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Una cosa era segura. No podía ignorar la presencia de ella allí esa noche y saludarla a la mañana siguiente en el desayuno, como si nada hubiera pasado, como si todo hubiera sido perfecta rutina.

Tampoco se permitiría quedarse allí ni un solo minuto más, titubeando, como un oficial inexperto en su primera batalla. Ésa era su casa y él impondría la autoridad en ella. Julián inhaló profundamente, soltó algunos improperios y caminó con pasos gigantescos hacia el vestidor que comunicaba su cuarto con la recámara de su esposa. Tomó una vela y levantó la manó para golpear. Pero al segundo cambió de idea. No era momento de cortesías.

Tomó el picaporte, esperando encontrar la puerta cerrada por dentro. Para su sorpresa, no fue así. La puerta a la oscura habitación de Sophy se abrió sin resistencia. Por un instante, no pudo encontrarla entre tas sombras del elegante interior. Luego localizó la curvatura de su diminuto cuerpo en el centro de la cama maciza. La parte inferior de su cuerpo se erigió dolorosamente. «Esta es mi esposa y por fin está aquí, en la habitación a la que pertenece.»

Sophy se movió, inquieta, en medio de un sueño que la perturbó. Despertó lentamente, tratando de orientarse en la extraña habitación. Abrió los ojos mirando fijamente la luz de una vela que se movía en silencio hacia ella, entre tas sombras. El pánico la terminó de despertar, hasta que, con gran alivio, reconoció la figura que sostenía la vela. Se sentó erguida en la cama, apretando la sábana contra su garganta.

– Julián. Me asustó, milord. Se mueve como un fantasma.

– Buenas noches, madam. -El saludo fue frío y no denotó emoción alguna. Lo pronunció con esa voz tan suave y peligrosa que la ponía tan nerviosa-. Espero me disculpes por no haber estado aquí para recibirte cuando llegaste. Pero como sabrás, no te esperaba.

– Por favor, ni lo mencione. Ya sé perfectamente que mi llegada fue sorpresiva, -Sophy hizo todo lo posible por ignorar el terror que la agobiaba. Sabía que tendría que enfrentarse a él desde el momento en que tomó la decisión de marcharse de Eslington Park. Se había pasado todo el viaje pensando qué diría cuando llegase el momento de defenderse de la ira de Julián.

– ¿Sorpresiva? Eso es para calificarla diplomáticamente.

– No hay necesidad de ser sarcástico, milord. Sé que probablemente esté un poco enojado conmigo.

– Qué perceptiva.

Sophy tragó saliva. Todo eso sería mucho más difícil de lo que había imaginado. Su actitud hacia ella no se había ablandado en esa semana.

– Quizá sea mejor que discutamos esto mañana.

– Lo discutiremos ahora. Mañana no tendrás tiempo para hablar porque tendrás mucho trabajo empacando nuevamente tus cosas para volver a Eslington Park.

– No. Debe entender, Julián. No puedo permitirle que me eche. -Apretó la sábana con más fuerza. Se había prometido no reñir con él, ser tranquila y razonable. Después de todo, él era un hombre razonable. La mayoría de las veces-. Estoy tratando de arreglar las cosas entre nosotros. He cometido un terrible error en el trato con usted. Me equivoqué. Ahora lo sé. He venido a Londres porque he decidido ser una esposa como Dios manda.

– ¿Una esposa como Dios manda? Sophy, sé que esto te sorprenderá, pero el hecho es que una esposa como Dios manda obedece a su esposo. No trata de engañarlo haciéndole creer que se ha comportado como un monstruo. No le niega sus derechos en la cama. No se le aparece inesperadamente en su casa de la ciudad cuando ha recibido órdenes expresas de permanecer en el campo.

– Sí, bueno. Sé perfectamente bien que no he sido exactamente el modelo de esposa que usted quiere. Pero en honor a la justicia, Julián, debo decirle que lo que usted quiere es demasiado estricto.

– ¿Estricto? Madam, lo que pretendo de ti es tan sólo un poco de…

– Julián, por favor. No quiero pelear con usted. Sólo trato de corregir errores. Empezamos mal este matrimonio y admito que fue mayormente por culpa mía. Me parece que lo menos que usted puede hacer es darme la oportunidad de demostrarle que estoy dispuesta a ser mejor esposa.

Hubo un largo silencio por parte de Julián. Se quedó quieto, examinando arrogantemente el rostro ansioso de Sophy. La expresión de sus ojos representaba al mismo diablo. Sophy pensó que nunca se había visto más demoníaco que bajo aquella luz de la vela.

– Permíteme estar completamente seguro de que te entiendo, Sophy. ¿Dices que quieres que este matrimonio sea tan normal como los demás?

– Sí, Julian.

– ¿Debo asumir que estás dispuesta a concederme mis derechos en tu cama?

Ella asintió rápidamente con la cabeza y su cabello suelto cayó sobre sus hombros.

– Sí -dijo-. Verá, Julián, que a través de la lógica deductiva llegué a la conclusión de que tenía razón. Nos podríamos llevar mucho mejor si las cosas se desarrollan normalmente entre nosotros.

– En otras palabras, me estás sobornando para que te deje quedarte conmigo en Londres -resumió él, siempre manteniendo su tono de seda.

– No, no, ha entendido mal. -Alarmada por la interpretación que acababa de hacer su esposo, Sophy apartó las mantas y se puso rápidamente de pie junto a la cama. Un tanto avergonzada, se dio cuenta entonces de lo fino que era el género de su camisón.

Tomó rápidamente una bata y se la puso apretada contra el pecho. Julián le arrancó la bata y la arrojó a un lado.

– No necesitarás eso, ¿verdad? Ahora eres una mujer entregada a la seducción, ¿recuerdas? Debes aprender el fino arte de tu nueva profesión.

Sophy, desesperanzada, miró la bata tirada en el piso. Se sentía expuesta y terriblemente vulnerable de pie allí, con su finísimo camisón de linón. Lágrimas de frustración ardían en sus ojos. Por un instante creyó que se echaría a llorar.

– Por favor, Julián -le dijo ella serenamente-. Déme una oportunidad. Haré todo lo que esté a mi alcance para hacer del nuestro un matrimonio dichoso.

Julián levantó la vela aun más, para estudiar el rostro de su esposa. Se quedó en silencio durante momentos cruciales y luego volvió a hablar.

– ¿Sabes, querida? -dijo por fin-. Creo que te convertirás en una buena esposa para mí. Después que te haya enseñado que no soy una marioneta a la que puedes mover a tu antojo.

– Nunca quise tratarlo así, milord. -Sophy se mordió el labio, asustada por la magnitud de la ira de Julián-. Sinceramente lamento lo que sucedió en Eslington Park. Debe saber que no rengo experiencia en cómo tratar a un esposo. Sólo trataba de protegerme.

Estuvo por exclamar algo pero no lo hizo.

– Tranquila, Sophy, y calladita. Cada vez que abres la boca te pareces menos y menos a la esposa ideal.

Sophy ignoró el consejo. Estaba convencida de que su boca era la única arma que tenía en su pequeño arsenal. Vacilante, le tocó la manga de seda de la bata.

– Permítame quedarme aquí en la ciudad, Julián. Déjeme demostrarle que es cierto que quiero corregir las cosas incorrectas de nuestro matrimonio. Le juro que trabajaré diligentemente en esa tarea.

– ¿De verdad? -La miró con ojos fríos y brillantes.

Sophy sintió que algo dentro de ella se marchitaba y moría. ¡Había estado tan segura de que podría convencerlo para que le otorgara esa segunda oportunidad! Durante la corta luna de miel en Eslington Park creyó que había aprendido a conocer bastante bien a ese hombre. No era deliberadamente cruel ni injusto en el trato con los demás, de modo que Sophy pensó que mantendría el mismo código de comportamiento en el trato con su esposa.

– Quizás estaba equivocada -dijo ella-. Pensé que tal vez estaría dispuesto a darme la misma oportunidad que le dio en su momento a uno de sus aparceros que estaba atrasado en el pago de la renta.

Por un instante, Julián se quedó perplejo,

– ¿Te estás comparando con uno de mis aparceros?

– La analogía me pareció bastante pertinente.

– La analogía es bastante idiota.

– Entonces, quizá, no hay esperanzas de arreglar las cosas entre nosotros.

– Te equívocas. Ya te dije que eventualmente te convertirás en una buena esposa para mí y lo dije en serio. De hecho, me encargaré de ello. La verdadera cuestión aquí es ver cómo lo lograremos mejor. Tú tienes mucho que aprender.

«Tú también -pensó Sophy-. ¿Y quién mejor que tu esposa para enseñártelo?» Pero debía recordar que esa noche, tenía que tomar a Julián por sorpresa y que, por lo general, los hombres no manejaban bien las sorpresas. Su esposo necesitaría tiempo para asumir que ella estaba bajo su mismo techo y pensaba quedarse allí.

– Le prometo que no le daré ninguna clase de problemas si me deja permanecer aquí en Londres, milord.

– ¿Ningún problema, eh? -Por un segundo, la vela alumbró lo que debió haber sido una chispa divertida en los gélidos ojos de Julián-. No puedo decirte cuánto me tranquiliza eso, Sophy. Vuelve a la cama y sigue durmiendo. Por la mañana te comunicaré mí decisión.