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– Tiene razón, camarada Fan -dijo Chen, tras recordar que el término «camarada» se estaba convirtiendo en un eufemismo de «homosexual» entre los jóvenes y los modernos de Hong Kong y Taiwan. El inspector se preguntó si Fan conocía el cambio de significado. La evolución lingüística de esta palabra, así como la de «enfermedad sedienta», reflejaba fielmente el cambio ideológico.

A ambos lados de la puerta del restaurante habían escrito un pareado que se leía en verticaclass="underline" «Desayuno, comida, cena: lo mismo. El año pasado, este año, el año próximo: siempre igual». Más arriba había un comentario en horizontaclass="underline" «Auténtico en su boca».

El dinero para taxis que le había quedado al salir del club nocturno, calculó Chen, probablemente bastaría para desayunar ahí. Un camarero le recomendó la especialidad de la casa:mo de Xi'an en sopa de carnero. Un mo era un panecillo duro cocido al horno, que los clientes podían desmenuzar en trozos pequeños o grandes, según prefirieran, antes de que lo hirvieran en la sopa de carnero. El camarero les trajo una tetera como cortesía de la casa.

– Camarada Fan, permítame brindar a su salud con té, aunque el té no baste para mostrarle mi respeto.

– La gente no quema incienso en el Templo de los Tres Tesoros sin una razón. Usted es un hombre muy ocupado, inspector jefe Chen. No creo que haya venido a ver a un viejo jubilado como yo a menos que quiera algo.

– Sí, la verdad es que quiero hacerle algunas preguntas. Según el comité vecinal de esta zona, sólo usted puede ayudarme.

– ¡No me diga! Por favor, explíqueme cómo.

– Estamos investigando un asesinato. Me gustaría hacerle algunas preguntas sobre Mei, la mujer que vivía aquí antes. Años atrás fue la propietaria de la Mansión Ming. En aquella época usted era el policía del barrio.

– Mei… Sí, claro. Pero murió hace muchísimo tiempo. ¿Qué tiene que ver ella con su investigación?

– De momento, todo lo que puedo decirle es que cualquier información sobre ella nos podría ayudar mucho.

– Bueno, vine aquí como policía de barrio dos o tres años antes de la Revolución Cultural. ¿Qué edad tenía usted entonces? Aún iba a la escuela primaria, ¿no?

– Sí -asintió Chen con la cabeza, llevándose la taza a los labios.

– Puede que el trabajo de un policía de barrio no tenga mucha importancia en los noventa -observó Fan mientras desmenuzaba elmo en trozos muy pequeños, como si fueran partes de su memoria-, sin embargo, a principios de los sesenta, cuando la llamada de Mao a la lucha de clases resonaba por todo el país, el puesto implicaba mucha responsabilidad. Cualquier individuo podía ser un enemigo de clase que maquinara en secreto para sabotear nuestra sociedad socialista, sobre todo en este barrio. Un número considerable de vecinos estaban clasificados como «ciudadanos negros». Después de 1949, algunas de estas familias fueron expulsadas por su conexión con los nacionalistas, y sus casas fueron ocupadas por familias de clase obrera. De todos modos, algunas familias tenían vínculos tanto con el régimen antiguo como con el nuevo, así que conservaron sus mansiones. Como los Ming.

– ¿Qué pasó con los Ming?

– Conservaron su mansión porque el patriarca, un banquero influyente, había denunciado a Chiang Kai-shek a finales de los años cuarenta. Así que los comunistas lo consideraron un «personaje democrático patriótico» y no se apoderaron de su fortuna. Su hijo, que era profesor en el Instituto de Música de Shanghai, se casó con Mei, una violinista que también daba clases allí. Tuvieron un hijo, Xiaozheng. Llevaban una vida acomodada en el interior de la mansión, por lo que sus vecinos de clase obrera no dejaban de protestar. Como policía de barrio, tuve que prestarles más atención que a los demás.

»Las cosas cambiaron radicalmente cuando estalló la Revolución Cultural. El viejo murió de un infarto, lo que, de hecho, le evitó todas las humillaciones. Pero su familia no tuvo tanta suerte. El marido de Mei fue interrogado y encerrado en una celda de aislamiento. Lo acusaron de ser un agente secreto al servicio de Gran Bretaña por haber cometido el delito de escuchar la BBC. No pudo soportarlo y se ahorcó.

»Después requisaron su casa. Llegaron varias familias y ocuparon las habitaciones como si fueran suyas. Obligaron a los Ming, ahora sólo Mei y su hijo, a instalarse en el desván que había sobre el garaje, en lo que era antes la vivienda de los criados.

– ¿Y nadie hizo nada al respecto? -preguntó Chen, pero de inmediato se percató de lo absurdo de su pregunta. Su familia también había sido expulsada de su piso de tres dormitorios a principios de la Revolución Cultural.

– ¿No recuerda una cita popular del presidente Mao? «Hay miles de argumentos a favor de la revolución, pero el principal es éste: la rebelión está justificada.» Quedarse con las propiedades de los ricos se consideraba una actividad revolucionaria.

– Sí, lo recuerdo. Los Guardias Rojos también vinieron a mi casa. Disculpe la interrupción, camarada Fan. Continúe, por favor.

– En el tercer año de la Revolución Cultural, apareció en la tapia del jardín de los Ming un eslogan contrarrevolucionario, o algo parecido, dividido en dos partes. Una era «Abajo» y la otra «el presidente Mao». Posiblemente las escribieron dos niños en momentos distintos, pero al estar una al lado de la otra parecía que formaran una sola frase. Una cosa así bastaba para convertir a los propietarios de la mansión en posibles sospechosos. Naturalmente, debido a la lucha de clases la atención se centró en la familia Ming, la única clasificada como «negra» según el sistema de clases. Y sobre todo en el chico. Nadie pudo demostrar que lo hubiera escrito él, pero nadie pudo demostrar tampoco que no lo hubiera hecho.

»Entonces se formó un grupo de investigación conjunta, compuesto por miembros del comité vecinal y de la Escuadra de Mao que se había enviado al instituto de Mei. Encerraron al chico, solo, en el cuarto trasero del comité vecinal. Era lo que entonces se denominaba interrogatorio en aislamiento, un tipo de interrogatorio muy eficaz para quebrar la resistencia de los enemigos de clase. De hecho, el marido de Mei se suicidó tras una semana de interrogatorio en aislamiento.

»A Mei la aterrorizaba que el hijo siguiera los pasos del padre. Durante varios días se dedicó a implorar ayuda a todo el mundo, como una mosca sin cabeza. Incluso vino a hablar conmigo, pero yo no pude hacer nada. En aquella época, la comisaría del distrito había sido tomada prácticamente por los rebeldes. ¿Y qué podía hacer un policía de barrio?

»Hasta que un día, a primera hora de la tarde, de repente liberaron al chico. Dijeron que no habían encontrado pruebas determinantes en su contra, ni tampoco testigos. Además, le había entrado una fiebre muy alta en el cuarto trasero, y el guardia que estaba de servicio no quiso cuidarlo. Así que se marchó derecho a casa, pero, al abrir la puerta, fue como si hubiera visto a un fantasma. Se dio la vuelta y huyó despavorido, gritando como un poseso. Su madre salió a toda prisa tras él, completamente desnuda. Tropezó y cayó rodando escaleras abajo.

»Puede que el niño la hubiera oído caer, o puede que no, pero la cuestión es que no volvió atrás. Salió corriendo a la calle, y después siguió corriendo como un loco hasta llegar a aquel despacho trasero…

– Es muy raro -observó Chen-. ¿Habló usted con los vecinos de Mei después de lo ocurrido aquella tarde?

– Sí, con varios de ellos -respondió Fan-. En concreto con Tofu Zhang, un vecino del edificio, que casualmente estaba en casa aquella tarde. Aún dormía después de haber hecho el turno de noche, hasta que lo despertó un sonido sobrecogedor. Bajó de la cama de un salto y vio a Mei corriendo desnuda y llamando a su hijo. Zhang no vio al chico, y supuso que su madre habría tenido una pesadilla. Pero entonces Mei cayó rodando por las escaleras y se golpeó la cabeza contra el suelo. Zhang pensó en salir a ayudarla, pero vaciló. Se acababa de casar y su mujer, que era muy celosa, podría haber reaccionado como una tigresa al ver a Zhang junto a una mujer desnuda. Así que cambió de idea y cerró la puerta.