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– Por la abogada -puntualizó-. Chuck Jansen nos envía a una de sus empleadas, Jamie Parsons. Es de aquí, por cierto.

– ¿Jamie, has dicho? -preguntó Randi.

Slade notó que su hermana entrecerraba los ojos como si estuviera atando cabos y sacando conclusiones. Pero ella apartó la mirada.

– Sí, vivía con su abuela en las afueras del pueblo.

– Ah, sí, Nita Parsons… me acuerdo de ella. Mamá se empeñó en que me diera lecciones de piano durante una temporada, y era una mujer muy rígida.

Ninguno de los hermanos hizo el menor comentario. No les gustaba recordar que la madre de Randi había sido responsable indirecta de que sus padres se divorciaran. John Randall se enamoró de Penelope Henley, mucho más joven, y se casó con ella después de divorciarse de la madre de Thorne, Matt y Slade. Randi nació seis meses más tarde. A Slade nunca le había gustado su madrastra, pero con el paso del tiempo, dejó de culpar a Randi de lo sucedido.

– Ahora que lo pienso… ¿no estuviste saliendo con Jamie?

– Sí, salimos unas cuantas veces -contestó Slade-. No fue nada importante.

Slade se metió las manos en los bolsillos, esperando que Randi cambiara de conversación. Pero insistió.

– Fue más que unas cuantas veces. Y estaba muy enamorada de ti.

– ¿En serio? -intervino Matt, con una sonrisa pícara-. No puedo creer que una mujer sea tan idiota…

– ¿Verdad? -se burló Randi.

– Qué gracioso -contraatacó Slade-. Pero me extraña que te acuerdes de tanto…

Randi lo miró con ira.

– Recuerdo fragmentos, nada más, Slade. Te lo he dicho mil veces. Aunque mi memoria mejora con los días -se explicó.

Slade seguía sin creerla.

– Entonces, deberías dedicar todos tus esfuerzos a recordar al tipo que quiere matarte -le aconsejó.

– ¿Es verdad que estuviste saliendo con esa abogada? -preguntó Matt.

– Fue hace mucho tiempo -contestó.

Slade miró a su hermano y se giró hacia la ventana. Un coche azul, pequeño, avanzó por el camino de la propiedad. Cuando su conductor quiso detenerlo, derrapó un poco y estuvo a punto de chocar con la camioneta.

Segundos después, una mujer alta salió del vehículo. Llevaba un maletín debajo del brazo y pareció dudar antes de dirigirse a la casa, pero tomó aire y avanzó por el camino de la parte delantera, que habían despejado de nieve.

Era Jamie Parsons. En carne y hueso.

Vestida con un traje negro, parecía la quintaesencia de la confianza y de la feminidad. Se había recogido el cabello en un moño, de manera que Slade pudo admirar sus pómulos altos, su mandíbula bien definida y su frente ancha; no distinguió el color de sus ojos, pero los recordaba perfectamente: eran de color avellana, aunque parecían verdes o incluso dorados cuando les daba el sol y se oscurecían cuando ella se enfadaba.

Durante un momento, volvió al día que pasaron juntos en el río, cerca de la poza donde Thorne había estado a punto de ahogarse.

Era una mañana terriblemente cálida, de verano, con flores por todas partes y olor a hierba y a heno recién segado. Él la retó a bañarse desnuda, y ella, con una expresión de malicia en sus ojos, se quitó la ropa y le ofreció una vista perfecta de sus senos firmes, sus pezones rosados y su pubis de vello rojizo. Fue sólo un instante, porque se metió en el agua enseguida y no pudo ver nada más; pero todavía oía su risa, melodiosa como el canto de una curruca.

Slade volvió a la realidad cuando Harold ladró desde el porche. El timbre de la puerta sonó a continuación.

– ¿No vas a abrir? -preguntó Matt.

Slade frunció el ceño y caminó hacia la entrada.

Juanita, el ama de llaves, estaba fregando y cantando en la cocina. Nicole, la esposa de Thorne, jugaba al ajedrez con sus hijas gemelas, de cuatro años; pero cuando oyeron el timbre de la puerta, las pequeñas salieron corriendo.

– ¡Abro yo!

– ¡No, yo!

Molly y Mindy aparecieron a toda prisa en el vestíbulo de la casa y forcejearon con el pomo de la puerta hasta que consiguieron abrirla.

Allí, en el porche, con aspecto profesional y gesto de sorpresa ante la presencia de las niñas, se encontraba Jamie Parsons, la abogada.

Capítulo 2

– ¿Quién eres? -preguntó Molly, clavando sus ojos marrones en la mujer.

– Soy Jamie. ¿Y quién eres tú?

Jamie miró rápidamente a Slade y se agachó para estar a la altura de la niña. El abrigo se le mojó con la nieve de la entrada, pero no le importó.

– Soy Molly…

– ¿Y tú? ¿Quién eres? -preguntó a su hermana gemela-. ¿Cómo te llamas?

Mindy se escondió tras las piernas de su tío y se abrazó a una de sus rodillas.

– Ella es Mindy. Es tímida -explicó Molly.

– No es verdad -protestó su hermanita.

Slade sonrió para sus adentros al notar la incomodidad de Jamie, que no esperaba verse en aquella situación. Justo entonces, oyeron pasos que se acercaban. Era Nicole. Alta, esbelta, de cabello rubio y ojos de color ámbar, la madre de las dos niñas era médico en el Hospital Saint James y el motivo de la felicidad de Thorne.

– Encantada de conocerte. Soy Nicole McCafferty; estas diablesas son mis hijas.

Las dos mujeres se estrecharon la mano.

– Es un placer…

– Ya conoces a Slade, ¿verdad?

– Sí, sí… nos conocimos hace tiempo -contestó Jamie, incómoda-. Por cierto, tienes unas hijas preciosas.

– ¿Molly y Mindy? Son mis sobrinas, no mis hijas -dijo él.

Nicole rió y dijo:

– Slade es mi cuñado. Yo estoy casada con Thorne.

Jamie se ruborizó.

– Siento la equivocación -se disculpó-. En los documentos que he visto no había ninguna mención al estado civil de los McCafferty…

Nicole volvió a reír y la invitó a entrar.

– Pasa, por favor, o te vas a quedar helada. Deja que cuelgue tu abrigo… Slade, si te queda alguna caballerosidad en ese cuerpo, lo cual dudo, ¿por qué no acompañas a nuestra invitada al salón? -dijo.

– Me queda más de la que crees -se defendió Slade.

– Eso espero. Mientras tú la acompañas, iré a la cocina y le pediré a Juanita que nos lleve café.

Jamie se desabrochó los botones del abrigo.

– Déjamelo a mí-dijo Slade.

Cuando la ayudó a quitarse la prenda, le rozó la nuca sin querer. Tuvo la impresión de que Jamie se estremecía, pero supuso que se lo habría imaginado.

– ¿Vamos? -preguntó ella.

– Vamos -dijo él.

Slade la llevó por un pasillo que estaba lleno de fotografías de la familia. En una estaba Thorne, de niño, con indumentaria de fútbol; en otra aparecía Randi durante su primer baile del colegio; también había una de Matt, subido a lomos de un caballo, e incluso una de Slade, esquiando.

Poco después, entraron en el salón.

– Supongo que ya lo sabéis todos, pero me presentaré de todas formas -dijo ella-. Soy Jamie Parsons, la abogada de Jansen, Monteith y Stone.

Thorne se levantó de la silla con ciertas dificultades por culpa de su brazo en cabestrillo. Matt se acercó y le estrechó la mano.

Cuando terminaron de saludarse, Jamie sonrió y dijo:

– Muy bien, ¿qué os parece si empezamos?

Todos se sentaron alrededor de la mesa. Ella abrió el maletín y distribuyó copias de documentos legales.

– Por lo que tengo entendido, Matt quiere vender su propiedad del norte de Missoula a su vecino actual, Michael Kavanaugh, y comprar su parte del rancho a Slade y a Thorne… de modo que Randi y él serían los únicos propietarios.

– En efecto -confirmó Matt.

– Matt se va a encargar de dirigir el rancho -explicó Randi-. Bueno, él y Kelly… porque van a casarse pronto y se quedarán a vivir aquí.

– ¿Y qué vas a hacer? -preguntó Thorne.

Randi sacudió la cabeza.

– Thorne, sabes de sobra que mi vida está en Seattle…