– Entonces estamos iguales, pues tú también me brindaste mucho placer.
– ¿De verdad? -lo miró intensamente.
– De verdad. -Pensó que nunca nada había sido tan cierto en su vida.
– Me alegro. Trata de recordar eso en el futuro, suceda lo que suceda, Julián. ¿Lo harás?
La inesperada ansiedad en las palabras de Sophy lo alarmó. Mentalmente, Julián descartó la inquietud de esa frase y le sonrió.
– No podría olvidarlo.
– Ojalá pudiera creer eso. -Ella también sonrió, aunque con melancolía.
Julián apenas frunció el entrecejo, inseguro de lo que Sophy estaría sintiendo en esos momentos. En ella había algo distinto esa noche. Nunca la había visto así y eso le preocupó.
– ¿Qué es lo que te inquieta, Sophy? ¿Tienes miedo de que la próxima vez que hagas algo que me moleste yo me olvide de lo bien que la hemos pasado juntos en la cama? ¿O te molesta saber que puedo hacer que me desees aun cuando estás enfadada conmigo?
– No lo sé -respondió ella-. Este tema de la seducción es algo muy extraño, ¿no crees?
Julián se sintió molesto al escuchar que Sophy catalogaba lo que acababa de suceder entre ellos como una mera seducción. Por primera vez, se dio cuenta de que no quería que Sophy utilizara ese término para describir lo que él acababa de hacerle en la cama. Seducción era lo que le había ocurrido a la hermana menor de la muchacha y no quería que Sophy pusiera los actos de él en la misma categoría.
– No consideres esto una seducción -le ordenó, delicadamente-. Tú y yo hemos hecho el amor.
– ¿Sí? -Sus ojos se encendieron con una repentina intensidad-. ¿Tú me amas, Julián?
Esa inquietud que Julián había estado sintiendo finalmente se cristalizó en ira cuando percibió lo que Sophy estaba haciendo.
Qué tonto había sido. Qué buenas eran las mujeres para esas malditas situaciones. ¿Acaso creía que porque le había respondido, porque le había dicho que lo amaba, podría envolverlo como quisiera con sólo mover un dedo? Julián sintió que aquella trampa tan familiar lo acechaba e, instintivamente, preparó su defensa.
Julián no estaba muy seguro de lo que le habría dicho, pero en ese momento, mientras estaba aún sobre ella y las sirenas de alarma resonaban en su cerebro, Sophy le sonrió otra vez con esa extraña expresión melancólica y le puso las yemas de los dedos sobre los labios.
– No -dijo ella-. No necesitas decirme nada. Está bien. Ya entiendo.
– ¿Entiendes qué? Sophy, escúchame…
– Creo que es mejor que no hablemos más de esto- Yo me apresuré a hablar. Lo hice sin pensar. -Movía la cabeza sobre la almohada-. Debe de ser muy tarde.
Julián se quejó pero aceptó la propuesta.
– Sí, muy tarde. -Con cierta reticencia, se apartó de ella y se acostó a su lado, pasándole la mano posesivamente sobre la curvatura de la cadera.
– ¿Julián?
– ¿Qué, Sophy?
– ¿No deberías regresar a tu cuarto?
Julián se asombró.
– No había pensado en ello -dijo, casi con malos modales.
– Yo preferiría que lo hicieras -dijo Sophy muy suavemente.
– ¿Por qué? -Estaba tan irritado que se incorporó sobre un codo. Su intención había sido la de pasar toda la noche en la cama de ella.
– La última vez te fuiste.
Y se había ido sólo porque entonces sabía que de permanecer allí, habría sentido la necesidad de hacerle el amor una segunda vez y Sophy no estaba en condiciones físicas de soportarlo. Por otra parte, habría pensado que su esposo no era más que un animal en celo. Esa primera noche, Julián sólo había querido darle un respiro por todas las incomodidades que había sufrido en la primera experiencia sexual.
– Eso no significa que volveré a mi cuarto cada vez que hagamos el amor.
– Oh. -Con las luces de las velas, Sophy se reía extrañamente desconcertada.
– Preferiría tener un poco de privacidad esta noche, Julián. Por favor, debo insistir.
– Ah, creo que empiezo a entender -dijo Julián con desazón, mientras apartaba las mantas de la cama-. Insistes en que me vaya porque no te gustó que yo no te respondiera la pregunta de hace unos momentos. Como no te he permitido manipularme a través de mis promesas de amor eterno, has decidido castigarme a tu modo tan femenino.
– No, Julián, eso no es verdad.
Julián no prestó ninguna atención a la súplica de las palabras de Sophy. Con pasos enormes, cruzó todo el cuarto, recogió violentamente su bata de noche y avanzó hacia la puerta que comunicaba ambas alcobas. Allí se detuvo y se volvió violentamente hacia ella.
– Mientras estés allí acostada en tu solitaria cama, disfrutando de tu privacidad, piensa en todo el placer que podríamos estar brindándonos mutuamente. No existe ley alguna que imponga que un hombre y una mujer sólo pueden hacerlo una vez por noche, querida.
Atravesó la salida y dio un fuerte portazo que enfatízó toda su frustración y su enfado. Maldita mujer. ¿Quién se creía que era para presionarlo de ese modo? ¿Y qué la hacía pensar que podría salirse con la suya? Julián ya tenía experiencia con mujeres autoritarias con un talento mucho mayor que el de Sophy para manipular a los hombres.
Los mezquinos intentos de Sophy por controlarlo mediante el sexo le daban ganas de echarse a reír. Si no hubiera estado tan furioso con ella, se habría reído a carcajadas.
En ciertos aspectos, era muy inmadura y tonta, a pesar de sus veintitrés años. Elizabeth, al terminar la escuela, había sido mucho más madura e inteligente para manejar a un hombre a su antojo de lo que Sophy sería cuando cumpliera los cincuenta.
Julián echó su bata sobre una silla y se arrojó sobre la cama. Con los brazos cruzados detrás de la nuca y mirando fijamente el cielo raso en penumbra, tuvo la esperanza de que Sophy ya estuviera arrepintiéndose de su apresurada petición. Si pensaba que podía castigarlo y hacerlo caer rendido a sus pies con tácticas tan simples, estaba equivocada. Julián había librado batallas mucho más sutiles y estratégicamente más complejas.
Pero Sophy no era Elizabeth y jamás lo sería. No tenía motivos para temer a la seducción. Julián también sospechaba que su esposa, en el fondo, tenía cierto romanticismo.
Se quejó y se restregó los ojos cuando el enfado empezó a desvanecerse. Tal vez debía a su esposa el beneficio de la duda. Era cierto que ella había tratado de forzarlo para que él le hiciera una confesión de amor, pero también era cierto que tenía razones válidas para temer a una intensa pasión que no fuera amor.
Dentro de la limitada experiencia de Sophy, la única alternativa del amor era la cruel y descorazonadora seducción que había dejado embarazada a su hermana. Era natural entonces, que Sophy quisiera tener la certeza de que ella no correría la misma suerte. Lógicamente, deseaba creer que la amaban, pues de lo contrario tendría que seguir los pasos de su hermana.
Claro que luego Julián, enfadado, recordó que Sophy era una mujer casada, que compartía el lecho conyugal con su esposo legítimo. No tenía razones para creer que él la abandonaría en las mismas condiciones en que habían abandonado a su hermana. Rayos, él quería un heredero, lo necesitaba. Lo último que haría en consecuencia sería abandonarla si se enteraba de que ella estaba embarazada de un hijo de él.
Sophy tenía doble protección: la de la ley y la del juramento que había hecho el conde de Ravenwood de protegerla y cuidarla. Aterrarse por tener que padecer el mismo destino de su infortunada hermana sería caer en la estupidez femenina y Julián no lo toleraría. Debía hacerle entender que no podía comparar el sino de su hermana con el de ella.
Porque, decididamente, no entraba en los planes de Julián pasar muchas noches más solo en su cama.
No supo cuánto tiempo pasó elaborando la lección que le daría a su esposa al respecto, pues finalmente, se quedó dormido. Sin embargo, su sueño no le permitió descansar y horas más tarde, el sonido de la puerta del cuarto de Sophy en el pasillo lo arrancó de su estado de somnolencia.