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Pero querer y tener eran dos cosas distintas. Sam necesitaba consultarlo con la almohada, lo que significaba que ninguno de los dos iba a tener lo que quería. No aquella noche.

Cuando llegaron al aparcamiento del café, la luna iluminaba el mar. Jack sintió que Sam se retraía y se volvió para mirarla.

– ¿Estás bien?

Ella sonrió, aunque tenía la mirada triste.

– Sí.

– Sam…

– Sólo estoy pensando -declaró, poniéndole una mano en el brazo para tranquilizarlo-. Suelo estar callada cuando pienso. Gracias por esta noche. Ha sido maravillosa.

– Sí, maravillosa.

Jack apagó el motor y salió a abrirle la puerta.

– Buenas noches -dijo ella, preparada para marcharse.

– Al menos deja que te acompañe hasta tu coche.

– No te molestes. Voy a entrar un momento, tengo cosas que hacer.

Él asintió y la observó con detenimiento, preguntándose qué había pasado para que se asustara tanto.

– ¿Siempre trabajas hasta tarde?

– A veces -contestó ella con tono distante, como si su mente ya estuviera en el café-. No me pasa nada, no te preocupes.

Y con otra media sonrisa, se dio la vuelta y empezó a andar.

Jack la tomó de la muñeca.

– Sam…

– Me tengo que ir, Jack.

Pero en un arrebato, Sam se volvió y le dio un beso rápido antes de irse.

A pesar de su repentino silencio y de lo impaciente que parecía por alejarse de él, Jack se quedó mirándola y vio que no entraba en el café ni buscaba su coche, sino que desaparecía en dirección a un peñasco.

La siguió por curiosidad y se detuvo en seco al encontrar las sandalias de Sam en lo alto de la roca. Levantó la cabeza y oteó en la oscuridad de la noche. Allí estaba ella, de pie en la orilla. Antes de que Jack pudiera reaccionar, Sam se llevó las manos a la espalda, se bajó la cremallera del vestido y, sencillamente, lo dejó caer.

La luz de la luna le bañaba el cuerpo mientras terminaba de quitarse el vestido. Apenas cubierta por lo que parecían unas braguitas negras, Sam se enderezó, permitiéndole disfrutar de sus hombros y de su esbelta espalda desnuda.

Sin darse la vuelta se metió en el agua, se zambulló en una ola y desapareció.

Jack se quedó paralizado, sin poderse creer lo que veía, pero como ella no volvía a la superficie, corrió hacia la playa.

– ¡Sam!

Se había quitado los zapatos y la chaqueta, y estaba empezando a bajarse la cremallera de los pantalones cuando vio aparecer la cabellera rubia entre las olas.

Un segundo después, la vio zambullirse de nuevo. Estaba buceando.

Aquello lo tranquilizó, aunque sólo un poco. Ya no estaba tan preocupado por su seguridad, pero lo inquietaba verla mojada y semidesnuda. Se quitó los pantalones, los calcetines y la camisa y se metió en el mar.

El agua estaba tan fría que por un momento le cortó la respiración, pero la situación era tan excitante que empezó a nadar y a zambullirse entre las olas, dejándose llevar por el impulso.

Entre el cielo negro encima y el mar ennegrecido a su alrededor, la experiencia era casi surrealista y resultaba difícil definir qué estaba arriba y qué abajo. Jack buceó por debajo de las olas, sintiéndose imponente sin motivo, y emergió cerca de Sam.

Ella volvió la cabeza dando un grito ahogado y parpadeó al verlo.

– ¡Jack! Me has dado un susto de muerte.

– ¿Qué creías que era? ¿Un tiburón?

A ella se le dibujó una sonrisa.

– Me habría sorprendido menos.

– ¿Creías que no sabía nadar?

– Creía que te habías ido hace tiempo.

– ¿Ningún hombre ha querido acompañarte a la puerta ni asegurarse de que estabas a salvo antes de irse?

En vez de contestar, ella se dejó arrastrar por el oleaje y desapareció de la superficie. Pero debió de quedarse pensando en lo que le había preguntado, porque cuando volvió junto a él, se echó el pelo hacia atrás y dijo:

– Estoy sola desde hace mucho, mucho tiempo.

Jack se acercó un poco más y la miró a los ojos.

– Ahora no estás sola.

– Tal vez quiera estarlo.

– ¿En serio?

Sam se quedó mirándolo un momento y después soltó una sonora carcajada.

– No -reconoció, antes de desaparecer un instante-. ¿Sigues ahí?

Él le tocó la cara.

– Sigo aquí. ¿La gente no se queda contigo, Sam?

– Algunas personas.

– ¿No tienes familia?

– Tengo un tío, y a Lorissa la considero parte de mi familia.

A él se le ablandó el corazón un poco más. Aunque su hermana lo volviera loco y sus padres trataran de manejarle la vida, los quería y no podía imaginarse sin ellos.

– ¿Cuántos años tenías cuando perdiste a tus padres?

– Mira, aquí viene una buena ola, ¿no la vas a aprovechar?

Sam emitió un sonido de fastidio cuando la ola los levantó unos segundos para volverlos bajar.

– No te pierdas la próxima -dijo.

Y él no lo hizo. Remontó la siguiente ola y, cuando volvió con Sam, estaba sonriendo.

– No creo que haya nada comparable a esto de salir a nadar a medianoche.

– No lo hay -afirmó ella-. Tenía catorce años cuando perdí a mis padres. Murieron en un accidente.

A él se le desdibujó la sonrisa.

– Dios. ¿Y qué hiciste?

Ella se encogió de hombros.

– Superarlo. Me fui a vivir con mi tío Red. Y tenía un montón de amigos, así que nunca estuve realmente sola. Me voy con ésta.

Sam se zambulló en la siguiente ola, brindándole una visión fugaz de su glorioso trasero. Cuando volvió con una sonrisa de oreja a oreja, Jack la tomó de las caderas y preguntó:

– ¿Tú tío te trataba bien?

– Tan bien como sabía.

Ella se apartó y se dejó llevar por otra ola para volver a aparecer cerca, pero no lo suficiente para que pudiera tocarla.

– Sam… no imagino como…

Una vez más, ella se encogió de hombros.

– No lo pasé tan mal. Terminé el instituto sin que nadie me dijera lo que podía y lo que no podía hacer, que era una estúpida o que no me estaba esforzando lo suficiente…

– Tengo familia, y nadie me dijo eso jamás.

– ¿No? Tienes suerte.

Comparar su vida con la de ella lo dejaba helado.

– ¿Tus padres te dejaron suficiente dinero para vivir?

– Algo, pero la casa estaba embargada y se perdió.

A él se le partió el corazón.

Sam lo salpicó.

– Quita esa cara de pena y zambúllete en la siguiente ola, o lo haré yo.

– No es pena, es empatía -puntualizó, atrayéndola hacia sí-. ¿No dejas que nadie se conmueva por lo que has tenido que pasar?

– No.

Jack pensó que iba a tener que empezar a hacerlo. Ella estaba tratando de librarse, probablemente calculando cómo desaparecer. Él no estaba dispuesto a permitírselo. Y no sólo porque tenía sus senos desnudos apretados contra el pecho.

Pero a pesar de él, Sam consiguió escabullirse y remontar la siguiente ola.

– ¿Nadar desnuda a la luz de la luna es uno de tus pasatiempos favoritos? -le preguntó Jack cuando volvió.

– No estoy desnuda. Llevo puesta la parte de abajo del biquini.

– ¿Y usas la parte de abajo del biquini en todas tus citas?

– Bueno, también suelo llevar la parte de arriba, pero Lorissa me obligó a quitármela, porque al parecer no quedaba bien con el vestido.

Él bendijo a Lorissa en silencio.

– Y si hubiera sabido que me ibas a espiar -añadió Sam-, la habría sacado del bolso y me la habría puesto antes de entrar en el agua.

– ¿Llevas la parte de arriba del biquini en el bolso?

– Cuando no lo llevo puesto, sí. Paso mucho tiempo en el agua.

– Hasta en mitad de la noche.

– Y a primera hora de la mañana, además de hacer surf por las tardes, cuando puedo. Jack, ¿por qué estás aquí?

– Tal vez también me guste el agua.

Nunca lo había atraído demasiado, pero aquella noche Sam lo había hecho cambiar de idea.