La luz de la linterna siguió saltando alrededor de las paredes. Las formas vacilaron, produciendo sombras torcidas en la pared. La sirena vaciló y dejó escapar un último sonido sofocado. Mientras moría, el sonido llenó el aire: el siseo del soplete, gritos de los guardias aún escondidas a la vuelta de la esquina, los gritos interminables del guardia del brazo cortado. Otra guardia salió tropezando desde detrás de la esquina, el soplete flameando a su lado. Cuando pasó junto a nuestra celda, se deslizó sobre algo, sus piernas salieron despedidas. El soplete salió despedido por el aire. Luego se detuvo. Se detuvo a más de dos metros por encima de la tierra y quedo suspendido allí, escupiendo su llama azul. El guardia caído saltó sobre sus pies. El soplete voló hacia abajo y lo cortó a través de la espalda. Sus brazos se alzaron y él cayó hacia adelante, gritando mientras su camisa ardía. El olor penetrante a carne y tela carbonizada llenó el aire.
– ¡Abran la maldita puerta! -gritó un guardia desde la esquina-. ¡Saquennos de aquí!
– Ellos están atrapados -susurré a Leah-. No puedo ver lo que está pasando. El soplete…
¡Bang! Un disparo de arma. Luego tres más en rápida sucesión. Cuatro fuertes sonidos metálicos.
– Están disparándole a la puerta -dijo Leah-. Deberíamos quedarnos a cubierto.
– Confía en mí. No iré a ninguna parte.
Un rugido repentino se superpuso a los gritos y chillidos.
– ¿Qué es eso? -preguntó Leah.
Yo lo sabía. Incluso mientras bizqueaba por el pasillo, yo sabía lo que vería. Bauer había cambiado a lobo. Ella cargó contra los guardias. Abrí la puerta de un golpe. Leah agarró mi brazo.
– Los guardias todavía están a la vuelta de la esquina -dije-. Puedo detener a Sondra antes de que ellos la vean.
– ¿Y entonces qué?
Bauer se encolerizó cuando chocó contra el guardia. Gruñendo, se echó atrás y se apartó de las llamas. El instinto humano superó al animal. Girando, rodeó el cuerpo ardiente y siguió corriendo hacia abajo por el pasillo.
– Sólo déjame -comencé.
– No. Piensa, Elena. No puedes ayudarla.
Bauer pasó por delante de nosotras y dobló la esquina. Una guardia gritó. Él corrió hacia la extensión principal del pasillo, la sangre salpicando de su hombro rasgado. Bauer lo perseguía. Antes de que siquiera alcanzaran la puerta de nuestra celda, ella saltó, aterrizando en su espalda. Mientras caían, ella hundió sus dientes en la parte de atrás de su cuello, arrancando un bocado. La sangre saltó.
– Usaré la distracción para bajar corriendo a la otra salida -dijo Leah-. Tal vez esté abierta ahora.
– ¿Qué-? -Comencé, luego comprendí que ella no podía ver lo que pasaba, no estaba afectada por ello.
Leah me rozó al pasar por delante de mí.
– ¡Cuidado! -grité, pero ella ya se había ido y Bauer estaba demasiado absorbida en su víctima como para ir en busca de otra.
Bauer rasgó pedazos de los hombros y la espalda del guardia, lanzándolos al aire. El cuerpo del guardia convulsionaba. Su rostro estaba completamente blanco, sus ojos imposiblemente abiertos y en blanco. Un guardia gritó, como si hubiera comprendido que su camarada estaba perdido.
Yo no podía seguir mirando más tiempo. Abrí la puerta y salté afuera, sin ningún plan en mente aparte de salvar de alguna manera a Bauer. ¿Merecía ser salvada? ¿Valía su vida el que arriesgara la mía? No importaba. Ella era un werewolf, un werewolf hembra nacido de mis genes. Tenía que protegerla.
Cuando salí de la celda, otro guardia vino desde esquina, con su arma en alto. Él hizo fuego. El disparo ardió a través de la oscuridad y golpeó Bauer en el anca izquierda. Ella embistió contr él. Él levantó el arma, pero ella estaba sobre él, sus dientes rasgando su garganta. Cuando corrí hacia ellos, dos formas saltaron de la oscuridad. El fuego resonó por el pasillo. Me zambullí, enroscándome justo a tiempo para ver las balas golpear a Bauer, destrozándole el pecho y la cabeza.
En ese segundo, justo cuando la sangre y el cerebro explotaron desde el cráneo trastornado de Bauer, incluso antes de que su colapsara sobre el suelo encima del guardia muerta, vi la puerta de salida abrirse de golpe. La vi y vi mi posibilidad. Mi única posibilidad. Sentí mis pies moverse, mi cuerpo girarse. Savannah destelló en mi mente. No podía marcharme sin ella. Incluso mientras pensaba esto sentí que mi cuerpo se zambullía hacia la puerta abierta. No tenía tiempo para volver por Savannah. Incluso si lo tuviera, ¿Lo haría? ¿Quién sabía de qué cosas era capaz de hacer ella si las cosas iban realmente mal? Con Savannah a remolque, yo nunca podría escapar, podría morir en el intento. Era mejor dejarla aquí, bajo tierra, donde sus poderes podían ser controlados, donde ella era demasiado importante para ser asesinada. Yo volvería por ella más tarde con los demás.
Estaba ya en el pasillo, mi cuerpo que había tomado la decisión justo mientras mi cerebro se agitaba. ¿Y Leah? ¿La estaba abandonando también? ¡Cobarde! Pero mis pies siguieron propulsándome hacia el elevador. Una vez allí, aporreé mi puño contra el botón, golpeándolo repetidas veces, sintiendo el curso de dolor por mi brazo y sólo golpeándolo más fuerte, castigando mi cobardía.
Las puertas del elevador se abrieron. Entré.
HUIDA
– ¡Elena!
La voz de Leah. Agarré la puerta del elevador antes de que se cerrara. Al asomarme, vi a Leah trotando desde la salida de enfrente.
– No pude pasar a buscar a Savannah -llamé.
– Yo tampoco. ¡Mierda! Hay todo un infierno roto allí. Nunca regresaremos dentro.
– Apresúrate entonces.
Mientras ella corría, la puerta de elevador se sacudió, como si tratara de cerrarse. Lo empujé hacia atrás, pero siguió moviéndose, empujando más y más fuerte y fuerte hasta que tuve que apoyarme contra ella, esforzándome para mantenerla abierta.
– ¡Vamos! -Grité-. Hay algo malo con las puertas.
Cuando Leah estuvo a menos de dos metros de distancia, la puerta se sacudió violentamente, cerrándose de golpe contra mi hombro. Me tropecé. Leah alcanzó a agarrarme, pero me caí hacia atrás dentro del elevador. Las puertas se cerraron. Salté y apreté el botón para volver a abrir el elevador.
– ¡No abrirá! -Grité-. ¡Golpea el botón de llamada!
– ¡Eso hago!
El elevador dio tumbos de repente. Subió y bajó, meciéndose y sacudiéndome con tanta fuerza que casi perdí el equilibrio. Cuando agarré la manija del costado, un ruido como triturándose partió el aire. Yo apreté la manija hasta que mis nudillos se pusieron blancos, mi cerebro moviéndose a toda velocidad para recordar que hacer en un fallo del sistema de un elevador. ¿Doblar mis rodillas? ¿Sentarse en el suelo? ¿Rezar? El elevador redujo la marcha, luego se detuvo en un alto. Apenas me atreví a respirar, esperando que el suelo cediera bajo mí. Entonces las puertas abrieron.
Me encontré contemplando una pared que me llegaba hasta la cintura. No, no era una pared. Era un piso. El elevador se había detenido entre niveles. Mientras daba un paso adelante para mirar fuera, el elevador se sacudió otra vez. La maquinaria gimió en el eje superior y el armatoste comenzó a hundirse. El piso avanzó poco a poco desde mi cintura hasta la mitad de mi pecho. Mi ventana de fuga literalmente desaparecía. Agarrando el borde del piso, salté, perdí mi agarre, y retrocedí dentro del elevador. Me puse en puntilas y lo intenté otra vez. Esta vez logré mantener mi asimiento y me balanceé justo cuando el elevador desaparecía.