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– Qué… -comencé. La voz era tan ajena a mis oídos que tuve que detenerme. Tragar. Tragar mentalmente, quiero decir. Si mi garganta se movía, no era consciente de ello-. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy yo? No puedo moverme.

La cara de Jeremy estaba nublada-.¿Ella no…? -Él murmuró algo por lo bajo, luego comenzó otra vez, con calma-. ¿Paige no te explicó?

– ¿Explicar qué? ¿Qué demonios pasa?

– Ella te ha transportado a su cuerpo. Puedes ver, oír, hablar, pero no tendrás ninguna clase de movilidad. ¿Ella no te explicó…?

– No, ella me lanzó al limbo y me desperté aquí. Idiota.

– Escucho esto – dijo una voz distante en mi cabeza. Paige.

– Ella está todavía aquí -dije-. Allí. En algún sitio. Escuchando a escondidas.

– No escucho a escondidas -dijo Paige-. Tú tienes mi cuerpo. ¿Dónde se supone que voy a estar? No fue idiotez. Sabía que querrías hablar con Jeremy, entonces quise sorprenderte. Debería haber sido una transición tranquila, pero supongo que tu falta de experiencia…

– ¿Mi falta de experiencia? -Dije.

– No le hagas caso -dijo Jeremy.

– Oí eso -dijo Paige, más tranquila.

– ¿Cómo estás? -preguntó Jeremy. Puso su mano sobre la mía. Yo lo vi, pero no podía sentirlo y sentí una punzada de pérdida.

– Sola -dije, sorprendiéndome. Subí mi tono-. No por falta de compañía, sin embargo. Parece que soy “la huésped” más popular de este lugar. Pero es-estoy…-inhalé. Vamos, Elena. La última cosa que Jeremy necesitaba, era oírme al borde de un desastre emocional. ¿De dónde vino eso?

– Estoy cansada -dije-. No duermo bien, no como bien, nada de ejercicio. Entonces estoy delicada. Fiebre, supongo. Físicamente, estoy bien. Ellos no me torturan, golpeándome, privándome de comida. Nada así. Estaré bien.

– Sé que lo estarás -dijo él suavemente. Se sentó en una silla-. ¿Te sientes bien para hablar de ello?

Le conté sobre Bauer, Matasumi, recité a toda prisa algunos detalles sobre las guardias y el resto del personal como Xavier, Tess, y Carmichael, dándole una imagen áspera de la situación. Expliqué tanto como pude sobre la organización del lugar, luego sobre los otros cautivos, recordando la presencia silenciosa de Paige y deteniéndome antes de hablar de Savannah.

– Sólo estoy interesado en sacarte -dijo Jeremy cuando hube terminado-. No podemos preocuparnos por los demás.

– Lo sé.

– ¿Cómo te mantienes?

– Bi…

– No digas “bien”, Elena.

Hice una pausa -Está Clay… ¿por ahí? Tal vez podría hablar con él… Sólo unos minutos. Sé que tenemos que hacer esto corto. No hay tiempo para socializar. Pero me gustaría -si pudiera…

Jeremy estaba tranquilo. Dentro de mi cabeza, Paige murmuró algo. La alarma me recorrió.

– Él está bien, ¿verdad? -Pregunté-. No ha pasado…

– Clay está bien -dijo Jeremy-. Sé que te gustaría hablarle, pero este podría no ser… un buen momento. Él está… durmiendo.

– ¿Durmiendo…? -Comencé.

– No estoy durmiendo -gruñó una voz desde más allá del cuarto-. No voluntariamente, al menos.

Alcé la vista para ver a Clay en la entrada, el pelo enredado, los ojos atenuados por sedantes. Él se movió pesadamente por el cuarto como un oso que despierta de la hibernación.

– Clay -dije, mi corazón latiendo ligero que apenas pude decir su nombre.

Él se detuvo y me fijó con el ceño fruncido. Mis siguientes palabras se atascaron en mi garganta. Las tragué e intenté otra vez.

– ¿Causando problemas otra vez? -Pregunté, forzando una sonrisa en mi voz-. ¿Qué hiciste para hacer que Jeremy te drogara?

Su ceño se endureció con algo que yo había visto en su cara un millón de veces, pero nunca cuando me miraba. Desprecio. Sus labios se enroscaron, y abrió la boca para decir algo, luego decidió que no valía el esfuerzo y giró su atención a Jeremy.

– Cl… -comencé. Mi tripa era roca sólida. No podía respirar, apenas podría hablar-. ¿Clay?

– Siéntate, Clayton -dijo Jeremy-. Estoy hablando con…

– Puedo ver con quién hablas -Otra torcedura de labios. Sus ojos fulminaron en mi dirección-. Y no sé por qué pierdes tu tiempo.

– Él piensa que tú eres yo -susurró Paige.

Yo sabía eso. Profundamente, lo sabía, pero eso no ayudaba. Vi el modo en que me miró, y no importaba quién creía Clay que estaba allí, él me miraba. A mí.

– No es Paige -dijo Jeremy-. Es Elena. Ella se comunica a través de Paige.

La expresión de Clay no cambió. No se ablandó. Ni siquiera por un segundo. Él giró su mirarme y vi el desdén allí, más fuerte ahora, duro y agudo.

– ¿Es eso lo qué ella te dijo? -dijo-. Sé que quieres atención, Paige, pero esto es bajo. Incluso para ti.

– Soy yo, Clay -dije-. No es Paige.

Él se mofó, y vi allí todo lo que nunca había querido ver en la cara de Clay cuando me mirase, cada gota del desprecio que sentía por los humanos. Yo había tenido pesadillas de esto, viéndolo darse vuelta y mirarme de esa manera. Había despertado sudando, la sangre palpitando en mis venas, absolutamente aterrorizada, de un modo que ninguna pesadilla de infancia me había asustado alguna vez. Ahora lo miré y algo se rompió. El mundo se volvió negro.

RENACIMIENTO

Desperté en el suelo de mi celda. No me levanté. ¿Había estado soñando? Quería creerlo, luego me reprendí para un deseo tan tonto. Por supuesto, no quería que hubiese sido un sueño. Quería creer que había hablado con Jeremy, comunicado todas mis observaciones, poniendo las ruedas del rescate en movimiento. ¿Quién se preocupaba por Clay? Bien, yo me preocupaba. Preocupada más de lo que quería la mayor parte de las veces, pero tenía que poner esta cosa en perspectiva. Clay no me había mirado a de esa forma. Al menos, él no había creído mirarme a mí. Obviamente él no se llevaba con Paige, y francamente, no me sorprendía. Allí donde los humanos conversaban, Clay no era el Sr. Simpatía en el mejor de los casos y seguramente no cuando dicho humano era una bruja presumida, lo bastante joven para ser una de sus estudiantes. Yacía en el suelo y me decía todo esto, y no ayudaba ni siquiera un poco. Me sentía… Mi mente la sujetó con abrazaderas antes de que la última palabra saliera, pero la abrí. Lo admito. Tenía que admitirlo, al menos frente a mí misma. Me sentía rechazada.

Eso era todo, ¿verdad? Me sentía rechazada. Gran cosa. Pero era una gran cosa. Una cosa demasiado grande. En el segundo en que permití que la emoción me tocara, ésta me engulló. Era una niña otra vez, tomando la mano de un nuevo padrastro, abrazándolo fuerte y rezando para no tener que dejarlo ir nunca. Tenía seis, siete, ocho años, rostros que aparecían ante mí como páginas en un álbum de fotos, nombres que había olvidado, pero rostros que reconocería si los viera aun cuando pasaran por una fracción de segundo en un tren alejándose. Oí voces, el zumbido de una televisión, mi pequeño cuerpo estaba apretado contra la pared, apenas capaz de respirar por miedo a ser oído por casualidad, escuchándoles hablar, esperando oír “ La Conversación ”. La Conversación. Confesándose ambos culpables de que esto no funcionara, que yo era “más de lo que podían tratar”. Convenciéndose de que habían sido engañados por la agencia, engañados cuando lo que querían era adoptar una niña rubia, una muñeca de ojos azules, una muñeca rota. No habían sido engañados. No habían escuchado. Las agencias siempre trataban de advertirlos sobre mí, sobre mi pasado. Cuando tenía cinco años, había visto a mis padres muertos en un accidente de coche. Me había sentado en el camino rural toda la noche, tratando desesperadamente de despertarlos, gritando para pedir ayuda en la oscuridad. Nadie me encontró hasta la mañana, y después de esto, bueno, nunca estuve bien después de esto. Me retiré a mi mente, surgiendo sólo para lanzar fuera mi rabia. Sabía que estropeaba las cosas para mí. Cada vez que una nueva familia adoptiva me recogía, juraba que los haría enamorarse de mí; que sería el pequeño ángel perfecto que ellos esperaban. Pero no podía hacerlo. Todo lo que podía hacer era mantenerme en mi cabeza, verme a mí misma gritar y rabiar, esperando el rechazo final, y tener la certeza que era mi culpa.