Выбрать главу

– Quizá sólo fuera una coincidencia.

– Por una vez, es posible que el secretario del Partido Li tuviera razón. Que el asesino eligiera el Bund añade un significado político a su mensaje, pero dudo que sea una llamada a la acción contra las chicas de triple alterne. Más bien es un mensaje secrreto y extraño, lleno de contradicciones. Sin embargo, las contradicciones podrían servirnos para empezar a tirar del hilo, como haría un psicoanalista con los síntomas de su paciente. -Luego agregó-: Por cierto, he adoptado un enfoque similar en mi trabajo de literatura.

– ¡No me diga! -exclamó Yu con sorna-. Su trabajo debe de ser muy interesante, pero hábleme primero de las contradicciones del caso.

– Para empezar, deje que le hable sobre mi trabajo, brevemente -repuso Chen-. He leído algunos relatos románticos clásicos, y sus mensajes contradictorios me han confundido. Esto me recordó algo sobre el vestido mandarín rojo.

– O viceversa -gruñó Yu.

Era típico de su jefe, esa rata de biblioteca. Tenían tres víctimas de asesinato y Chen quería ponerse a hablar de su trabajo de literatura.

– En el psicoanálisis, un paciente puede tener problemas o contradicciones que es incapaz de comprender, y en un principio el psicoanalista debe encontrar la causa que se oculta en el subconsciente del paciente. Intenté centrarme en las contradicciones que aparecen también en este caso, sobre todo las relacionadas con el vestido mandarín rojo, así que he confeccionado una lista.

– O sea que ahora tiene otra lista.

Chen no le prestó atención.

– Para empezar, la contradicción entre el vestido elegante y la obscenidad de la postura.

– Creo que ya lo hablamos la última vez. Tal vez alguna mujer que llevara un vestido similar hubiera herido al asesino -apuntó Yu-. Según Liao, quizás alguna chica que trabajara en el negocio del sexo.

– Lo que conduce a otra contradicción relacionada con la teoría de Liao -afirmó Chen-. El vestido tiene un estilo demasiado conservador para una chica de triple alterne. Demasiado pasado de moda. Según el señor Shen, probablemente lo confeccionaron hace más de diez años, en un estilo que se remonta aún más atrás. En aquella época no existía el negocio del entretenimiento, ni había chicas de triple alterne.

– No, creo que no.

– Además hay que tener en cuenta toda la atención prestada a los detalles del vestido. Lo más probable es que una chica de triple alterne no pueda permitirse ese tipo de vestido. Se trata de un vestido exquisito, confeccionado de forma artesanal con materiales de excelente calidad.

– Sí, el señor Shen también lo ha mencionado.

– Y luego están las aberturas desgarradas. Nube Blanca hizo un experimento para mostrarme algo.

– Así que la ha convertido en su ayudante -dijo Yu con sorna, recordando el comentario de Peiqin sobre la posible relación entre Chen y Nube Blanca-. ¿Qué experimento?

– Bien, ella sabe mucho más sobre estos vestidos que yo. Me demostró que es imposible que las aberturas se hubiera desgarrado de forma accidental, por muy bruscamente que le hubieran puesto el vestido a la víctima. En otras palabras, el criminal lo desgarró a propósito. Al no haber agresión sexual, ni penetración ni eyaculación, ¿por qué querría ofrecer esta imagen de las víctimas? Tiene que haber algún motivo.

– ¿Quiere decir que no lo ha hecho únicamente para engañarnos a nosotros, sino que existe una razón que sólo él comprende?

– Posiblemente ni siquiera él la comprenda. Se trata más bien de un ritual que sólo puede cumplirse si la víctima lleva puesto el vestido mandarín de una forma determinada: con las aberturas desgarradas, los botones sueltos a la altura del pecho, y la obscenidad de la postura, por supuesto. Para él sólo una parte del placer es fisiológica. La otra parte puede deberse al comportamiento ritualista que acompaña a los actos de perversión sexual. Como he dicho antes, tal y como sucede en esos relatos románticos, puede que ni el propio autor sea consciente de las contradicciones. Entonces, ¿por qué?

– ¿Por qué? -repitió Yu, fijándose en que otro grupo de gente se arremolinaba alrededor del bosquecillo de arbustos. Un coche de un canal televisivo que aparcaba cerca de los arbustos estaba causando un embotellamiento-. No he estudiado psicología, pero sé que un paciente tiene que sentarse y hablar delante de un psicólogo. En nuestro caso, dado que no tenemos ninguna pista sobre la identidad del criminal, ¿cómo y qué podemos psicoanalizar?

Era un asunto que Yu ya había planteado en su último encuentro, y Chen no fue capaz de ofrecerle una respuesta convincente.

– Bien, al analizar todas estas contradicciones puede que averigüemos algo.

– ¡No me diga, jefe!

– Para empezar, es probable que el estilo y la tela del vestido sean de los años sesenta. Posiblemente de los primeros sesenta, pero no después del inicio de la Revolución Cultural, en 1966. Basándonos en la opinión del señor Shen, podemos suponer que es un estilo conservador pensado para una mujer casada que esté en la treintena. Si la propietaria original del vestido mandarín aún viviera, tendría entre sesenta y setenta años.

– ¿Ahora está hablando de la mujer que llevó el vestido mandarín por primera vez hace treinta años? -preguntó Yu.

– ¿No cree Liao también que el caso está relacionado con la primera mujer que vistió el qipao? A mi entender, no es más que otra mujer que llevó el vestido, aunque de posición social y edad distintas a las que Liao supone. Y, si seguimos esta pista, nos conducirá al hombre relacionado con esa mujer. Supongamos de momento que él tuviera la misma edad. Si fuera así, ahora tendría unos sesenta y tantos, o posiblemente setenta y tantos.

– ¿Sí? -preguntó Yu, confundido y exasperado-. ¿Cómo encaja todo esto en su teoría?

– Pasemos ahora al asesino en serie. Tres víctimas en tres semanas, y los cuerpos arrojados en tres lugares públicos distintos. ¿Cree que un viejo hubiera sido capaz de hacerlo? Hace un momento he pasado unos cuantos minutos junto al bosquecillo de arbustos. Un coche no podría haber circulado a poca velocidad por allí, ni podría haberse detenido ni una sola vez sin que los conductores que tuviera detrás se hubieran puesto a tocar el claxon como locos. O sea que si el asesino arrojó el cuerpo desde su coche mientras conducía, lo más probable es que los conductores que tenía detrás lo hubieran visto, incluso por la noche. Creo que debe de haber dado varias vueltas antes de conseguir su objetivo.

– Eso es cierto. Para deshacerse así de un cadáver es preciso ser muy rápido, y muy ágil.

– Y por eso el asesino tiene que ser un hombre de mediana edad como mucho, pero no mayor. Pero, si esto es cierto, el hombre relacionado con la primera mujer que llevó el vestido mandarín no sería, en aquella época, más que un niño.

– Eso no tiene sentido.

– Está claro que es otra contradicción, pero, por otra parte, en estos estudios psicológicos se habla de algo llamado complejo de Edipo.

– ¿Complejo de Edipo? -repitió Yu.

– El deseo sexual subconsciente de un hijo por su madre.

– ¿Cómo? ¿Y se supone que eso nos va a ayudar a encontrar a un niño que se convirtió en un hombre de mediana edad capaz de cometer tres asesinatos en tres semanas? -preguntó Yu sin intentar ocultar el sarcasmo en su voz-. No entiendo nada de nada.

Yu no había oído hablar nunca del complejo de Edipo. Por absurdo que pudiera sonar, sin embargo, parecía una de las típicas teorías del inspector jefe, quien era conocido por sus enfoques poco ortodoxos.