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– Tal vez, pero además de ser eso, también soy una abogada magnífica. Te enviaré mi dimisión por fax. La tendrás en tu despacho a primera hora de la mañana.

Jamie se levantó y se marchó. Pero no fue completamente consciente de lo que había hecho hasta que llegó a casa de su abuela. Entonces, se miró en el espejo y se dijo:

– Lo hecho, hecho está.

Iba a empezar de cero. Con o sin Slade McCafferty.

– ¿Qué piensas hacer con Jamie?

Randi lo preguntó sin preámbulos, cuando entró en el salón. La casa estaba a oscuras y todos se habían ido a dormir; todos, excepto Slade, que estaba sentado junto al fuego, recordando lo sucedido con Jamie en el pajar del establo. En la mesita, a su lado, tenía una copa; pero en realidad, no le apetecía beber.

Randi, vestida con una bata y unas zapatillas, se sentó en la mecedora con su bebé en brazos. Inclinó la cabeza, miró a su pequeño y le dio el biberón.

– ¿A qué te refieres? -preguntó él.

Randi bostezó.

– No niegues lo que sientes por ella. Ambos sabemos que esa abogada te interesa, y si no haces algo pronto, se marchará con Chuck Jansen y la habrás perdido para siempre.

– ¿Cómo puedo perder lo que no tengo?

– Oh, vamos… recuerda que soy especialista en relaciones sentimentales -contestó-. Soy una profesional.

– Una profesional que admite no estar en plena posesión de sus facultades mentales.

Randi sonrió.

– No hace falta ser un lince para darse cuenta de eso. Ella te quiere y tú la quieres. Fin de la historia. Es muy sencillo. Pero no va a cometer el error de esperarte… ya lo hizo en el pasado, y una mujer como Jamie Parsons no tropieza dos veces en la misma piedra.

Slade frunció el ceño y pensó en su breve aventura adolescente y el niño que habían perdido. Al ver a su hermanastra con el bebé, se sintió terriblemente culpable y se preguntó si alguna vez tendría un hijo, o tal vez una hija.

Su padre ya se lo había aconsejado tiempo atrás. Le había dicho que no desperdiciara su vida, que la vida era más corta de lo que imaginaba y que había llegado el momento de sentar cabeza y fundar su propia familia. En aquel momento, estaba tan enfadado con el mundo y con el propio John Randall que no le hizo caso; sólo más tarde, cuando su padre falleció, se dio cuenta de que estaba en lo cierto. Pero para entonces, ya no se lo podía agradecer; era demasiado tarde.

Randi se balanceó en la mecedora. Slade alcanzó su copa y echó un trago de whisky que le quemó en la garganta, pero no le tranquilizó.

– No sé lo que ha visto en ese Jansen -continuó ella-. Pero puede que no esté buscando el amor, sino la seguridad y la compañía. Puede que se haya cansado de estar sola.

– ¿Hablas de Jamie? ¿O de ti? -preguntó su hermana-. Sé que estás acostumbrada a dar consejos sentimentales a tus lectores, pero conmigo no te va a servir. Yo sé lo que quiero, Randi.

– Lamento no estar de acuerdo contigo, hermanito.

– No soy tu hermanito.

– ¿Ah, no? Eres el más pequeño de mis hermanos… que seas más grande y más viejo que yo no significa que seas más sabio.

– Eso es verdad -ironizó-. Pero no veo que tú te apliques tus propios consejos.

– No te entiendo.

– Empecemos con tu hijo, si quieres.

– No quiero hablar de eso.

– Aunque no quieras, tendrás que admitir que no le has buscado una familia perfecta, precisamente…

– No sabes de lo que estás hablando.

Joshua eructó en ese momento, y su cabello rojizo brilló con la luz de las llamas.

– Slade, no estábamos hablando de mí, sino de ti -continuó-. Fíjate en Thorne, por ejemplo; siempre pensé que era un soltero empedernido, y ahora se ha casado y es feliz. Nicole, él y las niñas son una familia, aunque nuestro hermano no sea el padre biológico de las pequeñas.

Slade pensó en su padre real, Paul Stevenson, y se dijo que era un idiota. Enviaba puntualmente sus cheques, para contribuir a la manutención de las niñas, pero no llamaba ni pasaba nunca a visitarlas. Nicole había comentado en cierta ocasión que Paul había sido un simple donante de esperma, y Slade no podía estar más de acuerdo.

– Sí, bueno, Thorne se ha casado. ¿Y qué?

– Y Matt se casara pronto. Kelly y él también son felices…

– Tan felices que me enferman.

Randi rió.

– Es que están enamorados, hombre…

– Supongo.

– Lo están -puntualizó ella-. Pero sólo quedas tú.

– Y tú -le recordó.

– Yo tengo a mi hijo. No necesito un hombre, y no me lo discutas. Eres uno de esos tipos que creen que una mujer no puede vivir sin un hombre a su lado. Pero en mi caso, te equivocas totalmente. Sé cuidar de mí misma.

– Pues no se puede decir que lo estés haciendo muy bien. Han intentado matarte. Y uno una, sino dos veces… si las cosas siguen así, es posible que a la tercera vaya la vencida. Pero en cualquier caso, no eres tan independiente como afirmas. Siempre has dependido de los hombres.

– ¿Tú crees?

– Por supuesto que sí. Primero de papá, y ahora, cuando te metes en líos, de tus hermanastros. No eres tan fuerte como piensas, hermanita -contestó Slade-. Y, en cuanto a lo que dices sobre las mujeres y los hombres, tal vez sea cierto; pero a veces necesitamos la compañía de alguien.

– A eso quería llegar. Podrías tener el amor que han conseguido tus hermanos. Podrías tenerlo con Jamie… si no eres tan estúpido ni tan cabezota como para dejarla marchar.

– Gracias por el consejo -murmuró-. Lo pensaré.

Slade se levantó, se dirigió al vestíbulo y se puso el abrigo. La pierna le dolía, pero salió al exterior de todas formas. Necesitaba un poco de aire.

Harold corrió hacia él mientras Slade caminaba hacia el establo. Sacó el último cigarrillo que le quedaba y se puso de espaldas al viento para encenderlo, pero falló cinco veces antes de conseguirlo. Después, dio una larga calada y contempló el rancho, los campos, la casa y todo lo que John Randall había amado en vida. Quizá había llegado el momento de sentar cabeza. Jamie era la mujer adecuada para él, pero no sabía si aún lo querría a su lado.

Tiró la colilla al suelo y caminó hacia el establo.

Al día siguiente, a primera hora de la mañana, llamaría a Jamie y le diría lo que sentía por ella. Ahora sólo quería encontrar el reloj de su padre.

Llevó una mano a la puerta y abrió.

La explosión fue tan fuerte que lo tiró al suelo. El establo empezó a arder por los cuatro costados, con llamas intensas, brillantes, cegadoras.

Slade oyó los relinchos de terror de los caballos.

No tenía tiempo que perder. No podía pararse a pensar.

Se levantó y entró en el infierno.

Capítulo 12

La explosión hizo temblar la casa.

Randi se levantó de la cama, tomó a Joshua en brazos y salió al pasillo.

– ¡Por todos los demonios, llamad a la policía! -exclamó Thorne, que salía en ese momento del dormitorio principal-. ¡Nicole! ¡Sal de una vez!

Randi se puso unos zapatos como pudo.

– ¿Qué ha pasado? ¿Lo habéis oído?

– No sé qué ha pasado, pero no es nada bueno. ¡Todo el mundo fuera! -ordenó su hermano mayor-. ¡Nicole! ¡Vamos!

Nicole salió corriendo de la habitación. Se había puesto una bata y estaba intentando llamar con el teléfono móvil.

Bajaron por la escalera a toda prisa.

– ¿Dónde está Slade? -preguntó Thorne.

– Salió hace unos minutos. Yo acababa de subir al dormitorio -contestó Randi-. ¿Se puede saber qué está pasando? No entiendo nada…

Al reparar en la luz brillante y rojiza que iluminaba el interior de la casa, se acercaron a las ventanas y miraron al exterior.

– ¡Oh, Dios mío! ¡Es el establo!

Todos salieron al porche. El viejo establo ardía por todas partes.