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– ¡Oh, no! -gritó Randi.

– No puede ser… -dijo Nicole.

– ¡Alejaos de la casa! -exclamó Thorne-. ¡Todos! ¡Ahora mismo!

Las gemelas empezaron a llorar. Randi encontró un abrigo y salió de la casa inmediatamente. No quería ni pensar que Slade pudiera estar en el granero. La idea era demasiado terrible.

– ¡Sí, sí… en el rancho Flying M, a treinta kilómetros al norte de Grand Hope! -dijo Nicole por teléfono-. Necesitamos que envíen una ambulancia, a los bomberos… y también a un veterinario. ¡Es urgente! ¡Es en la propiedad de los McCafferty!

– ¿Slade estaba en el establo? -preguntó Thorne, mirando a Randi.

– No lo sé, en serio… no sé dónde está. Estuvimos charlando un rato en el salón y luego salió; supongo que a fumar un cigarrillo… -dijo, mirando las llamas con horror.

– ¡Pues alguien está sacando a los caballos! Será idiota…

Thorne dejó a las niñas con Nicole.

– No vayas, papá…

– Encárgate de ellas y no permitas que nadie entre en los edificios. En ninguno -ordenó a su mujer-. Puede que el establo sólo haya sido el principio de algo mayor. Ah, y manteneos lejos de los coches… quién sabe si no se producirá una reacción en cadena.

– No te preocupes, Thorne.

– ¿Una reacción en cadena? -preguntó Randi.

Thorne le lanzó una mirada fulminante.

– No creerás que ha sido un accidente, ¿verdad?

Al ver que su hermano se dirigía al establo, Randi intentó impedírselo.

– No vayas… ¡Es demasiado tarde!

Nicole corrió detrás de su esposo.

– ¡Thorne! No…

– Aléjate. Encárgate de los niños y llama a Matt.

– No, no vayas, por favor. Espera a los bomberos…

– Tardarían demasiado. Pero descuida; estaré bien.

Thorne no esperó más. Se apartó un momento para dejar pasar a los animales que salían del granero, aterrorizados, y desapareció en el interior.

Nicole volvió con las niñas.

– ¡Papá! ¡Papá…!

– No os preocupéis, no le pasará nada.

Nicole estaba mortalmente pálida, pero sacó fuerzas de flaqueza y abrazó a sus hijas.

– Papá estará bien -insistió-. Ha ido a ayudar al tío Slade y a los caballos…

Molly y Mindy no dejaban de llorar. Pero Nicole no tenía más opción que ser fuerte, de modo que volvió a sacar el teléfono móvil y llamó a Matt.

Su voz sonó sorprendentemente firme, teniendo en cuenta las circunstancias.

– ¿Matt? Soy Nicole. Será mejor que vengas a casa, y que traigas ayuda. Ha habido una explosión en los establos. Están ardiendo y es posible que algunos animales estén heridos. Hemos llamado a emergencias. La policía y los bomberos ya están de camino, pero… tus hermanos están dentro.

Slade tosió y tropezó. Avanzaba de compartimento en compartimento, a duras penas, abriendo las puertas a los asustados caballos e intentando protegerse del humo con un pañuelo. Pero no era suficiente.

– ¡Slade! ¡Slade!

Era la voz de Thorne.

– ¡Sal de aquí! -exclamó Slade-. ¡Sal inmediatamente!

Slade sacó a una yegua, que huyó despavorida. Sólo quedaban dos caballos más.

– ¿Dónde te has metido, Slade? ¡No te veo!

Slade intentó responder, pero la garganta le dolía tanto que no pudo. Abrió la portezuela de Brown, otra de las yeguas, y se dispuso a salvar al último de los animales, Diablo Rojo, que pateaba y relinchaba dentro de su establo.

– ¡Slade! ¡Maldita sea! ¡Slade…!

Diablo Rojo salió tan deprisa que Slade no tuvo tiempo de apartarse. El caballo se lo llevó por delante y lo derribó.

Slade se levantó del suelo y vio que del techo caía una lluvia de chispas. La madera crujió y se acordó de las toneladas de heno que estaban acumuladas en la parte superior. Si no salía pronto de allí, se le caerían encima.

Miró la ventana y saltó hacia ella.

La viga central cedió un instante después, con un ruido tremendo.

El pajar se había derrumbado.

– ¿Fuego? ¿Qué quieres decir? ¿Dónde hay fuego? -preguntó Kelly mientras se levantaba de la cama.

– En el establo del rancho. Thorne y Slade podrían estar dentro, atrapados.

– Oh, no… -dijo ella, atónita-. Pero… ¿por qué? ¿Cómo es posible?

Matt ya se estaba vistiendo.

– Nicole no me ha dicho nada más. Probablemente no lo sabe, pero eso da igual ahora. Tengo que ir.

– Voy contigo.

Kelly alcanzó sus pantalones, un jersey y su pistola del calibre treinta y ocho.

– No creo que necesites un arma.

– Espero que no, pero me la llevaré de todas formas.

Matt ni siquiera se molestó en ponerse un cinturón.

– Sería mejor que te quedaras aquí.

– De ningún modo.

Kelly terminó de vestirse y se calzó las botas. Después, salieron de la casa, entraron en el garaje, echaron mano a un par de chaquetas y subieron a la camioneta de Matt.

Él arrancó el vehículo y ella pulsó el mando a distancia de la puerta del garaje. A lo lejos se oían sirenas.

– Son camiones de bomberos -dijo Matt.

– Y ambulancias.

De camino, Kelly marcó un número en su teléfono móvil.

– Voy a hablar con Striker -le explicó a Matt-. Y con Espinoza.

Striker sólo tardó unos segundos en contestar.

– ¿Dígame?

– ¿Striker?

– Sí, soy yo.

– Hay fuego en el rancho de los McCafferty. No sé qué lo ha causado, pero Slade y Thorne podrían estar atrapados en uno de los edificios. Por lo visto, ya han llamado a los servicios de emergencia.

– Ya estoy de camino -dijo el detective privado-. Lo he oído en la emisora de la policía y he decidido ir.

Kelly cortó la comunicación y miró a Matt. Conducía a toda velocidad, como si su propia vida dependiera de ello.

– Debería haberme quedado en el rancho -dijo él.

– Por supuesto. Y entonces, tú también estarías atrapado.

– O habría evitado esto…

Kelly comprobó que su pistola estaba cargada.

– No sé qué decirte, Matt. Empiezo a pensar que nadie podría impedir las cosas que le pasan a tu familia -afirmó.

– ¿Y todavía quieres casarte conmigo?

Kelly encendió la radio y buscó una emisora con noticias.

– Yo no me asusto con facilidad -respondió-. Por cierto, Striker me ha dicho que está de camino. Llegará en unos minutos.

– Será demasiado tarde…

Matt aceleró tanto como le fue posible. Kelly no dijo nada; se limitó a marcar el número del inspector Espinoza. Tenía un nudo en la garganta. A pesar de todos sus años como policía y detective privado, a pesar de toda su experiencia, estaba asustada. Aquél no era un caso normal. Los dos hermanos de Matt, el hombre de quien se había enamorado, se encontraban en peligro.

Nerviosa, extendió un brazo y le acarició la pierna. Necesitaba tocarlo, sentirse más segura, creer que todo iba a salir bien.

– ¿Dígame?

– Bob, soy Kelly. Puede que ya lo sepas, pero hay problemas en el rancho de los McCafferty. El establo está ardiendo, y según lo que me ha dicho Nicole, Thorne y Slade podrían estar atrapados. Han llamado a la policía. Las ambulancias y los bomberos van de camino.

– Salgo enseguida… ah, estoy recibiendo una notificación en este momento. Seguro que es la nota del sheriff.

El inspector cortó la comunicación.

– Supongo que no sabrás el número de Jamie Parsons…

Matt frunció el ceño y sacudió la cabeza.

– No, me temo que no.

– Tendríamos que informarla -dijo ella-. Nicole me ha comentado que Jamie está enamorada de Slade. Ha notado cómo lo mira.

Matt apretó los dedos sobre el volante y tomó una cuna tan deprisa que la camioneta derrapó antes de seguir adelante.

– Supongo que podrías encontrarla en la casa de su abuela… si es que no han cambiado el número de teléfono, claro está. Busca por Nita Parsons. O por Anita. Ahora no lo recuerdo.