– El autor deSueño de la habitación roja era muy bueno ideando juegos de palabras -afirmó el propietario del restaurante-, incluso con los nombres de los personajes. El nombre Jia Baoyu, el héroe de la saga, podía significar «piedra preciosa ficticia», y en el libro sale otra familia apellidada Zheng, que quiere decir «auténtico…».
Al oír aquella palabra, a Chen le dio un vuelco el corazón.
El inspector jefe interrumpió abruptamente la conversación, volvió a la mesa y cogió su maletín. Antes de marcharse al complejo de vacaciones, había metido a toda prisa en el maletín los expedientes sobre los casos del complejo residencial y del vestido mandarín rojo, aunque no tenía pensado repasar ningún documento allí. Debido a su apresurado retorno a Shanghai, Chen aún no había tenido tiempo de echarles un vistazo.
Chen sacó la carpeta con el expediente del caso del complejo residencial y empezó a leer la parte referente a Jia.
El informe, demasiado breve y simplista, se centraba en los posibles motivos de Jia para enfrentarse al Gobierno. Proporcionaba escasa información sólida: sólo un par de líneas sobre su infancia infeliz durante la Revolución Cultural, en la que había perdido a sus padres. Ni siquiera mencionaba los nombres de éstos.
Sin embargo, bastó para que el director Zhong concluyera que Jia aceptó el caso para vengarse por lo sucedido durante la Revolución Cultural.
Chen leyó la parte sobre la vida personal de Jia en los últimos años.
De nuevo, la información era escasa. Puede que ello se debiera a que Jia siempre había procurado no llamar la atención, pese a defender casos muy polémicos. Se decía que las acciones estadounidenses que había heredado de su abuelo valían millones, lo que convertía a Jia en uno de los mejores partidos de la ciudad. Por consiguiente, su soltería despertaba suspicacias. Algunos incluso albergaban sospechas acerca de su orientación sexual, aunque carecían de pruebas que confirmaran sus suposiciones. De hecho, Jia había tenido novia, una modelo, pero pusieron fin a su relación. La chica se apellidaba Xia, y tenía unos quince años menos que él.
Obedeciendo a un impulso, Chen cogió el móvil y llamó a Nube Blanca.
– ¿Conoces a alguna mujer llamada Xia que trabaje en el negocio del entretenimiento? Antes había sido modelo.
– Xia… Xia Ji, posiblemente. No la conozco en persona, pero es muy conocida en esos círculos -explicó Nube Blanca-. Ya no trabaja de modelo. Se dice que tiene acciones en una casa de baños llamada La Época Dorada. Xia es una triunfadora, por eso he oído hablar de ella.
– ¿Una modelo en el negocio de las casas de baños?
– ¿De verdad que no lo sabes? -preguntó Nube Blanca-. En las salas de masajes de estas casas cualquier cosa es posible. Pero ella es copropietaria del negocio.
Chen recordó haber visto a la novia modelo de Jia en alguna parte. Lo recordó por su nombre, Xiaji, que en chino también significaba «verano». De hecho, Chen la había conocido en el panel de un concurso llamado «Tres bellas competiciones: Corazón, Cuerpo y Mente», patrocinado por la Corporación Nuevo Mundo. Chen participó en el jurado por deferencia a Gu. Como poeta con obra publicada, se suponía que sería «capaz de juzgar lo que es poético». Xia también era miembro del jurado. No hablaron demasiado durante el concurso, ni tampoco después.
– Gracias, Nube Blanca. Te llamo luego -dijo Chen, poniendo fin a la conversación al ver que Fan volvía con un sobre en la mano-. Camarada Fan, ¿puede decirme de nuevo el nombre del chico?
– ¿Por qué? Xiaozheng, o Zheng, así que debería de ser Ming Zheng, o Ming Xiaozheng. No recuerdo qué carácter escrito en particular para «zheng». En cuanto a «Xiao», el carácter podría haberse añadido al nombre del niño como expresión de cariño, ya sabe.
– Sí, a veces mi madre aún me llama «Xiao Cao» también.
– ¿A qué se refiere?
– Los nombres chinos pueden tener distintos significados. Por ejemplo, Jia Ming puede significar «nombre ficticio», mientras que Ming Zheng, al menos en cuanto a su pronunciación, puede significar «nombre real».
– ¿Adonde quiere ir a parar, inspector jefe Chen?
– Si ese niño se hubiera cambiado el nombre a algo como Jia Ming, «nombre falso del descendiente de la ilustre Mansión Ming», ¿le parece que tendría sentido?
– En la cultura china, muy poca gente se cambiaría el apellido, pero creo que es posible que el hijo de Mei lo hiciera. Puede que su pasado fuera demasiado doloroso para él. Y el seudónimo podría llevar un mensaje implícito. Es como si le estuviera diciendo al mundo que el que lleva ese nombre es «ficticio», y oculta su identidad real del escrutinio público. Pero ¿quién es Jia Ming?
– De momento es sólo una suposición. -Chen decidió no entrar en detalles y cambió de tema-. Ah, ha traído las fotos.
Fan sacó un puñado de fotografías en blanco y negro no demasiado buenas, tomadas desde distintas perspectivas. Algunos primeros planos estaban borrosos y desenfocados.
Con todo, eran unas imágenes espantosas: distintos ángulos de una mujer muerta, abandonada, que yacía desnuda sobre el suelo de cemento gris. Mientras las observaba, Chen las yuxtapuso mentalmente a las fotografías de Mei vestida con el qipao, cogiendo de la mano a su hijo…
En la poesía, cuando dos imágenes se yuxtaponen es posible que emerja un nuevo significado. Chen no había conseguido captarlo todavía, pero sabía que existía.
– Nunca podré agradecérselo bastante, camarada Fan.
– Saqué las fotos cuando era policía -explicó Fan sintiéndose de repente incómodo-, pero no tardé en darme cuenta de que no se llevaría a cabo ninguna investigación. ¿Quién se iba a molestar por una mujer tan «negra»? Y yo no soportaba la idea de que las fotografías de su cuerpo desnudo pasaran de mano en mano. No me refiero a la investigación, sino a… ya sabe a lo que me refiero.
– Usted es un hombre de principios -afirmó Chen-. Me alegra haberlo conocido.
– Después de la Revolución Cultural, pensé en reabrir el caso. Sin embargo, el Gobierno quería que la gente mirara hacia delante. ¿Qué podía hacer yo sin pruebas ni testigos? Además, puede que Mei muriera por culpa de Tian, pero, estrictamente hablando, ni siquiera era un caso de asesinato.
– Tiene razón -dijo Chen, preguntándose a qué venía el discurso de Fan.
– Tal vez no se equivoque y el hijo se haya cambiado de nombre. Querrá olvidarse del pasado, y por eso vendió la Antigua Mansión y nunca volvió por aquí. -Fan hizo una breve pausa antes de continuar, y luego agregó-: Nunca he hecho nada por ella, y si lo que le he dicho se usa en contra de su hijo…
– De momento sólo tengo una teoría. Nada de lo que me ha contado se usará contra él -aseguró Chen. Le pareció que su promesa era sincera, pero sólo hasta cierto punto-. En aquella época, el que un niño sufriera no se consideraba un delito.
– Gracias por explicármelo, inspector jefe Chen.
– Tengo que pedirle un favor. ¿Puedo llevarme estas fotos unos días? No se las enseñaré a nadie ajeno al caso. Se las devolveré tan pronto como haya acabado.
– Por supuesto que puede llevárselas.
– Gracias, camarada Fan. Me ha sido de gran ayuda.
– No, no tiene que agradecerme nada -respondió Fan-. Es que tendría que haber hecho yo. En todo caso, soy yo el tiene que darle las gracias a usted.
27
Por primera vez, Chen pensó que iba por buen camino.
Después de despedirse de Fan, llamó a la oficina de Jia. La secretaria que contestó al teléfono le dijo que Jia había salido de la ciudad, y que no volvería hasta la tarde. Quizá fuera mejor así, pensó. Necesitaba tiempo para ordenar sus ideas.