Выбрать главу

– En estas fechas es relativamente barato -comentó Liao, examinando la lista de precios en el folleto.

Las parejas que se encontraban ahora en la sala podían bailar hasta las siete. Los bailes de la sesión de noche tendrían lugar en las plantas segunda y tercera. En la tercera planta estaba programada la actuación de un grupo de chicas rusas para esa misma noche, por lo que la mayoría de clientes se encontrarían allí disfrutando del espectáculo. La policía sólo tendría que vigilar la segunda planta. Las plantas cuarta y quinta estaban destinadas a habitaciones de hotel.

– ¿Quién querría hospedarse en una habitación aquí, con esta música que te perfora los tímpanos y este ruido insoportable durante toda la noche? -preguntó Yu.

– Bueno, el lugar es muy céntrico -respondió Liao-. Puede que algunos de los huéspedes bajen a bailar, y que se lleven después a una chica a la habitación.

Tanto los clientes de la sala de baile como los del hotel tenían que entrar y salir por la entrada principal, situada en la calle Huashan. Había una cámara de vídeo instalada sobre la entrada, así que no tuvieron que preocuparse de instalar otra.

Cuando volvieron a la furgoneta, Hong y varios agentes más se reunieron con ellos para organizar el plan de acción de esa noche.

Hong se dirigiría a la sala de baile de la segunda planta, enfundada en un vestido mandarín rosa. Llevaría un móvil en miniatura programado especialmente para la ocasión. Si apretaba una tecla, los policías que esperaban en el exterior se mantendrían en estado de máxima alerta, y al apretar otra tecla más, estos mismos agentes entrarían sin dilación. Hong había practicado artes marcialesShaolin en la academia de policía para poder enfrentarse a una situación inesperada, al menos hasta que sus compañeros acudieran en su ayuda. También debía llamarlos a intervalos regulares, aunque prefería no tener que hacerlo para no despertar sospechas.

El sargento Qi entraría con ella, haciéndose pasar por un cliente que no la conocía. No se alejaría de la sala de baile, se mantendría en contacto constante con los demás agentes y tendría la doble responsabilidad de protegerla y de detectar cualquier comportamiento que pudiera resultar sospechoso.

También había dos policías emplazados frente a la sala de baile de la segunda planta. Se turnarían para sentarse en el sofá próximo a la entrada, simulando ser clientes que están descansando allí. Tenían la responsabilidad de vigilar la salida de Hong, en compañía de alguien o sola.

Aquella noche no tenía sentido vigilar la tercera planta. Resultaba inconcebible que el asesino se acercara a una chica rusa que no hablaba chino, y que además estaba en el escenario. A instancias de Li, sin embargo, también enviaron a un agente de paisano a la tercera planta.

Finalmente, situaron a varios agentes más alrededor de la puerta de entrada al edificio en la calle Huashan. Uno iba disfrazado de vendedor del periódico vespertino, otra se había vestido de florista, y el tercero simulaba ser un fotógrafo que ofrecía sacar instantáneas de los turistas que paseaban por la calle.

Yu y Liao se quedaron en la furgoneta estacionada frente al club. Ambos esperaban inmóviles con los auriculares puestos, como dos soldados de juguete, intentando prever lo que pudiera salir mal.

La primera hora transcurrió sin incidentes. Aún era demasiado pronto, supuso Yu, mirando hacia el club. Para su sorpresa, vio a una madre joven arrodillarse temblorosa junto a un cartel colocado sobre la acerca cercana a la entrada de la sala de baile. La mujer, desgreñada y harapienta, sostenía en sus brazos a un niño de unos siete u ocho meses. Junto a la madre y al niño había un cuenco mellado con algo de dinero en su interior. La gente entraba y salía del club Puerta de la Alegría sin siquiera mirarlos. Nadie le echó ni una moneda.

La ciudad se estaba dividiendo en dos, una parte para ricos y otra para pobres. La propina que solía pagarse después de un baile podría haber alimentado y proporcionado cobijo a esa mujer y a su hijo durante un día. Yu pensó en salir de la camioneta con algunas monedas en la mano, pero un guardia se acercó a la mujer y la obligó a marcharse.

El sargento Qi continuaba informando desde el interior de que todo iba bien. Yu lo oía silbar de vez en cuando, como un experto, mientras el volumen de la música de fondo subía y bajaba. «Cuándo vas a volver, querido mío», melodía que Yu reconoció como una de las más populares en los años treinta.

Hong sólo se puso en contacto con ellos una vez, para decir que había recibido varias invitaciones.

En el exterior de la furgoneta, las luces comenzaron a encenderse gradualmente y los nuevos clientes, muy animados, fueron entrando en el club Puerta de la Alegría. En los años treinta, Shanghai había sido bautizada «la ciudad sin noche».

Hacia las ocho cuarenta y cinco hubo un silencio de unos veinte minutos. Liao le preguntó a Qi qué sucedía, y éste explicó que se había producido una falsa alarma. Siete u ocho minutos antes, Qi había perdido de vista a Hong en la sala de baile. Comenzó a buscar a su alrededor y la vio sentada con una bebida en un apartado del pequeño bar. Como también debía observar cuanto sucediera a su alrededor, Qi se sentó a una mesa desde la que se divisaban tanto el bar como la sala de baile.

– No se preocupe -lo tranquilizó Qi-. Puedo verlo todo desde aquí.

A continuación tuvo lugar otro lapso de silencio. Yu le encendió el cigarrillo a Liao antes de encender el suyo. Li volvió a llamar, por tercera vez aquella noche. El secretario del Partido no intentó ocultar su preocupación.

Al cabo de unos diez minutos, Qi les llamó para comunicarles con voz aterrorizada que la mujer del bar, pese a llevar también un vestido mandarín, resultó no ser Hong.

Yu marcó el número del móvil de Hong, pero ésta no contestó. Quizá la música que retumbaba en el interior del club era demasiado fuerte y Hong no lo oía sonar. Liao también lo intentó, dos o tres veces más. Hong seguía sin responder. Liao habló entonces con los agentes que estaban apostados fuera del edificio. Respondieron que no la habían visto salir, y que sería imposible no distinguirla en su vestido mandarín rosa.

Yu se puso en contacto con los agentes que hacían guardia a la entrada de la sala de baile. Lo tranquilizaron un poco al asegurarle que ninguno de los dos la había visto salir, por lo que aún debía de estar dentro del edificio. Yu les ordenó que entraran en la sala de baile y se reunieran con Qi.

Entretanto, Liao se dirigió apresuradamente a la sala de cámaras de vigilancia, donde se encontraba otro policía junto al guarda de seguridad del edificio.

Sin embargo, en menos de cinco minutos Yu vio salir de nuevo a Liao, sacudiendo la cabeza confundido. Hong no aparecía en la grabación en vídeo de la cámara que había en la entrada delantera.

Los policías que se encontraban en el interior de la sala de baile también llamaron, para informar de que la habían buscado en todas partes. Hong parecía haberse evaporado.

Sin duda había pasado algo terrible.

Habían transcurrido unos treinta y cinco minutos desde que Qi se percató de la ausencia de Hong.

Yu ordenó bloquear de inmediato la entrada del edificio. No era momento de preocuparse por la reacción de los clientes. Liao solicitó refuerzos con urgencia por teléfono antes de ordenar la evacuación de la sala de baile.

Los policías llegaron apresuradamente y registraron a todas y cada una de las personas que salían del edificio, pero Hong no se encontraba entre ellas.

Cuando la sala de baile quedó finalmente desierta, como un campo de batalla cubierto de copas, botellas y cosméticos, seguía sin haber ni rastro de ella.

– ¿Dónde puede estar? -preguntó Qi, abatido.

Todos conocían la respuesta.

– ¿Cómo diantre puede haberse escabullido llevándose a Hong? -preguntó Liao.

– Por aquí -exclamó Qi, señalando la puerta de un cubículo en el interior del bar. La puerta apenas se veía desde la sala de baile, a menos que uno se dirigiera a la parte trasera del bar.