– Toma esto -dije, lanzando un rollo de venda al guardia más cercano-. Ata una punta a su tobillo, la otra a la cama. No lo hagas apretado. Romperá sus piernas. Muévete rápido. Tienes veinte segundos.
Mientas hablaba, até la pierna izquierda de Bauer al pilar de cama, dejándole bastante espacio para moverse sin hacerse daño a sí misma. Carmichael recogió otro rollo de venda del suelo y cogió los brazos de Bauer, esquivando como un vuelo torpemente.
– Cuenta… -comencé.
– Lo sé -escupió Carmichael.
Logramos atar los brazos de Bauer, sus piernas, y torso sueltos a la cama, ahora podría convulsionar sin hacerse daño. El sudor manaba de ella en riachuelos almizcleños, apestosos. La orina y la diarrea añadían su propio hedor al conjunto. Bauer tenía náuseas, vomitaba bilis verdosa, bajo su camisón de noche olía asqueroso. Entonces comenzó a moverse otra vez, su torso se arqueaba en un semicírculo imposiblemente perfecto fuera de la cama. Aulló, sus ojos cerrados hinchándose contra los párpados. Carmichael corrió a través del cuarto para traer una bandeja de jeringuillas.
– ¿Tranquilizantes? -Pregunté-. No puede hacer eso.
Carmichael llenó una jeringuilla -Ella sufre.
– Su cuerpo tiene que trabajar por esto. Los tranquilizantes sólo lo harán más difícil la próxima vez.
– Entonces, ¿qué esperas que haga?
– Nada -dije, dejándome caer en una silla-. Recuéstese, relájese, observe. Incluso tome notas. Estoy segura de que Doctor Matasumi no querría que ignorara una oportunidad educativa tan única.
Los estremecimientos de Bauer terminaron una hora más tarde. Para entonces su cuerpo estaba tan agotado que ni siquiera se estremeció cuando Carmichael fijó sus hombros dislocados. Alrededor de la hora de comer tuvimos otra minicrisis cuando la temperatura de Bauer se elevó. Otra vez, advertí a Carmichael contra todo, aparte de los procedimientos de primeros auxilios más benignos. Compresas frescas, agua entre sus labios resecos, y mucha paciencia. Tanto como fuera posible, el cuerpo de Bauer debía ser dejado en paz para trabajar en la transformación. Una vez que su temperatura cayó, Bauer durmió, que era la mejor medicina y la más humana de todas.
Cuando nada más pasó hasta las diez, Carmichael dejó que los guardias me llevaran de vuelta a mi celda. Me duché, me puse ropa, y dejé el cuarto de baño para encontrar que no estaba sola.
– Sal de mi cama -dije.
– ¿Largo día? -preguntó Xavier.
Le lancé mi toalla, pero él sólo se teletransportó a la cabecera de la cama.
– Delicada, delicada. Esperaba un saludo más hospitalario. ¿No son te has aburrido de hablar con humanos todavía?
– La última vez que hablamos, me dejaste “esposada” en un cuarto con un callejero enfurecido.
– No te llevé. Estabas allí.
Gruñí y agarré un libro del anaquel. Xavier desapareció. Esperé el brillo que presagiaba su reaparición, luego lancé el libro.
– Mierda -gruñó cuando el libro golpeó su pecho-. Aprendes rápido. Y llevas un buen rencor. No sé por qué. No parecía que no pudieras manejar a Lake. Yo estaba ahí. Si algo se hubiera descarrilado, podría haberlo detenido.
– Estoy segura que podrías.
– Por supuesto. Estaba bajo órdenes estrictas de no dejar que nada te pasara.
Agarré otro libro.
Xavier extendió sus brazos para rechazarlo-.Hey, vamos. Juego agradable. Vine aquí para hablar contigo.
– ¿Sobre qué?
– Lo que sea. Me aburro.
Resistí al impulso de lanzar el libro y lo puse de vuelta en el anaquel-.Bueno, siempre puedes convertirte en un werewolf. Parece ser la cura común para el tedio por estos lados.
Él se acercó más a la cama-.No bromees. ¿Puedes creer esto? Sondra, de toda la gente. No es que yo no pueda imaginar a un humano que quiera ser algo más, pero ella debe tener algún tornillo suelto para hacerlo de esa manera. Tiene que pasar, después de todo. Toda la exposición. Los complejos de inferioridad son inevitables.
– ¿Complejos de inferioridad?
– Seguro -Él captó mi expresión y puso los ojos en blanco-.Oh, por favor. No me digas que eres una de esos que piensa que los humanos y los sobrenaturales son iguales. Tenemos todas las ventajas de los seres humanos y más aún. Eso nos hace superiores. Mas aún, ahora piensa en esos humanos que, después de una vida de creer que están en lo más alto de la escala evolutiva, se dan cuenta que no lo están. Peor aún, descubren que podrían ser algo mejor. No pueden convertirse en medio demonios, por supuesto. Pero cuando los humanos vean lo que las otras razas pueden hacer, lo querrán. Es el putrefacto centro de todo este plan. No importa cuán altruistas sean sus motivos, finalmente todos querrán un pedazo. El otro día…
Él se detuvo, echó un vistazo al cristal de dirección única como si comprobara que no hubiera fisgones, luego desapareció durante un segundo y reapareció-.El otro día, fui a la oficina de Larry, y ¿Sabes lo que hacía? Practicaba hechizos. Ahora, él dice que conducía una investigación científica, pero sabes que eso es un montón de mierda. Sondra es sólo el principio.
– Entonces, ¿qué vas a hacer acerca de esto?
– ¿Hacer? -Sus ojos se ensancharon-. Si la raza humana está intentando destruirse a sí mismo, es su problema. Mientras que me paguen en grandes dólares por ayudar, soy un tipo feliz.
– Simpática actitud.
– Honesta actitud. Entonces dime…
La puerta hizo clic y él se detuvo. Una vez abierta, dos guardias entraron, conducidos por un hombre uniformado más viejo con un corte de pelo al rape y perforantes ojos azules.
– Reese -le gruñó a Xavier-. ¿Qué haces aquí?
– Sólo manteniendo a nuestros presidiarios felices. Los femeninos al menos. Elena, este es Tucker. Él prefiere que le digan Coronel Tucker, pero su nivel militar es un poco truculento. Pasar por consejo de guerra y todo eso.
– Reese… -comenzó Tucker, luego se detuvo, se enderezó, y se giró hacia mí-. Usted es requerida arriba, señorita. La doctora Carmichael pidió por usted.
– ¿Está bien la Sra. Bauer? -Pregunté.
– La doctora Carmichael nos pidió llevarle.
– Nunca esperes una respuesta directa de los ex-militares -dijo Xavier. Saltó de la cama-. Te llevaré arriba.
– No necesitamos tu ayuda, Reese -dijo Tucker, pero Xavier me había empujado ya hacia la puerta.
Cuando pasé frente a la celda de Ruth, noté que estaba vacía.
– ¿Ruth está bien? -Pregunté.
– ¿Nadie te contó? -dijo Xavier-. Oí que le habías hecho una sugerencia a Sondra antes de que ella se lanzara a la locura.
– ¿Sugerencia? Oh, claro. Para que Ruth visitara a Savannah. ¿Ellos la dejaron?
– Todavía mejor. Ven a mirar.
Xavier encabezó la fila hacia las celda.
CRISIS
– La doctora Carmichael la quiere arriba ahora -dijo Tucker.
Xavier siguió andando, de modo que lo seguí. Eché un vistazo en cada célula mientras pasamos. Armen Haig estaba sentado en su mesa leyendo una National Geographic. Leah dormía la siesta en la cama. La celda del sacerdote Vodú estaba vacía. ¿Lo habría Matasumi “removido” del programa? Temblé al pensarlo, otro recordatorio de lo que sucedería cuando los cautivos sobrevivieran a su utilidad.
Cuando pasamos delante de la celda de Savnnah, Xavier alcanzó la manija.
– No te atrevas -siseó Tucker, avanzando a zancadas hacia nosotros.
– Relájese, anciano. Le dará un ataque cardíaco.
– Estoy en mejor forma de que tú estarás alguna vez, muchacho. No lleves a esta… señorita a esa celda.