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Slade no quería hablar de Jamie Parsons; era una conversación absurda, que no llevaba a ningún sitio. Además, el reencuentro había despertado emociones en él que creía enterradas desde hacía años.

Randi apareció justo entonces. Se sentó en el sillón de cuero y dijo:

– Oh, vamos, Slade, lo tuyo con Jamie fue más que eso. Déjame pensar… ah, sí. Fuisteis novios un par de meses, después de que rompieras con Sue Ellen Tisdale.

– ¿Sue Ellen? Claro… me acuerdo de ella -intervino Thorne.

Slade pensó que era lo único que le faltaba, que su familia se dedicara a diseccionar su vida amorosa.

– Pero luego, cuando tu ex novia se arrepintió y te rogó que volvieras con ella, abandonaste a Jamie como si fuera una patata caliente -afirmó Randi-. Siempre pensé que te casarías con Sue Ellen.

Slade soltó un gruñido.

– Y yo -dijo Thorne, mientras sacaba una botella de whisky.

– Todos los pensamos. Hasta Jamie, seguramente.

– Una vez más, querida hermana, me asombra tu buena memoria -ironizó Slade.

– Y una vez más, te digo que sólo recuerdo algunas cosas -se defendió.

– ¿Eso es verdad? ¿Abandonaste a Jamie para volver con Sue Ellen Tisdale? -preguntó Matt, con tono de considerarlo una estupidez suprema.

– Eso no fue exactamente lo que pasó. Además, ha pasado mucho tiempo.

– No importa lo que pasara -dijo Randi, apoyando los pies en la mesita-. Lo admitas o no, tú fuiste el canalla que hace quince años rompió el corazón a Jamie Parsons.

Capítulo 3

– Bueno, ha ido bastante bien.

Jamie dejó el maletín y una bolsa con comida en la casa de su abuela. Había pasado por el pueblo después de salir del rancho Flying M, y durante el trayecto de vuelta se dedicó a maldecir a William Chuck Jansen para sus adentros por haberle asignado el caso de los McCafferty.

– Ya que tienes que ir a Grand Hope de todas formas, he pensado que podrías echar una mano al bufete -le había dicho.

Ese día, Chuck se sentó en el borde de la mesa de Jamie y se dedicó a sonreír y a menear una pierna mientras hablaban. Llevaba traje, camisa y corbata, todo tan limpio y caro como de costumbre.

– Además, sería conveniente que Jansen, Monteith y Stone tuviera un contacto más directo con los McCafferty. John Randall fue un gran cliente del bufete, y los socios quieren mantener e incluso ampliar la relación con esa familia. Thorne McCafferty es millonario, y Matt, que parece un simple ranchero, parece haber heredado el talento para los negocios. En cuanto al tercer hermano…

Al recordar la conversación que habían mantenido, Jamie se acordó de que Chuck frunció el ceño antes de continuar.

– Bueno, en todas las familias hay una oveja negra. Se llama Slade. Ha sido piloto de carreras, ha participado en rodeos e incluso ha sido guía de esquí extremo. Le gustan las emociones fuertes y tiene un gran potencial, pero no ha conseguido nada hasta ahora… En cambio, su hermanastra, Randi, ha salido completamente a John Randall. No me extraña que lleve su apellido.

Jamie intentó obviar los comentarios sobre Slade y centrarse en los de su hermanastra. Le había parecido una mujer inteligente, atrevida y tan obstinada como todos los McCafferty.

– Escribe una columna en un periódico de Seattle; se llama Sola, Soltera o algo así -continuó Chuck-. Y Thorne mencionó que, cuando sufrió el accidente, estaba escribiendo un libro.

– Thorne McCafferty trabajó aquí, ¿verdad? -replicó Jamie.

– Sí, es cierto, estuvo con nosotros hace unos años; luego se mudó a Denver, aunque de vez en cuando nos hace algún favor. Pero volviendo a lo que te decía, he estado pensando que conviene afianzar nuestros negocios con los McCafferty… si lo hacemos bien, podríamos quedarnos con la parte que actualmente lleva el bufete donde Thorne trabaja -dijo Chuck, con un brillo competitivo en los ojos.

– ¿Pero no te ibas a jubilar?

– Dentro de un par de años -contestó Chuck, guiñándole un ojo-. Entretanto, ¿qué hay de malo en aumentar nuestras ganancias? Si mejoro mi posición en la empresa, mi jubilación también será mayor… podríamos comprarnos un velero y navegar a Tahiti o a las islas Fiji.

– Te recuerdo que yo tengo que trabajar.

– No si te casas conmigo.

A Jamie se le pusieron los pelos de punta. Chuck la estaba presionando últimamente y no estaba segura de querer marcharse con él. Durante muchos años, había pensado que el dinero era lo más importante del mundo; de hecho, creía que Slade la había dejado por Sue Ellen Tisdale porque ella era pobre y carecía del estatus de la otra mujer. Pero con el paso del tiempo, la realidad le había hecho cambiar de opinión.

– Aprovecha tu estancia en Grand Hope para pensarlo -le aconsejó Chuck-. No quiero presionarte, pero convertirte en la señora de Chuck Jansen no estaría tan mal.

– De acuerdo, lo pensaré -dijo ella, forzando una sonrisa.

– Hablaremos cuando vuelvas.

Al recordar la conversación que habían mantenido, Jamie pensó que se había metido en un buen lío. Chuck estaría esperando una respuesta afirmativa, pero no podía casarse con él. Era guapo, inteligente, amable y rico; su parte del bufete valía una millonada, sin contar sus acciones y sus dos casas. Pero también tenía una ex mujer amargada y tres hijos en edad de ir a la universidad, así que no querría tener más niños.

Se acordó del bebé de Randi McCafferty y sintió una punzada de envidia. Si se casaba con Chuck, se convertiría en la madrastra de tres adolescentes y no llegaría a tener un hijo propio ni a conocer el amor de un hombre que la volviera loca.

– Oh, basta ya -se dijo, en voz alta-. Eres patética, Parsons. Patética.

Empezó a sacar la comida de la bolsa y la distribuyó por el frigorífico y los armarios. Mientras lo hacía, pensó en su visita al Flying M y en el reencuentro con Slade. Había cambiado mucho en quince años. Ya no era un niño, sino un hombre; su cintura seguía siendo tan estrecha como recordaba, pero su pecho y sus hombros eran más anchos.

Se acordó del día que se bañaron desnudos y se ruborizó. No sólo había visto sus piernas musculosas y su trasero, ligeramente más blanco que el resto de su piel, sino algo más, una parte de la anatomía masculina que no había contemplado hasta ese momento.

Era normal que los años lo hubieran cambiado. El trabajo y el tiempo tenían ese efecto en la gente. Su cara se había vuelto más angulosa y tenía una cicatriz, pero sus ojos seguían siendo tan azules como el cielo de Montana.

También había notado que cojeaba un poco. Y en el fondo de sus ojos había una oscuridad que lo traicionaba, una sombra de dolor. Pero eso tampoco tenía nada de particular; a fin de cuentas, todo el mundo tenía sus propias heridas, más ocultas o más visibles.

Se preguntó qué habría pasado entre Sue Ellen y él y se dijo que seguramente sólo habría sido otra de sus conquistas. Los McCafferty tenían fama de mujeriegos.

– A quién le importa…

Se quitó el abrigo y lo colgó en el armario del vestíbulo, donde todavía estaba la aspiradora de su abuela. Los hermanos McCafferty siempre habían sido unos rebeldes. Thorne era el atleta de los tres; Matt, el seductor; y Slade, el jovencito temerario que subía a los picos más altos, descendía por los ríos más peligrosos y practicaba esquí extremo en las pendientes más inaccesibles a pesar de las protestas vehementes de su padre.

Sin embargo, ya habían pasado quince años desde entonces. Jamie había dejado de ser una joven rebelde y se había convertido en una mujer adulta con un título en Derecho.

Una mujer sensata. Sobre todo, sensata.

Y a veces se odiaba por ello.

– No me des sermones -dijo Randi, cuando Slade entró en el cuarto de estar.

Randi se había sentado frente al ordenador de Thorne. Tenía las gafas sobre la punta de la nariz, y el bebé descansaba en su cuna.