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– ¿Matar caballos? ¿Una advertencia?

Jamie pensó que no tenía sentido.

– Matar caballos sería absurdo; pero matar los caballos de Randi McCafferty es otra cosa. Recuerda que es la propietaria de la mitad del rancho.

– Y Matt es el propietario de la otra mitad -dijo Jamie-. O lo será pronto…

– Lo sé, pero nadie amenaza mi vida, y Randi parece ser el objetivo de un maníaco -le recordó Matt.

– Entonces, ha sido por ella…

– Es posible -dijo Kurt.

– Es lo más probable -declaró Matt, mirando a sus sobrinas y a su prometida-. En fin, será mejor que vaya a echar una mano con las niñas… Pero me pregunto en qué lío se habría metido mi hermana para que alguien quiera asesinarlos a ella y al niño y matar a unos pobres caballos.

– Será mejor que lo descubramos -dijo Striker-. Antes de que sea tarde.

Jamie miró la carretera. Las luces de la ambulancia se alejaban entre los árboles.

El corazón se le encogió cuando subió al coche y arrancó. Slade iba dentro de aquel vehículo; Slade McCafferty, el hombre al que siempre había considerado indestructible, el hombre al que no le podía pasar nada malo.

Esperaba estar en lo cierto.

Capítulo 13

Faltaban pocas horas para el amanecer. Jamie observó el aparcamiento del hospital desde las ventanas. Había dejado de nevar.

Y aún no sabía nada de Slade.

Se apoyó en el marco y echó un sobre de leche en polvo en el café. Sabía que Slade seguía con vida porque si le hubiera pasado algo, se lo habrían dicho. Pero no tenía noticias de él.

Miró las puertas dobles de la planta de Urgencias por enésima vez y cruzó los dedos para que alguien, quien fuera, un médico, una enfermera, cualquier persona, apareciera y le diera algún tipo de información. Sólo sabía que, además de las quemaduras y del humo que había respirado, también había sufrido daños en la espalda.

Estaba desesperada. Se preguntó dónde estaría Nicole, por qué no había ido a verla. Tampoco sabía gran cosa de Thorne.

Jamie había llegado cinco minutos después de la ambulancia y, al no ser familia directa de los McCafferty, los empleados del hospital se la quitaron de encima. Desde entonces habían pasado varias horas, y ya estaba agotada. Pero marcharse a casa no habría servido de nada. No podría descansar. No sin conocer el estado de Slade.

Pensó en lo que habían hecho durante los últimos días. Lo vio con el hacha, aquella primera noche, cortando madera; lo vio el día en que salieron a buscar el árbol de Navidad, con las niñas; y naturalmente, rememoró cada segundo de su encuentro amoroso en el pajar del establo, el mismo edificio donde había estado a punto de perder la vida.

Sintió un nudo en la garganta y quiso llorar.

Pero no podía. Debía mantener la calma. Cabía la posibilidad de que Slade la necesitara.

Se sentó en una de las sillas; un segundo después, oyó que la llamaban.

Era Chuck.

– ¡Jamie!

Su ex jefe avanzaba por el pasillo, hacia la sala de espera. Eran las cuatro y cuarto de la mañana y estaba afeitado y perfectamente vestido con unos pantalones de color caqui, el jersey que ella le había regalado las Navidades anteriores y una chaqueta de lana. Si hubiera llevado una gorra, cualquier habría dicho que iba a jugar al golf.

– Acabo de enterarme -declaró.

– ¿Cómo?

Chuck la miró con preocupación.

– Matt me ha llamado por teléfono. Pensó que debía saberlo… Thorne McCafferty es amigo mío -contestó.

Jamie cerró los ojos por un momento.

– Matt está muy preocupado por ti -continuó él-. Bueno, Matt y su prometida… ¿cómo se llamaba?

– Kelly.

– Sí, en efecto, la mujer que se casará con él en cuanto las cosas vuelvan a la normalidad -dijo Chuck, intentando bromear para animarla-. Creo que la hermana de Thorne está a punto de llegar. Por lo visto, estaba esperando a que llegara la niñera, o el ama de llaves, y se quedara con los niños.

– Comprendo.

– ¿Te encuentras bien?

– Más o menos -respondió.

– ¿Y Thorne?

– No sé nada, pero estaba bien cuando lo dejé. Espero que Nicole aparezca en algún momento y me informe.

– Por lo que Matt me ha dicho, Slade se ha llevado la peor parte. Tengo entendido que Thorne entró en el establo a sacar a su hermano.

– Sí, eso parece, pero no sé nada más. Sólo sé que Thorne entró, lo sacó de entre las llamas y lo dejó en el exterior. Slade perdió la consciencia rápidamente.

Chuck se sentó junto a Jamie.

– Estás enamorada de él, ¿verdad?

Jamie asintió.

– Creo que sí. Bueno, creo que…

– Descuida, Jamie, no tienes que darme explicaciones -la interrumpió, mirándola con cariño-. Siempre supe que lo nuestro no saldría bien, que yo no era lo que tú querías; pero esperaba que… en fin, dejémoslo. Sólo espero que sepas lo que haces.

– Lo sé, Chuck.

– Entonces, te deseo suerte.

Jamie tuvo la impresión de que Chuck iba a decir algo más, pero las puertas dobles se abrieron a continuación y apareció Nicole, con expresión muy seria.

Jamie salió a su encuentro.

– Lo siento, no he podido venir antes.

– ¿Cómo está Slade?

– Saldrá de ésta. Ha sufrido heridas de poca importancia y quemaduras de segundo grado en la cara y en las manos, pero no es eso lo que preocupa a los médicos.

– Entonces, ¿qué es?

– Su espalda, Jamie. Tiene dañada una vértebra. Podría tener problemas en la médula espinal -contestó.

Jamie osciló de tal manera que Chuck se acercó y la tomó del brazo.

– ¿Es muy grave? -acertó a decir.

– Todavía no lo sabemos.

– ¿Está consciente?

– No.

– ¿Y qué pronóstico tiene? -intervino Chuck.

– Es pronto para saberlo, pero el doctor Nimmo es un neurocirujano magnífico y se mantiene en contacto con los mejores médicos del país. Os aseguro que mi cuñado está en buenas manos.

– ¿Cuándo podré verlo? -preguntó Jamie.

– Cuando los médicos terminen con él -respondió Nicole-. Pero podrían tardar bastante… será mejor que te vayas a casa y descanses un poco. Aquí no puedes hacer nada más. Te prometo que te llamaré en cuanto sepamos algo.

– Quiero quedarme.

– ¿Para qué? No tendría sentido. No serías de ayuda -explicó Chuck.

– Tal vez no, pero me sentiré mejor.

Chuck suspiró.

– Él ni siquiera sabrá que estás aquí.

– Eso es cierto -dijo Nicole-. Márchate y descansa unas horas.

– No, no, echaré una cabezada aquí, en la sala de espera -insistió Jamie, tozuda-. Si se produce algún cambio en su estado, avísame.

Nicole asintió.

– Por supuesto.

– Gracias, Nicole…

Chuck intentó convencerla de que volviera a casa de su abuela, pero Jamie se mantuvo en sus trece.

– Jamie, piénsalo un poco. Deberías…

– No insistas, Chuck. No me vas a convencer.

Jamie se apoyó en la ventana. Chuck dijo algo sobre bajar a la cafetería y llevarle algo para desayunar, pero ella no tenía hambre.

Miró la hora otra vez, observó el movimiento del segundero y, mientras el tiempo pasaba, cayó en la cuenta de que durante muchos años no había hecho otra cosa que huir de la verdad, del hecho inequívoco de que estaba enamorada de Slade McCafferty.

Siempre lo había amado. Y probablemente, siempre lo amaría.

– Tienes que afrontarlo de una vez, Randi. Alguien te ha querido enviar un mensaje, y no se anda por las ramas.

La voz de Kurt Striker sonó seca y contundente. Sus ojos, verdes como el jade, se clavaron en ella mientras bajaba por la escalera.

Randi lo maldijo para sus adentros, pasó a su lado y se dirigió al salón. Los artificieros ya habían comprobado la casa y los bomberos habían extinguido el fuego del establo, del que sólo quedaban los restos y la cinta amarilla de la policía.