– No, no sé nada de lo que me pregunta. Una mujer que provenía de una familia como la suya tenía que vivir con el rabo entre las piernas, por así decirlo. Cualquier chismorreo sentimental podía tener consecuencias desastrosas. Era una época comunista y puritana, tal vez fuera usted demasiado joven para entenderlo. No sonaba ni una sola canción romántica en todo el país.
– El presidente Mao quería que la gente dedicara su vida a la revolución socialista. El amor romántico no tenía cabida. -Chen se interrumpió al recordar inesperadamente que en su trabajo de literatura se hacía una afirmación similar, aunque relacionada con el confucianismo-. Su marido también trabajaba en el instituto, ¿verdad?
– Su marido, Ming Deren, también daba clases allí. Ming no tenía nada de especial. Su matrimonio fue, al menos en parte, creo, un matrimonio concertado. Antes de 1949 el padre de Ming era un banquero de éxito, mientras que el de Mei no era más que un abogado de poca monta. La mansión Ming era una de las más lujosas de la ciudad.
– Sí, he oído hablar de la mansión. ¿Tenían problemas en su matrimonio? -Chen se preguntó por qué habría sacado Xiang el tema del matrimonio concertado.
– No que yo sepa, pero la gente creía que Ming no estaba a la altura de su esposa.
– Ya entiendo -dijo Chen, consciente de que, a ojos de Xiang, nadie habría sido digno de ella-. Entonces, ¿cómo supo usted de la foto? Debió de decírselo Mei, o quizá le enseñó la revista.
– No. Compartíamos despacho, y casualmente la oí hablar por teléfono con el fotógrafo. Así que compré un ejemplar de la revista.
– En cuanto al vestido mandarín de la foto, ¿la había visto llevarlo puesto alguna vez?
– No, nunca. Ni antes ni después de la foto. Tenía varios vestidos mandarines, que a veces se ponía para las actuaciones, pero no el de la foto.
– ¿Cree que la fotografía le causó problemas?
– No lo sé. Poco después comenzó la Revolución Cultural. Su suegro murió y su marido se suicidó, lo que fue considerado un grave delito contra el Partido. Ella se vio convertida en «miembro de la familia negra de un contrarrevolucionario», y la obligaron a salir de la mansión e instalarse en el desván que había sobre el garaje. La mansión fue ocupada por una docena de «familias rojas». Mei sufrió la más humillante de las persecuciones.
– ¿Todo eso fue la causa de su trágica muerte?
– En cuanto a las circunstancias de su muerte -explicó Xiang, tomando un largo sorbo de té, como si intentara beberse a sorbos su memoria-, puede que mis recuerdos no sean demasiado fiables después de todos estos años, como podrá imaginar.
– Lo comprendo, todo esto sucedió hace más de veinte años. No tiene que preocuparse por la exactitud de los detalles. Comprobaré varias veces cualquier cosa que me cuente -le aseguró Chen, también bebiéndose el té a sorbos-. Échele un vistazo a la foto. Es como en el refrán: la suerte de una belleza es tan fina como un papel. Creo que tendría que hacer algo por ella.
Este comentario convenció definitivamente a Xiang.
– ¿Lo dice en serio? -preguntó Xiang-. Sí, ustedes los policías deberían haber hecho algo por ella.
Chen asintió con la cabeza, sin decir nada por temor a interrumpirlo.
– Habrá oído hablar de la campaña de las Escuadras Obreras para la Propaganda del Pensamiento de Mao Zedong y lo que hicieron en las universidades, ¿no? -Xiang continuó hablando sin esperar una respuesta-. Representaban la corrección política durante aquellos años de Revolución Cultural. Una de esas escuadras vino también a nuestro instituto, y amedrentó a todo el mundo con la excusa de reeducar a los intelectuales. El jefe de la escuadra no tardó en recibir un mote que susurrábamos entre nosotros: camarada Actividades Revolucionarias. Se lo pusimos porque hablaba continuamente de su «actividades revolucionarias»: golpearnos, criticarnos y maldecirnos a nosotros, los supuestos «enemigos de clase». ¿Qué podíamos hacer salvo ponerle un mote a sus espaldas?
– ¿Fue Mei el objetivo de algunas de esas «actividades revolucionarias»?
– Bueno, siempre le estaba dando «charlas políticas». Circularon bastantes rumores sobre esas charlas a puerta cerrada, pero, para ser justos con él, nunca vi nada realmente sospechoso. Sus conversaciones no eran demasiado largas, y la puerta no siempre estaba cerrada. De todos modos, Mei se encogía como un ratón delante de un gato. Me refiero a cuando estaba en su compañía, que hacía todo lo posible por evitar.
– ¿Le comentó usted que le preocupaba lo que sucedía?
– No. Habría sido un delito sospechar de esta forma de un miembro de una Escuadra de Mao -respondió Xiang con una sonrisa amarga-. Entonces sucedió algo. No pasó en el instituto, sino en casa de Mei. Apareció un eslogan contrarrevolucionario escrito con tiza en la tapia del jardín. Por aquel entonces había más de diez familias viviendo en la casa, pero el comité vecinal lo consideró un ataque contra el Partido por parte de otro contrarrevolucionario de la familia de Mei. Uno de sus vecinos afirmó haber visto a su hijo con una tiza en la mano, y otro declaró que Mei lo había orquestado todo. Así que el comité se presentó en nuestro instituto. El camarada Actividades Revolucionarias los recibió y formaron un comité investigador conjunto. Una de las tácticas de la investigación consistió en mantener incomunicado al chico: lo encerraron en el cuarto trasero del comité vecinal hasta que estuviera dispuesto a confesar su delito.
– Es horrible -exclamó Chen-. ¿Lo torturaron durante el tiempo que estuvo incomunicado?
– No sé exactamente lo que hizo el comité investigador. El camarada Actividades Revolucionarias pasaba mucho tiempo en el barrio de Mei, iba allí cada día. Sin embargo, a ella no la sometieron a un interrogatorio en una celda de aislamiento, como habían hecho con su marido y como hicieron con su hijo. Mei continuaba viniendo al instituto, y parecía muy preocupada. Hasta que una tarde, inesperadamente, salió corriendo del desván desnuda, tropezó, se cayó por las escaleras y murió allí mismo. Hubo quien dijo que debió de volverse loca. Otros dijeron que se estaba bañando, y que salió corriendo al enterarse del retorno inesperado de su hijo.
– ¿Liberaron a su hijo aquel mismo día?
– Sí, volvió a casa aquella tarde, pero cuando llegó a la puerta del desván, se dio la vuelta y bajó a toda prisa por las escaleras. Según uno de los vecinos de Mei, ésta se cayó al salir corriendo tras él.
– Qué raro. Incluso si la hubiera encontrado en la bañera, el niño no tenía por qué huir, ni ella tenía por qué salir corriendo desnuda.
– Mei estaba muy unida a su hijo. Puede que, loca de contento, perdiera el control.
– ¿Qué dijo el miembro de la Escuadra de Mao sobre su muerte?
– Dijo que había sido un accidente, eso es todo.
– ¿Alguien hizo alguna pregunta sobre las circunstancias en que ocurrió?
– No, al menos no en aquel momento. Yo me había metido en problemas por «envenenar a los alumnos con decadentes clásicos occidentales». Como una figura de arcilla que cruza el río, apenas podía protegerme a mí mismo -explicó Xiang-. Después de la Revolución Cultural, pensé en acercarme a la fábrica en la que había trabajado el camarada Actividades Revolucionarias. Nunca explicó qué hacía en el barrio de Mei. Como jefe de una Escuadra de Mao, se suponía que debía estar en nuestro instituto, no en el barrio de Mei. Entonces, ¿por qué iba allí? Pero vacilé porque no tenía ninguna prueba de peso, y porque mi denuncia podría volver a arrastrar el recuerdo de Mei por el fango. Además, me enteré de que a él también le fueron mal las cosas. Sufrió una sucesión de desgracias, desde perder el empleo hasta ir a la cárcel.
– Un momento. ¿Recuerda el nombre del camarada Actividades Revolucionarias?