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Un gran alivio la serenó. Acababa de ganar el primer round. Sonrió trémulamente.

– Gracias, Julián.

– No me lo agradezcas todavía, madam. Tenemos que arreglar demasiadas cosas aún.

– Lo sé. Pero somos dos personas inteligentes que por esas cosas de la vida, estamos unidos. Debemos emplear el sentido común para aprender a vivir tolerantemente, ¿no cree?

– ¿Así es como ves nuestra situación, Sophy? ¿Que por esas cosas de la vida estamos unidos?

– Sé que preferirá que no haga romántica la cuestión, milord. Por eso trato de darle a nuestra relación un panorama mucho más realista.

– En otras palabras, ¿hacer las cosas lo mejor posible?

Ella se reanimó.

– Precisamente, milord. Como un par de caballos de tiro que deben trabajar juntos en el mismo arnés. Debemos compartir el mismo granero, el mismo bebedero y el mismo balde con heno.

– Sophy -la interrumpió él-. Por favor, no hagas más analogías con temas campestres. Me nublan el pensamiento.

– Oh, lejos de mi intención hacerlo, milord.

– Qué caritativa. Te veré en la biblioteca mañana a las once en punto. -Julián dio media vuelta y caminó con pasos agigantados hasta la puerta. Salió y se llevó la vela consigo. Sophy se quedó parada en la oscuridad, sola. Pero sus ánimos se encumbraron cuando regresó a la cama. Ya había aclarado la peor parte y Julián no se había mostrado del todo disgustado en tenerla nuevamente allí. Si se cuidaba de no molestarlo la mañana siguiente, se aseguraría prácticamente de que la dejaría quedarse.

Con gran alegría, se dijo que había estado en lo cierto respecto de cuál era la naturaleza de su marido. Julián era un hombre duro y frío en muchos aspectos, pero también era honorable. Sería justo con ella.

A la mañana siguiente, Sophy cambió de idea tres veces con respecto a qué ponerse para la entrevista con Julián. La primera vez decidió que cualquiera habría pensado que iría a un baile en lugar de a tener una charla con su esposo. O tal vez, una campaña militar habría sido una comparación más adecuada. Por fin decidió ponerse un vestido amarillo, con vivos blancos y pidió a su dama de compañía que le recogiera parte del cabello para que el resto le cayera cual cascada de rizos.

Cuando estuvo totalmente satisfecha con el efecto deseado, se dio cuenta de que le quedaban menos de cinco minutos para bajar las escaleras. Corrió por el pasillo y descendió a toda velocidad, de modo que cuando llegó a. la puerta de la biblioteca, estaba casi sin aliento. Un criado se la abrió de inmediato.

Ella entró con la esperanza a flor de piel.

Julián, que estaba sentado al otro lado del escritorio, se puso de pie lentamente y la saludó con una formal reverencia.

– No tenías necesidad de venir corriendo, Sophy.

– Oh, no hay cuidado -le aseguró ella, avanzando rápidamente-. No quería que se quedara esperando.

– Las esposas se destacan por dejar siempre esperando a sus maridos.

– Oh. -Sophy no estaba muy segura respecto de cómo tomar ese comentario-. Bueno, tal vez podría practicar ese talento particular en otro momento. -Miró a su alrededor y vio una silla de seda verde-. Esta mañana estoy demasiado ansiosa por escuchar la decisión que ha tomado sobre mi futuro.

Sophy avanzó hacia la silla y tropezó. Enseguida recuperó el equilibrio pero bajó la vista para ver con qué había tropezado.

Julián le siguió la mirada.

– Parece que se te ha desatado la cinta de tu zapatilla -señaló Julián gentilmente.

Sophy, muerta de vergüenza, se ruborizó y tomó asiento.

– Eso parece. -Se agachó y de inmediato volvió a atar la cinta ofensora. Cuando volvió a enderezarse, notó que Julián había vuelto a sentarse y que la estudiaba con una extraña expresión de resignación-. ¿Sucede algo malo, milord?

– No, aparentemente todo está desarrollándose con normalidad. Bueno, en cuanto a tu deseo de quedarte aquí en Londres…

– ¿Sí, milord? -Sophy esperó en agónica anticipación, para comprobar si sería cierta su teoría del juego limpio.

Julián dudó. Frunció el entrecejo y se recostó sobre el respaldo de su silla, para analizar el rostro de Sophy.

– He decidido concederte la petición.

La dicha burbujeó en el interior de la muchacha. Su sonrisa fue radiante y la felicidad se reflejó en sus ojos.

– Oh, Julián, gracias. Le prometo que no se arrepentirá de haber tomado esta decisión. Me ha mostrado toda su generosidad con este gesto y no sé si me lo merezco, pero le aseguro que es mi intención no fallarle en cuanto a sus expectativas de mí como esposa.

– Eso sería muy interesante.

– Julián, por favor, lo digo muy en serio.

Su sonrisa extraña se modificó por un instante.

– Lo sé. Leo tus intenciones en tus ojos. Como ya te dije, tienes una mirada muy fácil de leer y es por eso que te he concedido esta segunda oportunidad.

– Juro, Julián, que seré un modelo de esposa. Ha sido muy considerado de su parte pasar por alto el, eh… incidente de Eslington Park.

– Sugiero que ninguno de los dos vuelva a mencionar esa catástrofe.

– Una excelente idea -coincidió Sophy, entusiasta.

– Muy bien. Esto parece solucionar el problema, de modo que ya mismo podemos empezar a practicar esto del trato entre marido y mujer…

Sophy abrió los ojos desorbitadamente y, de pronto, se le humedecieron las palmas de las manos. No había esperado que Julián abordara el tema de la intimidad con una prisa tan inoportuna. Después de todo, eran sólo las once de la mañana.

– ¿Aquí, milord? -preguntó tímidamente, echando un vistazo a los muebles de la biblioteca-. ¿Ahora?

– Definitivamente, aquí y ahora. -Al parecer, Julián no notó la expresión de pánico en Sophy. Estaba demasiado ocupado revolviendo en uno de los cajones del escritorio-. Ah, aquí están.

– Tomó unas cartas y tarjetas que estaban allí y se las entregó.

– ¿Qué es esto?

– Invitaciones. Recepciones, fiestas, bailes, reuniones. Esas cosas. Hay que contestarlas. Odio decidir cuáles aceptar y cuáles no y he ocupado a mi secretario con otras cosas más importantes. Escoge algunos actos que te resulten interesantes y rechaza diplomáticamente los demás,

Sophy levantó la vista del manojo de cartas y se sintió confundida.

– ¿Se supone que ésta será mi primera obligación de esposa, milord?

– Correcto.

Sophy esperó, tratando de dilucidar sí sentía alivio o decepción. Debió haber sido alivio.

– Será un placer hacerme cargo de esto, Julián, pero usted, mejor que nadie, sabe que tengo muy poca experiencia con la sociedad.

– Esa es una de tus cualidades más rescatables, Sophy.

– Gracias, milord. Estaba segura de que tenía que poseer alguna.

Julián la miró con suspicacia, pero prefirió no hacer comentarios al respecto.

– Bueno, yo tengo una solución para el dilema que tu inexperiencia nos presenta. Te entregaré una guía profesional para que aprendas todo lo concerniente a este salvaje mundo social.

– ¿Una guía?

– Mi tía, lady Francés Sinclair. Siéntete con toda la libertad de llamarla Fanny. Todos le dicen así, incluso el Príncipe. Creo que te resultará interesante. Francés es como una marisabidilla. Ella y su amiga se sienten muy orgullosas de ser las organizadoras de un pequeño salón, donde se reúnen las damas más intelectuales los miércoles por la tarde. Probablemente te invitará para que te unas al club.

Sophy escuchó la divertida condescendencia de su voz y sonrió serenamente.

– ¿Ese pequeño club es como el que frecuentan los hombres, donde una puede beber, hacer apuestas y divertirse hasta altas horas de la noche?

Julián la miró con desaprobación.

– Definitivamente, no.

– Qué decepción. Pero sea como sea, creo que su tía me caerá muy bien.

– Pronto lo sabrás. -Julián miró el reloj de la biblioteca-. Debe de estar por llegar en cualquier momento.

Sophy estaba asombrada.

– ¿Va a venir de visita esta mañana?

– Me temo que sí. Mandó a avisar hace una hora que vendría. Sin duda vendrá con su amiga, Harriette Rattenbury, Las dos son inseparables. -Julián apenas esbozó una sonrisa-. Mi tía está ansiosa por conocerte.

– Pero ¿cómo supo que yo estoy en la ciudad?

– Esa es una de las cosas que debes aprender de la sociedad, Sophy. Los chismes van por el aire aquí. Eso tendrás que tenerlo bien presente porque lo último que quiero escuchar son chismes respecto de mi esposa. ¿Está bien claro?

– Sí, Julián.

6

– Les pido mil disculpas por haberme demorado, pero seguramente todos me comprenderán cuando les diga que el motivo de mi retraso es que conseguí el segundo fascículo. Aquí está, calentito de la imprenta. Les juro que me arriesgué mucho para conseguirlo. No había visto una muchedumbre igual en la ciudad desde el último alboroto que se armó después del espectáculo de fuegos artificiales, en Covent Garden.