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La calle Hengshan era como una cinta interminable de luces de neón que se extendía a lo lejos, iluminando los restaurantes y los clubes nocturnos. No hacía mucho que Chen había estado con Nube Blanca en uno de los bares nostálgicos de esa zona.

¿Dónde estaría ella ahora? En otro bar, o en compañía de otro hombre, posiblemente.

Chen no tenía prisa por volver a casa.

Algunas de las piezas del rompecabezas parecían encajar. Tenía que asegurarse de que convergieran en un todo antes de que sus pensamientos inconexos se desvanecieran en la fría noche.

La Antigua Mansión quedaba cerca de allí. Estaba magníficamente iluminada a esa hora avanzada de la noche, como si quisiera evocar el recuerdo de la ciudad insomne. Chen se preguntó si habría sido tan ostentosa en la época de Mei.

El inspector jefe entró en la mansión, y esperó en un espacioso vestíbulo a que una camarera lo condujera hasta una mesa. Era evidente que el restaurante gozaba de éxito.

De las paredes colgaban varias fotografías antiguas. En una de ellas aparecía un hombre de mediana edad, posando junto a varios extranjeros frente a la mansión recién construida. La habrían sacado en los años treinta. La imagen llevaba un breve pie de foto: el señor Ming Zhengzhang, primer propietario de la mansión.Chen no encontró ninguna foto de Mei. No parecía buena idea evocar el recuerdo de la Revolución Cultural, tema que en la actualidad despertaba escaso interés.

El propietario del restaurante había reformado con gusto el local. Los paneles de roble de color oscuro, el piano de cola -una pieza de anticuario-, los cuadros al óleo en las paredes y el clavel en un jarrón de cristal tallado, por no mencionar la reluciente cubertería de plata en las mesas, contribuían a evocar un ambiente de época. Los clientes podían imaginarse que estaban en los años treinta en lugar de en los noventa.

Pero ¿y qué había del periodo transcurrido entre ambas décadas?

La historia no es como una mancha de salsa de soja, fácil de limpiar con la servilleta rosa que llevaba en la mano la bonita camarera que lo conducía a una mesa junto a una cristalera. Chen le preguntó si sabía cómo había llegado a convertirse la mansión en un restaurante.

– Nuestro director general pagó una gran cantidad de dinero a los inquilinos antiguos, más de diez familias, y después reformó la casa entera. Es todo lo que sé -respondió la camarera con una sonrisa de disculpa.

Chen abrió la carta, que era casi tan gruesa como un libro. Al llegar a las dos últimas páginas, que incluían las «Especialidades de la Mansión», se fijó en un plato llamado «Sesos de mono vivo», probablemente similar al que quisieron servirle en el complejo de vacaciones. También había un plato denominado «Ratas blancas vivas». No podía creer que Mei hubiera servido jamás esos platos vestida con su elegante qipao.

La camarera esperó junto a su mesa, observándolo con una atenta sonrisa.

– ¿Puedo pedir una taza de café?

– El café sólo se sirve después de la cena. Aquí el gasto mínimo son doscientos yuanes -explicó la camarera-. ¿No le parece que es un poco tarde para tomar café?

La camarera tenía razón. Después de aquella terrible mañana, tendría que ser más precavido con el café.

– Una tetera, entonces. Y un par de platos fríos para cubrir el gasto mínimo. Veamos: lengua de cerdo en vino Shaoxin, raíz de loto rellena de arroz glutinoso, pies de ganso deshuesados en salsa especial de la casa y tofu frío mezclado con cebolleta troceada y aceite de sésamo. No traiga los platos enseguida, de momento sólo el té.

– Como usted prefiera -respondió la camarera-. Aquí tiene el té.

Chen se dio cuenta de que aquí lo verían como a uno de esos clientes de poca monta que eligen los platos más baratos. Le pareció detectar un deje de esnobismo en la voz de la camarera.

Se sirvió una taza de té. No era demasiado fuerte. Empezó a mascar una hoja de té, pensando en la información que había recopilado a lo largo del día.

Según la tía Kong, el viejo fotógrafo se metió en problemas a causa de la fotografía, así que lo mismo podría haberle sucedido a Mei. El vestido mandarín que llevaba en la foto parecía ser idéntico a los de las víctimas del caso. Según el profesor Xiang, el camarada Actividad Revolucionaria, posible responsable de la muerte de Mei, no era otro que Tian, cuya hija Jazmín había sido la primera víctima. Y según la camarada Weng, Mei murió en circunstancias sospechosas, en las que posiblemente un hombre estuvo involucrado.

Ahora al menos comprendía mejor la conexión entre el vestido mandarín original de Mei y los vestidos mandarines rojos de las víctimas. Como le dijo a Yu, Jazmín, la primera víctima, podría haber sido el auténtico objetivo, mientras que las demás posiblemente fueran elegidas por alguna otra razón. El asesino podría ser alguien relacionado con Mei, alguien que conociera las circunstancias de su muerte y la implicación de Tian.

También tenía respuestas parciales para algunas de sus otras preguntas, como el porqué de la prolongada espera entre la muerte de Mei y la de Jazmín: puede que el asesino quisiera disfrutar de los largos años de sufrimiento de Tian en lugar de acabar con él de un solo golpe.

Por todo ello, hablar con el policía de barrio podría ser crucial para la investigación. Probablemente era la única persona que conocía las circunstancias exactas de la muerte de Mei, así como la relación entre esta muerte y las actividades revolucionarias de Tian.

Sólo tras resolver esta cuestión podría continuar formulando nuevas hipótesis.

La camarera empezó a colocar los platos fríos en la mesa.

– También tenemos platos especiales para la noche de Dongzhi -explicó-. ¿Le gustaría probar alguno?

– Ah, platos para la noche de Dongzhi -dijo Chen-. Ahora no, gracias.

No tenía apetito, aunque la combinación de colores del tofu blanco y la cebolleta verde parecía muy apetecible. Probó una cucharada sin saborearla, y a continuación volvió a sacar su cuaderno.

Era demasiado tarde para llamar a Yu a su casa, de modo que marcó el número de su móvil. Nadie contestó.

Tampoco había llamado a su madre desde el día en que se fue al complejo de vacaciones. Su madre solía acostarse tarde, así que marcó su número.

– Sabía que llamarías. Tu compañero Yu ya se ha puesto en contacto conmigo -le explicó su madre-. No te preocupes por mí, pero tú cuídate mucho. Para mí sigues siendo el Pequeño Cao.

«Pequeño Cao» era un nombre que no había oído en mucho tiempo. Ella también se volvía sentimental en la víspera de la festividad de Dongzhi.

Chen era vagamente consciente de una idea que iba cobrando forma en los recovecos de su mente.

– Intentaré ir a verte lo antes posible, madre.

– Mañana será la noche de Dongzhi. Sería estupendo que pudieras venir -dijo al final de la conversación-, pero no importa si no puedes.

Chen se acabó el té y le hizo un gesto a la camarera para que añadiera más agua caliente. La chica trajo una bandeja con la cuenta también.

– ¿Podría pagar la cuenta ahora, señor? Es muy tarde ya.

Chen sacó doscientos cincuenta yuanes.

– Quédese con el cambio.

En principio, la gente no tenía que dar propina en la China socialista, pero el restaurante era propiedad de un «capitalista».

Chen intentó elaborar un plan de trabajo para el día siguiente. Sólo le quedaba un día, y debía estar preparado para cualquier imprevisto.

Cuando volvió a levantar la vista, Chen observó que la camarera estaba recogiendo las otras mesas del comedor. Era el último cliente en el restaurante. A causa de la propina, quizá, la camarera no intentó meterle prisa.

Le vino a la cabeza el estribillo de un poema que había leído hacía mucho tiempo. «Date prisa. Por favor, es la hora.»

Chen se levantó, sin haber probado la mayoría de los platos.