– Tranquilizantes -Respiré con dificultad cuando recobré mi equilibrio-. Necesitamos sedarla. Ahora.
– Ese es el problema -dijo Tucker-. Está todo allí.
– ¿Todo? -Inhalé, parpadeando, luchando para lograr que mi cerebro trabajara otra vez. Froté una mano a través de mi cara, me enderecé y miré alrededor-. Debe haber un abastecimiento de reserva. ¿Dónde está la Doctora Carmichael? Ella debe saber.
Nadie contestó. Mientras el silencio se alargaba, mis tripas subieron y bajaron otra vez. Cerré los ojos y me obligué a examinar a través de la ventana. De vuelta al pie bajo la cama. El zapato. Un zapato negro blando y fuerte. El zapato de Carmichael.
Ah, Dios. No era justo. Era tan, tan, tan injusto. El estribillo corrió por mi cabeza, quitando todos los otros pensamientos. De todos en este maldito lugar. De todos aquellos que vería de buena gana morir. De esos pocos que me sentiría incluso feliz de ver morir de una muerte tan horrible como esta. No Carmichael.
La rabia se alzó en mí. Apreté los puños, cedí ante la cólera durante un momento, luego la empujé hacia atrás cuando me di vuelta para afrontar a los demás.
– Ella está totalmente Cambiada -dije-. Tienes a un werewolf completamente Cambiado y medio loco allí dentro, y si no actúas rápido, ella saldrá directamente por esta puerta. ¿Por qué están todos de pie alrededor? ¿Qué vas a hacer?
– La pregunta es -dijo Tucker-. ¿Qué vas a hacer tú?
Me alejé de la puerta -Este es tu problema, no el mío. Te advertí. Advertí y advertí y advertí. Me usaste para ayudarle a recuperarse, entonces me devolviste a mi celda. ¿Ahora las cosas se han echado a perder y quieres que yo lo arregle? Bien, yo no hice este desastre en primer lugar.
Tucker hizo un gesto hacia los guardias. Uno se movió hacia la puerta, observando a través de la ventana, y girado la manija.
– Encontrarás sedantes en los armarios a lo largo de la pared lejana -dijo Tucker.
– De ninguna manera -dije-. De ninguna maldita manera.
Cuatro de los guardias restantes levantaron sus armas. Apuntaron esas armas contra mí.
– No voy a…
La puerta se abrió. Alguien me empujó. Mientras tropezaba hacia adentro, la puerta se cerró de golpe, agarrando mi talón y lanzándome al suelo. Poniéndome de pie, oí solamente el silencio. Luego un sonido vibró a través del cuarto, más lo sentí que oí. Un gruñido.
ALBOROTO
Todavía a gatas, alcé lentamente la vista. Un lobo de casi 55 kilos me miraba fijamente, la piel de su espalda era amarilla y marrón final, haciendo que Bauer se viera tan grande como un mastín. Me miró fijamente a los ojos, sus orejas levantadas, los dientes expuestos, los labios curvados en un gruñido silencioso.
Miré lejos y no me levanté, sosteniéndome unos centímetros más abajo que Bauer. La sumisión dolía, pero mi vida merecía más que mi orgullo. Y sí, en ese momento, estaba muy preocupada por mi expectativa de vida. Incluso Clay evitaría abordar a un werewolf que estaba en la forma de lobo cuando él no lo estaba. Como un lobo, Bauer tenía la ventaja de los dientes y garras. Además, la forma humana es torpe para luchar contra un animal -demasiado lenta, demasiado alta, demasiado fácil de desequilibrar. La única arma superior de los humanos es su cerebro, y no ayuda mucho contra algo con un cuerpo de animal y un cerebro humano. Contra un werwolf recién cambiado, el cerebro humano es realmente una desventaja. Nuestras mentes son fundamentalmente lógicas. Tasamos una situación, ideamos estrategias posibles, y escogemos la que representa el mejor compromiso entre la probabilidad de éxito y la probabilidad de la supervivencia. Si voy tarde al trabajo, puedo pisar el acelerador hasta el fondo hasta la oficina, pero considerando el riesgo de heridas personales, decidiré en cambio conducir diez o quince kilómetros sobre la velocidad límite y llegar al trabajo ligeramente tarde pero viva. Un werewolf nuevo en la forma de lobo pierde esa capacidad de razonar, de tasar las consecuencias. Se parece a una bestia rabiosa, abastecida de combustible por instinto y furia, lista para destruir todo a la vista, aun si eso la mata en el proceso.
Yo podría luchar contra Bauer sólo si Cambiaba a lobo. Pero hasta en condiciones ideales, me tomaría de cinco a diez minutos. Como Lake, yo sería completamente vulnerable durante el proceso, demasiado deforme incluso para estar de pie y escaparme. Bauer me desgarraría antes de que me saliera pelaje. Aunque nadie me dejaría salir de aquí hasta que detuviera a Bauer. El único modo de hacerlo sería sedándola.
Para dejar fuera de juego a Bauer, todo lo que tenía que hacer era correr a través del cuarto, agarrar una jeringuilla llena por sedante del armario, y pincharla. Parecía tan fácil. Si sólo no hubiese un lobo enloquecido de sangre entre el armario y yo. Incluso si Bauer no saltaba sobre mí antes de que yo corriera, ella atacaría al segundo en que mi espalda estuviera vuelta hacia ella. Inhalé. Primer paso: tenía que encontrar la mezcla apropiada de sumisión y seguridad en mí misma. Demasiado sumisa y ella me vería como presa fácil. Demasiado asertiva y ella me vería como una amenaza. La clave era no mostrar el miedo. Otra vez, parecía tan fácil… si no estuviera en un cuarto rociado con partes de cuerpo ensangrentadas, recordándome que con un movimiento en falso mis miembros y órganos vitales se unirían a esos.
Avancé poco a poco, manteniendo mi mirada fija enfocada debajo de los ojos de Bauer. Cuando me moví, escudriñé su cuerpo buscando signos: los músculos apretados, tendones tensos, todas las señales que presagiaban un ataque. En cinco pasos, yo estaría paralela a ella, aproximadamente a seis metros a su izquierda. El sudor bajaba por mis ojos. ¿Apestaba a miedo? La nariz de Bauer se movió nerviosamente, pero el resto de ella permaneció inmóvil. Cuando di un paso hacia adelante, me giré, dándole la cara. Sus ojos me siguieron. Me seguí moviendo de lado. Una docena de pasos. Los cuartos traseros de Bauer se movieron, el primer signo de un salto inminente. Con ese signo temprano, pensé que yo tendría tiempo para reaccionar. No lo tuve. Cuando mi cerebro registró esto ella estaba a punto de embestir, estaba en el aire. No había tiempo para darme vuelta y correr. Me zambullí por delante de ella, golpeé la tierra y rodé. Detrás de mí, Bauer golpeó el suelo, patinando con sus cuatro patas. Mientras la miraba deslizarse, comprendí que yo realmente tenía algo ventaja aquí. Como un conductor nuevo detrás del volante de un Maserati, Bauer estaba poco preparada para el poder y la precisión de manejarse en su nuevo cuerpo. Si pudiera aprovechar sus errores e inexperiencia, podría sobrevivir.
Me puse de pie a tumbos, Bauer estaba girando alrededor. Hice una finta por delante de ella y salté hacia el mostrador. Lanzando una caja abierta, agarré la partición de madera entre las puertas para equilibrarme y me giré. Bauer volaba hacia mí. Le di una patada bajo la mandíbula y dio vueltas hacia atrás, patinando a través del suelo. Cuando me giré para afrontar los armarios, vi caras atestando la ventana del hospital. ¿Disfrutaban del espectáculo? Malditos fueran, eso esperaba.
Mientras Bauer se recuperaba, abrí la segunda puerta del armario y busqué a ambos lados jeringuillas llenas de sedante. En vez de eso, vi una caja de jeringuillas encerradas en plástico y filas de botellas etiquetadas. Un trabajo de bricolaje. ¡Mierda! ¿Éstas eran las jeringuillas correctas? ¿Qué botella necesitaba? ¿Cuánto debería llenarla? Aparté mis preguntas, agarré una jeringuilla, y comencé a escabullirme abajo por el mostrador, hacia las botellas. Entonces me detuve, arranqué una segunda jeringuilla embalada de la caja y lo empujé en mi bolsillo. Seguro de Klutz. Cuando alcancé las botellas, las revisé, buscando un nombre familiar. Detrás de mí, Bauer luchaba para ponerse de pies. ¡Muévete, Elena! ¡Justo agarré uno! Vi pentobarbital, lo reconocí del bolso médico de Jeremy, y lo tomé. Bauer saltó hacia el mostrador, pero calculó mal y chocó contra él. La estructura entera tembló cuando mis dedos agarraron el pentobarbital. Mi mano golpeó la botella. Hurgué buscándola, pero se cayó del armario, rebotado en la cubierta del mostrador, y rodó a través del linóleo. Cuando Bauer se dio vuelta para otro ataque, alcancé una nueva botella de sedante. No había otra. Frenéticamente, revisé el anaquel, pero no vi nada que reconociera. Bauer saltó. Me balanceé para darle una patada otra vez, pero no le di por un pelo. Esta vez no me había vigorizado, y el movimiento me propulsó fuera de equilibrio. Me lancé hacia delante y salté del mostrador antes de caerme. Bauer agarró mi pierna izquierda en la rodilla. Sus colmillos se hundieron. El dolor nubló mi visión. Ciegamente balanceé mi puño hacia la fuente del dolor, conectando su cráneo, y la envié tambaleándose, probablemente más por la sorpresa que por el dolor. Cuando ella se sacudió, sus colmillos rasgaron mi rodilla. Mi pierna se torció tan pronto como puse el peso sobre ella. Apretando los dientes, tropecé con la botella de pentobarbital en el suelo, encontrándola -intacta- la atrapé y me tiré torpemente sobre la primera cama. Cuando Bauer saltó tras de mí, empujé la cama hcia ella y la golpeé en los pies.