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Matt había llamado a Larry Todd, el capataz, que apareció poco después. Los dos hombres y Kelly se estaban encargando de reunir el ganado y de resguardar a los caballos en el granero del rancho.

Había sido una noche terrible. Thorne y Slade seguían en el hospital; dos de los caballos habían muerto; el rancho estaba patas arriba y los niños todavía no se habían recuperado de la impresión sufrida.

– ¿Es que no me has oído? Todo esto es por ti, Randi.

Randi pensó que Striker no la dejaría en paz. Vestido con unos pantalones vaqueros y una chaqueta de cuero, el detective privado se había acercado a la chimenea para avivar los rescoldos. El salón tenía un aspecto tan agradable y familiar como de costumbre, pero si miraba más allá del árbol de Navidad, por la ventana, la realidad se imponía con la imagen de la destrucción.

– No estoy tan segura de que esté relacionado conmigo. Puede haber sido un accidente -insistió ella.

– He hablado con el jefe de bomberos. Están prácticamente seguros de que ha sido provocado. Por lo visto, pusieron una bomba conectada a la puerta, para que se activara cuando alguien la abriera. Slade no tuvo la menor oportunidad.

– Qué horror…

Kurt cruzó la habitación y se detuvo a milímetros de Randi.

– Es posible que tengas razón. Es posible que el atentado no esté relacionado contigo, sino con alguien que quiere hacer daño a tu familia en general; pero teniendo en cuenta lo que te ha pasado, creo que ha sido por ti.

Striker se pasó una mano por la nuca, pero sin apartar la vista de sus ojos.

– Reacciona de una vez, Randi. Deja de jugar con las vidas de tus hermanos y de tus sobrinas. Deja de jugar con la vida de tu propio hijo.

Randi estalló sin poder evitarlo. No podía pensar con claridad, pero no necesitaba las acusaciones y las sospechas de aquel hombre.

– ¡Yo no estoy jugando con ellos! -exclamó.

– Sólo te pido que nos ayudes a atrapar a ese canalla.

– ¿Crees que no quiero ayudaros? Striker no contestó.

– Haré todo lo que esté en mi mano, todo lo que pueda -continuó ella, enfadada y cansada de tanta acusación-. ¿Qué quieres saber?

– Todo. Todo lo que recuerdes de tu vida antes del accidente. Quiero saber en qué estabas trabajando en el periódico de Seattle. Quiero saber de qué trata el libro que estabas escribiendo. Quiero saber por qué despediste a Larry Todd. Quiero saber qué hacías en esa carretera de Glacier Park. Y por supuesto, quiero saber el nombre del padre de tu hijo.

Randi tragó saliva con inseguridad. Striker notó que no estaba dispuesta a decírselo y la agarró de los brazos, implacable.

– No más mentiras ni medias verdades ni amnesias falsas. No tenemos tiempo para más estupideces. Es una suerte que Slade y Thorne sigan vivos, Randi, y también lo es que tú sobrevivieras en el hospital; pero la suerte se acaba siempre, en algún momento… y la próxima vez, alguien podría morir.

Alguien tenía un martillo y le estaba dando golpes en la cabeza. Y esa misma persona había decidido que sus pulmones le ardieran como si estuvieran en llamas.

Eso fue lo primero que Slade pensó, pero enseguida se acordó del incendio y de sus imágenes, tan claras como si estuvieran a todo color.

Recordó el fuego, los caballos, la voz de Thorne, la viga que lo había atrapado y hasta la expresión de la cara de Jamie Parsons cuando lo vio en el exterior del edificio.

Abrió un ojo y vio barrotes de metal, cortinas y un montón de monitores a su alrededor. Por el aspecto del lugar, llegó a la conclusión de que estaba ingresado en el Hospital Saint James, el mismo hospital adonde habían llevado a Randi después del accidente de coche.

– ¿Señor McCafferty?

Slade intentó concentrarse en la enfermera que se inclinaba sobre él. La mujer sonrió de forma agradable y le tocó un brazo.

– ¿Qué tal se encuentra?

– Fatal -respondió.

La garganta le quemaba y apenas podía hablar. Quiso sentarse, pero descubrió que la espalda le dolía terriblemente y que no podía mover las piernas.

– Tendremos que ajustar su medicación para el dolor -dijo la mujer-. Acabo de llamar al médico. Supongo que aparecerá en cualquier momento.

Slade intentó mover las piernas otra vez, con el mismo resultado. Además, tuvo la sensación de que la enfermera lo miraba de forma extraña, como si le ocultara algo importante.

– Mis piernas…

– Ha sufrido un severo traumatismo en la espalda. El doctor se lo contará cuando llegue.

– ¿Un traumatismo? ¿En la espalda?

Slade apretó los dientes con fuerza y se estremeció.

– El médico…

– Olvídese del médico -la interrumpió-. ¿Me está diciendo que estoy paralizado? Dígame la verdad, por favor.

La enfermera se mantuvo en silencio.

– ¡Quiero hablar con el médico ahora mismo! -exclamó él, perdiendo la paciencia-. Y llame a mi cuñada, la doctora Nicole Stevenson, es decir, Nicole McCafferty.

Otra enfermera apareció a los pies de la cama cuando Slade empujó el colchón para incorporarse un poco.

– El médico le ha administrado unos sedantes.

– ¡No quiero sedantes! Maldita sea… ¿estoy paralítico y encima quieren sedarme para que me quede dormido?

Con un esfuerzo supremo, Slade logró sentarse en la cama.

– Señor McCafferty, por favor. Tranquilícese un poco.

Slade se miró las piernas e intentó moverlas de nuevo, pero no lo conseguía. Mientras las enfermeras le administraban los sedantes por vía intravenosa, él apartó la sábana y vio que sus piernas seguían allí, como siempre.

Algo más tranquilo, pensó que estaba soñando, que el establo seguía en su sitio, que Diablo Rojo esperaba su comida y que él despertaría en su habitación.

– ¿Dónde diablos está el médico? Llámelo y…

Slade se sintió súbitamente cansado. Justo entonces apareció Nicole.

– ¿Slade? ¿Cómo estás?

– Dímelo tú -contestó, casi incapaz de hablar-. ¿Estoy…? ¿Estoy paralítico? Dime la verdad.

Nicole lo miró durante un segundo.

– Es pronto para decirlo. Hay un problema con una de tus vértebras, pero el doctor Nimmo está haciendo lo que puede. Va a consultarlo con otros especialistas.

– Pero… existe la posibilidad…

Slade empezaba a quedarse dormido.

– No pensemos en eso ahora.

Él cerró los ojos y se preguntó cómo sería su vida si perdía la capacidad de mover las piernas. La imagen de Jamie le vino a la cabeza; pensó que era una mujer preciosa, inteligente, con éxito, una mujer con quien no podría hacer el amor, ni tal vez tener hijos, si se confirmaba el peor de los pronósticos.

Segundos después, se quedó dormido.

– Quiero ver a Slade.

Ya no estaba cansada. Cuando supo que Slade había recuperado la consciencia, Jamie sintió tal descarga de adrenalina que se levantó de la silla, como empujada por un resorte, y se enfrentó a Nicole. Chuck se había llevado a Thorne al rancho, pero Nicole se había quedado en el hospital para consultar la situación con el neurólogo y para informar a Jamie sobre el estado de Slade.

– Si está despierto y dejan entrar a las visitas, quiero verlo -insistió.

Nicole frunció el ceño.

– Ahora está dormido. Sólo ha estado consciente durante unos minutos. Las enfermeras le han administrado un sedante para el dolor.

– No me importa -declaró Jamie, que no pensaba rendirse-. Nicole, por favor, intenta ponerte en mi lugar… necesito ver a Slade. Sé que no soy de la familia, pero pensé que te las arreglarías para que me dejaran entrar.

– Podría conseguirlo, sí.

Nicole la miraba con preocupación. Llevaba una bata de médico.

– Pues consíguelo.

– ¿Seguro que estás preparada?