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Julián le clavó severamente la mirada, que, como era predecible, surtió poco efecto.

– ¿Cómo te has enterado de esa tontería?

– Ah, de modo que es cierto -observó Daregate con satisfacción-. Sabía que era factible. Tu esposa tiene las agallas suficientes como para tomar semejante iniciativa, y la Gran Featherstone la excentricidad necesaria para aceptar el reto.

Julián siguió mirándolo.

– Te he preguntado cómo te enteraste.

Daregate se sirvió una copa de oporto.

– Te aseguro que por pura casualidad. No te preocupes. No lo saben todos y nunca lo sabrán.

– ¿Featherstone? -Julián juró que cumpliría con su promesa de aniquilarla si realmente había sido ella la que había abierto la boca.

– No. Puedes quedarte bien tranquilo, que ella no dirá nada. Lo escuché por boca de mi mayordomo, que casualmente fue a ver un encuentro pugilístico esta tarde con el hombre que atiende los caballos de Featherstone. Él le dijo a mi sirviente que esta mañana tuvo que sacar el coche y los caballos antes del amanecer.

– ¿Y cómo imaginó el criado lo que pasaría?

– Aparentemente, este cuidador de caballos tiene un romance con una de las sirvientas de Featherstone. La muchacha en cuestión le contó que una dama de clase no aceptó el chantaje de Charlotte. No se mencionó ningún nombre, por lo cual estás bien cubierto. Es obvio que los protagonistas de este asuntillo tienen cierta discreción. Pero cuando me enteré de toda esta historia, supuse que sería Sophy la parte ofendida. No me imagino a ninguna otra mujer con las agallas suficientes para eso.

Julián maldijo casi imperceptiblemente.

– Una palabra de esto a alguien y juro que te haré cortar la cabeza, Daregate.

– Vamos, Julián, no te enfades. -La sonrisa de Daregate fue fugaz, pero sorprendentemente genuina- Esto es sólo hablillas de criados y pronto terminará. Ya te dije que no se han dicho nombres. Siempre que los involucrados directos mantengan la boca cerrada, todo quedará en secreto. Si estuviera en tu lugar, me sentiría halagado. En lo personal, no conozco mujer que piense tanto en su marido que llegue al punto de retar a duelo a una amante por él.

– Ex amante -barbotó Julián-. Ten la amabilidad de recordar ese detalle. Ya me he pasado demasiado tiempo explicándoselo a Sophy.

Daregate rió.

– Pero ¿ella comprendió tus explicaciones, Ravenwood? Las esposas suelen ser un poco cabezas duras en ciertos aspectos.

– ¿Y cómo lo sabes? Nunca te molestaste en casarte.

– Soy capaz de aprender por mera observación -dijo Daregate.

Julián arqueó las cejas.

– Tendrás muchas oportunidades de demostrar todo lo que has aprendido si ese tío que tienes sigue como hasta el momento. Lo más factible es que lo mate algún marido celoso o la bebida.

– De un modo u otro, cuando el destino se las cobre con él, ya habrá muy pocas posibilidades de salvar el patrimonio

– dijo Daregate, repentinamente irritado-. Ya le ha chupado hasta la última gota.

Antes que Julián pudiera comentar algo. Miles Thurgood apareció en escena y se sentó junto a ellos. Obviamente, había escuchado las ultimas palabras de Daregate.

– Si realmente heredas el título, la solución será obvia -comentó Miles-. Simplemente, tendrás que procurarte una heredera rica. A propósito, la amiga pelirroja de Sophy probablemente será bastante adinerada cuando su padrastro tenga la bondad y decencia de partir al otro mundo.

– ¿Anne Silverthorne? -Daregate hizo una mueca-. Me dijeron que no piensa casarse jamás.

– Creo que Sophy pensaba lo mismo -murmuró Julián. Pensó en la joven vestida de varón, que portaba las pistolas del duelo esa mañana y frunció el entrecejo-. De hecho, puedo aseguraros que las dos tienen bastante en común. Y ahora que lo pienso, lo más inteligente de tu parte, Daregate, sería evitarla. Te ocasionaría los mismos problemas que Sophy está dándome ahora.

Daregate lo miró de reojo, con curiosidad.

– Lo tendré en cuenta. Si heredo, pondré manos a la obra para salvar el patrimonio. Lo último que me haría falta sería una esposa testaruda como Sophy, salvaje…

– Mi esposa no es testaruda ni salvaje -declaró Julián firmemente.

Daregate lo miró, pensativo.

– Tienes razón. Elizabeth era testaruda y salvaje. Sophy es simplemente valiente y briosa. No se parece en nada a tu primera condesa, ¿cierto?

– En nada. -Julián se sirvió una copa de oporto-. Creo que es hora de que cambiemos de tema.

– De acuerdo -dijo Daregate-. El proyecto de tener que buscarme una heredera rica, dispuesta a casarse conmigo, casi basta para desear que mi tío viva saludablemente durante varios años más.

– Casi -repitió Miles, divertido-. Casi basta, lo que significa que no debemos tomarlo como patrón absoluto. Si ese patrimonio llega a tus manos, todos sabemos que harás lo que sea para salvarlo.

– Sí. -Daregate terminó su oporto y tomó la botella-. Eso me mantendría ocupado, ¿no?

– Tal como ya he dicho antes, creo que llegó la hora de que cambiemos de tema -señaló Julián-. Tengo una pregunta que hacer y no me gustaría que esa pregunta ni su respuesta saliera de ninguno de los tres. ¿Entendido?

– Seguro -dijo Daregate.

Miles asintió y se puso serio.

– Entendido.

Julián miró primero a uno y luego al otro. Confiaba en ambos.

– ¿Alguna vez habéis visto, o habéis oído hablar, de un anillo negro que lleva grabado un triángulo y algo parecido a la cabeza de un animal?

Daregate y Thurwood se miraron entre sí y luego a Julián. Menearon la cabeza.

– No creo -dijo Miles.

– ¿Es importante? -preguntó Daregate.

– Tal vez -respondió Julián con serenidad-. O quizá no. Pero me parece que alguna vez escuché por ahí que los miembros de cierto club usaban ese anillo.

Daregate frunció el entrecejo, cavilante.

– Ahora que lo mencionas, creo que yo también escuché algo así. Un club que se formó en una de las escuelas, ¿no? Los jóvenes usaban esos anillos para distinguirse entre sí y, supuestamente, debían mantener en secreto los fines del club. ¿Por qué lo mencionas ahora?

– Sophy tiene uno de esos anillos. Se lo dio una… -Julián se interrumpió. No tenía derecho a relatar la historia completa de Amelia, la hermana de Sophy-. Una mujer. Una amiga de ella de Hampshire. Cuando lo vi, me picó la curiosidad porque el anillo me trajo todos estos recuerdos.

– Probablemente, sólo se trate de un recuerdo de su amiga -le dijo Miles.

– Es desagradable mirar ese anillo -dijo Julián.

– Si te molestaras en regalar más joyas a tu esposa, ella no se vería obligada a ponerse anillos viejos y pasados de moda, de la época de la escuela -le dijo Daregate, sin rodeos.

Julián frunció el entrecejo.

– ¿Y me lo dices tú, que probablemente algún día te verás obligado a casarte por dinero? No te preocupes por las alhajas de Sophy, Daregate. Puedo asegurarte que soy perfectamente capaz de proveer a mi esposa correctamente en ese aspecto.

– Ya era hora. Lástima lo de las esmeraldas. ¿Cuándo anunciarás que han desaparecido para siempre? -preguntó Daregate.

Miles se quedó mirándolo.

– ¿Que han desaparecido?

Julián frunció el entrecejo.

– Las robaron. Uno de estos días aparecerán en alguna joyería, cuando el que las tenga en su poder no pueda esperar más para empeñarlas.

– Si no das una explicación en breve, todos empezarán a creer en la teoría de Waycott, que dice que tú no podrías soportar vérselas a ninguna mujer después de que Elizabeth las luciera por primera vez.

Miles asintió rápidamente.