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– Seguro.

– Sólo podrás quedarte unos minutos.

Jamie respiró a fondo.

– Lo comprendo.

– Muy bien, lo haré, pero con una condición: estarás con Slade un par de minutos y después te irás a casa a descansar. Ordenes del médico.

– De acuerdo, lo haré. Pero déjame entrar.

Nicole hizo un gesto hacia el ascensor.

– La Unidad de Vigilancia Intensiva está en la tercera planta. Su cama está en la sala común, separada de las contiguas por unas cortinas. Te acompañaré para asegurarme de que te dejan pasar.

– Gracias, Nicole.

Entraron en el ascensor y salieron en la planta de la UVI. Jamie se estremeció al ver que Slade estaba vendado, entubado y completamente inmóvil. Tenía cortes, rasguños y quemaduras por toda la cara.

– Oh, Slade… -murmuró.

– ¿Estás bien? ¿Seguro que quieres verlo?

Jamie asintió.

– Entonces, te dejaré un momento a solas con él.

Nicole se alejó hacia el mostrador de las enfermeras.

Jamie se acercó a la cama, se mordió el labio y repitió el nombre del hombre de quien se había enamorado.

– Slade… Soy yo, Jamie. He venido a ver cómo te va.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Slade estaba allí, tumbado, incapaz de moverse, y cabía la posibilidad de que no recobrara el movimiento de las piernas.

Lo tomó de la mano y añadió:

– Te pondrás bien, ya lo verás.

No podía soportar la idea de que quedara confinado a una silla de ruedas, de que ya no pudiera esquiar ni escalar picos ni descender por ríos de montaña ni conducir coches de carreras ni hacer ninguna de esas cosas que tanto le gustaban.

Pero tenía que ser fuerte. Por él.

Por los dos.

– Hay algo que quería decirte desde hace tiempo, vaquero -declaró, intentando mantener la compostura-. Te amo, Slade. Sé que te parecerá una locura, pero creo que siempre te he amado. Y quiero que sepas que estaré aquí, contigo, cuando despiertes.

Slade no movió un párpado, ni un solo músculo. Las palabras de Jamie no tuvieron ningún efecto milagroso. Siguió tumbado, inconsciente.

Jamie vio que Nicole la miraba y supo que su tiempo había terminado.

– Volveré -le prometió, conteniendo las lágrimas a duras penas-. No te vayas a ninguna parte. Espérame aquí.

Cuando se alejó, Jamie se secó las lágrimas con el dorso de la mano y permitió que Nicole la acompañara fuera de la UVI.

– Se recuperará -dijo Nicole.

– ¿Pero cuándo? -preguntó, prácticamente fuera de sí-. Oh, discúlpame, Nicole… tenías razón al suponer que esto me resultaría doloroso. Gracias por haberme dejado entrar.

Nicole sonrió.

– Ve a casa y duerme un poco. Quién sabe… puede que cuando te despiertes, Slade vuelva a ser el de toda la vida y hayamos descubierto quién puso la bomba en el establo del rancho. Te llamaré si se produce algún cambio.

– Gracias de nuevo.

Jamie pulsó el botón del ascensor y añadió:

– Como médico, ¿crees que Slade volverá a caminar?

– No lo sé -respondió, aparentemente sincera-, pero está con uno de los mejores especialistas en la materia. Pondría mi vida y las vidas de mis hijas en manos del doctor Nimmo. Además, Slade es un McCafferty. Si hay un hombre que pueda sobrevivir a esto, es él. Ha pasado por cosas peores, Jamie. El año pasado estuvo a punto de morir en un accidente de esquí. ¿Lo sabías?

Jamie asintió.

– Sí, me lo dijo.

– Yo no estaba entonces en la familia, pero Thorne me lo contó después. Sus heridas eran graves, aunque lo que llevó peor fue la muerte de Rebecca y de su bebé. Desapareció mucho tiempo. Se culpaba por no haber podido salvarlos.

Jamie se quedó helada. Sabía lo del accidente, pero era la primera noticia que tenía sobre el niño.

– ¿Insinúas que se llevaron al niño a esquiar?

– No. Rebecca estaba embarazada de cuatro o cinco meses. Pero ¿no me has dicho que Slade te lo había contado?

– No me dijo lo del bebé. Sólo sabía que había perdido a un ser querido.

El ascensor llegó y las puertas se abrieron.

– Te mantendré informada -afirmó Nicole-. Te lo prometo.

Jamie se sintió más angustiada que nunca. Slade había perdido dos hijos; primero el suyo, y luego, el de Rebecca.

Cuando llegó al piso bajo, salió del hospital y se dirigió al aparcamiento. Una vez allí, miró hacia la tercera planta, se abrochó el abrigo para protegerse del frío y vio que tenía una brizna de heno en la tela, un recuerdo de sus momentos de amor en el pajar.

Empezaba a nevar otra vez. Jamie entró en el coche y arrancó.

Habría dado cualquier cosa para que Slade volviera a caminar.

Cualquier cosa.

Capítulo 14

«Hay algo que quería decirte desde hace tiempo, vaquero. Te amo, Slade. Sé que te parecerá una locura, pero creo que siempre te he amado. Y quiero que sepas que estaré aquí, contigo, cuando despiertes».

Slade se preguntó si las palabras que había oído eran de Jamie. No sabía dónde estaba. Pero gimió, abrió un ojo y lo recordó todo de golpe.

– ¡Quiero ver a un médico! -exclamó.

Una enfermera corrió las cortinas y sonrió.

– Señor McCafferty… me preguntaba cuándo despertaría.

– Quiero ver a un médico -repitió.

– El doctor Nimmo vendrá a verlo dentro de un rato. ¿Cómo se encuentra?

– ¿Usted qué cree? -contestó, frustrado-. No puedo mover las piernas.

– Pensaba que la enfermera del turno anterior se lo habría explicado.

– Me contó lo del traumatismo, pero nada más. ¿Voy a quedar lisiado?

– No hable en esos términos. Sea positivo.

– ¿Que sea positivo? -ironizó.

– Inténtelo.

– ¿Podría llamar a mi cuñada, Nicole McCafferty?

– Le he enviado un mensaje al busca al ver que se había despertado.

– ¿Sabe si alguien ha venido a verme?

– La doctora McCafferty ha estado tres veces. También ha estado su hermano, Thorne, y una mujer.

Cuando oyó lo de la mujer, Slade supo que había sido Jamie y que no había imaginado aquellas palabras de amor que le había parecido oír en sueños. Pero llegó a la conclusión de que le había declarado su amor porque se sentía obligada con él, por pura lástima.

Las puertas de la UVI se abrieron. Nicole caminó hacia él. Tenía mal aspecto, como si no hubiera dormido en varios días.

– Mira quién se ha despertado -dijo, intentando parecer animada-. El bello durmiente en persona…

– Sí, bueno… ¿Thorne está bien?

– Sí, no ha sufrido heridas graves. Sólo unos cuantos rasguños y quemaduras sin importancia. En cuanto a ti…

– No puedo mover las malditas piernas. Lo he intentado. Todo el mundo pretende tranquilizarme y fingir que todo va a salir bien, pero no dejan de recordarme que tengo una vértebra rota y que he sufrido un traumatismo que afecta a mi médula espinal -protestó-. Dime la verdad, Nicole. ¿Voy a quedarme paralítico?

Nicole suspiró.

– No lo sé, Slade. Existe la posibilidad, pero aún no podemos estar seguros. El doctor Nimmo cree que te recuperarás, al menos en parte, pero será mejor que hables con él.

– Pues dile que venga.

– Ya lo hemos avisado. Entretanto, hay alguien que quiere verte. Le prometí a Jamie que la llamaría cuando despertaras, y ya está de camino. He quedado con ella en mi despacho, dentro de quince minutos.

Slade sintió una punzada en el corazón. Primero, Jamie le había dicho que su antigua relación sólo había sido una aventura pasajera; después, cuando hicieron el amor en el pajar, le contó que había perdido un hijo; y más tarde, se habían separado de mala manera y entre gritos. No podía creer en la sinceridad de su declaración de amor. No era tan estúpido como para engañarse de ese modo. Jamie se le había declarado porque se sentía culpable o porque le daba lástima.