Выбрать главу

La inequívoca advertencia no pasó desapercibida para ninguno de los miembros de ese círculo, aunque Waycott pareció más divertido que impresionado. En cambio, los otros se apresuraron a felicitarlo y, durante algunos minutos, Julián se vio obligado a escuchar tontas zalamerías con respecto a los encantos de su esposa, a su experiencia con las hierbas y a sus talentos para la conversación.

– Para ser mujer, tiene conocimientos encomíables sobre las técnicas empleadas en el campo -anunció uno de los admiradores, de mediana edad,-Podría hablar con ella durante horas.

– Justamente estábamos charlando sobre el ganado lanar-explicó un joven de cara rubicunda-. Lady Ravenwood tiene nociones interesantes de los métodos de cría.

– Fascinante, seguramente -dijo Julián. Inclinó la cabeza en dirección a su esposa-. Empiezo a darme cuenta de que me he casado con una experta en la materia.

– Recordará que leo mucho, milord -murmuró Sophy-. Y últimamente me he tomado la libertad de inmiscuirme en su biblioteca. Tiene una colección interesante de libros sobre el tema rural.

– Me encargaré de reemplazarlos por textos de naturaleza más constructiva. Tratados religiosos, tal vez. -Julián extendió la mano-. Mientras tanto, ¿podrías abandonar esta conversación interesante para otorgar una pieza a tu esposo?

Los ojos de Sophy se encendieron.

– Pero por supuesto, Julián. ¿Me disculpan, caballeros?-preguntó ella con toda cortesía mientras apoyaba la mano en el brazo de su esposo.

– Por supuesto -murmuró Waycott-. Todos entendemos la llamada del deber, ¿no? Regrese cuando esté dispuesta a divertirse otra vez, Sophy.

Julián trató de controlarse para no plantar un puñetazo en medio de la refinada nariz de Waycott. Sabía que Sophy jamás le perdonaría una escena de esa clase, y tampoco lady Yetvenon.

Lleno de ira por dentro, tomó el único camino alternativo que le quedaba: ignoró fríamente la provocación de Waycott y llevó a Sophy a la pista de baile.

– Tengo la sensación de que te estás divirtiendo mucho-le dijo Julián cuando ella se ubicó entre sus brazos.

– Mucho. Oh, Julián, es tan distinto de la última vez. Esta noche todos me parecen tan simpáticos. He bailado más hoy que durante toda mi anterior temporada de presentación en sociedad. -Sophy tenía las mejillas encendidas y sus ojos brillaban de placer.

– Me alegra que tu primer evento importante como condesa de Ravenwood haya sido un éxito total. -Puso deliberado énfasis en el nuevo título al que Sophy se había hecho acreedora. No quería que ella se olvidara de su posición ni de las obligaciones que tal posición implicaban.

La sonrisa de Sophy se tornó pensativa.

– Creo que ahora todo marcha tan bien porque estoy casada. Ya todos me miran tranquilos… Los hombres, digo.

Asombrado ante tal observación, Julián frunció el entrecejo…

– ¿Qué rayos quieres decir con eso?

– ¿No es obvio? Ya no estoy buscando marido. Ya he pescado uno, por así decirlo. Entonces, los hombres se sienten libres de flirtear conmigo y de hacerme la corte porque saben perfectamente bien que no están en peligro de tener que hacerme una propuesta formal. Ahora todo es diversión inofensiva; en cambio, hace cinco años habría sido un gran riesgo tener que declarar sus intenciones.

Julián se tragó un improperio.

– Estás muy alejada de la verdad con esa línea de razonamiento -le aseguró entre dientes-. No seas inocente, Sophy. Tienes edad suficiente como para darte cuenta de que tu estado civil te deja expuesta a los acercamientos más indecorosos por parte de los hombres. Te miran tranquilos porque pueden sentirse libres para seducirte.

La mirada de Sophy se puso alerta, aunque su sonrisa se mantuvo inalterable.

– Vamos, Julián. Está exagerando. En lo que a mí respecta, ningún hombre de los aquí presentes puede soñar con seducirme.

Le llevó unas décimas de segundo darse cuenta de que Sophy lo estaba comparando con todos los demás invitados.

– Discúlpeme, señora -le dijo con suave sarcasmo-. No me había dado cuenta de que estaba tan ansiosa por ser seducida. De hecho, me había llevado exactamente la impresión contraria. Estoy seguro de que entendí mal.

– Muy a menudo me entiende mal, milord. -Dejó la vista fija en la corbata de su esposo-. Pero sucede que sólo estaba bromeando.

– ¿Sí?

– Sí, por supuesto.- Discúlpeme, Sólo quise levantarle un poco el ánimo. Parecía más preocupado de lo debido por lo que constituye una amenaza totalmente inexistente a mi virtud. Le aseguro que ninguno de los hombres de ese grupo hizo avances o sugerencias que estuvieran fuera de lugar.

Julián suspiró.

– El problema, Sophy, es que no estoy muy seguro de que seas capaz de reconocer una sugerencia fuera de lugar sino hasta que las cosas hayan llegado demasiado lejos. Puedes tener veintitrés años, pero no has tenido demasiada experiencia con la sociedad. Se parece un poco a un terreno de cacería, y una joven bonita, inocente y casada suele ser un premio muy valioso.

Ella se puso tiesa y entrecerró los ojos.

– Por favor, no sea condescendiente, Julián. No soy inocente y le aseguro que no es mi intención permitir que me seduzca ninguno de sus amigos.

– Desgraciadamente, querida, eso todavía deja pendiente a mis enemigos.

7

Esa misma noche, más tarde, Sophy caminó de aquí para allá en su cuarto. Los hechos de la velada no dejaban de darle vueltas en la cabeza. ¡Habían sido tan excitantes y maravillosamente diferentes a los vividos cinco años atrás, en su única incursión en la sociedad!

Tenía plena conciencia de que su carácter de esposa de Ravenwood había tenido mucho que ver con todas las atenciones recibidas, pero, para ser honesta, sentía que había logrado arreglárselas muy bien por sí sola, con los distintos temas de conversación propuestos. Para empezar, a los veintitrés años de edad tenía mucha más confianza en sí misma que a los dieciocho.

Además, no se había sentido en exhibición, para ser entregada en matrimonio al mejor postor, como le había pasado entonces.

Esta noche ella se había podido relajar y disfrutar de la fiesta. Todo había salido a pedir de boca hasta que Julián llegó. En un principio, se alegró de verlo, de que él pudiera comprobar por sus propios medios que ella era capaz de manejarse muy bien en ese mundo. Pero después de bailar la primera pieza con él, se le ocurrió que Julián no había ido a la fiesta de los Yelverton sólo para admirar su nueva habilidad para manejarse en sociedad. El motivo de su presencia allí había sido su preocupación porque uno de los depredadores de la alta sociedad tratara de arrebatársela.

Fue deprimente llegar a la conclusión de que sólo la natural posesión de Julián lo había mantenido al lado de su esposa esa noche.

Hacía sólo una hora que habían vuelto a la casa y Sophy subió a su cuarto de inmediato, a prepararse para irse a dormir.

Julián no trató de detenerla. Le dio las buenas noches de un modo muy formal y se escurrió en su biblioteca. Pocos minutos después, Sophy escuchó sus pasos sordos sobre la alfombra que tapizaba el pasillo en el que estaba su habitación.

El esplendor que había caracterizado su primer acto social importante estaba marchitándose rápidamente y todo por culpa de Julián. Sentía que había hecho todo lo posible por empañar el placer que ella había experimentado.

Sophy giró en un extremo de su habitación y siguió avanzando hacia el tocador. Advirtió el pequeño joyero que iluminaba la vela del candelabro y sintió cierta culpa. Era innegable que, por toda su excitación de la primera semana como condesa de Ravenwood, Sophy había dejado de lado, por el momento, su objetivo de vengar a Amelia. Salvar su matrimonio se había convertido en el asunto más importante de su vida.

Sophy se dijo que no era porque hubiese olvidado su juramento de encontrar al seductor de Amelia, sino que se trataba de que otras cosas habían sido prioritarias, Pero no bien estabilizara su relación con Julián, regresaría a su proyecto de encontrar al responsable por la muerte de Amelia.

– No te he olvidado, hermana querida -susurró Sophy.

Estaba levantando la tapa de su joyero cuando escuchó que la puerta se abría a sus espaldas. Se dio la vuelta conteniendo la respiración y encontró a Julián, parado en la puerta que comunicaba ambos cuartos. Llevaba su bata de dormir, sin ninguna otra prenda. El joyero se cerró haciendo bastante ruido.

Julián miró la cajita y luego a Sophy. Sonrió.

– No tienes que decir ni una palabra, querida. Ya me había dado cuenta antes. Discúlpame por haber olvidado que debía darte ciertas joyas para que luzcas como es debido aquí en la ciudad.

– Yo no iba a pedirle ninguna joya, milord -dijo Sophy, molesta. Honestamente, ese hombre tenía un arte especial para imaginar conceptos irritantes-. ¿Deseaba algo?

Julián dudó un momento, pero se quedó donde estaba, sin denotar intención alguna de querer entrar.

– Sí, creo que sí -dijo finalmente-. Sophy, he estado pensando bastante en estos puntos que no han quedado muy claros entre nosotros.

– ¿Puntos, milord?