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Se acercó a la cama y desparramó un poco de la sangre falsa en el sitio sobre el que se había acostado. Se absorbió rápidamente, dejando una aureola pequeña y colorada. Sophy se preguntó cuánta sangre esperaría encontrar un hombre después de haber desflorado a su mujer virgen.

Frunció el entrecejo y luego de un breve debate interno, concluyó que la sangre no era suficiente. Agregó un poco más. Estaba tan nerviosa y temblaba tanto que se le cayó más sangre falsa de la deseada.

Presa del pánico, Sophy se echó hacia atrás y se le desparramó más líquido todavía. La aureola había incrementado considerablemente su tamaño. Sophy se preguntó si no se le habría ido la mano.

A toda prisa, vertió el remanente de la preparación en la tetera. Luego apagó las velas y se metió alegremente en la cama, junto a Julián, cuidando de no rozarle la musculosa pierna.

Ya no tenía ninguna solución. Tendría que dormir sobre parte, al menos, del enorme manchón colorado y húmedo que había dejado sobre la cama.

4

Julián escuchó que se abría la puerta de la recámara. Unos murmullos de voces femeninas intercambiaban algunas palabras. La puerta volvió a cerrarse y después oyó el ruido de la vajilla del desayuno sobre una bandeja que acomodaron en una mesita cercana.

Se desperezó lentamente. Era extraño en él sentirse tan letárgico. Tenía un gusto raro en la boca, como si hubiera estado comiendo alimento para caballos. Frunció el entrecejo, tratando de recordar cuánto oporto habría bebido la noche anterior.

Abrir los ojos constituía todo un esfuerzo y cuando al final lo logró, se sintió completamente desorientado. En apariencia, las paredes de su cuarto habían cambiado de color durante la noche. Contempló el empapelado chino, tan poco familiar para él, durante un rato y lentamente fue recuperando la memoria.

Estaba en la cama de Sophy.

Suavemente, Julián se acomodó sobre las almohadas, con la esperanza de recordar todo lo demás, que sin duda sería más que satisfactorio. Pero nada acudió a su memoria, excepto un remoto y molesto dolor de cabeza. Volvió a fruncir el entrecejo y se frotó las sienes.

No era posible que hubiera olvidado el acto de hacer el amor a su flamante esposa. La anticipación había sido la responsable de tenerlo tan ansioso y excitado tanto tiempo. Julián había sufrido diez largos días esperando el momento oportuno. El desenlace, indudablemente, tendría que haberle dejado un recuerdo mucho más agradable.

Miró a su alrededor y vio que Sophy estaba parada junto al guardarropa. Tenía puesto el mismo camisón que la noche anterior. Le daba la espalda y él sonrió fugazmente al ver que uno de los volados de la prenda se había metido accidentalmente dentro del cuello. Julián sintió incontenible impulso de levantarse y acomodárselo. Pero después decidió que lo mejor sería quitarle el camisón y llevársela de nuevo a la cama.

Trató de recordar la imagen de sus senos pequeños y curvados a la luz de las velas, pero todo lo que le vino a la mente fueron sus oscuros y erectos pezones dibujándose sobre el género del camisón.

Deliberadamente, Julián insistió en recordar todo pero sólo obtuvo una vaga figura de su esposa, acostada sobre su cama, con el camisón levantado por encima de las rodillas. Sus piernas desnudas se le antojaron gráciles y elegantes. Recordó la excitación que había experimentado al conjeturar cómo se sentiría si ella lo rodeaba con esas piernas.

También recordó el momento en que se quitó su camisón, cuando la pasión ardió dentro de él. Sophy había expresado cierta incertidumbre y conmoción al verlo, expresión que lo había irritado. Seguidamente, Julián se metió en la cama, decidido a tranquilizarla y a convencerla de que lo aceptase.

Sophy se había mostrado nerviosa y algo cansada, pero él sabía que lograría que ella se relajase y disfrutara del acto de amor. Sophy ya le había demostrado que era capaz de responderle.

Él la había abrazado y luego…

Sacudió la cabeza, como para poner en orden sus ideas. Seguramente no habría pasado el papelón de no poder cumplir con sus obligaciones maritales. Se había muerto de ganas de hacer suya a Sophy durante mucho tiempo. Simplemente, no podía haberse quedado dormido en la mitad del proceso, por más que hubiera bebido litros y litros de oporto.

Asombrado por ese blanco que tenía en la memoria, Julián apartó las mantas. Tocó con el muslo una parte dura de la sábana, un manchón algo húmedo que se había secado durante la noche. Julián sonrió aliviado y satisfecho. Miró hacia abajo, y supo que lo que encontraría allí probaría que no se había humillado como hombre.

Pero un momento después su satisfacción desapareció para dar paso a una gran sensación de descreimiento. La mancha marrón-rojiza que estaba en la sábana era demasiado grande.

Imposiblemente grande.

Monstruosamente grande.

¿Qué le había hecho a su delicada esposa? La única experiencia que había tenido con vírgenes había sido en su noche de bodas, con Elízabeth y con la amarga experiencia que había adquirido al cabo de los últimos años, Julián había empezado a cuestionarse esa ocasión también.

Pero según los comentarios de los demás hombres, Julián se había enterado de que lo normal era que las mujeres sangraran, pero no como un cordero degollado. Más aun, algunas mujeres no sangraban en absoluto.

Para provocar semejante hemorragia, un hombre tendría que atacar literalmente a su mujer. Y él debió de haberla lastimado seriamente para que sangrara de ese modo.

Una sensación nauseabunda lo asaltó cuando siguió observando la evidencia de su brutal torpeza. Sus propias palabras volvieron a su memoria: «Por la mañana me lo agradecerás". Por Dios, cualquier mujer que hubiese sufrido lo que Sophy había soportado, sin duda no estaría de humor para agradecer al hombre que la había agraviado tan despiadadamente. Debía de odiarlo esa mañana. Julián cerró los ojos, tratando de recordar con desespero qué le había hecho exactamente. Ninguna escena incriminatoria apareció en su confusa mente, pero las evidencias eran irrefutables. Abrió los ojos.

– ¿Sophy? -Su voz sonó extraña. Hasta a él mismo le pareció así.

Sophy se sobresaltó como si él le hubiera dado un latigazo. Se dio vuelta y lo miró con una expresión tal que Julián apretó los dientes.

– Buen- buen día, milord. -Tenía los ojos abiertos desmesuradamente, cargados de una incomodidad muy femenina.

– Tengo la sensación de que esta mañana particular pudo haber sido mucho mejor de lo que es. Y yo tengo la culpa. -Se sentó en el borde de la cama y extendió el brazo para tomar su camisón. Se tomó su tiempo, mientras analizaba cuál sería la mejor manera de manejar esa situación. Ella no estaría para nada dispuesta a escuchar sus palabras de consuelo. Por el amor de Dios, cómo deseaba que la cabeza no le doliera tanto.

– Creo que su ayuda de cámara ya está listo con todos sus accesorios para afeitarlo, milord.

Julián ignoró el comentario.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó en voz baja. Comenzó a avanzar hacia ella pero se detuvo al ver que la muchacha retrocedía inmediatamente. Al chocarse contra el guardarropa, no pudo seguir reculando, aunque su expresión delató su profundo deseo por seguir huyendo de él. Sophy se quedó allí, aferrándose a una de sus enaguas y mirándolo con gran ansiedad.

Julián inhaló profundamente.

– Oh, Sophy, pequeña. ¿Qué te he hecho? ¿De verdad me comporté como un monstruo anoche?

– Se enfriará el agua para afeitarse, milord.

– Sophy, no me preocupa la temperatura de mi agua para afeitar. Me preocupas tú.

– Ya le dije que estoy bien, milord. Por favor, debo vestirme.

Julián gimió y trató de alcanzarla, por más que ella intentó zafarse de él de mil maneras. La tomó suavemente por los hombros y miró sus atormentados ojos.

– Debemos hablar.

Sophy rozó sus labios con la punta de la lengua.

– ¿No está satisfecho, milord? Pensé que lo estaría.

– Dios -suspiró él, llevando la cabeza de Sophy contra su hombro-. Me imagino cuánto habrás deseado satisfacerme. Estoy seguro de que no quieres afrontar la idea de pasar otra noche como la de anoche.

– No, milord, preferiría no volver a pasar una noche como esa por el resto de mi vida. -Si bien su voz se oyó sofocada, contra el camisón de Julián, era evidente que lo deseaba con todo fervor y ese detalle no escapó a su esposo.

Se sentía culpable. Le masajeó la espalda, como para serenarla.

– ¿Serviría de algo si yo te jurase por mi honor que la próxima experiencia no será tan terrible?

– ¿Su palabra de honor, milord?

Julián maldijo vehementemente y apretó aún más la cabeza de la muchacha contra su hombro. Sintió la tensión que la invadía pero no tenía ni la más remota idea de cómo combatirla,

– Sé que probablemente ya no crees en mi palabra de honor, pero te prometo que la próxima vez que hagamos el amor no sufrirás.

– Yo preferiría no pensar en una próxima vez, Julián.

Él exhaló lentamente.

– Claro, lo entiendo. -Sintió que ella quería liberarse de él, pero no estaba dispuesto a permitírselo todavía. Aún debía encontrar el modo de demostrarle que no era el monstruo que ella había creído la noche anterior-. Lo siento, mi pequeña, pero no entiendo qué me pasó. Ya sé que te resultará difícil de comprender, pero no puedo recordar exactamente qué pasó anoche. Pero debes confiar en que nunca fue mi intención hacerte daño.