Nunca he contado esa historia. Lo odio. Lo odio, odio, odio. No permito que mi pasado explique mi presente. Crecí, me puse más fuerte, lo vencí. Fin de la historia. Para el tiempo en que fui lo bastante grande para comprender que mis problemas no eran mi culpa, había decidido no lanzar toda esa culpa a todas esas familias adoptivas, sino deshacerme de ella. Lanzarla. Moverla. No podía imaginar ningún destino peor que convertirme en alguien que cuenta la historia de su infancia disfuncional a cada extraño que conoce en el metro. Si yo hiciera las cosas bien en la vida, quería que la gente dijera que lo hacía bien, no que hacía bien “todas las cosas considerando la cuestión”. Mi pasado era un obstáculo privado, no una excusa pública.
Clay era la única persona a la que yo le había contado alguna vez sobre mi infancia. Jeremy conocía pedazos, las partes que Clay sentía necesario compartir en aquellos primeros días cuando Jeremy tuvo que tratar conmigo como una werewolf recién transformada. Yo había conocido a Clay en la Universidad de Toronto, donde yo era un estudiante con interés en la antropología y él daba una serie de conferencias corta. Me enamoré de él. Con fuerza y rápido, no impresionada por su apariencia o su actitud de chico malo, sino por algo que no puedo explicar, algo en él me hacía tener hambre de poseerlo, algo que tenía que tocar. Cuando él me favoreció con su atención, supe que era algo especial, que él no se abría a la gente más que yo. Cuando nos acercamos, él me contó sobre su propia infancia, encubriendo detalles que no podía contar sin revelar su secreto. Me contó sobre su pasado, entonces le conté sobre el mío. Tan simple como eso. Estaba enamorada y confiaba en él. Y él traicionó esa confianza de un modo del que nunca me he repuesto completamente, como nunca me repuse de esa noche interminable en el camino rural. No he perdonado a Clay. Habíamos dejado la conversación del perdón para después. No era posible. Y él nunca lo había pedido. No creo que él lo esperase. Con el tiempo, yo había aprendido a dejar de esperar que ser capaz de darlo.
El motivo de Clay para morderme era inexplicable. Oh, él había tratado de explicarlo. Muchas veces. Él me había llevado a Stonehaven para conocer a Jeremy, y Jeremy había estado planeando separarnos, y Clay había entrado en pánico y me había mordido. Tal vez era cierto. Jeremy confesó que había tenido la intención de terminar la relación de Clay conmigo. Pero no creo que la mordedura de Clay hubiera sido inesperada. Quizás el momento lo fue, pero creo que en alguna parte de su psique, él siempre había estado listo para hacerlo si la necesidad alguna vez surgiera, si yo alguna vez amenazara con dejarlo. Entonces ¿Qué pasó después de que él me mordió? ¿Lo pasamos por alto y seguimos nuestras vidas? No en su vida. Lo hice pagar y pagar y pagar. Clay había hecho un infierno de mi vida, y yo le devolví el favor duplicado. Me quedaría en Stonehaven durante meses, incluso años, luego me marcharía sin avisar, rechazando todo contacto, sacándolo de mi vida completamente. Había buscado otros hombres para el sexo y, una vez, para algo más permanente. ¿Cómo reaccionó Clay a esto? Él me esperó. Nunca buscó la venganza, nunca intentó hacerme daño, nunca amenazó con buscar a alguien más. Yo podría haberme ido durante un año, volver a Stonehaven, y él me habría estado esperando como si yo nunca me hubiese marchado. Incluso cuando había tratado de comenzar una nueva vida en Toronto, siempre supe que, si lo necesitara, Clay estaría allí para mí. No importa cuán mal lo hubiera hecho todo, él nunca me dejaría. Nunca me daría la espalda. Nunca me rechazaría. Y ahora, después de más de una década de haber aprendido esa lección, todo lo que necesitó fue una mirada de él, una mirada sola, y estaba enroscado en el suelo, doblada de dolor. Toda la lógica y el razonamiento en el mundo no cambiaban como me sentía. Tanto como quería creer que había vencido mi infancia, y no lo había hecho. Probablemente nunca lo haría.
El almuerzo vino y pasó. No lo trajo Bauer, de lo cual estuve agradecida. No la vi de nuevo hasta casi las seis. Cuando abrió la puerta de mi celda, verifiqué dos veces la hora, calculando que la comida llegaba temprano o mi reloj se había parado. Pero ella no traía comida. Y cuando ella traspasó la puerta, supe que ninguna comida estaba próxima. Algo andaba mal.
Bauer entró sin nada de su gracia asertiva habitual. Medio tropezó con una arruga imaginaria en la alfombra. Su cara estaba limpiada con agua, en sus mejillas había puntos brillantes de carmesí, sus ojos estaban extrañamente brillantes, como si tuviera una fiebre. Dos guardias la seguían. Ella les hizo señas hacia mí, y ellos me ataron a la silla donde había estado leyendo una revista. Todo el tiempo mientras me amarraron, Bauer rechazó encontrar mis ojos. No era bueno. Realmente no era bueno.
– Fuera -dijo cuando ellos terminaron.
– Deberíamos esperar fuera -comenzó uno.
– Dije fuera. Déjennos. Vuelvan a sus lugares.
Una vez que se que fueron, ella comenzó a pasearse. Pasos pequeños y rápidos. Detrás y adelante, de acá para allá. Dedos golpeando su lado, el manierismo cambió ahora, no un toque con lentitud pensativa, sino rápido. Maníaco. Una obsesión de pasearse. Sus ojos. Todo.
– ¿Sabes lo que es esto?
Ella sacó algo de su bolsillo y lo sostuvo. Una jeringuilla. Lleno hasta un cuarto con un líquido claro. Oh, mierda. ¿Qué iba a hacerme?
– Mira -dije-. Si yo hice algo para trastornar…
Ella agitó la jeringuilla -Pregunté si sabías lo que era esto.
La jeringuilla resbaló de sus manos. Ella manoteó para recuperarla, como si el plástico fuese a romperse al golpear la alfombra. Cuando ella se movió, atrapé un olorcillo familiar. Miedo. Ella tenía miedo. Lo que parecía una obsesión era una lucha por el control, ella desesperadamente trataba adaptarse a una emoción que no estaba acostumbrada a sentir.
– ¿Sabes lo que es esto, Elena? -Su voz se elevó una octava. Chillaba.
¿Ella me tenía miedo? ¿Por qué ahora? ¿Qué había hecho yo?
– ¿Qué es? -Dije.
– Esto es una solución salina mezclada con tu saliva.
– ¿Mi qué?
– Saliva, saliva, baba -Voz subió otra escala. Una risa tonta y nerviosa, como una niña atrapada diciendo una mala palabra-. ¿Sabes lo que esto puede hacer?
– No…
– ¿Lo que hará si me lo inyecto?
– ¿Inyectar…?
– ¡Piensa, Elena! Vamos. No eres estúpida. Tu saliva. Muerdes a alguien. Tus dientes perforan su piel, como esta aguja perfora la mía. Tu saliva entra en su corriente sanguínea. Mi corriente sanguínea. ¿Qué sucede?
– Cambiarías- podrías cambiar…
– En werewolf -Ella dejó de pasearse y se quedó quieta. Completamente quieta. Una pequeña sonrisa entreabrió sus labios-. Eso es exactamente lo que voy a hacer.
Me tomó un momento registrar eso. Cuando lo hice, parpadeé y abrí mi boca, pero nada salió. Tragué, luchado calmarme. No infundir pánico. No hacerlo peor. Tratarlo como una broma. Suavizar la situación.