Dado que Julián no tenía muchas inclinaciones a dedicarse al autoanálisis, se tomó gran parte de esa mañana, hasta la hora de la entrevista con Sophy, tratando de dilucidar vagamente qué habría de malo en acostarse con Sophy sin más pérdida de tiempo.
Finalmente, admitió que no quería que Sophy se entregase a él sólo porque pensaba que era su obligación de esposa. De hecho, era denigrante sólo pensar que ella actuaría así. Julián quería que Sophy lo deseara. Quería mirar esos ojos claros y honestos para descubrir en ellos genuino deseo, necesidad femenina. Pero, por sobre todas las cosas, a Julián no le gustaba la idea de que por mucho que ella se esmerase en complacerlo, íntimamente pensara que él había faltado a su palabra original.
Ese descubrimiento lo puso en un aprieto y de un pésimo humor, según sus propios amigos habían señalado.
Ni Daregate ni Thurgood habían cometido la estupidez de preguntarle sí tenía problemas en su casa, pero ambos sospecharon que de eso se trataba. Varias veces le habían deslizado su inquietud por conocer a la famosa Sophy, y esa noche sería la oportunidad que ambos tendrían de hacerlo, al igual que la sociedad entera.
Julián levantó el ánimo cuando pensó que Sophy se alegraría de verlo a esa hora de la noche. Sabía que ella esperaría ser un fracaso rotundo, como lo había sido cinco años atrás. El hecho de tener un esposo a su lado, indudablemente cambiaría todo el panorama y le daría más coraje. Quizá su gratitud la conduciría eventualmente a mirar a Julián con ojos más benévolos.
Julián ya había atendido ciertos asuntos en la mansión de Yelverton, de modo que sabía cómo llegar al salón de baile. En lugar de esperar que el mayordomo lo anunciara, buscó solo las escaleras que conducían a un balcón desde el que podía observarse el salón repleto.
Plantó ambas manos sobre la baranda tallada y miró la multitud que había abajo. Una banda tocaba mientras varias parejas bailaban en la pista. Los criados, con sus uniformes impecables, se abrían paso con bandejas en las manos, atendiendo a los hombres y mujeres elegantemente vestidos. Las risas y charlas llegaban hasta arriba.
Julián abarcó todo el salón con su mirada, buscando a Sophy. Fanny le había dicho que llevaría un vestido rosa. Indudablemente, la muchacha estaría parada en uno de los grupos de mujeres que se alineaban cerca de las ventanas.
– No, Julián. Ella no está allí. Está en el otro lado del salón. No puedes verla porque no es muy alta y cuando la rodea un grupo de admiradores, como en este momento, se te pierde completamente de vista.
Julián volvió la cabeza para ver a su tía que venía por el corredor. Lady Fanny le sonreía con la familiaridad habitual. Se veía muy impactante con su vestido en verde y plata, de satén.
– Buenas noches, tía. -Le tomó la mano y se la llevó a los labios-. Estás muy bella esta noche. ¿Dónde está Harry?
– Refrescándose en la terraza, con algún vaso de limonada. El calor está afectándola mucho, pobrecita. Insistió en ponerse uno de esos pesados turbantes. Yo estaba a punto de reunirme con ella cuando te vi llegar. De modo que viniste a ver cómo se las arreglaba tu pequeña esposa, ¿eh?
– Conozco lo que es una auténtica orden cuando la escucho. Estoy aquí porque tú insististe. ¿Qué es esto de que Sophy desaparece de la vista?
– Velo por ti mismo. -Fanny se acercó a la baranda y, orgullosamente, hizo un ademán con la mano, señalando a los invitados-. La han rodeado desde el momento en que llegó. Y de eso pasó ya una hora.
Julián miró hacia el otro extremo del salón y frunció el entrecejo al tratar de ubicar un vestido de seda rosa entre el arco iris que formaban los hermosos vestidos allí abajo. Luego, un hombre que estaba en un cerrado grupo de caballeros se movió apenas y Julián alcanzó a divisar a Sophy, en medio de la reunión.
– ¿Qué demonios está ella haciendo allí abajo? -gruñó Julián.
– ¿No es obvio? Está a punto de convertirse en un éxito, Julián. -Fanny sonrió satisfecha-. Es un encanto y no tiene ningún problema para entablar conversaciones. Hasta el momento, ha prescrito un remedio para los dolores de estómago ocasionados por nervios de lady Bixby, una cataplasma para el pecho de lord Thanton y un jarabe para la garganta de lady Yelverton.
– Pero ninguno de los hombres que están rodeándola en este momento está buscando, aparentemente, ayuda médica -barbotó Julián.
– Cierto. Cuando me aparté del grupo hace unos momentos, ella estaba dando una descripción de las prácticas de cría de ganado lanar en Norfolk.
– Maldición. Yo le enseñé todo lo que sabe de cría de ganado lanar en Norfolk. Lo aprendió durante nuestra luna de miel.
– Bueno, entonces tienes que sentirte feliz de que Sophy ponga ese conocimiento al servicio de la sociedad.
Julián entrecerró los ojos para estudiar a los hombres que rodeaban a su esposa. Un joven alto, de cabellos muy claros con un traje negro azabache le llamó la atención.
– Veo que Waycott no ha perdido tiempo en presentarse.
– Oh, Dios. ¿Está en el grupo? -La sonrisa de Fanny se esfumó en el momento en que se asomó por la baranda para mirar mejor. La chispa de picardía abandonó sus ojos-. Lo lamento, Julián. No sabía que él estuviera presente esta noche- Pero debes saber que tarde o temprano ella se encontraría con él, al igual que con los demás admiradores de Elizabeth.
– Entregué a Sophy a tu cuidado, Fanny, porque confiaba en que tendrías el suficiente sentido común para alejarla de los problemas.
– Alejar a tu esposa de los problemas es una tarea tuya, no mía -retrucó Fanny ásperamente-. Yo soy su amiga y consejera, nada más.
Julián se dio cuenta de que estaba recibiendo la reprimenda por haber desatendido a Sophy durante la última semana.
Pero no estaba de humor como para elaborar su defensa. Estaba demasiado preocupado por el apuesto dios rubio que en ese momento entregaba una limonada a Sophy. Ya había visto esa expresión tan particular en el rostro de Waycott cinco años atrás, cuando el vizconde había empezado a revolotear en torno de Elizabeth.
Julián apretó el puño a un costado. Con un gran esfuerzo, se obligó a relajarse. La última vez había sido un idiota, incapaz de ver de antemano los problemas sino hasta que fue demasiado tarde. En esta ocasión, se movería con rapidez y sin piedad, para anticipar el desastre.
– Discúlpame, Fanny. Creo que tienes razón. Es mi trabajo proteger a Sophy y empezaré a hacerlo en este mismo momento.
Fanny se volvió, con el entrecejo fruncido.
– Julián, ten cuidado con el modo en que manejas las cosas. Recuerda que Sophy no es Elizabeth.
– Precisamente. Y es mi intención encargarme de que no se convierta en otra Elizabeth. -Julián ya estaba abandonando el balcón, rumbo a la pequeña escalera lateral que lo conduciría al salón de baile.
Una vez abajo, se vio frente a una muralla humana, que en varias ocasiones lo detuvo para saludarlo y felicitarlo por su reciente boda. Julián asintió con la cabeza todo el tiempo, tratando de ser corles, aceptando los elogios sinceros para su condesa e ignorando la curiosidad disimulada que con frecuencia los acompañaba.
El tamaño del hombre obraba en su favor. Era más alto que la mayoría de la gente y no era difícil mantener bajo la mira al grupo masculino que orbitaba alrededor de Sophy. En pocos minutos llegó al sitio donde ella se encontraba.
Julián advirtió la flor que estaba cayéndose del adorno del peinado de Sophy en el mismo momento en que Waycott extendió la mano para acomodarla.
– ¿Me permite acomodarle esta rosa, señora? -dijo Waycott galantemente, mientras comenzaba a extraer la flor esmaltada de su peinado.
Con el hombro, Julián se abrió paso entre dos jóvenes que observaban con envidia al rubio.
– Es mi privilegio, Waycott. -Arrancó el ornamento retorciéndolo, de uno de los rizos, mientras Sophy lo miraba sorprendida. La mano de Waycott cayó y sus ojos celestes denotaron una silenciosa ira.
– Julián. -Sophy le sonrió, con auténtica alegría-. Temía que no viniese esta noche. ¿No es un baile maravilloso?
– Maravilloso. -Julián la observó deliberadamente, consciente de una violenta sensación posesiva. Notó que Fanny había hecho un buen trabajo. El vestido de Sophy tenía el color perfecto para su tez y el corte enfatizaba su esmirriada figura. El cabello estaba recogido parcialmente, aunque la cascada de rizos dejaba ver su agraciada nuca.
Advirtió que las joyas que la joven llevaba habían sido reducidas al mínimo y se le ocurrió que tal vez le habrían quedado muy bien las esmeraldas de los Ravenwood en el cuello. Desgraciadamente, Julián no las tenía para dárselas.
– Esta noche lo estoy pasando muy bien -comentó Sophy, muy contenta-. Todos han sido tan atentos y me recibieron tan acogedoramente. ¿Conoce a todos mis amigos? -Señaló el grupo de caballeros que la acompañaba con un gesto de su cabeza.
Julián dirigió una fría mirada a los hombres y les sonrió lacónicamente. Sólo se detuvo brevemente en la divertida y calculadora expresión de Waycott.
– Oh, sí, Sophy. Creo que me han presentado a cada una de estas personas. Y estoy seguro de que, a estas horas, ya habrás disfrutado lo suficiente de su compañía.