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– Gracias, señor Gu -respondió Chen-. Estoy en deuda con usted.

– ¿Para qué son los amigos, jefe? -preguntó Gu-. Le enviaré un coche.

– Yo también podría hacerte de secretaria y ocuparme allí de tu salud -se ofreció Nube Blanca con una sonrisa de complicidad-. Está claro que necesitas tomarte un respiro.

– Gracias por todo, Nube Blanca. Creo que necesito pasar un par de días solo. Pero si se me ocurre algo que puedas hacer por mí, me pondré en contacto contigo enseguida.

– Estate disponible por si te necesita, Nube Blanca -ordenó Gu-. Házmelo saber.

Nube Blanca había trabajado anteriormente como acompañante para karaokes a las órdenes de Gu, y más tarde empezó a pagarle para que hiciera de «pequeña secretaria». A eso se refería Gu probablemente. No estaba insinuando nada indecoroso.

Después de organizado todo, Gu y Nube Blanca se marcharon y Chen empezó a hacer las maletas. Si quería recuperarse rápidamente, tendría que olvidarse de todas sus preocupaciones y responsabilidades durante esas vacaciones. Con todo, si allí se encontraba mejor tal vez intentara acabar su trabajo de literatura, así que decidió llevar consigo un par de clásicos confucianos por si le resultaban útiles para redactar la conclusión del trabajo. Ésta sería probablemente su última oportunidad, pensó, de aspirar a una «realización personal» diferente. Si no se esforzaba, nunca dejaría de ser el inspector jefe Chen.

Se metió un paquete de pastillas para dormir en la cartera, ocultándolas tras la fotografía de Nube Blanca vestida con un qipao en el Mercado del Templo del Dios de la Ciudad Antigua. No llamaría la atención si miraba de vez en cuando la fotografía de una chica, pero necesitaba asegurarse de que los tranquilizantes estaban allí, disponibles detrás de la sonrisa de su amiga.

No iba a llevarse el móvil, o se quedaría sin vacaciones. Tendría que esforzarse para dejar de ser inspector jefe durante un par de días. Además, ahora no sería demasiado útil como policía. Su enfoque psicológico no había dado frutos.

Sin embargo, cuando el conductor que Gu le había enviado tocó la bocina bajo su ventana, Chen metió en las bolsas, casi de forma mecánica, las carpetas con los expedientes del caso.

Ya en el interior del Mercedes, Chen le pidió prestado el móvil al conductor para llamar a su madre y decirle que estaría fuera de la ciudad unos días. Su madre debió de creer que se trataba de una de esas misiones misteriosas a las que solían enviarlo, y ni siquiera 1e preguntó adonde se dirigía.

Después se puso en contacto con Nube Blanca y le pidió que llamara a su madre de vez en cuando, insistiendo en que no revelara a nadie su paradero.

Al fondo se vislumbraba el contorno de las colinas ocultas tras unas nubes pasajeras.

17

Chen llegó al complejo de vacaciones bien entrada la tarde.

Resultó ser un gran complejo formado por un edificio principal a modo de hotel y varios chalés y bungalós, además de una piscina, saunas, pistas de tenis y un campo de golf. Todos parecían incrustados en las colinas, que se recortaban tras un gran lago reluciente.

No le pareció que mereciera la pena alojarse en el chalé que, c omo invitado especial de Gu, el director le había ofrecido. Chen prefirió una suite en el edificio principal. El director le entregó un talonario de vales.

– Los vales son para sus comidas y otros servicios. No tiene que pagar nada. El director general Pei ofrecerá una cena especial en su honor esta noche: un banquetebu, no a base de hierbas aromáticas, sino de exquisiteces.

– ¡Un banquetebu! -exclamó Chen, divertido.

Bu era una palabra casi imposible de traducir. Podía significar, entre otras cosas, un aporte nutritivo a base de hierbas y manjares especiales, concepto surgido de las teorías médicas chinas, en concreto relacionado con el sistema del yin y el yang. Pero Chen no tenía ni idea de cuáles serían los efectos de un festín de este tipo. Supuso que habría sido una sugerencia de Gu.

La suite que le habían asignado consistía en una sala de estar, un dormitorio y un espacioso vestidor. Chen sacó los libros y los colocó sobre un escritorio alargado situado junto a la ventana, desde la que se divisaban las colinas envueltas en nubes invernales.

Aquel día no abriría los libros, se recordó a sí mismo.

En lugar de eso se dio una larga ducha de agua caliente. Después, reclinado en el sofá, no pudo evitar dormirse.

Cuando se despertó ya era casi la hora de cenar. Quizá fuera un efecto tardío de la dosis adicional de somníferos. O quizá ya había empezado a relajarse en el complejo de vacaciones.

El restaurante se encontraba en el extremo este del complejo. Contaba con una magnífica fachada de estilo chino, con dos leones dorados sentados a ambos lados de una puerta pintada de rojo bermellón. Unas camareras que llevaban chaquetas rojas con brillantes solapas negras lo saludaron a la entrada inclinando la cabeza. Una azafata lo condujo a través de un enorme comedor hasta un reservado separado por cristales esmerilados.

El director general Pei, un hombre corpulento de expresión agradable que llevaba unas grandes gafas de montura negra, lo esperaba en una larga mesa de banquetes junto a otros ejecutivos, incluido el jefe de recepción al que había conocido antes. Todos empezaron a elogiar a Chen, como si lo conocieran desde hacía muchos años.

– El señor Gu no deja de alabar sus magníficos logros, maestro Chen. Se requieren tanta energía y tanta esencia para producir obras maestras como las suyas… Así que pensamos que una cenabu podría ayudarlo un poco.

Chen se preguntó qué habría hecho para convertirse en un «maestro», pero le estaba agradecido a Gu por no haberles revelado que era policía y por haber organizado todo aquello.

Como entrante, un camarero trajo una enorme bandeja conocida como Cabeza de Buda. Su parecido a una cabeza humana era más bien remoto: consistía en una calabaza blanca vaciada y cocida al vapor en una vaporera de bambú cubierta por una enorme hoja de loto verde.

– Un plato especial.

Pei, muy sonriente, le indicó al camarero que sostenía un largo cuchillo de bambú que podía empezar a cortar.

Chen contempló cómo el camarero serraba una parte del «cráneo» con el cuchillo, introducía los palillos en los «sesos» y sacaba un gorrión frito de dentro de una codorniz a la parrilla, que a su vez se encontraba en el interior de un pichón estofado.

– ¡Cuántos cerebros en una sola cabeza! -exclamó uno de los ejecutivos soltando una risita.

– No es de extrañar -observó Chen, sonriendo-. Se trata de Buda.

– Todas las esencias se mezclan para producir un extraordinario estímulo cerebral -añadió otro directivo-, pensado para los intelectuales que constantemente se devanan los sesos.

– Un equilibrio perfecto entre el yin y el yang -afirmó un tercer directivo-, procedente de una variada selección de aves.

Chen había oído varias teorías sobre la correspondencia dietética entre los humanos y otras especies. Su madre solía cocinar sesos de cerdo para él, pero aquí los platos eran mucho más elaborados de lo que había esperado.

A continuación trajeron una tortuga de lago, cocinada al vapor con azúcar cristalizado, vino amarillo, jengibre, cebolletas y unas cuantas lonchas de jamónjinhua.

– Todos sabemos que la tortuga es buena para el yin, pero en el mercado sólo se pueden encontrar tortugas criadas en granja, alimentadas con hormonas y antibióticos. La nuestra es diferente. Viene directamente del lago -recalcó Pei, mientras se bebía el vino a sorbos-. La gente tiene ideas equivocadas sobre el yin y el yang. En invierno devoran carne roja, como cordero, perro y ciervo, pero eso no es dialéctico…