Le deseo buena suerte con su casa en Bath.
Sin otro particular,
S.»
Sophy releyó la nota y la selló. Se la daría a Anne para que la entregara, pues aparentemente ella sabía cómo manejarse en esas situaciones.
Y eso concluía todo el fiasco, concluyó Sophy, reclinándose sobre el respaldo de la silla. Le había dicho a Julián toda la verdad. Esa mañana había aprendido una lección muy valiosa, por cierto; no tenía sentido tratar de ganarse e! respeto de su esposo rigiéndose por su masculino código de honor.
Y también supo que tenía muy pocas posibilidades de conquistar su corazón.
En suma, aparentemente no tenía mucho sentido invertir su tiempo en arreglar su matrimonio. Era inútil tratar de modificar las leyes que Julián había dictado para tal fin. Estaba atrapada en una prisión de terciopelo, de modo que tendría que tratar de encontrarle el lado positivo a la cuestión. De ahora en adelante, tendría que vivir su propia vida y a su manera. Se encontraría con Julián en bailes y reuniones ocasionalmente y también, por supuesto, en su alcoba.
Procuraría darle el heredero que tanto deseaba y Julián, a cambio, se encargaría de que ella recibiera una buena alimentación, buena vestimenta y un hogar seguro por el resto de su vida.
Decidió que no era una perspectiva muy adversa, aunque si muy solitaria y vacía.
Sophy decidió que si bien no le brindaría la oportunidad de disfrutar de una vida matrimonial con la que tanto había soñado, por fin estaba afrontando la realidad. Se puso de pie y recordó que tenía otras cosas que hacer. Ya había despilfarrado demasiado tiempo tratando de ganarse el amor de Julián. Él no tenía ningún afecto que ofrecer.
Y, tal como le había dicho a Julián, ella tenía otros proyectos que la mantendrían ocupada. Ya era hora que dedicara toda su atención a tratar de encontrar al seductor de su hermana.
Ya resuelta a abocarse a esa tarea, Sophy se dirigió a su guardarropa para examinar el disfraz de gitana que planeaba ponerse en el baile de máscaras de lady Maugrove, que tendría lugar esa noche. Se quedó contemplando el colorido vestido durante un rato; también la chalina y la máscara. Luego posó la vista en su pequeño joyero.
Necesitaba un plan de acción, un modo de averiguar quiénes habían tenido algo que ver con ese anillo negro.
Y de pronto se inspiró. ¿Qué mejor manera de comenzar su investigación que ponerse el anillo esa noche, en el baile de disfraces, donde su identidad sería un secreto? Sería interesante ver si alguien descubría la sortija y hacía algún comentario al respecto. De ser así, Sophy podría obtener algunas pistas que la llevaran a su dueño original.
Pero para el baile faltaban muchas horas y ella había pasado levantada demasiado tiempo. Descubrió que estaba exhausta, tanto física como emocionalmente. Se acostó con la intención de echar una breve siesta, pero en cuestión de minutos, se quedó profundamente dormida.
Abajo, en la biblioteca, Julián estaba contemplando la chimenea vacía. Esa frase de Sophy que decía que no valía la pena levantarse al amanecer por ningún hombre, aún le ardía en los oídos. Él mismo había dicho algo parecido después de su último duelo por Elizabeth.
Pero esa mañana, Sophy había hecho exactamente eso, pensó Julián. Por Dios, Sophy había hecho algo inconcebible, a pesar de que era una mujer razonable. Había desafiado a una popular cortesana y después se había levantado al amanecer, para arriesgar su pellejo en nombre de una cuestión de honor.
Y todo porque su esposa se creía enamorada de él y porque, según ella, no habría soportado ver publicadas las cartas de amor que él le escribiera a otra mujer.
Además, tenía que sentirse agradecido de que Charlotte hubiera tenido la discreción de no revelar a Sophy que los pendientes de perlas que se había puesto para el duelo habían sido un regalo de Julián, años atrás. Él los reconoció de inmediato. Si Sophy se hubiera enterado de lo de los pendientes, se habría enfurecido el doble. El hecho de que Charlotte no hubiera mencionado el asunto de los aretes con su joven oponente, hablaba mucho del respeto que Featherstone sentía hacia la mujer que la había retado a duelo.
Pero Sophy tenía derecho a estar enojada, pensó Julián. Si bien él le había puesto a su disposición una gran fortuna, jamás había tenido la generosidad de hacerle la clase de regalos que una mujer siempre espera de su esposo. Si una cortesana se merecía perlas, ¿qué se merecía una esposa dulce, apasionada y de corazón tierno?
Pero él casi no había pensado en comprar joyas para Sophy. Sabía que, en parte, eso se debía a su obsesión por recuperar las esmeraldas. Por raro que pareciera, a Julián le resultaba un tanto difícil contemplar a una condesa de Ravenwood con otras gemas que no fueran esmeraldas.
De todas maneras, no había razón por la que él no pudiera comprarle alguna chuchería, cara, por supuesto, que satisficiera el orgullo femenino de Sophy. Anotó entonces pasar por la joyería esa misma tarde para comprarle algo.
Julián abandonó la biblioteca y subió lentamente las escaleras, rumbo a su cuarto. El alivio que sintió al descubrir que Sophy no estaba huyendo con otro hombre colaboró poco para borrar los escalofríos que experimentó cuando se dio cuenta de que podían haberla matado.
Julián maldijo por lo bajo y se obligó a no pensar más en el tema. Pero sólo se volvió más loco. Obviamente, Sophy había dicho la verdad cuando le confesó que lo amaba, la noche anterior, mientras se estremecía en sus brazos. Realmente se creía enamorada de él.
Julián concluyó que era comprensible que Sophy no entendiera bien sus sentimientos. La diferencia entre pasión y amor no siempre era tan clara. Y él mismo podía ser testigo de ello.
Claro que no había nada de malo en que Sophy se creyera enamorada de Julián y a él tampoco le molestaba permitirle tal fantasía.
De pronto, sintió una imperiosa necesidad de escuchar a Sophy decirle otra vez exactamente por qué había retado a duelo a Charlotte Featherstone. Entonces, abrió la puerta que comunicaba ambas alcobas. Pero la pregunta se murió en sus labios al verla en la cama.
Estaba profundamente dormida, hecha un bollito. Él se le acercó para contemplarla. «Realmente es muy dulce e inocente», pensó. Al verla así, a cualquiera le habría resultado difícil imaginársela presa de la ira y la violencia, como lo había estado Sophy horas atrás.
Pero también, viéndola así en esos momentos, a cualquier hombre le habría resultado difícil imaginársela apasionada. Sophy resultaba ser una mujer con muchas facetas interesantes.
De reojo, Julián advirtió una pila de pañuelitos bordados, empapados, sobre el escritorio. No le resultó muy difícil imaginar cómo habían llegado los pañuelos a ese lamentable estado. Julián reflexionó que Elizabeth siempre había llorado frente a él. Había sido capaz de convertirse en un mar de lágrimas en cuestión de minutos. En cambio, Sophy había subido a su cuarto para llorar a solas. Julián hizo una mueca al experimentar cierta sensación de culpa. Trató de olvidarla, pues tenia todo el derecho del mundo de estar furioso con Sophy. ¡Podrían haberla matado!
«¿Y entonces, qué habría hecho yo?»
Julián pensó que Sophy estaría exhausta y como no quería despertarla, dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Luego vio el colorido traje de gitana colgado en el guardarropa abierto de su esposa. Entonces recordó los planes de Sophy de concurrir al baile de disfraces de Musgrove esa noche.
Por lo general, Julián tenía menos interés en los bailes de máscaras que en la ópera. Su idea original fue la de permitir que su tía acompañara a Sophy en esa oportunidad. Pero luego, pensándolo nuevamente, decidió que lo mejor sería aparecer allí, un poco más tarde.
De pronto le resultó esencial demostrar a Sophy que pensaba mucho más en ella que en su ex amante, en su época. Si se daba prisa, podría ir a la joyería y volver antes de que Sophy despertara.