– Llevó días buscando a Chen, tía. ¿Sabe dónde está?
– ¿No sabe dónde está? Vaya, estoy muy sorprendida. Hará dos o tres días me llamó diciendo que tenía que irse por algo importante. Fuera de Shanghai, creo. Pensé que se lo habría dicho. ¿Qué ha pasado?
– No, no ha pasado nada. Seguro que habrá tenido que irse a toda prisa. No se preocupe, tía. Chen se pondrá en contacto conmigo.
– Llámeme cuando tenga noticias suyas -dijo la mujer, obviamente preocupada. Al parecer, ella también pensaba que, a menos que hubiera sucedido algo inusual, su hijo habría mantenido informado a Yu.
– La llamaré -prometió Yu.
Yu recordó que Chen se había mostrado algo distinto últimamente. Demasiado estrés, en opinión de Peiqin, pero Yu no pensaba lo mismo. ¿Quién no estaba estresado?
– ¡Ah! Nube Blanca me llamó ayer -añadió la anciana, musitando como si hablara sola-. Dijo que Chen estaba muy bien.
– Sí, Chen debe de haberla telefoneado -respondió Yu-. La llamaré más tarde.
Pero Yu tenía problemas más urgentes de los que preocuparse. El secretario del Partido Li lo llamó para ordenarle que se encargara de la conferencia de prensa que debía celebrarse ese día.
– Nunca me he ocupado de eso, secretario del Partido Li.
– Venga hombre, el inspector jefe Chen lo ha hecho muchas veces. Sin duda habrá aprendido las tácticas necesarias de él. -Luego añadió-: Por cierto, ¿dónde diantre está Chen?
– Acabo de dejarle un mensaje -repuso Yu sin entrar en detalles-. No tardará en devolverme la llamada.
Mientras volvía al Departamento, llamó a Peiqin y le pidió el teléfono de Nube Blanca.
Ser el compañero de Chen no era tan envidiable como pudiera parecer, pensó Yu.
21
Chen, consternado por la noticia de la muerte de Hong, viajaba en un taxi que apenas avanzaba entre el denso tráfico de Shanghai.
Miércoles por la mañana. Una semana antes, el inspector jefe iba de camino al complejo de vacaciones en el coche que le había enviado Gu, preocupado por su crisis nerviosa; ahora volvía a su casa, angustiado por los últimos acontecimientos en el caso de los asesinatos en serie. Habían sucedido tantas cosas en Shanghai… Entretanto, él había pasado la mayor parte del tiempo durmiendo como un idiota y elucubrando sobre historias de amor de miles de años de antigüedad.
Chen se estremeció al pensar en el dinero del más allá que había comprado en el mercado el viernes por la mañana. No era supersticioso, pero la coincidencia lo enervó.
Nube Blanca no fue consciente de lo desesperado de la situación hasta que Yu consiguió contactar con ella. Aun así, le preocupaba demasiado la salud de Chen como para comunicarle el mensaje de inmediato. No era policía, así que no tendría que dar cuentas por ello. Aquella mañana, después de que Chen le hablara de su recuperación en el complejo de vacaciones, Nube Blanca le dio la noticia sobre lo que había sucedido en el club Puerta de la Alegría. Chen interrumpió de inmediato sus vacaciones y tomó el primer autocar de largo recorrido con rumbo a Shanghai, sin siquiera despedirse de su anfitrión.
Mientras viajaba en el taxi no dejó de pensar en Hong. No empezó a conocerla un poco hasta que coincidieron en el caso del vestido mandarín rojo.
Al parecer, el novio de Hong, un cirujano que operaba en un Hospital para la Amistad Sinojaponesa, la había presionado para que dejara la policía. El novio argumentaba que el sueldo de Hong no compensaba todo lo que él se preocupaba por ella. Pero Hong creía en su trabajo. Durante una fiesta organizada por la comisaría para celebrar el Fin de Año chino, Hong leyó un poema sobre el hecho de ser «una policía para el pueblo». El poema no era demasiado bueno, pero expresaba la pasión de una joven agente que patrullaba la ciudad. Uno de sus estribillos, recordó Chen, rezaba así: «El sol es nuevo cada día».
No para ella, no hoy.
Mientras contemplaba el atasco en la calle Yan'an por la ventanilla del taxi, Chen supo que no recuperaría el sosiego hasta que no la vengara.
Chen abrió su maletín y sacó la carpeta con los documentos sobre el caso del vestido mandarín rojo. Mientras permaneció en el complejo de vacaciones había conseguido no mirarlos. Pero ahora, al sacar la carpeta, descubrió asombrado que su móvil había quedado escondido al fondo del maletín. Desconectado, por supuesto, pero reposando allí todo el tiempo. Antes de irse de vacaciones Chen había decidido no llevárselo, lo recordaba perfectamente. Por otra parte, era incapaz de recordar cómo había ido a parar el móvil al interior del maletín. Puede que los argumentos sobre el olvido de Freud no estuvieran tan desencaminados, pero Chen decidió no preocuparse de Freud en aquellos momentos.
Al escuchar todos los mensajes que había recibido, Chen descubrió que, además de los mensajes detallados de Yu, Li y varios altos cargos también habían llamado repetidamente, instándolo a volver al trabajo. Incluso el Viejo Cazador había empezado a inquietarse por su ausencia, tal y como le comunicaba en otro mensaje. Una joven agente había arriesgado su vida para atrapar a un asesino en serie que estaba desafiando a toda la policía. Esta crisis era mucho peor que cualquier otra que el Departamento hubiera experimentado antes.
Además, no podían investigar abiertamente. Como dice el proverbio chino, tenían que tragarse el diente caído sin escupir la sangre. Si la gente se enteraba de la identidad de la última víctima -asesinada durante una misión fallida en la que actuaba como señuelo- no sólo supondría una terrible humillación para la policía, sino que provocaría nuevas oleadas de pánico entre la población.
Aunque la identidad de la víctima todavía «se desconocía», nadie en el Departamento creía que pudieran seguir ocultándola durante mucho tiempo. Según uno de los mensajes que le había dejado Yu, los periodistas ya comenzaban a sospechar. Pero, en estos momentos, Yu y sus compañeros tenían preocupaciones aún más serias. ¿Qué sucedería esta semana? Ahora nadie tenía ninguna duda. Y nadie creía que pudieran detener al asesino en menos de dos días.
Chen miró su reloj: eran casi las diez. Decidió no ir al Departamento, ni siquiera pensaba ponerse en contacto con Yu por ahora.
Un detalle en particular sobre el caso lo había alarmado. El diabólico golpe maestro, todo el episodio del club Puerta de la Alegría desde la publicación del anuncio en el periódico hasta la huida por la puerta trasera, quizás hubiera sido planeado por el asesino desde el primer día en que Hong actuó como señuelo. Lo había organizado con excesiva perfección. Cuanto más pensaba en ello Chen, más sospechaba que el anuncio del periódico no había aparecido inesperadamente. Con toda probabilidad, se trataba de una contratrampa tendida gracias al uso de información privilegiada.
Así que, hiciera lo que hiciera, Chen no se lo mencionaría a nadie del Departamento. Se decía que el inspector jefe estaba demasiado enfrascado en su trabajo de literatura, o que no tenía las suficientes agallas como para resolver el caso de los asesinatos en serie. No le importaban estos rumores. Chen tenía la intención de continuar manteniéndose al margen.
– Lo siento, he cambiado de opinión -le dijo al conductor-. Vayamos al club Puerta de la Alegría.
– ¿E1 Puerta de la Alegría? Los polis hicieron una redada allí la semana pasada.
Puede que se tratara de una advertencia bienintencionada. Con su gabardina, su bolsa y su maletín, Chen parecía un turista interesado en uno de los lugares de visita obligada de la ciudad, o al menos eso aseguraban las guías turísticas.
– Sí, el club Puerta de la Alegría.
Haría cuanto estuviera en su mano porque se sentía más responsable de la muerte de Hong que ningún otro miembro del Departamento. De no haber sido por sus vacaciones, podría haber dirigido la investigación y haber impedido que Hong fuera al club Puerta de la Alegría, o al menos podría haberla obligado a quedarse en el exterior con los otros policías.