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Thorne frunció el ceño.

– Sí, lo sé, pero no irás a ninguna parte hasta que demos con ese canalla. Tenemos que encontrar al tipo que te quiere matar y ponerlo entre rejas.

Randi arqueó una ceja y miró a su hermano con una sonrisa.

– Bueno, dejemos esa discusión para otro momento -propuso-. Supongo que la señorita Parsons querrá terminar cuanto antes.

– Llámame Jamie, por favor. Señorita Parsons suena demasiado formal.

Slade se puso tenso.

– Todos somos de la zona, así que podemos dejarnos de formalidades -continuó ella-. Veamos esos documentos.

Slade intentó no fijarse en su cara ni en su forma de fruncir el ceño mientras estudiaba los papeles. Lo que había pasado entre ellos era agua pasada. Además, los abogados no le habían gustado nunca.

Se metió la mano en el bolsillo y descubrió que no tenía tabaco. Había dejado el paquete en la camioneta porque estaba intentando dejarlo.

Nicole apareció en ese momento con café y unas pastas de canela, pero Jamie no se dio cuenta. El bebé empezó a llorar, así que Juanita se presentó en el salón y se encargó de él.

– Cómo llora este niño -dijo el ama de llaves-. Debe de tener hambre…

– Iré con vosotros -dijo Randi.

– No, quédate, tú tienes cosas que hacer. Ya me ocupo yo.

Juanita se marchó con el bebé y Jamie rompió el silencio.

– Pasemos a la página dos…

Viendo su comportamiento, absolutamente profesional, Slade se preguntó qué habría pasado con la jovencita rebelde y salvaje que recordaba, la adolescente de vaqueros viejos que bebía y fumaba a espaldas de su abuela y que incluso se había hecho un tatuaje, una pequeña mariposa, en un hombro. Por mucho que la miraba, no encontraba ni el menor resto del espíritu libre y desenfadado que había conquistado su corazón años atrás; de la mujercita alocada que sabía escupir y maldecir como cualquier chico y montar a caballo a pelo. Sólo veía a una profesional que hablaba con el argot típico de los abogados y mantenía una actitud fría y distante. De vez en cuando, alguno de sus hermanos le preguntaba algo. Jamie siempre tenía la respuesta adecuada.

– Me gustaría que el nombre de mi prometida aparezca en el contrato -dijo Matt.

Jamie tomó nota.

– ¿Cuándo os vais a casar?

– Entre Nochebuena y Nochevieja. He intentado convencerla para que se fugara conmigo, pero la familia se ha empeñado en que nos casemos aquí.

Jamie arqueó una ceja.

– Así que otro de los McCafferty va a morder el polvo…

Thorne sonrió y dijo:

– Sólo quedará Slade…

Durante un segundo, la mujer de hielo pareció derretirse. Fue cuando sus ojos se encontraron con los de su antiguo novio.

– Pensé que te habrías casado.

– No, sigo soltero -replicó él.

– Pero… bueno, da igual -dijo ella, algo confusa-. ¿Cómo has dicho que se llama tu prometida, Matt?

– Kelly Dillinger, aunque será una McCafferty a finales de mes.

– Es la hija de Eva Dillinger, la antigua secretaria de nuestro padre -explicó Thorne-. Él se negó a pagarle la jubilación que le había prometido, así que nosotros decidimos intervenir y pagarle lo que se le debía con nuestro fondo de inversiones. Los documentos están en los archivos de tu bufete, si no recuerdo mal.

Jamie asintió y sacó unos papeles del maletín.

– Sí, tengo esos documentos conmigo -dijo ella.

Thorne asintió.

– Pero Kelly tiene que aparecer en el contrato del rancho -insistió Matt.

– No te preocupes, me encargaré de todo -dijo Jamie-. Cuando llegue la hora de firmar, tendrá que hacerlo con vosotros y con el señor Kavanaugh, por supuesto. Os dejaré una copia del borrador para que podáis echarle un vistazo a fondo. Si todos estáis de acuerdo, imprimiré el documento definitivo y sólo faltará vuestro acuerdo.

– Me parece bien -dijo Matt.

– Veamos si lo he entendido bien. Tú te vas a quedar a vivir aquí, con tu esposa; Thorne y Nicole se están construyendo una casa en las cercanías y Randi volverá en algún momento a Seattle… -dijo Jamie-. Tengo todas vuestras direcciones, pero no la tuya, Slade. ¿Dónde vives ahora?

– Tengo una casa en Colorado, cerca de Boulder, pero aún no he decidido si me voy a quedar allí o la voy a vender -respondió-. De momento estoy viviendo en el Flying M. Si necesitas algo, me encontrarás aquí.

– Muy bien. ¿Queda algo más?

– Sí -dijo Thorne, mirando a su hermanastra-. Tenemos un pequeño problema y me gustaría que nos aconsejaras. Como tal vez sepas, Randi tuvo a su bebé hace dos meses; el padre no ha aparecido todavía, pero nos preguntábamos si podría reclamar la custodia en el caso de que…

– ¡Eh! -protestó Randi-. No quiero hablar de ese asunto. Ahora, no.

– Tenemos que hablar, Randi -insistió Thorne, muy serio-. El padre de J.R. se presentará más tarde o más temprano. Puedes estar segura. Y cuando hable de la custodia del niño y de sus derechos como padre, tenemos que saber a qué atenernos.

Randi se echó hacia delante, sobre la mesa.

– Eso es problema mío. Mío, ¿me oyes? No tuyo. Ni de Matt ni de Slade. Es mío y sólo mío -declaró, con ojos encendidos por la ira-. No te molestes conmigo, Jamie, pero no necesito tu ayuda. Mis hermanos están molestos porque no les he dicho quién es el padre… aunque de todas formas, no es asunto suyo.

– ¿Que no es asunto nuestro? -intervino Slade-. Alguien intenta matarte.

– Eso tampoco es cosa vuestra.

– ¿Cómo que no? Todo lo que afecte a ti es cosa nuestra.

– Puedo cuidar de mí misma.

– ¡Pero si ni siquiera recuerdas lo que ha pasado! -exclamó Slade, disgustado con su hermanastra-. Si es que es verdad que tienes amnesia.

– Es verdad.

– Pues entonces, ayúdanos. Sólo queremos que J.R. y tú estéis a salvo de ese maníaco. Deja de comportarte como una niña caprichosa y danos alguna pista para poder investigar. ¿Quién es el padre del niño?

– No quiero hablar de eso. Este no es el momento ni el lugar -se defendió.

Thorne alzó una mano para internar apaciguar a Slade y a Randi.

– Sólo intentamos ayudar -alegó.

– ¡Tú no te metas, Thorne! He dicho que puedo cuidarme sola. J.R. es mi hijo y nunca lo pondría en una situación que supusiera un peligro para él. Me quedaré aquí una temporada, hasta que todo este lío se resuelva; pero eso no quiere decir que esté dispuesta a renunciar a mi vida. Os lo advierto.

Matt sacudió la cabeza y miró por la ventana.

– Mujeres… -gruñó Slade.

Jamie decidió intervenir para rebajar la tensión.

– No soy experta en custodias de niños; pero si necesitáis consejo legal, podría poneros en contacto con Felicia Reynolds. Es una compañera del bufete que se encarga de ese tipo de casos -explicó.

– Gracias. Puede que la llame por teléfono -dijo Randi-. Puede.

Jamie cerró su maletín.

– Bueno, si queréis que la avise, decídmelo.

– Muy bien.

– Y si tenéis alguna duda sobre el contrato, podéis localizarme en mi teléfono móvil o dejarme un mensaje en la oficina -comentó la abogada-. Me alojo en casa de mi abuela y todavía no han instalado el fijo, pero os lo daré en cuanto lo tenga.

La reunión había concluido.

Se dieron los apretones de manos correspondientes y Slade la acompañó a la puerta y la ayudó a ponerse el abrigo. Jamie se alejó de la casa, balanceando el maletín en una mano enguantada. Él la miró hasta que subió al coche y se marchó.

Cuando cerró la puerta, Matt estaba a su lado, con las manos en los bolsillos.

– Ahora me acuerdo… Randi tiene razón. Saliste con ella.

Los dos hermanos caminaron hasta el salón. Matt se acercó al fuego para echar otro leño y Thorne abrió la licorera y se puso a rebuscar entre las botellas.

– Sí, es verdad, salí varias veces con ella -admitió Slade, a regañadientes.