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Miró a Nicole, que estaba esperando una respuesta, y dijo:

– Di a Jamie que se vaya a casa. No quiero verla.

Jamie estaba tan frustrada que quería gritar.

– ¿Qué significa eso de que no quiere verme? -preguntó, mientras se sentaba en una de las sillas del despacho de Nicole.

– No sé, Jamie. Pero ha sido categórico… quién sabe, puede que cambie de opinión cuando hable con el neurólogo.

– ¿Y si no cambia?

– ¿Qué puedo hacer yo? Soy médico y él es un paciente del hospital. Si no quiere verte, yo no puedo obligarlo.

Jamie se echó hacia atrás y miró el techo de la habitación.

– Maldita sea… ¿cómo puede ser tan obstinado? Ahora necesita toda la ayuda que pueda conseguir.

– Estoy de acuerdo contigo; pero por desgracia, él no es de la misma opinión. Dale un poco de tiempo. Tiene que asumir lo que ha pasado.

– Dudo que el tiempo ayude.

– Tal vez sí, tal vez no.

Jamie se levantó, y tuvo que contenerse para no ir corriendo a la tercera planta y decirle unas cuantas cosas a Slade. Le extrañaba que no quisiera verla, pero no le preocupaba demasiado; después de hacer el amor en el pajar, después de que la besara apasionadamente al saber que tenía intención de casarse con Chuck, Jamie no tenía ninguna duda sobre sus sentimientos.

– No me importa lo que Slade haya dicho. Quiero verlo. Lo sepa o no, me necesita.

Nicole tenía aspecto de estar cansada; no parecía dispuesta a discutir con nadie.

– Le he dicho que era un error, pero ha insistido. No sé lo que ha pasado entre vosotros, y no es asunto mío, pero no puedo permitir que subas a verlo. Márchate y descansa. Es posible que Slade cambie de opinión cuando hable con el neurólogo y lo lleven a una habitación individual. Entretanto, debo respetar sus deseos.

– Pero necesita a su familia, a sus amigos, a sus seres queridos…

– Quieres decir que te necesita a ti…

– Sí -dijo, apretando los puños.

– Es posible… pero como médico, opino que deberías dejarlo en paz; es pronto, dale un poco de tiempo. Y como mujer enamorada de un McCafferty, mi consejo es el mismo: no le presiones, deja que sea él quien vaya a ti. Es la única forma.

Jamie quiso discutírselo, pero no lo hizo. Sabía que Nicole no iba a dar su brazo a torcer.

– Bueno, tengo que marcharme -continuó Nicole-. Te llamaré cuando sepa algo más.

Nicole se acercó a ella y la abrazó como si fueran hermanas, parte de la misma familia.

Jamie se emocionó un poco, pero pensó que aquello no tenía ningún sentido. Slade ya la había abandonado una vez y, por lo visto, estaba a punto de repetir la experiencia. Ella no tendría más remedio que marcharse del rancho Flying M y buscarse otro empleo en Seattle, San Francisco o, quizá, Los Ángeles. En cualquier sitio, con tal de que fuera a miles de kilómetros de Slade McCafferty, del hombre que estaba empeñado en romperle el corazón.

Kurt estaba sentado en la habitación de su motel, con una cerveza en la mesa y el televisor encendido. Faltaba una semana para Navidad y estaba atrapado en Montana intentando descubrir quién quería asesinar a Randi McCafferty.

Miró la pantalla. Acababan de informar sobre el incendio en el rancho, y ahora estaban dando la previsión del tiempo.

Ya habían pasado tres días desde el incidente. Los informes preliminares, que Kelly Dillinger había sacado del departamento del sheriff, confirmaban que había sido una bomba; pero no sabían si el agresor sólo pretendía asustar a la familia o si quería matar a alguien en concreto. La prensa había estado informando sobre el asunto, y se había difundido el rumor de que el culpable de todo era uno de los hermanos McCafferty.

Pero eso no era lo peor. La compañía de seguros se negaba a pagar los desperfectos porque también sospechaban que el incendio lo había provocado una persona de la familia.

Y todo había empezado por Randi McCafferty y su hijo.

Kurt se cruzó de brazos y se preguntó por qué se negaba a dar el nombre del padre del niño. Al principio había considerado la posibilidad de que Randi lo desconociera; pero después de hablar con sus colegas de trabajo y con sus amigos de Seattle, había llegado a la conclusión de que no era mujer que se acostara así como así con un hombre. Seguro que conocía su identidad.

Pero se negaba a decirlo.

Sacó las fotografías de su carpeta y echó un vistazo a las imágenes del accidente de coche y del incendio del establo. Cuando terminó, las dejó a un lado y empezó a estudiar unas bien distintas, las del grupo de hombres que habían mantenido relaciones con Randi.

El primero era Brodie Clanton, un abogado de Seattle con pelo oscuro, nariz aguileña y aspecto de pasarse media vida en el gimnasio. Había heredado una pequeña fortuna de su abuelo, que había sido juez, y tenía un Ferrari. Según sus informes, Randi y él habían salido el año anterior. Kurt sabía que Clanton tenía aspiraciones políticas, y que naturalmente no querría verse envuelto en ningún escándalo; desde su punto de vista, era el candidato principal para la paternidad de niño.

Randi también había mantenido relaciones con Sam Donahue, un vaquero alto y rubio que se dedicaba a los rodeos. Rebelde e independiente, vestía de forma informal y era radicalmente opuesto a Brodie Clanton.

El tercer hombre en su lista de sospechosos era Joe Paterno, un fotógrafo de prensa que trabajaba por su cuenta para el Clarion y que probablemente era el autor de la fotografía de Randi que Kurt tenía en los archivos. Era una imagen excelente; Randi aparecía con un hombro desnudo, el cabello ligeramente revuelto y una ceja arqueada, mirando con cierta malicia. Cualquier modelo habría asesinado por una foto como ésa. Randi McCafferty era una mujer extraordinariamente atractiva.

En cuanto a Paterno, había viajado por todo el mundo como corresponsal. Kurt había visto su trabajo y le parecía impresionante; tenía una gran sensibilidad para lo dramático, lo trágico y hasta lo cómico. Desde su punto de vista, el único de los tres que merecía a Randi era él. Los demás le parecían unos cretinos.

Kurt se sobresaltó un poco cuando cayó en la cuenta de lo que estaba pensando. Por mucho que Randi McCafferty le gustara, él trabajaba para su familia. Debía concentrarse en el trabajo y olvidar toda emoción particularmente cálida.

Consideró todo lo que sabía sobre el caso. La investigación del accidente de coche había terminado en un callejón sin salida; Kurt había estado en docenas de talleres, pero no había localizado el vehículo de color granate. Luego estaba el asunto del libro, pero ni la propia Randi recordaba su temática. Y en cuanto al hombre que había estado en el hospital, el que se disfrazó e intentó asesinarla, sólo sabía que no trabajaba allí.

Lo mejor que tenía era el asunto de la paternidad.

Randi se negaba a darle un nombre, pero había otras formas de acotar la búsqueda. El bebé había nacido en un hospital y, naturalmente, los médicos tenían muestras de su sangre. Sólo tenía que determinar si el niño era hijo de Clanton, Donahue o Paterno.

Devolvió las fotografías a la carpeta y admiró la imagen de Randi.

Era muy sexy. Demasiado sexy para su propio bien.

El doctor Nimmo miró a Slade a través de sus gafas. Era un hombre bajo, que llevaba una bata larga y la corbata suelta. Acababa de examinarlo y de darle todo tipo de explicaciones sobre las pruebas a las que lo habían sometido durante los dos días anteriores.

– Yo diría que ha tenido suerte -afirmó.

– Qué curioso, porque yo no me siento particularmente afortunado.

– Supongo que no, pero podría haber sido peor. Tiene dañada la tercera vértebra lumbar, pero su médula está intacta.

– ¿No ha sufrido daños?

– No, nada importante. Se recuperará pronto -respondió-. Como ve, tiene mucha suerte.

– ¿Podré volver a caminar?