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– Oh, vamos -dije-. ¿Es la respuesta a tus problemas? ¿No consigues respeto en el trabajo entonces te convertirás en werewolf? ¿Conseguir un buen trabajo en la Manada, golpear algunas cabezas, encontrar un hermoso amante? Porque si eso es lo que estás pensando, confía en mí, no funciona de esa manera.

– No soy idiota, Elena.

Ella me escupió las palabras, arrojando baba de sus labios. Ooops, táctica incorrecta.

– Lo que quiero es cambiar -continuó ella-. Para inventarme de nuevo.

– Hacerse werewolf no es la respuesta -dije suavemente-. Sé que no eres feliz…

– No sabes nada sobre mí.

– Entonces cuenta…

– Me hice parte de este proyecto por una razón. Por la posibilidad de experimentar algo nuevo, algo más peligroso, más estimulante, que alterara más mi vida que escalar el Monte Everest. Experiencias que todo mi dinero e influencia no podían comprar. Hechizos, inmortalidad, percepción extrasensorial, no sabía lo que quería. Tal vez un poco de todo. Pero ahora sé exactamente lo que quiero, lo que buscaba. Poder. No más saludar humildemente a los hombres, fingiendo que soy más tonta que ellos, más débil, menos importante. Quiero ser todo para lo cual tengo potencial. Quiero esto.

Mi cerebro todavía vacilaba, incapaz de encontrar la coherencia a lo que Bauer decía. La brusquedad de todo esto me abrumaba, casi me convencí de que debía estar soñando o teniendo alucinaciones. ¿Cómo había sucedido esto? Increíble, desde mi perspectiva, pero ¿y desde la suya? Hace cuánto tiempo tenía ella su mirada puesta en el desfile de presidiarios, esperando ver al que podría darle el poder que ansiaba. Ahora, habiendo encontrado lo que creía desear, quizás tenía miedo de vacilar, miedo de cambiar de opinión. Tenía que cambiarlo por ella. ¿Pero cómo?

Bauer sostenía en alto la jeringuilla. Mientras la contemplaba, parpadeó, y palideció. Un miedo tan espeso que obstruyó mis fosas nasales, inconscientemente mi adrenalina comenzó a bombear. Cuando ella me miró, la cólera se había ido. Lo que vi en esos ojos me dejó fría. Súplica. Miedo y súplica.

– Quiero que entiendas, Elena. Ayúdame. No me hagas usar esta cosa.

– No tienes que usarlo -dije tranquilamente-. Nadie puede obligarte a hacerlo.

– Hazlo por mí entonces. Por favor.

– ¿Hacer qué?

– Muerde mi brazo.

– No puedo…

– Tengo un cuchillo. Cortaré la piel. Sólo tienes que…

El pánico se instaló en mi pecho-.No, no puedo.

– Ayúdame a hacerlo bien, Elena. No sé como funcionará la solución salina. Yo sólo puedo conjeturar la cantidad, la proporción. Necesito que tú…

– No.

– Te estoy pidiendo…

Tiré mis cadenas, manteniendo mis ojos sobre ella -Escúchame, Sondra. Dame un minuto y déjame explicarte lo que sucederá si usas eso. No es de la forma en que crees que es. No quieres hacer esto.

Sus ojos brillaron entonces. Toda la obsesión se fue. Se congeló -¿No quiero?

Levantó la jeringuilla.

– ¡No! -Grité, tirando de mi silla.

Enterró la aguja en su brazo, empujó el émbolo. Y estuvo hecho. Un segundo. Una fracción de segundo. Tanto tiempo como le había tomado a Clay morderme.

– ¡Maldita seas! -Grité-. Tú maldita perra estúpida- Llama al hospital. ¡Ahora!

Su cara estaba preternaturalmente tranquila, labios curvados en algo parecido a la felicidad. Alivio dichoso por haberlo hecho-.¿Por qué, Elena? ¿Por qué debería llamar al hospital? ¿Entonces pueden invertirlo? ¿Quitar el regalo de mis venas como si fuera el veneno de una serpiente? Oh, no. No haremos nada de eso.

– ¡Llame el hospital! ¡Guardias! ¿Dónde infiernos están los guardias?

– Oíste que los despedí.

– No sabes lo que has hecho -gruñí-. Crees que esto es algún gran regalo. ¿Un pinchazo de aguja y eres un werewolf? ¿Hiciste tus investigaciones, verdad? ¿Sabes lo qué pasará ahora, verdad?

Bauer giró su sonrisa soñadora hacia mí -Puedo sentirlo corriendo por mi sangre. El cambio. Es caliente. Hormiguea. El principio de la metamorfosis.

– Oh, eso no es todo lo que vas a sentir.

Ella cerró los ojos, se estremeció, los volvió a abrir, y sonrió -Parece que he ganado algo esta noche y tú has perdido algo. Ya no eres la única werewolf hembra, Elena.

Sus ojos se abrieron entonces. Hinchados. Las venas en su cuello y frente aparecieron. Jadeó, ahogada. Sus manos fueron a su garganta. Su cuerpo se sacudía. Se columna se rigidizó. Ojos en blanco. Se elevó sobre los dedos de los pies, moviéndose de adelante hacia atrás, como un presidiario pendiendo del final de la soga de un verdugo. Entonces sufrió un colapso, cayendo al piso. Grité por la ayuda.

WINSLOE

– ¿Qué le hiciste a la Sra. Bauer? -preguntó Matasumi.

Los guardias habían sacado a Bauer rápidamente luego de que comencé a gritar. Veinte minutos más tarde, habían vuelto con Matasumi. Él ahora esta allí de pie, acusándome sin un rastro de acusación en su voz.

– Le dije a los guardias -Me senté en el borde de mi cama, tratando de relajarme, como si esta clase de cosas pasara cada día-. Ella se inyectó con mi saliva.

– ¿Y por qué haría eso? -preguntó Matasumi.

– La mordedura de un werewolf es un modo de convertirse en werewolf.

– Comprendo eso. Pero por qué… -Él se detuvo-. Oh, ya veo.

¿Él? ¿Realmente lo veía? Lo dudaba. Ninguno de ellos podría entender lo que venía. Yo podía, y estaba intentando con todas mis fuerzas no pensar en ello.

Matasumi aclaró su garganta -Usted afirma que la Sra. Bauer se inyectó…

– La jeringuilla está en el suelo.

Sus ojos vacilaron hacia la aguja, pero no hizo ningún movimiento para recogerla -Usted afirma que ella usó esta jeringuilla…

– No afirmo nada. Le digo lo que pasó. Ella se inyectó en el brazo. Busque la marca de aguja. Pruebe los contenidos de la jeringuilla.

La puerta se abrió. Carmichael se apresuró a entrar, su bata de laboratorio ondeando detrás de ella.

– No tenemos el tiempo para esto -dijo-. Tengo que saber que hacer por ella.

Matasumi hizo a Carmichael aparte -Primero, debemos establecer la naturaleza exacta de la dolencia de la Sra. Bauer. Es muy fácil para la Sra. Michaels afirmar…

– Ella dice la verdad -dijo Carmichael-. Vi la marca de aguja.

Habría sido difícil fallar. Incluso mientras los guardias se habían llevado a Bauer de la celda, yo había visto el punto de inyección, aumentado al tamaño de una pelota de Ping-Pong. Un recuerdo de mi propia mordedura se abrió paso a mi mente, pero lo empujé atrás. Observación fría, clínica. Era el único modo en que podría tratar con esto. Tomar notas de Matasumi.

Carmichael se volvió hacia mí -Tengo que saber tratar con esto. Sondra está inconsciente. Su presión baja. Su temperatura sube. Sus pupilas no reaccionan a los estímulos. Su pulso corre y se vuelve errático.

– No hay nada que yo pueda hacer.

– Tú has pasado por esto, Elena. Sobreviviste.

No dije nada. Carmichael avanzó hacia mí. Me eché atrás en la cama, pero ella se acercó más, empujando su cara contra la mía hasta que pude oler su frustración. Giré mi cabeza. Agarró mi barbilla y tiró mi cara hacia la suya -Ella se está muriendo, Elena. Muriendo horriblemente.

– Eso sólo empeorará.

Sus dedos se apretaron, hundiéndose en los músculos de mi mandíbula -Vas a ayudarle. Si fueras tú la que estuviera allá arriba, yo no me quedaría parada y te miraría morir. Dime como ayudarla.

– ¿Quieres ayudarla? Pon una bala en su cabeza. No es necesario que sea de plata. El plomo regular servirá.

Carmichael empujó mi barbilla y retrocedió para contemplarme -Mi Dios, eres fría.

No dije nada.

– Esto no ayuda -dijo Matasumi-. Trate los síntomas a medida que los veas, Doctora Carmichael. Eso es lo mejor que podemos hacer. Si la Sra. Bauer se infligió esta desgracia a sí misma, entonces todo lo que podemos hacer tratar los síntomas y dejar el resto al destino.