En la lista aparecían nombres, direcciones y números de teléfono. Algunos clientes también indicaban su profesión o sus preferencias. Puede que se tratara de una lista elaborada por el departamento de relaciones públicas del club.
– Cuando celebramos actos especiales -explicó el director-, nos gusta notificárselo a los clientes.
Yu pensó que valdría la pena llamar por teléfono a algunas de las personas que aparecían en la lista. Uno de los nombres le llamó la atención: Jia Ming, abogado de profesión. Yu recordaba ese nombre. Chen le había pedido que lo investigara en relación a un caso importante sobre un complejo residencial.
Le pareció raro que Jia, un célebre abogado ocupado con un caso polémico, tuviera tiempo para acudir al club con regularidad.
– ¿Me puede decir algo acerca de este hombre?
– Jia Ming -respondió el director con una sonrisa de disculpa-. Me temo que no puedo decirle mucho. No viene con demasiada frecuencia.
– ¿Qué quiere decir?
– La mayoría de hombres de esta lista son «bolsillos llenos». Vienen aquí para «quemar el dinero», lo despilfarran en chicas y en servicios. Jia viene algunas veces, pero se limita a pagar la entrada, se sienta en un rincón y observa lo que sucede a su alrededor mientras se toma un café. Casi nunca baila, y nunca le pide a ninguna chica que salga con él. Viene sólo una o dos veces al mes.
– Entonces, ¿por qué aparece en su lista?
– No nos habríamos fijado en él de no ser por una llamada del Gobierno municipal hace algunos meses. Alguien nos pidió que avisáramos si Jia se comportaba aquí de forma indecorosa. Pero la verdad es que nunca se ha pasado de la raya. Nunca lo hemos visto salir con ninguna de las chicas, así que hemos dicho la verdad. Una petición extraña, podríamos decir, pero nosotros siempre cooperamos con las autoridades.
Al parecer, las autoridades habían estado siguiendo a Jia con la esperanza de encontrar alguna prueba contra él que desbaratara el caso del complejo residencial. Puede que las visitas de Jia al club no significaran nada. Los intelectuales solían ser excéntricos. El inspector jefe Chen, por citar a uno de ellos, aún se veía con una antigua acompañante para karaokes.
Yu volvió a preocuparse al pensar en su jefe. Había intentado ponerse en contacto con Chen repetidamente desde el miércoles, pero no lo había conseguido. La noche anterior Yu clasificó su llamada como «urgente» y solicitó que se la devolvieran de inmediato, y tampoco obtuvo respuesta. Aquella mañana, a primera hora, Yu le pidió a Pequeño Zhou que lo llevara en coche hasta el piso del inspector jefe, pero no había nadie allí.
¿Cómo podía desaparecer en un momento así?
Yu decidió volver al cementerio, aunque estaba seguro de que no iba a encontrar nada nuevo. Con todo, en pleno día quizá viera algo más.
Habían precintado el cementerio como el escenario del crimen. A lo lejos, una cabaña cubierta de barro se recortaba contra las escarpadas colinas. Nadie parecía ocuparse del cementerio. Yu se dirigió al lugar en el que habían encontrado el cuerpo. Encendió un cigarrillo resguardándose del viento helado sin dejar de temblar, como si estuviera reviviendo la pesadilla. La imagen lo acompañaría siempre: Hong yacía con la parte superior del cuerpo semioculta por la maleza y las piernas, muy abiertas, estiradas sobre la tierra húmeda. Tenía la piel levemente azulada, y su negro cabello le cubría la mejilla. Iba descalza, y llevaba un vestido mandarín que se le había subido hasta la cintura, revelando los muslos desnudos…
Un cuervo solitario volaba en círculos en lo alto, graznando, sin un hogar al que acudir en invierno.
En el Departamento circulaban diversas teorías descabelladas sobre el escenario del crimen. A diferencia de los lugares en que fueron abandonadas las tres primeras víctimas, el cementerio se encontraba lejos del centro de la ciudad. El secretario del Partido Li afirmó que el criminal había arrojado allí el cadáver debido a la presión policial. Pequeño Zhou añadió una historia de fantasmas de la dinastía Qing a su teoría anterior. Yu no creyó ninguna de esas dos versiones, pero tampoco se le ocurrió una teoría mínimamente convincente.
Para su sorpresa, vio a un chico que se le acercaba con una bolsa de periódicos en la mano. El chico gritaba «¡Edición especial! ¡Otra víctima vestida con un qipao rojo hallada en este cementerio!». Yu le dio un puñado de monedas y cogió varios periódicos.
El guarda que vigilaba el cementerio resultó ser supersticioso y muy locuaz. Aunque informó de inmediato a la policía, después se dedicó a difundir la noticia. La mención del vestido mandarín rojo era como una ruidosa sirena que resquebrajaba el cielo nocturno, y la gente se echó a temblar.
Como Yu se temía, la noticia sobre la última víctima del caso del vestido mandarín rojo había aparecido en todos los periódicos. Los periodistas aún no habían descubierto su identidad, pero algunos comenzaban a sospechar que algo extraño estaba sucediendo tras el alboroto desatado en el club Puerta de la Alegría la noche anterior. Un periodista llegó a insinuar que existía una conexión entre la sala de baile y el cementerio.
En los periódicos, Yu leyó varias supersticiosas interpretaciones sobre el último giro del caso.
Wenhui, por ejemplo, incluía un reportaje especial titulado «¡Cementerio Lianyi!». El periodista ofrecía una interpretación supersticiosa y macabra, narrada desde la perspectiva colectiva de algunos vecinos de la zona.
En los años sesenta y setenta era un cementerio caro, bien conservado y dotado de vigilancia. Se consideraba un emplazamiento propicio por tener una colina en forma de dragón al fondo, de acuerdo a la creencia popular de que un cementerio con un feng shui tan excelente traería buena suerte a los hijos de los fallecidos. En aquella época, sólo los habitantes ricos de Shanghai podían permitirse un lugar donde descansar en paz en ataúdes caros, rodeados de ropas lujosas, edredones, joyas de oro y plata…, según se creía, para disfrutar de todo ello en el más allá.
Pese a su feng shui, el cementerio se vio tan afectado por la Re volución Cultural como cualquier otro lugar. La práctica de enterrar a un muerto en un ataúd fue declarada feudal y, de la noche a la mañana, casi todos los muertos enterrados en este cementerio fueron catalogados como «negros» en su clase social. A fin de denunciar «a los espíritus y a los monstruos negros», los Guardias Rojos ordenaron demoler sus tumbas y extraer sus cuerpos, como en una ópera de Pekín, «para ser flagelados trescientas veces». Algunos ataúdes fueron profanados en busca de supuestas pruebas criminales como parte de la «campaña para barrer a los Cuatro Viejos»: viejas ideas, vieja cultura, viejas costumbres y viejos hábitos. El cementerio fue destruido casi en su totalidad.
Después de la Revolución Cultural rehabilitaron el estatus político de algunos de los muertos, pero no restauraron sus tumbas. Sus desconsolados familiares no quisieron volver al cementerio para celebrar los ritos religiosos ancestrales. Algunas familias sacaron los restos que aún quedaban en las tumbas y los trasladaron a otros lugares. Los perros callejeros comenzaron a merodear por las ruinas del cementerio, escarbando y sacando huesos blancos de vez en cuando. Algunos vecinos de la zona afirmaron haber visto fantasmas rondando por las noches, pero según un informe policial, tales rumores fueron propagados por los supersticiosos ladrones de tumbas.
Un perspicaz promotor inmobiliario se aprovechó de esta situación. Dado que el cementerio estaba abandonado y no ofrecía una buena imagen de la ciudad, el terreno podría destinarse a la construcción de nuevos edificios comerciales. El promotor le compró el cementerio al Gobierno municipal con la intención de convertirlo en un campo de golf
Pese a todas las novedades científicas y tecnológicas de nuestra época, mucha gente continúa siendo supersticiosa. La transformación comercial del cementerio fue considerada una profanación imperdonable. Algunos ancianos que vivían cerca de allí temían que los muertos pudieran salir de sus tumbas para perseguir a los vivos. A fin de tranquilizarlos, el promotor encendió toneladas de petardos y le pidió a un experto en feng shui que escribiera un artículo afirmando que, después del desastre de la Revolución Cultural, el feng shui se había restablecido, y que gracias al nuevo metro que se construiría arca, «la energía del dragón» aumentaría considerablemente el valor de la zona.