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– Sí -dijo Julián, mientras dejaba a un lado el periódico-. Creo que te acompañaré.

– ¿Aparecerás por lo de lady Fastweil esta noche? -preguntó Miles-. Sería interesante. Se dice que lord Eastweil recibió una de esas notas de chantaje hoy. Lo que no se sabe todavía es si lady Eastweil ya se enteró.

– Yo respeto mucho a Eastweil -dijo Julián-. Lo vi bajo el fuego en el Continente. Y a tí también, Daregate. El hombre sabe cómo hacerse valer en el campo de batalla contra el enemigo. Ciertamente sabrá cómo hacerse respetar por su esposa.

Daregate sonrió, pero no hubo buen humor en su sonrisa.

– Vamos, Julián, sabes perfectamente bien que luchar contra Napoleón es un juego de niños comparado con enfrentarse a una mujer furiosa.

Miles asintió con la cabeza, como coincidiendo con los demás, aunque todos sabían que él jamás se había casado ni había tenido ningún noviazgo serio.

– Muy inteligente al haber dejado a tu esposa en el campo, Ravenwood. Muy inteligente, por cierto. Allí no hay problemas.

Julián había estado tratando de convencerse precisamente de eso durante toda la semana que pasó en Londres. Pero esa noche, al igual que todas las demás, no estaba tan seguro de haber tomado la decisión correcta.

El hecho era que echaba de menos a Sophy. Era lamentable, inexplicable y terriblemente incómodo. Pero también, innegable. Había sido un tonto al abandonarla en el campo- Debía de haber otro medio para darle su merecido.

Desgraciadamente, en aquel momento no había pensado con claridad como para encontrar la alternativa.

Con bastante intranquilidad, consideró la cuestión mucho más tarde, cuando se marchaba del club. Subió al carruaje y se quedó mirando, pensativo, a través de la ventana, las oscuras calles de la ciudad, mientras el cochero hacía sonar su fusta.

Era cierto que aún se ponía furioso cada vez que recordaba la trampa que Sophy le había tendido aquella noche fatídica en la que había decidido reclamar sus derechos maritales. Y varias veces al día se recordaba que lo mejor era darte lecciones ahora, al principio del matrimonio, cuando Sophy mantenía cierta inexperiencia y flexibilidad. No debía tener la sensación de que podía manejarlo a su antojo.

Pero por mucho que Julián trataba de hacer hincapié en los caprichos de Sophy y en su deber de corregirla desde un principio, no podía evitar recordar a cada momento otras cosas de ella.

Echaba de menos las cabalgatas matinales, las conversaciones inteligentes sobre el manejo de una granja y las partidas de ajedrez por las noches.

También extrañaba el excitante y femenino perfume de Sophy, el modo en que alzaba el mentón cuando se preparaba para desafiarlo y la sutil inocencia que brillaba en sus ojos turquesa.

También recordó su risa alegre y traviesa y su preocupación por la salud de los sirvientes y de los aparceros.

Varias veces, a lo largo de la última semana, se sorprendió pensando en qué parte del atuendo de Sophy estaría mal acomodado en esos momentos. Cerraba los ojos y se la imaginaba con el sombrero de montar caído sobre una oreja o con una parte del dobladillo del vestido rota. Su dama de compañía tendría mucho trabajo con ella.

Sophy era muy diferente de la primera esposa de Julián. Elizabeth siempre había estado impecable: cada rizo en su sitio, cada vestido escotado inteligentemente acomodado para exhibir sus mejores encantos según su conveniencia. Aun en la cama, la primera condesa de Ravenwood había mantenido un aire de elegante perfección. Había sido una hermosa diosa de la lujuria con sus camisones de excelente confección, una criatura señalada por la naturaleza para incitar la pasión en los hombres y llevarlos a la locura. Julián sentía náuseas cada vez que recordaba cómo lo había envuelto en. aquella telaraña de seda.

Determinadamente, hizo a un lado los viejos recuerdos. Había elegido a Sophy como esposa porque estaba del todo convencido de que era totalmente distinta de Elizabeth y su intención era que siempre fuera así. Fuera cual fuere el costo, no le permitiría a Sophy seguir el mismo sendero destructivo que Elizabeth había escogido.

Pero si bien estaba muy seguro de cuál era su objetivo, no estaba del todo convencido de tas medidas que tendría que tomar para cumplir con ese objetivo. Tal vez había cometido un error al dejar a Sophy en el campo, No sólo porque la muchacha no recibiría la correcta supervisión sino porque él también se sentía un poco perdido sin ella en la ciudad.

El carruaje se detuvo frente a la imponente casa que Julián tenía en Londres. Miró de mal talante la puerta principal y pensó en la cama solitaria que estaría aguardándolo. Si aún le quedaba algo de sentido común, debería ordenar al cochero que diera media vuelta y lo llevara a Trevor Square. Marianne Harwood sin duda estaría más que dispuesta a recibirlo aun a esas altas horas.

Pero las imágenes de la encantadora y voluptuosa mujer de la Belle Harwood no lo provocaron a pesar de su celibato autoimpuesto. A las cuarenta y ocho horas de haber llegado a Londres Julián se dio cuenta de que la única mujer que deseaba en su cama era a su esposa.

Su obsesión por ella era indudablemente el resultado directo de negarse lo que por derecho le correspondía, decidió, mientras bajaba del carruaje y subía las escaleras. No obstante, estaba muy seguro de una cosa: la próxima vez que se llevara a Sophy a la cama, se aseguraría muy bien de que ambos lo recordaran con perfecta claridad.

– Buenas noches, Guppy -dijo Julián cuando el mayordomo abrió la puerta-. ¿Levantado tan tarde? Pensé que te había dicho que no me esperases.

– Buenas noches, milord. -Guppy carraspeó audiblemente y se hizo a un lado para dar paso a su amo-. Esta noche ha habido un poquito de revuelo. Todo el personal se quedó levantado.

Julián, que estaba a mitad de camino rumbo a la biblioteca, se detuvo y se volvió, con el entrecejo fruncido, en gesto interrogante. Guppy tenía cincuenta y cinco años y era muy eficiente en su trabajo, de modo que no tenía inclinaciones por dramatizar situaciones.

– ¿Un revuelo?

La expresión de Guppy se mantuvo inalterable, pero el brillo de sus ojos estaba cargado de excitación.

– -La condesa de Ravenwood ha llegado y ha ocupado la residencia, milord. Le ruego me disculpe, pero la verdad es que el personal le habría podido dar una bienvenida mucho más apropiada si se le hubiera avisado que lady Ravenwood llegaría. De hecho, me temo que nos ha tomado por sorpresa. Por supuesto, hemos afrontado correctamente la situación.

Julián se quedó helado. Por un instante ni siquiera pudo pensar. «Sophy está aquí." Era como si todas sus cavilaciones de esa noche, durante el trayecto de regreso a casa hubieran servido para hacer aparecer a Sophy.

– Por supuesto que afrontasteis la situación de forma correcta, Guppy -dijo mecánicamente-. No esperaría menos de ti ni del personal. ¿Dónde está lady Ravenwood en este momento?

– Se retiró a su cuarto hace un ratito, milord. Madam es, si me permite ser tan honesto, muy simpática con todo el personal. La señora Peabody la llevó al cuarto que linda con el suyo, naturalmente.

– Naturalmente. -Julián olvidó la intención que había tenido de beberse otra dosis de oporto. La idea de tener a Sophy arriba, en la cama, lo dejó en estado de shock. Caminó a pasos agigantados hacia la escalera-. Buenas noches, Guppy.

– Buenas noches, milord. -Guppy se permitió la más pequeña de las sonrisas mientras se volvía para echar el cerrojo a la puerta principal.

"Sophy está aquí.» Una gran excitación corrió por las venas de Julián. Pero la reprimió un minuto después, cuando recordó que la llegada de Sophy a Londres representaba un desafío de su esposa hacia él. Su dócil mujer campesina estaba tornándose cada vez más rebelde.

Caminó por el vestíbulo, dividido entre la ira y un extraño placer por ver a Sophy otra vez. Esa volátil combinación de emociones fue suficiente para marearlo. Abrió la puerta de su cuarto con una impactante vuelta al picaporte y encontró a su ayuda de cámara desparramado en uno de los sillones de terciopelo rojo, profundamente dormido.

– Hola, Knapton. ¿Recuperando el sueño perdido?

– Milord. -Knapton luchó por despabilarse. Parpadeó rápidamente al ver a su amo parado en la puerta, con expresión de preocupación-. Lo siento, milord. Sólo me senté unos minutos, para esperarlo. No sé qué me pasó. Debo de haberme quedado dormido.

– No tiene importancia. -Julián hizo un ademán en dirección a la puerta--. Esta noche puedo acostarme sin tu ayuda.

– Sí, milord. Si está completamente seguro de que no va a necesitarme, milord. -Knapton se precipitó hacia la puerta.

– Knapton.

– ¿Sí, milord? -El sirviente se detuvo en la puerta abierta.

– Tengo entendido que lady Ravenwood ha llegado esta noche.

La expresión tensa de Knapton se relajó con un gran placer.

– Hace pocas horas, milord. Armó una revolución en toda la casa durante un rato, pero todo volvió al orden ya. Lady Ravenwood tiene un gran arte para manejar al personal, milord.

– Lady Ravenwood tiene un gran arte para manejar a todo el mundo -masculló Julián por lo bajo, mientras Knapton salía al pasillo. Esperó a que la puerta estuviera bien cerrada y entonces se quitó las botas y el resto de su ropa para ponerse la bata de dormir. Se ciñó el cinturón de seda y luego se quedó de píe, pensando cuál sería el mejor modo de enfrentarse a su desafiante esposa. La ira y el deseo aún ardían en sus venas. Tenía una impetuosa necesidad de descargar esa ira con su esposa, pero también sentía e! mismo fervor por hacerle el amor. Quizá debía hacer ambas cosas, se dijo.