Выбрать главу

Había imaginado que la desvestiría lentamente y que luego le besaría cada centímetro de su piel, hasta que en sus ojos leyera que estaba lista ya. En esa oportunidad no perdería el control a último momento para penetrar en ella violentamente. En cambio, iría paso a paso, para asegurarse de que la muchacha aprendiera que el placer podía compartirse.

Julián sabía muy bien que había perdido la cabeza en un momento crítico, la noche previa. No era su estilo de siempre.

Se había metido en la alcoba de Sophy convencido de que realmente iba a hacerle el amor, sólo por el bien de ella. Pero la verdad absoluta había sido que la había deseado tanto, que la había esperado durante tanto tiempo, que cuando finalmente estuvo dentro de su estrecho y acogedor cuerpo, no tuvo más autocontrol del que aferrarse. Aparentemente, había agotado todas las reservas la semana anterior, mientras luchó imperiosamente por no tocarla.

El solo recordar el intenso deseo vivido cuando finalmente penetró en ella bastó para tensar todo su cuerpo otra vez. Julián meneó la cabeza, asombrado de que toda la situación hubiera escalado a algo mucho mayor e ingobernable de lo que él había anticipado. Se preguntó por qué se habría permitido obsesionarse tanto con Sophy.

No hacía al caso detenerse a analizarlo, decidió Julián cuando el carruaje se detuvo frente a su club. Lo importante era que esa obsesión no lo controlase por completo. Julián debía manejar eso, lo que significaba manejar a Sophy. Debía mantener las riendas bien cortas por e! bien de ambos. Su segundo matrimonio no sería como el primero. No sólo eso, sino que Sophy necesitaba su protección. Era demasiado inexperta y confiada.

Pero cuando entró al cálido santuario de su club, Julián creyó escuchar el eco de las burlonas carcajadas de Elizabeth.

– Ravenwood. -Miles levantó la vista del sitio donde estaba sentado, junto al fuego y sonrió-. No esperaba que aparecieras por aquí esta noche. Siéntate y toma un vaso de oporto.

– Gracias. -Julián se acomodó en una silla cercana-.Todo hombre que haya soportado una ópera necesita una copa de oporto.

– Justo lo que yo dije hace unos minutos. Aunque debo admitir que el espectáculo de hoy fue mucho más entretenido que lo habitual por la presencia de la Gran Featherstone.

– Ni me lo recuerdes.

Miles rió.

– Lo más divertido de todo fue verte tratando de cercenar los intereses de tu esposa en el caso de Featherstone. Creo que fracasaste por completo tratando de distraerla, ¿no? Las mujeres siempre se obsesionan con los temas que uno quiere evitar.

– No es para sorprenderse, estando tú alentándola deliberadamente -barbotó Julián, sirviéndose una copa de oporto.

– Sé razonable, Ravenwood. Toda la ciudad está hablando de las Memoirs. No puedes esperar francamente que lady Ravenwood las ignore.

– Puedo y debo guiar a mi esposa en su material de lectura -dijo Julián fríamente.

– Anda, sé honesto -lo urgió Miles con la familiaridad de un amigo de toda la vida-. Tu preocupación no tiene nada que ver con sus gustos literarios. Tienes miedo de que tarde o temprano encuentre tu nombre en las Memoirs.

– Mi relación con Featherstone no es de la incumbencia de mí esposa.

– Un noble sentimiento, y estoy seguro de que hace eco en todos los hombres que se han hecho presentes aquí esta noche -le aseguró Miles. De pronto su expresión, normalmente relajada, se tornó sobria-. Y hablando de los aquí presentes esta noche…

Julián lo miró.

– ¿Sí?

Miles carraspeó y bajó la voz.

– Pensé que debías saber que Waycott está en la sala de juegos.

Julián apretó la copa con la mano, pero su tono se mantuvo frío.

– ¿Sí? Qué interesante. Por lo general no frecuenta este club.

– Cierto, pero ya sabes que es miembro. Esta noche, parece que ha decidido ejercer. -Miles se le acercó-. Deberías saber que está ofreciendo tomar apuestas.

– ¿Sí?

Miles carraspeó.

– Apuestas relacionadas contigo y las esmeraldas de Ravenwood.

Julián apretó muy fuerte el puño a su lado.

– ¿Qué clase de apuestas?

– Está apostando a que no darás a Sophy las esmeraldas de los Ravenwood antes de que termine el año -dijo Miles-. Sabes lo que quiere decir con eso, Julián. Está gritando a los cuatro vientos que tu nueva esposa no puede ocupar el lugar que Elizabeth tenía en tu vida. Si lady Ravenwood se entera de esto, se morirá de angustia.

– Entonces debemos hacer todo lo posible para que no se entere de esto. Sé que puedo contar con tu silencio, Thurgood.

– Sí por supuesto. Si bien esta cuestión no es tan escandalosa como el caso Featherstone, es muy probable que llegue a oídos de varias personas y no puedes hacer callar a todos. Quizá sería mucho más simple entregar las joyas de la familia a tu esposa para que ella las luzca en público lo antes posible. De ese modo… -Miles se interrumpió de repente, alarmado al ver que Julián se ponía de pie-. ¿Qué crees estar haciendo?

– Pensé en ir a ver a qué se juega hoy -contestó Julián caminando hacia la sala de juegos.

– Pero tú rara vez juegas. ¿Para qué quieres ir a ese salón? ¡Espera! -Miles se puso de pie enseguida y salió al trote detrás de él-. De verdad, Julián, creo que será mucho mejor que no entres allí esta noche.

Julián lo ignoró. Entró al salón, que estaba lleno de gente y se quedó mirando hasta que localizó su objetivo. Waycott, que acababa de ganar a uno de los juegos de azar, miró casualmente a su alrededor y sin querer vio a Julián. Sonrió y esperó.

Julián sabía que todos los presentes en el salón estaban conteniendo la respiración. También sabía que Miles estaría en algún rincón, agazapado. De reojo, vio que Daregate apoyaba las cartas que tenía en la mano sobre la mesa y lánguidamente se ponía de pie.

– Buenas noches, Ravenwood -dijo Waycott, cuando Julián se paró frente a él-. ¿Te agradó la ópera de esta noche? Vi a tu encantadora esposa allí, aunque era realmente difícil ubicarla en medio de tanta gente. Pero, claro, yo esperaba encontrar el brillo de las esmeraldas de los Ravenwood.

– A mi esposa no le agrada llamar la atención -susurró Julián-. Creo que le sienta mucho mejor la vestimenta sencilla y clásica.

– ¿De verdad? ¿Y ella está de acuerdo contigo? Las mujeres adoran las joyas. Tú, más que ningún hombre, debiste haber aprendido esa lección.

Julián bajó la voz pero mantuvo la firmeza de sus palabras.

– En los asuntos importantes, mi esposa resigna sus deseos a los míos. Confía en mi juicio no sólo en lo que concierne a su atuendo sino también a sus conocidos.

– A diferencia de tu primera esposa, ¿no? -Los ojos de Waycott estaban cargados de maldad ¿Por qué estás tan seguro de que la nueva lady Ravenwood se dejará guiar por tí? Parece una joven inteligente, aunque un poco inocente. Sospecho que pronto comenzará a confiar en su propio juicio tanto en su atuendo como en sus conocidos. Y entonces tú estarás en la misma posición en la que estuviste en tu primer matrimonio, ¿no?

– Si alguna vez sospecho que los conceptos de Sophy se forman a través de otra persona que no sea yo, entonces no me quedarán más opciones que remediar la situación.

– ¿Y qué te hace creer que puedes remediar semejante situación? -Waycott rió-. En el pasado, tuviste muy poca suerte al respecto.

– Esta vez, hay una diferencia -dijo Julián con calma.

– ¿Cuál es?

– Que esta vez sabré dónde mirar si surgiera una amenaza potencial contra mi esposa. No perderé el tiempo en aplastar esa amenaza.

Una fría fiebre ardió en la mirada de Waycott.

– ¿Debo tomarlo como una advertencia?

– Te lo dejo a criterio propio, por inexistente que sea-Julián inclinó la cabeza en gesto burlón.

Waycott apretó el puño y la fiebre de sus ojos ganó calor.