– ¿Elena? ¡Maldición, contéstame!
Luché por volver a mis juegos de invierno, pero en vano. Estaba pegada en el sueño de Paige. Maravilloso.
– Elena. Vamos. Despierta.
Incluso en mi sueño, no quería contestar, como si yo supiera que imaginarme hablando con Paige sólo me deprimiría más, recordándome que había estado fuera de contacto durante tres días, una situación que ahora parecía permanente.
– ¿Elena?
Mascullé algo ininteligible incluso para mí.
– ¡Ah ah! Estás allí. Bueno. Espera. Voy a traerte a mi cuerpo. Debes estar advertida esta vez. Jeremy está aquí. Ahora, a la cuenta de tres. ¡Uno, dos, tres, ta-da!
Cinco segundos de silencio. Entonces,
– Oh, mierda.
La maldición de Paige decayó detrás de mí cuando caí a través de pedazos de sueños, como alguien que cambiaba de canales, rechazando el pasar el tiempo suficiente para ver lo que estaba conectado. Cuando esto se detuvo, yo era un lobo. No tenía que verme; podía sentirlo en la forma en que mis músculos se movían, el ritmo perfecto de cada gran paso. Alguien corrió delante de mí, una forma que vacilaba a través de los árboles. Otro lobo. Sabía esto, aunque no pudiera acercarme más que lo suficiente para ver la sombra y el movimiento borroso. Aunque yo fuera el perseguidor, no el acosado, el miedo me atravesaba. ¿A quién perseguía? Clay. Tenía que ser Clay. Ese grado de pánico, de miedo ciego, el miedo a la pérdida y el abandono -yo sólo podría asociarlo con Clay. Él estaba allí, en algún sitio, delante de mí, y yo no podía atraparlo. Cada vez que mis patas golpeaban la tierra, un nombre se repetía en mi cráneo, un grito mental. Pero no era el nombre de Clay. Era el mío propio, repetido miles de veces, latidos que emparejaban con el ritmo de mis piernas. Echando un vistazo hacia abajo, obtuve una visión de mis patas. No eran mis patas. Demasiado grandes, demasiado oscuras -un rubio casi dorado. Las patas de Clay. Delante una cola parecida a un arbusto destellaba a la luz de la luna. Una cola rubia. Me perseguía a mí misma.
Comencé a despertar y a ponerme derecha en la cama. Inclinándome hacia adelante, el pecho pesado, pasé mis manos por mi pelo, pero no era mi pelo, no un enredo largo y enredado, sino unos rizos rapados. Dejé caer mis manos a mi regazo y las contemplé. Manos gruesas, cuadradas, uñas cortadas hasta el final. Las manos de un trabajador, aunque raramente manejaban un instrumento más grande que una pluma. No encallecidas, pero tampoco suaves. Huesos rotos más veces de las que podría contar, cada vez meticulosamente recuperadas, surgiendo sin estropicios excepto un mapa de cicatrices. Yo conocía cada una de esas cicatrices. Podía recordar noches sin poder dormir, preguntando, ¿Dónde te hiciste ésta? ¿Y ésta? Y-ups, yo te hice esta.
Una puerta se abrió.
– No funcionó, ¿verdad? -la voz cansina y enojada de Clay, no desde la entrada, sino aquí, desde la cama.
Jeremy cerró la puerta detrás de él -No, Paige no fue capaz de entrar en contacto. Creyó haberlo hecho, pero algo salió mal.
– Y nos asombramos de ello. Tú confías la vida de Elena a un aprendiz de bruja de veintidós años. ¿Sabías eso, verdad?
– Sé que quiero usar cualquier instrumento posible para encontrar a Elena. Ahora mismo, esa aprendiz de bruja es nuestra mejor esperanza.
– No, no lo es. Hay otro camino. Yo. Puedo encontrar Elena. Pero tú no lo crees.
– Si Paige es incapaz de restablecer el contacto…
– ¡Maldita sea!-Clay agarró un libro de la mesilla de noche y lo lanzó a través del cuarto, golpeando la pared lejana.
Jeremy hizo una pausa, luego continuó, su voz tan tranquila como siempre -Voy a traerte algo para beber, Clayton.
– Quieres decir que vas a sedarme de nuevo. Sedarme, callarme, mantenerme tranquilo, y calmado, mientras Elena está allí sola. No creí que estuviera conversando a través de Paige y ahora ella se ha ido. No me digas que no es mi culpa.
Jeremy no dijo nada.
– Muchas gracias -dijo Clay.
– Sí, eres culpable de que hayamos perdido el contacto esa vez, aunque eso probablemente no explique por qué no podemos ponernos en contacto de nuevo con ella. Seguiremos intentándolo. Mientras tanto, quizás podamos hablar de esta otra idea tuya por la mañana. Ven a verme si cambias de opinión sobre esa bebida. Te ayudará a dormir.
Cuando Jeremy se marchó, el sueño se evaporó. Me moví y giré, de vuelta en el increíble cambio de canales. Chasquido, chasquido, chasquido, pedazos de sueños y recuerdos, demasiado dispersos para tener algún sentido. Luego oscuridad. Un golpe en la puerta. Estaba sentada frente a un escritorio, estudiando minuciosamente un mapa. La puerta estaba detrás de mí. Traté de darme vuelta o gritar un saludo. En vez de eso, sentí mi movimiento de lápiz rasguñando unas palabras en una libreta. Miré la escritura y, sin sorprenderme, reconocí los garabatos de Clay.
El cuarto se confundió, amenazando con volverse oscuro. Algo tiró de mí con ka suave insistencia de la marea, tomándome para apartarme. Luché contra ello. Me gustaba donde estaba, muchas gracias. Este era un buen lugar, un lugar confortador. Sólo sentir la presencia de Clay me hacía feliz, y maldición, merecía un poco de la felicidad, ilusoria o no. La marea se volvió más fuerte, hinchándose hasta ser una resaca. El cuarto se puso negro. Quedé libre y me encontré de vuelta en el cuerpo de Clay. Él había dejado de escribir ahora y estudiaba un mapa. ¿Un mapa de qué? Alguien llamó otra vez a la puerta. Él no respondió. Detrás de él, la puerta se abrió, luego se cerró.
– Clayton -La voz de Cassandra, suave como la mantequilla.
Él no contestó.
– Un gruñido de saludo bastaría -murmuró ella.
– Eso implicaría una bienvenida. ¿No necesitas ser invitada a un cuarto?
– Lo siento. Otro mito que se va al diablo.
– Siéntete libre para continuar.
Cassandra rió entre dientes -Veo que Jeremy te heredó todas las maneras de la familia Danvers. No es que me importe. Yo siempre he preferido la honestidad a la cortesía mentirosa -Su voz se acercó cuando cruzó el cuarto-. Noté tu luz prendida y pensé que podría gustarte unirte a mí para una bebida.
– Me encantaría, pero temo que no compartimos los mismos gustos en fluidos.
– ¿Podrías al menos mirarme mientras me rechazas?
Ninguna respuesta.
– ¿O temes mirarme?
Clay se dio vuelta y encontró sus ojos -Allí. Vete a molestar a otra parte, Cassandra. ¿Qué es eso?
– Ella no volverá, ya sabes.
La mano de Clay se apretó alrededor del lápiz, pero él no dijo nada.
Sentí que tiraban de mis pies otra vez y luché contra ello. En algún sitio en mi cabeza, Paige gritó mi nombre. La resaca se levantó, pero me sostuve firme. Esta era una escena que yo definitivamente no dejaría.
– Ellos no la encontrarán -dijo Cassandra.
– Según tú, deberíamos dejar de intentarlo.
– Sólo quiero decir que esto es un desperdicio de nuestro tiempo. Mejor concentramos nuestros esfuerzos en detener a esta gente. Salvar nuestras vidas, no sólo la de Elena. Si, deteniéndolos a ellos la rescatamos, maravilloso. Si no lo hacemos… apenas es el fin del mundo.
El lápiz se rompió entre los dedos de Clay. Cassandra se acercó más. Cuando la resaca amenazó otra vez, pateé y luché con toda mi fuerza.
Cassandra dio aún otro paso hacia Clay. Lo sentí tensarse y empezar a retroceder, detenerse luego y quedarse quieto.
– Sí, la amas -dijo Cassandra-. Puedo verlo y lo admiro. Realmente lo hago. ¿Pero sabes a cuántos hombres he amado en todos estos años? ¿Amado apasionadamente? Y de aquellos hombres, ¿Sabes cuán pocos nombres recuerdo? ¿Cuán pocos rostros?
– Vete.
– Te pido que te unas a mí en una bebida. Una bebida. Nada más.
– Dije, vete.
Cassandra sólo sonrió y sacudió su cabeza. Sus ojos brillaron ahora con la misma mirada que yo la había visto dar al mesero en el restaurante, sólo que más fuerte. Más hambrienta. Sus dedos rozaron el antebrazo de Clay. Quise gritar para que él mirara lejos, pero estaba impotente de hacer nada, menos mirar y esperar.
– No hagas esa mierda, Cassandra -dijo Clay-. Eso no funciona en mí.
– ¿No?
– No.
Clay miró a Cassandra directamente a los ojos. Ella estaba completamente inmóvil, sólo sus ojos se movían, brillando cada vez más mientras lo contemplaba. Varios minutos pasaron. Entonces Clay avanzó hacia Cassandra. Sus labios se torcieron en una sonrisa triunfante. Mi corazón se detuvo.
– Vete, Cassandra -dijo Clay, su rostro a sólo pulgadas del de ella-. Diez segundos o te lanzaré fuera.
– No me amenaces, Clayton.
– ¿O harás qué? ¿Morderme? ¿Crees que puedes hundir tus dientes en mí antes de que yo te arranque la cabeza? He oído que es una buena cura para la inmortalidad. Cinco segundos, Cassandra. Cinco… cuatro…
La escena se volvió negra. No confusa, no me tiraba. Sólo se detuvo repentinamente. Parpadeé. La luz áspera me cegó. Apreté los ojos. A través de los párpados, vi una luz oscilar a lo lejos. Unos dedos agarraron mi hombro y me sacudieron.
– Levántate y brilla, dormilona.
Una voz. Lamentablemente, no era la voz de Clay. Tampoco la de Cassandra. Ni siquiera la de Paige. Era peor. Diez veces peor. Ty Winsloe. De sueños agradables a visiones inquietantes, para llegar a absolutas pesadillas. Apreté con fuerza mis ojos.
– ¿Qué piensan, chicos? -dijo Winsloe-. ¿Necesita nuestra belleza durmiente un beso para despertarla? Por supuesto, en el cuento de hadas original, ella necesitaba más que un beso…
Mis ojos se abrieron y me puse derecha. Winsloe se rió y acercó una linterna a mi cara, luego la soltó sobre mi cuerpo.
– ¿Siempre duermes con la ropa puesta? -preguntó.
– Esta no es exactamente una suite privada – dije, gruñendo un bostezo-. ¿Qué hora es?
– Las tres pasadas. Necesitamos tu ayuda. Hubo un problema.
Me senté en el borde de la cuna, parpadeando, con mi cerebro luchando para dejar atrás las visiones de Clay y Cassandra. ¿Las tres? ¿De la mañana? ¿Problema? ¿Quería decir que alguien se había escapado? ¿Quién? ¿Por qué necesitaban mi ayuda? ¿Hubo un accidente? ¿Carmichael me necesitaba?
– ¿Eh? -Dije. Bien por las preguntas inteligentes y articuladas. ¿Qué esperan a las tres de la mañana?
Winsloe me sacó de la cama -Te explicaré por el camino.