Sophy se movió contra el cuerpo de su esposo, haciendo un débil intento por separarse de él.
– Preferiría no discutir el tema.
– Pero debemos hacerlo, o de lo contrario, toda esta situación empeorará mucho más de lo que ya está. Sophy, mírame.
Sophy levantó la cabeza con lentitud. Vaciló y se atrevió a mirarlo rápidamente, pero de inmediato desvió la vista.
– ¿Qué quiere que haga, milord?
Otra vez la apretó. Tuvo que concentrarse para poder relajarse.
– Me gustaría oírte decir que me perdonas y que no dejarás que mis actos de anoche te formen una idea equivocada de quién y cómo soy en realidad. Pero creo que eso es demasiado pedir por hoy.
Sophy se mordió el labio.
– ¿Su orgullo está satisfecho, milord?
– Olvida mi orgullo. Sólo estoy tratando de hallar el modo de disculparme contigo y de hacerte saber que la próxima vez no será tan… tan… incómodo para ti. -Rayos, incómodo era un término demasiado suave para calificar lo que Sophy debió de haber sentido la noche anterior mientras él la montaba como si hubiera sido una hembra en celo-. Las relaciones sexuales entre marido y mujer se supone que deben ser algo placentero. Debió haber sido un placer para ti. Ésa era mi intención. No sé qué ha pasado. Debo de haber perdido todo el sentido de autocontrol. Demonios, debo de haber perdido la razón.
– Por favor, milord, esto es algo tan vergonzoso. ¿Debemos discutirlo?
– Te darás cuenta de que no podemos dejar las cosas como están.
Se produjo una pausa llamativa y después ella preguntó con toda cautela.
– ¿Por qué no?
– Sophy, debes ser razonable, cariño. Estamos casados. Haremos el amor muy a menudo. No quiero que vivas atemorizada por esta primera experiencia.
– Me gustaría sinceramente que no se refiriera a eso diciendo «hacer el amor» porque no es nada por el estilo -repitió ella.
Julián cerró los ojos y convocó a toda su paciencia. Lo menos que se merecía su esposa en esos momentos era eso. Pero desgraciadamente, no era la paciencia uno de los fuertes de Julián,
– Sophy, dime una sola cosa- ¿Me odias hoy?
Sophy tragó saliva y mantuvo la vista fija en la ventana.
– No, milord.
– Bueno, al menos, es algo. No mucho, pero algo. Maldición, Sophy, ¿qué te hice anoche? Puede que haya incursionado en ti con todas mis fuerzas, pero te juro que no recuerdo qué pasó después de que me acosté contigo.
– De verdad no puedo hablar de ello, milord.
– No, no creo que puedas. -Se pasó la mano por el cabello. Pero ¿cómo podía pretender que ella le diera un detalle minucioso de todo lo que él había hecho? Ni él quería escuchar esa historia escalofriante. No obstante, necesitaba saber desesperadamente qué le había hecho. Tenía que saber cuan diabólico había sido. Ya se estaba torturando imaginándose las cosas de las que pudo haber sido capaz.
– ¿Julián?
– Sé que esto no es excusa, cariño, pero me temo que anoche bebí mucho más oporto del que creí. Nunca más me acostaré contigo en condiciones tan deplorables. Fue imperdonable. Por favor, acepta mis disculpas y confía en que la próxima vez será muy distinto.
Sophy carraspeó.
– En cuanto a lo de la próxima vez…
Julián hizo una mueca.
– Sé que no deseas que llegue esa segunda vez, pero te aseguro que no te presionaré para que vuelva a suceder. Claro que debes comprender que eventualmente tendremos que hacer el amor otra vez. Sophy, esta primera vez ha sido para ti algo así como caerse de un caballo. Si no vuelves a intentarlo, es probable que nunca más vuelvas a montar en tu vida.
– No estoy tan segura de que sea un destino tan negro-farfulló ella.
– Sophy.
– Sí, claro, queda esa pequeña cuestión de su heredero. Discúlpeme, milord, se me escapó de la mente.
Julián sintió un profundo desprecio por si mismo.
– No estaba pensando en mi heredero. Estaba pensando en tí -gruñó.
– Nuestro trato fue de tres meses -le recordó ella con toda tranquilidad-. ¿Podríamos volver a lo pactado?
Julián expresó un denuesto por lo bajo.
– No creo que sea una buena idea esperar tanto. Tu inquietud natural adquirirá proporciones muy antinaturales si te tomas tres meses para revivir en tu mente lo que has pasado anoche. Sophy, ya te he explicado que lo peor ha pasado. No es necesario que caigamos nuevamente en ese acuerdo con el que tanto insististe.
– Supongo que no. Especialmente, teniendo en cuenta que usted me aclaró muy bien que tengo muy pocos medios como para exigir el cumplimiento del trato. -Se liberó de los brazos de Julián y caminó hacia la ventana-. Tenía mucha razón, milord, cuando dijo que una mujer tiene muy poco poder cuando se casa. Su única esperanza consiste en depender del honor de su esposo como caballero.
Nuevamente esa horrenda sensación de culpa se apoderó de él, casi sofocándolo. Cuando se recuperó deseó poder enfrentarse al demonio en lugar de a Sophy, pues de ese modo la pelea habría sido mucho más pareja y honesta.
La posición de Julián era intolerable. Era muy evidente que había sólo un medio honorable de salirse de esa situación y que él tendría que cumplirlo, aunque ello representara dificultar mucho más las cosas para Sophy en última instancia.
– ¿Volverías a confiar en mi palabra si yo aceptase cumplir ese famoso trato de los tres meses? -le preguntó él de mala gana.
Ella lo miró por encima del hombro.
– Sí, creo que podría confiar en usted bajo esos términos. Esto es siempre y cuando se comprometa a no tratar de forzarme ni de seducirme.
– Anoche te prometí seducción y en cambio, te obligué. Sí, entiendo por qué quieres ampliar los términos del acuerdo original. -Julián inclinó la cabeza, en un gesto muy formal-. Muy bien, Sophy, Si bien mi razonamiento me indica que éste es el camino incorrecto que seguir, no puedo negarte ese derecho después de lo que pasó anoche.
Sophy hizo una reverencia con la cabeza, mientras apretaba fuertemente los puños.
– Gracias, milord.
– No me lo agradezcas. Estoy absolutamente convencido de que estoy cometiendo un error. Algo está muy mal en todo esto. -Julián volvió a sacudir la cabeza tratando una vez más de revivir lo que había sucedido la noche anterior. Pero sólo había un blanco. ¿Estaría perdiendo la razón?-. Tienes mi palabra de que no trataré de seducirte durante lo que resta del tiempo hasta cumplirse el plazo pactado. Y está de más decir que tampoco te forzaré a someterte. -Vaciló. Tenía deseos de acariciarla, pero no se atrevió a tocarla-. Por favor, discúlpame.
Julián abandonó la habitación, seguro de que ante los ojos de Sophy su imagen no podía caer más bajo de lo que ya había caído ante los propios.
Los dos días que siguieron debieron haber sido los más felices de la vida de Sophy. Finalmente su luna de miel estaba convirtiéndose en lo que ella tanto había soñado. Julián se mostraba amable, considerado y siempre muy suave. La trataba como si hubiera sido una muñeca de porcelana. Aquella amenaza silenciosa, sutil y sensual que la había atormentado durante días había desaparecido por fin.
Claro que el deseo no había desaparecido de la mirada de Julián. Aún estaba presente, pero las llamas de su pasión se controlaban cuidadosamente, de modo que Sophy ya no tenía que temer ninguna exacerbación.
Pero en lugar de relajarse y disfrutar de ese momento que tanto había planeado, Sophy se sentía muy desgraciada. Durante dos días había luchado contra su tristeza y su culpabilidad, tratando de convencerse de que había hecho lo correcto, de que había tomado la única salida que tenía, dadas las circunstancias.
Una esposa tenía tan poco poder que debía echar mano de cualquier medio que se le presentara para cumplir con sus objetivos.
No obstante, su propio sentido del honor le impidió mitigar su ansiedad con ese razonamiento.
La tercera mañana después de aquella ficticia noche de bodas, Sophy despertó convencida de que no podría continuar con la farsa otro día más; mucho menos, lo que restaba de los tres meses.
Nunca se había sentido peor en su vida. El autocastigo que se había impuesto Julián fue una responsabilidad demasiado grande para la joven. Era evidente que él se despreciaba más de la cuenta por lo que creía haberle hecho a su esposa. Y como en realidad no le había hecho nada, Sophy se sentía más. Culpable que él.
Terminó la taza de té que la criada le había llevado, apoyó ruidosamente el utensilio sobre el platito y corrió las mantas de la cama.
– ¡Vaya, qué hermoso día, señora! ¿Irá a cabalgar después del desayuno?
– Si, Mary, eso haré. Por favor, envía a algún criado a preguntar a lord Ravenwood si desea acompañarme.
– Oh, no creo que Su señoría tenga algún impedimento para negarse -dijo Mary con una amplia sonrisa-. Ese hombre aceptaría una invitación hasta América, si usted se lo pidiera. Todo el personal disfruta mucho de todo este cuadro, ¿sabe?