

Me lancé hacia abajo a la zanja, golpeé el arma de la mano del hombre, y lo di vuelta. Sus ojos se ensancharon. Salté hacia él, agarré su garganta, y la rasgué. La sangre barbotó. El hombre convulsionó. Lo balanceé de un lado a otro hasta que su garganta se despegó y su cuerpo cayó a los arbustos. Algo pinchó mi flanco y giré para ver a Clay allí. La sangre corría por la parte trasera de su pata delantera. Lo puse de lado, lamí la herida hasta dejarla limpia, y lo examiné. La bala había pasado a través de la piel y el músculo que conecta su pata delantera con el pecho. Apestaba a pólvora y carne quemada, y tan pronto como limpié la herida, se llenó de la sangre otra vez. Lo limpié otra vez, calibrando el flujo de sangre. Ya no se derramaba, se había reducido a un goteo estable. Feo, pero no amenazaba su vida. Cuando me echaba atrás para mirar otra vez, Clay lamió la comisura de mi hocico y hundió su nariz contra mi mejilla. Un estruendo bajo, como un ronroneo, vibró a través de él. Iba a revisar su herida otra vez, pero él bloqueó mi visión y me dio un codazo obligándome a mirar hacia los bosques. Misión cumplida. Sin heridas mortales. Tiempo para Cambiar de vuelta.

***

Después de que hube Cambiado, volví a donde estaba el cadáver. Clay saltó detrás de mí, aplastando mi trasero, y agarrándome de la cintura antes de que pudiera responder. Mientras se inclinaba para besarme, esquivé sus labios para comprobar su herida. La herida de bala pasaba ahora a través de la parte de atrás de su brazo, a varios centímetros de su torso, ya que un punto en nosotros cuando somos lobos no siempre corresponde al mismo punto siendo humanos. La sangre se filtraba del agujero. Me incliné para una mirada más cercana, pero él agarró mi barbilla, la levantó, y me besó.

– Necesitas que revise eso -mascullé en medio del beso.

Él enganchó mi pie izquierdo y me caí hacia atrás, contra su brazo bueno.

– Realmente necesitas…

Él me bajó a la tierra. Hundí mis talones en tierra y apreté mis rodillas.

– Jeremy debería mirar…

Él sofocó el resto besándome con más fuerza. Me solté de su abrazo y bailé hacia atrás. Él sonrió abiertamente y comenzó a avanzar.