Выбрать главу

Nostálgica, miró hacia el exterior.

Una sombra pasó por delante de las persianas.

Su corazón se detuvo del susto. Pero enseguida vio una cara pequeña y dorada, de ojos verdes. Era el gato de su abuela, que se había encaramado al alféizar.

– ¡Lazarus!

Jamie sonrió, corrió hacia la entrada, abrió la puerta y encendió la luz del porche. El gato entró a toda prisa, huyendo del frío.

– ¿Qué estás haciendo aquí, viejo?

Lazarus caminó con ella hacia el salón y se frotó contra sus piernas. Jamie lo tomó en brazos y sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Cuando Nita murió, el animal quedó al cuidado de Jack y Betty Pederson, unos vecinos. No esperaba volver a verlo.

– Te has escapado, ¿verdad? Eres un mal chico…

Lazarus ronroneó con fuerza. Su abuela siempre decía que parecía un motor fueraborda.

– Ven, tengo algo para ti -murmuró.

Lazarus la siguió hasta la cocina, donde ella templó un poco de leche, para que no estuviera tan fría, y se la sirvió en un cuenco.

– Aquí tienes.

Acababa de pronunciar la frase cuando oyó pasos en el porche delantero. Un momento después sonó el timbre.

– Me parece que te has buscado un lío, Lazarus.

Jamie se apresuró a abrir. Esperaba encontrarse con Betty o con Jack; pero cuando se asomó por la mirilla de la puerta, vio los ojos azules de Slade McCafferty.

Capítulo 4

Era lo último que necesitaba. Su corazón se aceleró al verlo y hasta contuvo la respiración sin darse cuenta. Consideró la posibilidad de decirle que se marchara de allí, pero se recordó que era un cliente del bufete y que debía tratarlo con cortesía y profesionalidad por mucho que le disgustara.

Abrió la puerta, conteniendo su disgusto, y preguntó:

– ¿Qué puedo hacer por ti?

– Dijiste que te llamáramos o que pasáramos por tu casa si necesitábamos algo -respondió él.

Había empezado a nevar, y el abrigo de Slade estaba cubierto de copos.

– Sí, es cierto.

Jamie no pudo negarlo. Lo había dicho, aunque no esperaba que Slade se presentara en la puerta de su casa.

– Me ha parecido que debíamos aclarar las cosas -declaró.

– ¿Hay algo que aclarar?

– Creo que sí -contestó, tenso-. Sobre todo, porque tú y yo tendremos que vernos a menudo durante dos semanas.

– ¿Y eso es un problema? -preguntó con su tono más profesional.

– Podría serlo. No quiero que el pasado nos incomode.

– A mí no me incomoda -mintió.

– Pues a mí, sí -confesó él, con un conato de sonrisa-. Pero me estoy quedando helado en el porche… ¿no me vas a invitar a entrar?

Jamie pensó que quedarse a solas con él no era buena idea.

– Por supuesto, por qué no…

Slade entró en la casa con el viento helado del exterior y un aroma ligero a tabaco. Jamie cerró la puerta y lo llevó al salón, pero no lo invitó a sentarse.

– ¿Y bien? ¿Qué te preocupa?

– Tú.

Ella se quedó sin aire.

– ¿Yo?

– Específicamente, nosotros.

Jamie no esperaba tanta franqueza por parte de Slade. La sonrisa profesional que había practicado delante del espejo se derrumbó como un castillo de naipes.

– ¿Nosotros? Ya no hay ningún nosotros, Slade. ¿De dónde has sacado eso?

– De mi sentimiento de culpabilidad, supongo…

– Olvídalo; eso pasó hace siglos. Éramos muy jóvenes y, además, sólo salimos durante un par de meses. Me sorprende que te acuerdes todavía.

– ¿Tú no?

– Vagamente -volvió a mentir-. Como acabo de decir, ha pasado mucho tiempo. Pero en cualquier caso, y dado que efectivamente vamos a vernos a menudo, será mejor que lo olvidemos… A fin de cuentas, fue una simple aventura, algo irrelevante.

– Tonterías.

– ¿Cómo?

– Fue mucho más que eso.

– Bueno, pero fue hace quince años… -insistió.

– Dudo que no te acuerdes.

– Eso no importa, Slade. Tenemos que ver las cosas con perspectiva.

– ¿Con perspectiva?

– Yo soy abogada y trabajo para ti. Eres mi cliente.

– Caramba, Jamie… tú y yo nos acostamos.

– Pero eso tampoco es tan especial. Y menos para ti, que te pasabas la vida de chica en chica -le recordó.

Slade dio un paso adelante.

– Puede ser, pero tú eras diferente.

– No digas estupideces, McCafferty. Te confieso que en aquella época habría hecho cualquier cosa por oírte decir que yo era especial y diferente… pero ya es agua pasada. Lo superé, y no quiero que te sientas culpable por aquello.

– Bonito discurso, Jamie. Pero no me lo trago.

Jamie pensó que sus ojos seguían siendo tan bonitos como siempre.

– Bueno, piensa lo que quieras.

– Estás asustada, lo sé.

– Y tú sigues siendo tan arrogante como entonces. Pero hay cosas que no cambian, ¿verdad? -ironizó.

– Eso es precisamente lo que intento decirte, que hay cosas que no cambian. Y sé que te acuerdas, Jamie. Eres demasiado lista para haberlo olvidado.

– Los halagos no te van a servir de nada.

Para su sorpresa, Slade cerró una mano enguantada sobre una de sus muñecas. Pero eso no le resultó tan inquietante como el estremecimiento de placer que le produjo.

– ¿Y qué me puede servir?

– ¡Nada! Lo nuestro terminó hace años, y espero que mantengas las distancias conmigo. Comprendo que ahora estoy aquí y que te resulto conveniente, pero…

– Admítelo, Jamie. Lo recuerdas -la interrumpió.

– Maldita sea, claro que lo recuerdo. Recuerdo que salimos, pero nada más. No voy a mentir dándole más importancia de la que tiene; y tú no tienes que comportarte como si yo hubiera sido más importante para ti de lo que realmente fui.

– Pero lo fuiste.

– Sí, tan importante que me abandonaste por… Pero espera un momento. No, no voy a seguirte la corriente -se contuvo-. Suéltame la mano, Slade. Mantengamos una relación estrictamente profesional.

– Randi me ha acusado de haberte roto el corazón.

Jamie se quedó helada.

– Vaya, te lo has tomado en serio, ¿verdad? -acertó a decir.

Intentó apartarse de él, pero Slade se lo impidió.

– Me lo tomo en serio porque lo es.

– Mira, Slade… no sé qué pretendes al presentarte en mi casa en plena noche -declaró, mirando sus ojos azules-, pero si no has venido por asuntos de negocios, no hay nada de qué hablar. Lo que pasó ya no tiene remedio.

Por fin, Jamie logró soltarse de él. Se alejó unos metros, se sentó en el sofá y se cruzó de brazos, a la defensiva. La casa parecía más pequeña de repente; en parte, por la presencia de Slade; y por otra parte, por sus recuerdos de la juventud y de aquellas semanas de amor que habían cambiado su vida para siempre.

– ¿Quieres algo más?

– Tengo un par de preguntas.

– Adelante.

– ¿Por qué te asignaron nuestro caso? Pensé que Chuck Jansen se encargaría.

– Y yo creía que Thorne te lo habría explicado. Lo llamó por teléfono y le dijo que me encargaría yo porque tenía que pasar por Grand Hope de todas formas. Voy a vender la casa de mi abuela -respondió.

– ¿Chuck es tu jefe?

– No exactamente. Es uno de los socios principales.

– ¿Y qué eres tú?

– Uno de los socios más jóvenes.

Slade frunció el ceño.

– Nunca habría imaginado que terminarías de abogada.

– No me extraña. Te quedaste tan poco tiempo conmigo que no pudiste seguirme los pasos -le recordó, con cierta amargura en la voz-. Pero dejemos ese asunto de una vez. Si has venido por eso, olvídalo; si quieres hablar de la venta del rancho, sería más adecuado que pasáramos a mi despacho.